Contigo, una y otra vez (Colección BlackBirds)

César Poetry

Fragmento

ContigoUnaVez-1

En junio de 2017 recibí este mensaje de una chica por redes sociales. Cuando terminé de leerlo, comencé a escribir el libro que ahora tienes entre las manos.

No sé si leerás este mensaje. Sé que a lo mejor se te puede hacer un poco pesado que te escriban a diario o que, simplemente, te manden un mensaje diciendo lo guapo que estás (como yo he hecho algunas veces, ja, ja, ja); pero hoy no vengo a decirte eso, hoy vengo a decirte que eres una persona especial por lo siguiente que te cuento:

Aunque me ha costado muchísimo decidirme, creo que lo mejor es que salgan las cosas y no quedárselas dentro.

A mi hermana no le gustaba la lectura, es más, cada vez que me veía con un libro me decía: «Hermanita, pero ¿qué haces con un libro, si a ti no te gusta leer?». Se podía pasar así toda la tarde enrabietándome y yo le contestaba: «A ti tampoco te gusta, yo al menos lo intento».

La cuestión es que me vio leyendo tu libro, La línea curva de tu sonrisa, y le comenté que era muy bonito, pero ella seguía diciendo lo mismo. Al cabo de dos semanas la pillé leyéndote y le dije: «Menos mal que no te gusta leer», y empezó a reírse.

Cuando viniste a presentarlo a mi ciudad, yo estaba trabajando y no pude ir, pero ella, sin decirme nada, fue a tu recital con el libro, que ella misma se compró ese día, para que se lo dedicaras. En fin…, se volvió loquísima y empezó a comprarse libros parecidos.

En diciembre ella ingresó con leucemia, venía un poco más fuerte de lo normal y no se la detectaron a tiempo.

Tú, en abril, empezaste a publicar fotos de la salida de tu próximo libro, Infinita, y tendrías que haberla visto, César, cualquiera la aguantaba, lo tenía reservadísimo en la librería porque se agotaron por internet. Y ella no se iba a quedar sin su libro. Eso seguro que no le pasaba.

Empezó a ponerse peor el día antes de que saliera el libro, y la verdad es que yo estaba peor que ella solo de pensar que se iba y no podría leerlo.

El día del lanzamiento me levanté tempranísimo y fui al centro. Creo que nunca he ido a algo tan rápido; lo compré y se lo llevé. Comenzó a leérselo ese mismo día, pero esa noche, en la madrugada, ella ya no estaba. Ella era, realmente, Infinita.

No sé, creo que es la primera vez que hablo de esto con alguien, y quería que fuera contigo.

Hoy en día tengo un libro firmado por ti lleno de amor, ternura y, sobre todo, de recuerdos que unieron a dos hermanas como nosotras para siempre.

ContigoUnaVez-2
ContigoUnaVez-3

Era mi turno. Mi mano temblaba. El corazón, a mil pulsaciones, se me salía del pecho. Y todas aquellas personas estaban allí, sentadas en círculo, esperando a que comenzara a contar mi historia.

—Soy César —dije con voz entrecortada mientras me levantaba de la silla.

—Hola, César, bienvenido —contestaron todos, alrededor mío, al unísono.

—Me... me... —No podía articular palabra, comencé a sentir entonces uno de los tantos mareos incómodos que la ansiedad me había traído meses atrás.

»Me... me... me dejó —conseguí hablar—. Eso fue todo. Me dejó y, joder, ahora no hay nada por lo que merezca la pena sonreír. ¿Sabéis esa sensación de subir la persiana cada mañana y sentir que todos los días son lunes por la noche?

»Ahora, al despertar en mi cama, no hay un puto día en el que no dude si no será mejor dejarlo todo y no volver a poner los pies sobre las zapatillas. Y yo me quedo ahí, arriba, mirando desde el borde de la cama, y cada vez que suena la alarma rompo a llorar porque me doy cuenta de que a lo que realmente le temo es al vértigo.

Aquellas personas desconocidas seguían mirándome, en silencio, escuchando mi historia; supongo que sería raro el día en que entraba un nuevo miembro a este tipo de charlas, y sobre todo con mi edad.

Es extraño. A veces las personas desconocidas, aquellas personas que aparecen de repente, pueden llegar a salvarte de tus miedos más profundos. Pueden llegar a convertirse en tu todo.

Aunque esa mañana, en aquel círculo de personas con vidas vacías, no iba a ser mi caso. Supongo que no se imaginarían que nunca más volvería allí. Continué:

—Y así vivo ahora todos los días, como si esta vida fuera una noria que gira y gira, y simplemente estoy en uno de sus vagones esperando a que llegue el final del viaje. Dicen que la vida es una montaña rusa que sube y baja, pero que siempre debes mirar al frente, alzar los brazos y disfrutar del trayecto. Pues yo ahora mismo estoy estancado en uno de esos vagones, y solo sé gritar al ver la caída.

Una lágrima resbaló por mi mejilla izquierda. Empecé a encontrarme mal. Me entraron sudores por todo el cuerpo y comencé a sentir ese hormigueo en las manos mientras me costaba, poco a poco, respirar.

Puta ansiedad de nuevo.

Intenté tranquilizarme. Como me habían dicho todos los médicos: «César, la ansiedad la creas tú. No te pasa nada. Respira y relájate».

—Perdonad, no me encuentro muy bien —dije mientras me alejaba del círculo y me sentaba en el suelo, apoyando la espalda en una pared que estaba decorada con frases positivas.

Una mujer mayor fue la primera en levantarse y, poco a poco, se fueron acercando todos hacia mí.

—¿Te encuentras bien, chico? Estás muy pálido —preguntó asustada una mujer que rondaría los sesenta años mientras se agachaba y apoyaba sus manos en mis rodillas.

Asentí con la cabeza.

—Por favor, estoy bien, dejadme solo.

—Joder, tampoco es para tanto, solo le ha dejado la novia —se escuchó a un hombre al fondo del corrillo.

Entonces ahí fue cuando estallé; la ansiedad me desapareció de un plumazo, porque debéis saber que la ansiedad solo está en tu cabeza. Y eso es lo que la hace realmente jodida.

Me dirigí hacia aquel hombre y acercamos nuestras caras.

—¿Sabes? Este es el puto problema que tiene la sociedad. Que nos creemos que nuestras preocupaciones son más graves que las del otro. Los problemas se meten en el jodido cerebro. ¿Quién eres tú para juzgar lo que me ocurre? —Le empujé hacia atrás y la situación comenzó a ponerse tensa.

—Eres un blandengue —me gritó—, a tu edad teníamos todos esos problemas y no andábamos llorando por las esquinas.

Comenzaron a separarnos. Intenté soltarme para ir hacia él. Pero era imposible, varias manos me sujetaban.<

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos