La periodista escritora y editora nos invita a recorrer la vida y la obra de María Elena Walsh, una figura esencial de la cultura argentina. Poeta, novelista, cantante, compositora, guionista de teatro, cine y televisión, creó una importante obra infantil, por la que es reconocida a nivel mundial, además de una significativa producción para adultos. Marcó a generaciones con canciones y relatos que siguen resonando en chicos y grandes. Canela explora su obra y la vigencia de su legado.

«María Elena Walsh es, en cierto modo, inclasificable. A pesar de haber sido catalogada como una escritora intelectual de su tiempo y de su década, su condición de cantora, cantautora, esa disruptiva y feliz creatividad en el mundo de la infancia, ha echado algo de sombra sobre su condición de poeta y escritora, como si hubiese quedado iluminada con la popularidad de su cancionero.
María Elena Walsh fue hija de un ferroviario inglés y bebió de las fuentes de los limericks, el sinsentido, el absurdo, junto a la música cotidiana que su padre le tocaba al piano cada tarde. De él heredó un virtuoso sentido del ritmo y el placer del canto con una voz deliciosa. Con su madre, en cambio, fue nacer en castellano y después quedó sumergida ahí y abrazó las raíces andaluzas, herencia de esa madre».
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«Me gusta especialmente y por razones personales, Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes (1993). Esto es porque tuve la dicha de ser su editora en Editorial Sudamericana. Compartí la tarea de revisar las columnas de opinión que escribió a lo largo del tiempo. Ha sido muy interesante trabajar con ella, traía los recortes, las hojas escritas por supuesto con la máquina mecánica, papeles que guardaba y comprobábamos cómo había cambiado, cómo había crecido su coraje cívico, su feminismo, pero siempre estuvo presente su compromiso con el país. En plena dictadura escribió: "Si alguien quisiera recitar el clásico «Como amado en el amante / uno en otro residía...» por los medios del País-Jardín, el celador de turno se lo prohibiría, espantado de la palabra amante, mucho más en tan ambiguo sentido" (Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes, 1993). En Cancionero contra el mal de ojo, dice en relación a la justicia: "Señora de ojos vendados, / con la espada y la balanza / a los justos humillados / no les robes la esperanza. / Dales la razón y llora / porque ya es hora" (Cancionero conta el mal de ojo, 1976).
«Ella atravesó jubilosamente a varias generaciones, esto es en el mundo de la infancia. En el plano del feminismo, de la política, de la justicia, de lo identitario, igual. Lo que quizá tenía María Elena era una ética tan profunda que la acompañó toda su vida y que marca el sello de su obra y enlaza siempre el decir y el hacer de un modo conmovedor».
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«Primero leer a todo María Elena, desde Versos para cebollitas (1976), hasta Fantasmas en el parque (2000), un libro, en cierto modo, autobiográfico donde habla del Parque Las Heras. Ella vivía cerca del parque y ahí hacer recorrer a sus fantasmas por el parque. Me imagino que lo hizo cuando estaba enferma, ella tuvo cáncer y lo superó con muchísimo coraje, con muchísima energía personal. Este libro me conmueve particularmente.
Después, para el mundo de la infancia, yo diría que hay que leer a Javier Villafañe, sugiero a Graciela Montes. A Emma Wolf y sus célebre Historias a Fernández, las historias que ella le cuenta a un gato que se cae del techo al piso y ella no debe permitirle que se duerma, así que le inventa historias desopilantes. A Roald Dahl y Las brujas, donde un niño se convierte en ratón y uno queda totalmente convencido. A Gianni Rodari, creador de La gramática de la fantasía. La plaza del diamante de mi autora preferida, la catalana Mercè Rodoreda. A la italiana Natalia Ginzburg y su libro Todos nuestros ayeres, un libro que habla de su vida en tiempos difíciles en Italia y habla también con palabras sencillitas, como María Elena Walsh».
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