Isadora Moon 9 - Isadora Moon va de viaje

Harriet Muncaster

Fragmento

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—Pero ¿qué rayos es eso? —preguntó papá una mañana gris y sombría, señalando el cuenco de mi desayuno—. ¡Tiene un aspecto totalmente asqueroso! —mi papá es un vampiro y solo le gusta la comida si es roja.

—Son Rizos de Arcoíris —le respondí—. En mi clase, todos comen estos cereales. ¡Están riquísimos!

—Hum… —murmuró mamá, echando una cucharada de yogur de néctar de flor en su propio cuenco—. Puede que estén buenos, pero no parecen demasiado… naturales —mi mamá es un hada y le encanta comer fruta fresca y flores.

—Pero dijiste que los podía tomar —señalé—. Ayer, en el supermercado de los humanos dijiste que nos los podíamos llevar porque había ordenado mi cuarto.

—Ya lo sé —dijo mamá—. Pero no pensaba que te fueran a gustar de verdad.

—¡Mío! —gritó mi hermanita bebé, Flor de Miel, desde su trona, y acercó la mano para coger un Rizo de Arcoíris. Flor de Miel es un hada vampiro igual que yo, pero todavía es demasiado pequeña para tomar Rizos de Arcoíris. Puse la caja delante de mi cuenco para que no pudiera verlos más.

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Ahora tampoco podía verme a mí, ni yo a ella. ¡Ni a mamá ni a papá! Mastiqué contenta el resto de mi desayuno y me quedé mirando fijamente la parte de atrás de la caja, que estaba toda decorada con arcoíris y unicornios. Uno de los unicornios llevaba gafas de sol y estaba tomándose un helado. De su boca salía un gran bocadillo que decía:

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Abajo ponía información sobre cómo participar. Tenías que hacer un dibujo de tu peluche favorito en la playa y después enviarlo. ¡Parecía divertido! ¡Podía dibujar a Pinky! Sentí que me recorría un escalofrío de la emoción. ¡Un viaje para toda la familia! ¡En el extranjero! Nunca había estado en un hotel humano, ni tampoco había montado en avión. ¡Sería una sorpresa fantástica para mamá y papá!

En cuanto acabó el desayuno, subí corriendo a mi habitación para hacer el dibujo. Saqué mi colección de conchas de cuando fuimos de acampada y las coloqué alrededor de Pinky, como si estuviéramos en la playa.

Pinky empezó a posar e intenté copiar sus gestos con todas mis fuerzas. Al terminar, estuve pegando lentejuelas y purpurina en el dibujo. ¡Tardé muchísimo tiempo!

Cuando acabé, lo puse en un sobre y lo metí en la mochila.

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Lo echaría al buzón al ir al colegio la mañana siguiente.

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El día después, en el colegio, les conté a mis amigos lo que había hecho. A ninguno le hizo tanta ilusión como creía.

—Yo he participado en un montón de concursos como ese —dijo Bruno—, ¡y nunca he ganado nada!

—Yo tampoco —dijo Sashi.

—No te hagas muchas ilusiones, Isadora —me aconsejó Oliver—. Es poco probable que ganes.

—Vaya —dije decepcionada.

Me había llenado tanto la cabeza con playas de arena fina, mares brillantes de color azul, emocionantes vuelos en avión y helados de muchos colores, que ni se me había ocurrido la idea de no ganar. Pero claro, mis amigos tenían razón. Era difícil que ocurriera. Zoe me rodeó con el brazo.

—De todas formas, buena suerte —me dijo—. Nunca se sabe... ¡Yo una vez gané un vale de diez euros para gastar en la juguetería!

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—Gracias, Zoe.

Sonreí. Pero la idea de unas deslumbrantes y soleadas vacaciones en el extranjero empezaba ya a parecerme muy lejana, y cuando acabó el día se me había olvidado por completo.

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Tres semanas más tarde, estaba entretenida dibujando con Pinky en la cocina cuando oí que mi padre bajaba por las escaleras después de su sueño diurno.

—¿Qué es esto? —oí que decía.

Y después:

—¿QUÉ ES ESTO? ¡Cordelia! ¡Cordelia, ven aquí!

Salté de la silla y fui corriendo al recibidor, con mamá y Flor de Miel justo detrás de mí. Todas miramos la carta que papá tenía en las manos.

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—¡Pone que hemos ganado un concurso! —dijo papá desconcertado—. ¡Un viaje al extranjero!

—¿Qué? —preguntó mamá—. Deben de haber cometido un error. ¡No nos hemos presentado a ningún concurso!

—¡Yo sí! —chillé con nerviosismo, sintiendo como si el corazón se me fuera a salir del pecho—. Yo me he presentado. ¡Y HEMOS GANADO!

¡No podía creerlo! Mamá y papá bajaron la mirada hacia mí, con los ojos como platos.

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—¡Vamos a montar en avión! —exclamé—. ¡Y a ir a la playa!

—¿A la playa? —repitió papá, poniéndose nervioso ahora—. Oh, no. No puedo ir a la playa. Hace demasiado calor para mí. Hace demasiado calor, todo es demasiado pegajoso y hay demasiada luz. No, no, no. Mis ojos de vampiro no podrán aguantarlo.

—Aquí dice que estaremos en un hotel —dijo mamá, que parecía tan preocupada como él. Sacudió las manos con inquietud, dejando en el aire una nube mágica y chispeante de harina rosa, de la tarta que había estado preparando—. ¿Tenemos que quedarnos en un hotel? —dijo—. Me recuerdan a cajas, y son tan poco naturales… ¡Preferiría acampar!

Pero papá ya se había animado.

—¿Es un hotel elegante? —preguntó, mirando la carta—. ¿Tendrá spa? ¡Sí tiene!

—Y apuesto a que habrá h

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