
Entrevista a Horacio Convertini: “La literatura es un territorio de libertad e imaginación”
Horacio Convertini es periodista, guionista y escritor. Tiene una gran cantidad de obras dirigidas al público adulto y también infantil y juvenil. En esta conversación con Penguin Kids cuenta sobre sus lecturas de la infancia, sobre el oficio de escribir y sobre la relación con los chicos y chicas que leen sus novelas.

EQUIPO PENGUIN KIDS
Empezaste escribiendo para adultos y luego hiciste tu aparición en el mundo de la literatura infantil y juvenil. ¿Cómo fue ese recorrido? ¿Qué diferencias encontrás entre el modo de escribir para adultos y para chicos?
Empecé con la literatura para adultos hace unos 18 años, publicando cuentos aislados en revistas o antologías hasta que recibí un premio del Fondo Nacional de las Artes que me permitió editar en 2008 mi primer libro de relatos, que se llamaba "Los que están afuera". Un año después me animé a escribir mi primera novela infantil, "La leyenda de los Invencibles", y la presenté al premio El Barco de Vapor. Fue finalista de la edición que ganó Liliana Bodoc con "El espejo africano". Desde entonces escribo en paralelo para ambos públicos. La mayor diferencia que encuentro es que en la literatura infantil y juvenil, por estar dirigida a un lector en una etapa formativa, es deseable la transmisión de valores y hay que ser cuidadoso con el tratamiento de algunos temas. El autor debe manejar ciertos recaudos morales que no son obligatorios (y en mi opinión, tampoco deseables) en la literatura para adultos. Más allá de esto, nunca hay que subestimar al lector infantil: hay que proponerles historias con el mismo grado de complejidad narrativa que uno utilizaría con el lector adulto.
"Soy un escritor lúdico. Me divierte escribir"
Además de escritor sos periodista, editor y guionista, ¿cómo se retroalimentan estos diversos oficios que ejercés?
Son tres oficios similares, en tanto tienen que ver con la práctica de la palabra escrita, pero con diferencias importantes. El periodismo te exige trabajar con la realidad, con los hechos: no hay margen para la ficción. Uno debe atenerse a narrar lo ocurrido y no sólo eso: debe limitarse únicamente a lo que vio o a lo que puede probar con testimonios o documentos. Además, tiene que ser claro, didáctico y adecuarse al contrato de lectura del medio para el cual trabaja. La literatura, en cambio, es un territorio de libertad e imaginación. Uno puede escribir lo que quiera, inventar mundos, situaciones, incluso lenguajes. Es el yo escritor a su máxima potencia: no tiene ningún condicionamiento.
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La escritura de un guion audiovisual, por su parte, es también un espacio de la imaginación, aunque existen condicionamientos fuertes: sólo podés narrar a través de imágenes y debes amoldarte a limitaciones de tiempo, dirección y producción. Es una escritura para ser utilizada por otros profesionales de la industria, quienes serán los encargados de llevar a la pantalla lo que vos hiciste y que le aplicarán sus propios criterios. El resultado puede ser más o menos similar a lo que vos pensaste cuando te pusiste a escribir. ¿Se retroalimentan los tres oficios? Sí. Pero no de una manera directa. No hay, ni sirve, la traspolación sin filtros de los recursos periodísticos a la literatura o al guion y viceversa.
Empezaste a escribir literatura ya de grande (lo cual es una buena señal para quienes piensan que ya es demasiado tarde para empezar, aunque tengan el deseo) y a pesar del pudor que te generaba mostrar tus producciones (lo cual es una buena señal para los vergonzosos), ¿qué consejos le darías a alguien que está empezando a escribir?
Que se anime. Que el papel no muerde. Que es un ejercicio maravilloso de creación en el que no existe límite alguno. Hay autores, como Tolkien, que han creado cosmogonías enteras. Y más que un ejercicio, es un juego en el que las reglas las pone uno y puede ir modificándolas para hacerlo cada vez más placentero. Hay un lugar común: el del escritor torturado y sufriente. No se cumple conmigo: soy un escritor lúdico. Me divierte escribir.
"La leyenda de los invencibles" es un hermoso relato sobre la amistad, los sueños, la solidaridad... ¿Sobre qué otros temas te gusta escribir?
También sobre lo épico, lo que no necesariamente tiene que ver con el triunfo en una batalla ni con la conquista del Everest. Creo que hay epopeyas menores, construidas alrededor de metas casi insignificantes, pero que aun así suponen un gran desafío para sus protagonistas porque ponen en tensión sus valores, sus ilusiones, sus sentimientos. En "La leyenda de los invencibles", por ejemplo, esa épica está construida alrededor del anhelo de ganar al menos un partido para que la partida de Víctor, uno de los "invencibles", no sea tan triste y dolorosa.
La novela "Ladrón de vidas" está inspirada en el universo de los relatos de terror de Edgar Allan Poe -especialmente en "El extraño caso del señor Valdemar"-. Además de este autor, ¿qué otros escritores te nutrieron y te nutren? ¿Eras muy lector cuando eras chico?
Poe era el Stephen King de mi infancia porque uno leía un cuento y también podía ver por la tele la película inspirada en ese relato, los sábados a la tarde. Era el sinónimo y la marca registrada del terror. Yo, de chico, era un gran lector y, como ahora, caótico. Saltaba de un lado a otro. Historietas, clásicos adaptados, la enciclopedia Lo sé todo, Verne, Salgari, Poe, Quiroga... Ellos fueron la base sobre la que se edificó mi árbol genealógico de lecturas, como exigía Abelardo Castillo. En mi caso, ese árbol creció de manera desordenada, sin la guía que puede darte el estudio académico. Tiene ramas que no conducen a ningún lado y ya están secas, otras que florecen, otras olvidadas. Hoy me nutro mucho de autores argentinos contemporáneos.
Tus libros son muy leídos en las escuelas. Cuando las visitás, ¿qué tipo de diálogo se entabla con los chicos y chicas que te leen?
Es una actividad que me encanta por varias razones. Los chicos suelen hacer trabajos paralelos a partir de la lectura. He visto desde obras de teatro hasta manualidades inspiradas en los personajes o en los objetos que se mencionan en la novela. Eso me conmueve. Y después tenés el debate. Te topás con lectores muy perspicaces, que procesan lo leído y te dan una devolución acertada y crítica. O con chicos y chicas que manifiestan su deseo de escribir y te preguntan cómo hacer. La idea de que la inspiración es un rayo que cae del cielo y te ilumina está muy instalada y yo busco sugerirles que escriban a modo de juego, porque en la práctica misma surgirá la idea, la trama, la narrativa. Es un diálogo que también me enriquece: me piden secuelas e incluso me proponen ideas para llevarlas a cabo. Siempre que salgo de un colegio, me digo lo mismo: "Debería escribir más infantil".