Belleza emocional

Andrea Frigerio

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Dedico este libro a Lucas, porque sé muy bien que estoy viva gracias a él, porque es mi fuerza, mi motor y mi alegría.

A mis hijos, Tomás y Fini, que ocupan el centro de mi corazón y me han dado y me dan a diario la experiencia más profunda de mi existencia.

A mis nietos, porque cuando los miro a los ojos entiendo el verdadero sentido de la vida.

Y a todos los que me enseñaron a ser quien soy.

INTRODUCCIÓN

¿Por qué decidí escribir este libro?

La única persona que va a brindarte seguridad 

y la vida que querés sos vos.

ROBERT KIYOSAKI

Hace unos cuantos años me convocaron a una reunión en una editorial. Cuando pregunté el motivo, me dijeron que querían conocerme y proponerme que escribiera un libro. Antes de ir a la reunión, tuve casi una semana para meditar la respuesta, por lo que el encuentro duró pocos minutos. Tenía 29 años y el pedido fue que “divulgara mi secreto de belleza”. Eran tiempos en los que no existían las redes sociales ni la posibilidad de sugerir a través de una foto y unas pocas palabras algún producto nuevo o una recomendación puntual. Sin embargo, me despedí agradeciéndoles que hubieran pensado en mí, pero con un “no” rotundo como respuesta y una breve explicación: “No tengo mucho para contar, tal vez más adelante, cuando haya acumulado años y experiencia, lo haga”. Hoy finalmente siento que llegó el día porque, a mis 57 años, tengo muchísimo para compartir.

El legado de mis abuelas

Soy lo que soy gracias a los hábitos que fui adquiriendo desde chica. Desde entonces fui prestándoles atención y tomando al pie de la letra todos los consejos que me daban los familiares que tenía cerca, en especial mis abuelas, que fueron fundamentales en mi vida. En sus casas me enseñaban a hacer tortas, a bordar, me leían, me hacían escuchar a Chopin y a Mozart…

Mi abuela Memé (Paulette) era una francesa que nació en Aix-en-Provence y llegó a la Argentina escapando de la guerra. Como todos en mi familia, fue muy longeva, vivió casi cien años. Ella me enseñó muchísimos de los hábitos que hoy conservo y practico. Entre otras cosas, decía que los dientes te tienen que durar hasta el fin de tus días y que para eso hay que cuidarlos mucho desde el principio. Porque todo lo que hacemos de chicos y de adultos jóvenes, creyéndonos eternos, a la larga se paga. Vale para cuidarse los dientes y muchas cosas más. Por suerte, Paulette tenía plena conciencia de esto y me fue transmitiendo cuidados que no solo tienen que ver con el cuerpo, sino también con la salud mental e integral. Es que somos un todo: dormir bien, vivir bien y tener buenos pensamientos son claves para nuestra calidad de vida.

Sin saberlo, ella era como una “it girl” actual, ¡muy canchera! Gracias a Memé aprendí lo que era un piqué de algodón, el escote halter y unos buenos stilettos (¡aunque ella no los usaba ni loca!). Me enseñó cómo combinar ciertas prendas y sobre todo a no vestirme “tan a la moda”, de manera que mi aspecto delatara que había estado horas buscando el look frente a un espejo, lo que me haría de inmediato dejar de ser una persona naturalmente elegante. Paulette no era ni estilista, ni personal shopper, ni editora de revistas de moda y mucho menos top model, instagramer o influencer, pero era tan amorosa y me quería tanto que con total generosidad me prestaba las prendas de su muy austero guardarropa si se las pedía. Hoy, que también soy abuela, quisiera ser la misma “it girl” para mis nietas.

Mi otra abuela, Luisa, fue siempre muy cariñosa conmigo. Cuando yo llegaba a su casa, aplaudía y me preparaba todo lo yo que quería. Era descendiente de españoles y disfrutaba de cocinar para recibir los domingos a toda la familia, en general con pastas caseras. A mí me hacía siempre un juguito de pomelo recién exprimido y cuidaba todo lo que tenía que ver con el agasajo cotidiano. Yo iba al colegio a la vuelta de su casa, y al mediodía mi abuelo me iba a buscar para que almorzara con ellos. Luisa me ponía en la cama con unas sábanas blancas almidonadas impecables, me traía una bandeja llena de comida riquísima y se sentaba al lado mientras me leía cuentos o conversábamos de su infancia. Me quedaba solo una hora, pero sin darme cuenta, en esos encuentros estaba creando algunos de los recuerdos más lindos de mi infancia. Me dejó la impronta de mujer conversadora, algo que a mí me gusta muchísimo y hoy repito con las mujeres de mi familia y con todas mis amigas.

Por qué me gusta ser socia de un “Club de mujeres”

Desde hace unos años me empezó a suceder cada vez con más frecuencia que se me acercan mujeres de cualquier edad a preguntarme de todo. Lo hacen en ámbitos públicos (restaurantes, teatros, cines, aviones) y formulan todo tipo de consultas, que en general empiezan con: “Andrea, ¿cómo hacés?” o “¡Yo quiero llegar a tu edad

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