Que no vas a lamentarte
por el tiempo perdido
que no vas a apurar nada
decís en medio de la conversación
cuando el cuchillo se mete
después de una presión suave
que parece a punto de zozobrar
por la resistencia de la cáscara
pero empieza a deslizarse
adentro del melón
y de esa herida sale
un aire fragante que de a poco nos envuelve
un aire cargado de azúcar
que va a estamparse inmaterial
como tus palabras en esta muralla
con nubes bajas, insonoras y apacibles
que es la tarde.
Que no vas a lamentarte por el tiempo
mientras saco el primer gajo de esta urbe
que sostengo en la mano, la parto meridiana
y te ofrezco la primera cuña que logro
de este mundo vegetal.
Yo también hablo, te contesto
también suelto oraciones distraído
mientras dentro, como en una cueva,
empujado por el olor de este melón
un poco crudo —es temprano para melones
parece decir la escena—
me quedo resonando entre palabras
que no se disuelven, que no terminan
de evadirse por la distracción
con que las soltamos,
que no vas a apurar nada y que no
te lamentás, el primer bocado de fruta
que renueva el espíritu de la sangre
llamada desde la punta de la lengua
sucede en tu boca que acaba de pronunciar
y sigue pronunciando mientras todavía
es el mismo sitio de donde salen las palabras
la carne del melón ahora
es material entre tus dientes
y sale de su esfera
un gajo de la Tierra se va a ir a tu cuerpo,
otro, el segundo, va a entrar en mí
a romper definitivamente el eje
de rotación por el que estaba suspendido
en la era de la floración dispersa
y después,
en esa contundencia que atrapó el perfume
y lo guardó en el vientre de carne fresca
y verde claro hasta que nosotros
nos sentamos a merendar
a sacar palabras distraídas de las bocas distraídas
y puede que el melón esté un poco crudo
quiero decirte, puede que lamentemos
que sea temprano en la temporada,
quiero decirte.
Pero mientras las palabras se sueltan de nosotros
entran bocados de fruta que llaman
al espíritu de la sangre
que sin querer, sin darnos cuenta, estamos
comiendo el perfume que despilfarró la flor
de esa rastrera común —Cucumis melo—
y se hizo esfera por una voluntad orgánica
que se mete inadvertida en la dimensión
y marca, pertinaz, secreta pero contundente
una medida temporal,
una medida de la encarnación que compartimos
una medida que las palabras no comprenden
que las palabras ni siquiera pueden percibir
a menos de que salgan de un lugar anterior
a la boca y lleguen sin prisa y sin demora
al sitio de lo que se sabe a sí
de lo que se dice.
Que puede que el melón esté
un poco crudo todavía
pero ya hay dos gajos de cáscara sin carne
sobre los platos blancos
sembrados de semillas y de jugo
y puede que uno haya decidido
para dejar de lamentar lo que fue
no apurar lo que está siendo
pero tus manos y mis manos chorrean
el perfume material de esa flor rastrera
y tenemos la sangre en la punta de la lengua
y nos miramos a los ojos embebidos
y hacemos el silencio de las esferas desgajadas
porque ahora sobrevino la calma
en el tic tac de esta mesa
ahora que en la cocina termina la merienda
hay una quietud fragante
porque masticamos las flores como bestias
hay lo que se sabe
lo que se dice:
ahora es todo temporada.
Puede que al fin ahora podamos
vivir vos sin mí
yo sin vos, para que nadie salga
demasiado lastimado de estar vivo.
Puede que amanezca en Buenos Aires
y empiece a llorar sobre la calle Piedras
mientras la tarde hermosa,
puede que anochezca ahora en Berlín
y siga llorando en Skalitzer Straße
pero estos ojos que existen
(porque el mundo existe
aunque la idea te parezca demasiado liberal
el mundo existe, la Humanidad existe
así de narcótica, existe),
estos ojos vieron
la invención de la danza,
el momento en que un cuerpo
—fuera o dentro de la cueva—
levantó un pie del suelo para nada
para ningún fin
para ningún destino.
Estos ojos, dije
estos ojos que existen,
en una tarde del remoto país,
vieron bailar
a Iris Scaccheri.
Es la nada que no existe
la nada en la que preguntamos
no existe
la existencia la pregunta
la maraña de edificios
sobre la existencia.
No existe
son tus ojos me descubren
ciervo asustado en el bosque
en la profundidad del bosque
mis ojos de ciervo
asustado
en la hebra verde en el aire denso
en la voluntad de una estampida
que no cesa de quebrarse
se queda, no existe
se ofrece a la flecha
por seguridad, la flecha existe
no existe
la herida es la existencia
no existe
tus besos incontables
sobre la nada de besos
tu sensualidad de bosque
mi sensualidad de bosque,
la vitalidad, el freno
el impulso, la nada
existen