El misterio de las gatas gemelas (Gaturro. El protagonista sos vos 4)

Nik

Fragmento

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El papá de Gaturro está muy nervioso. Pronto llegarán Elizabeth y su dueña, y quiere que la casa esté impecable.

Después de asegurarse de que no hay ni una sola pelusa sobre los muebles, que las mejores tacitas de porcelana están sobre la mesa para tomar el té y que cada cosa está exactamente en su lugar, lo va a buscar a Gaturro.

Pero Gaturro está muy bien escondido debajo de la cama. Atrincherado, mejor dicho. No quiere salir por nada del mundo.

—Vamos, Gaturro. ¡Está en juego nuestro futuro! Tenés que salir y dejar que te arregle. No vamos a tener otra oportunidad como esta por mucho tiempo —le dice.

Pero Gaturro no asoma ni la cola.

—Te prometo diez latas del mejor atún.

Silencio.

—Y un pedazo de salmón fresco.

Más silencio.

—Y una lata de caviar. ¡Y es mi última oferta! —dice el papá, desesperado.

—Que sean cinco —contesta Gaturro.

—Dos.

—Hecho. —Gaturro sale con esfuerzo de debajo de la cama y se resigna al “cambio de look” que quiere hacerle el padre antes de que llegue Elizabeth.

Mientras lo peina con raya al medio, le pone fijador en los bigotes y colonia, el padre vuelve a recordarle cuál va a ser el rol de Gaturro en los próximos días.

—Es tu oportunidad de conquistarla, Gaturro. Elizabeth es una gata educada, elegante… y heredera de una fortuna incalculable. ¡Es la pareja perfecta! No podés desaprovechar esta semana entera que va a pasar con nosotros. ¡Siete días para demostrarle que sos el galán que está buscando!

Apenas termina de darle los últimos toques al peinado, suena el timbre. Gaturro va hacia la puerta sintiéndose un muñeco de torta.

La dueña de Elizabeth entra con paso ceremonioso y se acomodan en el living.

—Mis queridos, ¡les agradezco tanto que cuiden a mi tesoro por esta semana! Sería muy tedioso para ella acompañarme. Mi jet privado no está en condiciones de volar, deberé hacer el sacrificio y viajar en primera clase. Un espanto. Mi pequeña Elizabeth no lo resistiría —dice, y le acaricia la cabeza a su gata.

—Claro, lo entendemos completamente. Viajar en primera clase es totalmente agotador —responde el padre, mientras le sirve té en la tacita de porcelana.

Gaturro está a punto de decir que en esa familia nadie viajó ni a la esquina en clase turista, pero justo la dueña de Elizabeth retoma la charla:

—Díganme, ¿cuál será la habitación de mi queridísima Elizabeth?

—¿Habitación? —pregunta la madre, sin terminar de comprender.

—¡Claro! Sería bueno comenzar a acomodar sus cosas en el cuarto, para no demorar demasiado.

—Por supuesto, ¡jamás pensamos en alojarla en el living! —responde el padre, mientras trata de esconder con el pie y disimuladamente una gran canasta debajo del sillón—. Nuestra querida Luz le cederá su cuarto a Elizabeth mientras dure la estadía, ¿no es cierto, mi vida?

—¿¿¿¡¡¡Qué!!!??? —exclama Luz, sin poder creer lo que escucha. Pero la madre la lleva casi a la rastra hasta la cocina para evitar que comience a los gritos ahí mismo.

—Luz no tendrá problemas en compartir el cuarto con su hermano por unos días, no se preocupe —afirma el padre.

El mayordomo, entonces, pide permiso para subir el equipaje. Momentos después, ingresa con un enorme baúl y lo siguen dos hombres que cargan un colchón, almohadones, un sillón y una pila de mantas.

—¡Cuánto les agradezco! Ella se deprime si no tiene sus cosas. Y solo duerme bien en su colchón de plumas de ganso. Sin duda me extrañará mucho, debemos mimarla todo lo posible —dice su dueña.

Apenas terminan de entrar almohadones, mantas y muebles, la dueña de Elizabeth se despide. Y en cuanto la puerta se cierra, comienzan los gritos adentro de la casa...

—No es justo. A mí ni siquiera me dejan dormir en el sillón, ¡y a Elizabeth le dan un cuarto entero! —dice Gaturro.

—No es un cuarto, ¡es mi cuarto! —grita Luz, que está furiosa por haber sido desplazada así de su habitación.

—¡Tengan paciencia! Es apenas una semana. Y si todo sale bien, todos estaremos mejor —dice el padre, refregándose las manos.

—No te quejes, Gaturro. Imaginate cómo la voy a pasar yo teniendo que aguantar en mi cuarto a Luz, que va a estar enojada durante todo este tiempo —advierte Agustín.

—Está claro que acá tampoco soy bienvenida. Será mejor que me vaya. Últimamente no me quieren en ningún lado, por lo visto —dice Elizabeth, y masculla algo sobre lo horrible de tener que vivir durante siete eternos días en esa pocilga.

—Vamos, vamos, Gaturro. No te quedes ahí. ¿Por qué no acompañás a nuestra huésped y le mostrás la casa? Recordá nuestra pequeña charla de hace un rato: si tu amiga está feliz, vos vas a ser feliz también —le dice el padre, con un guiño,

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