Poesías completas

Pedro Salinas

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

I

Los sesenta años de Pedro Salinas (1891-1951) se resolvieron en una línea recta. Treinta años de preparación. Treinta años de producción. La obra poética en verso se distribuye en nueve libros, que se agrupan en tres etapas. La etapa inicial —de 1923 a 1931— comprende Presagios, Seguro azar, Fábula y signo. La segunda etapa constituye un ciclo verdadero. De 1933 a 1938 se desenvuelve el gran tema: La voz a ti debida, Razón de amor, Largo lamento. Con ese ciclo llega a su cumbre la actividad de nuestro autor. Pero esta imagen de cumbre no debe rebajar el comienzo a una tentativa preliminar ni los poemas finales a un epílogo. Salinas es Salinas a lo largo de toda su carrera, y cada libro contribuye a determinar el conjunto. Este conjunto es lo que más importa en un poeta de primer orden. Esenciales son también los tres libros de los años 40: El contemplador, Todo más claro y el póstumo Confianza.

Desde Presagios hasta Confianza hallaremos una voz que intensifica —con delicada fuerza— la vivificación del mundo. El hombre afronta un mundo tembloroso, incompleto. Llamándonos está «a mí, o a ti, o a cualquiera / que ponga lo que le falta, / que le dé la perfección». Perfección quiere decir espiritualización. Se desea lo real, pero convertido en espíritu dentro de quien lo humaniza, recreado. «¿Acompañan las almas? ¿Se las siente?» Esta poesía es eso: un mundo profundamente acompañado por un alma. Así se expresará el dominio del hombre, gracias a la honda y constante humanización. El poeta siente un impulso que le conduce a ese fin en movimiento de «presagio». (Palabra con su sentido etimológico.) Esa metamorfosis se conseguirá yendo de la fábula al signo. Fábula: transformación de los seres en «alma». Alma que no es leyenda o falso ornato superpuesto sino verdad más profunda. La gran poesía ni se engaña ni —menos aún— miente. Desenlace: los seres significan, son signo de una trascendencia. Todo resalta bajo la claridad: Todo más claro. En el prólogo de este libro concluye Salinas: «Eche por donde eche, vía de San Francisco o vía de Baudelaire, Fioretti o Fleurs du mal, todo poema digno acaba en iluminación». Iluminación, naturalmente, sin alcance místico. Tal espiritualidad no hace perder pie al poeta. No lo sería sin contacto con sus materiales, y sólo entonces el espíritu cumple su función merced a una especie de última «confianza».

Presagios

Tímido y exigente, Pedro Salinas escribió durante varios años sin apenas aparecer ante un posible público. Por fin seleccionó cincuenta poesías y se las llevó a Juan Ramón Jiménez. Él fue quien ordenó Presagios; y como eje central puso tres sonetos. Las formas fijas no convinieron a nuestro poeta nunca o casi nunca, a gusto en el verso fluctuante, no atenido a patrón determinado. Era la nueva libertad del verso libre. También Salinas buscaba así la más fiel expresión. «De ahí —se ha dicho ya— los componentes sentimentales, patéticos, humanísimos de aquellas primeras poesías.» En un interior doméstico «La niña llama a su padre “Tatá dadá”. / Al ver las sopas / la niña dijo / “Tatá, dadá”». En otro poema: «“Pronto cambiará la luna, / porque me duele la pierna”» Otro cuadro: «“Este hijo mío siempre ha sido díscolo... / Se fue a América en un barco de vela, / no creía en Dios, anduvo / con mujeres malas y con anarquistas, / recorrió todo el mundo sin sentar la cabeza...» Inmediata situación anecdótica, lenguaje coloquial, giro prosaico... No, tales versos no se deben a un escritor «social» de los años 40 o 50. «“Manuela Plá” se llama el barco.» De Alicante, una de las ciudades de Salinas. «Manuela Plá será sin duda el nombre / de la viuda del armador.» No podían faltar ecos de Sevilla, tan amada por el poeta: «De cuando en cuando, en la orilla / hay una moza que sale / (Gelves es la moza humilde, / Sevilla la de linaje).» Y también: «Un viejo chulo la dijo...»

En este volumen hay mucho más, por supuesto, que este primer plano del vivir. «La palabra postrera de la enferma fue: “Agua”.» Momento de crisis: es una agonía. Se recurre al agua en servicio seriamente práctico. Otro momento: «Agua en la noche, serpiente indecisa, / silbo menor y rumbo ignorado...» Las palabras suenan a un nivel de mayor elevación. Agua, noche, serpiente, silbo, rumbo en atmósfera desconocida. Es una visión, y de enigma, que exige preguntas y diálogo. «Dime». Y el agua responde. La imaginación entra en marcha y se produce esa metamorfosis que se suele llamar «poesía». ¿Juego? Se remueve más honda realidad: «porque yo he sido hecha / para la sed de los labios que nunca preguntan». Y se vuelve al inmediato punto de partida. (Era una corriente de agua entrevista por la noche desde un tren.)

El paisaje, el amor, los varios sentimientos de un hombre muy sensible se manifiestan con imágenes más bien sencillas y ritmos no demasiado sonoros, cerca del silencio. Esta inclinación a la sobriedad nos libraba del vistoso alarde modernista. Las inquietudes juveniles se abrían paso delicadamente. ¿Cómo se declara la evitable «chasse au bonheur»?

Posesión de tu nombre,

sola que tú permites,

felicidad, alma sin cuerpo.

Dentro de mí te llevo

porque digo tu nombre,

felicidad, dentro del pecho.

«Ven»: y tú llegas quedo;

«vete»: y rápida huyes.

Tu presencia y tu ausencia

sombra son una de otra,

sombras me dan y quitan.

(¡Y mis brazos abiertos!)

Pero tu cuerpo nunca,

pero tus labios nunca,

felicidad, alma sin cuerpo, sombra pura.

¿No existe la felicidad sino como ilusión? Existe como idea, viva en su nombre con vigor que puede ser poseído. Sin embargo, «felicidad», cuerpo de sílabas, no es bastante cuerpo, y se convierte sólo en alma insuficiente. «Dentro de mí te llevo»; y la felicidad, ideada, nombrada, a manera de sombra, va y viene: también es energía. «Sombra» pertenece al sumo vocabulario del poeta. Movilidad de luz por claroscuro irá encarnando situaciones anímicas y físicas, siempre con sentido cambiante. Aquí la sombra se mueve como una existencia muy delgada que no se podría abrazar. «¡Y mis brazos abiertos!» El impulso de la espera se concilia con una desesperanza anhelante. «(¡Y mis brazos abiertos!)» entre paréntesis. «Pero...» Desilusión final. «Pero tu cuerpo nunca.» Este mundo incorpóreo se acomoda a la cadencia ligera del heptasílabo: gran acierto. Marcel Bataillon ha estudiado muy bien los enlaces entre el heptasílabo español y aquel género de lírica que va de Anacreonte hasta Villegas y Meléndez Valdés. Precisamente a propósito de estos versos ha afirmado: «No hace falta mucha malicia erudita para sospechar reminiscencias de la anacreóntica del siglo XVIII. El “Ven” y el “Vete...” podrían expresar la fiebre imaginativa de un amante a lo Meléndez Valdés.» Para el oído que goza si percibe el rumor apenas perceptible de un proceso histórico, Salinas ofrece esta vez una —secreta casi— decantación de la anacreóntica, enriquecida por el sentimiento moderno y metrificada

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