Misterio en cielo abierto

Lionel Ferro

Fragmento

Corporativa

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Vení querido, vení que tengo que decirte algo.

La abuela me habló con un hilo de voz. Esa era toda la energía que le quedaba. Ya se estaba yendo de este mundo y lo sabíamos, ella y yo.

La madrugada anterior se había tomado un micro para ir a la ciudad a hacerse unos estudios por su diabetes. Estaba muy mal de salud y esa noche no nos quedó otra que aceptarlo.

Desde su cama me tomó una mano y me puso en la palma algo que acababa de sacar de un cajón de su mesa de luz. A continuación me cerró el puño.

Yo estaba muy triste. Ella era quien nos había criado a mi hermano y a mí junto con el abuelo. Era todo en nuestras vidas. Mientras trataba de contener las lágrimas, llegué a decirle:

—¿Qué es esto, abuela? No quiero nada, no quiero que me regales nada, lo único que quiero es que te quedes conmigo. Solo te quiero a vos.

—Haceme caso— me dijo—. No hace falta que lo entiendas ahora. Debería haberlo conservado tu madre, pero no lo entendió. Ahora es tuyo. Solo tenés que guardarlo, algún día vas a saber para qué sirve.

En mis sueños, la noche anterior, mientras se encontraba ya arriba del micro en dirección a la ciudad, ella se me había aparecido para decirme que me quedara tranquilo, que todo iba a estar bien, para pedirme que cuide a mi hermano. Una sensación agridulce la rodeaba: la tristeza de una despedida y a la vez una sonrisa que transmitía tranquilidad. Cuando desperté, sentí una paz enorme.

Ahora, mi hermosa abuela, aquella que fue esencial para mí cuando los demás no estuvieron, la que me alentó en todo, la que me dijo que un día yo iba a ser un artista famoso, se iba. Cerró los ojos y de pronto ya no estaba acá. Vi que algo, una suerte de figura vaporosa, se elevaba desde su cama y ascendía hasta atravesar el techo.

Apreté mis ojos para cortar las lágrimas.

Tras un instante breve que se sintió como un año, los abrí, bajé la vista, abrí el puño y vi finalmente qué era lo que me había dejado como último legado material.

Una piedra. Un pedazo de cuarzo, lindo, rústico, áspero, con muchos colores. Nada que los habitantes del pueblo de Cielo Abierto no veamos a diario, sin embargo decidí guardarlo, al menos para conservar la memoria de ella, y me lo metí en el bolsillo. Estaba demasiado triste como para ponerme a pensar en cuál podía ser su significado.

Salí del cuarto cabizbajo, y entraron mi abuelo y mi hermano. Ya nada iba a volver a ser como antes.

Los archivos de Cielo Abierto

Creer o reventar. Los principales diarios del país habían publicado estas noticias en sus primeras planas.

Solo somos chicos una vez

Se los voy a decir de una: yo crecí entre fantasmas y extraterrestres.

¿No me creen? ¿Piensan que mis recuerdos son producto del poder de sugestión y la imaginación desbocada propias de cuando somos chicos?

Bueno, ok: algo de eso hay. Pero escúchenme (lean con atención) y créanme: todo lo que les voy a contar es verdad.

Aunque suene increíble.

Solo somos chicos una vez.

El lugar en el que crecés, los amigos que hiciste, las experiencias que viviste te marcan para siempre.

Yo viví mis primeras aventuras en un pequeño pueblo del interior llamado Cielo Abierto. Ahí me pasó de todo. Cosas que no me van a creer. Cosas que, si las pienso con un poco de detenimiento, a veces yo mismo no me las creo.

Y yo quiero creer.

Como Fox Mulder. ¿Se acuerdan del detective ese que estaba convencido de que la Tierra está tomada por una conspiración entre alienígenas y algunos terrícolas poderosos? Ni su compañera de investigaciones le creía del todo. Él sabe que los marcianos est

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