La vida de un indomable: Paul Newman
Considerada como la mejor biografía sobre el actor publicada hasta la fecha, «Paul Newman. La biografía» (Lumen), escrita por Shawn Levy, es un retrato incisivo, profundo y entretenido sobre la trayectoria vital de este intérprete legendario. Una vida que en realidad son muchas y que hablan de la compleja personalidad del actor de «El Buscavidas». Descubrimos así al Newman intérprete, al piloto de carreras, al padre de familia numerosa, al empresario de éxito y creador de sus propias salsas y aliños, al filántropo y, sobre todo, al icono del cine y de la cultura norteamericana. Una figura fascinante que sigue cautivando a cada generación, como si esos intensos ojos azules no dejaran de mirarnos. La biografía de Levy es un trabajo ejemplar de investigación que ahonda en los detalles de una vida de ensueño, pero también afectada por crisis, pérdidas como la de su hijo Scott y fracasos comerciales. Pero, como siempre, Newman, el indomable, salió de algún modo victorioso de todo ello. Este es, pues, el relato de esta existencia única.

Paul Newman como Luke Jackson, protagonista de La leyenda del indomable (1967). Crédito: Getty Images.
Paul Newman fue un actor que siempre se tomó muy en serio su trabajo. Un hombre que sacó de quicio a directores de la talla de Alfred Hitchcock debido a sus insistentes preguntas sobre sus personajes, a los que estudiaba de forma tan obsesiva que llegaba a transformarse en ellos. Aprendió así a jugar al billar, a pilotar coches de carreras (su segunda gran pasión) o a talar arboles, e hizo amigos de toda clase solo para conocer mejor el ambiente en el que habitaban sus personajes de ficción. Sin embargo, fue también una persona insegura, que huía de las chicas cuando estaba en la universidad, y con un padre que le consideraba un fracasado. Quizá por ello interpretó papeles de rebelde, de luchador, de sinvergüenza, para de algún modo ser otro. Hubo así dos Paul Newman, el público y el privado, y ni el propio Newman era a veces capaz de distinguirlos. Sus personajes de ficción nutrieron su verdadera personalidad y se comportó en ocasiones como ellos.
Fue además un hombre en cierto modo humilde, al que no le interesó codearse con otras estrellas, tampoco la fama en sí. Odiaba firmar autógrafos y no vivió nunca en una mansión de Hollywood. Prefirió moverse al margen, haciendo por ejemplo barbacoas para hablar durante horas de coches con sus amigos pilotos. Un hombre sencillo que, sin embargo, encandiló con su físico y actuación a millones de espectadores en todo el mundo. La pregunta que surge entonces es cómo lo hacía, de dónde surgía ese encanto con el que logró hechizar a cualquiera que le viera o le conociera. O más exactamente la pregunta es: ¿Quién fue Paul Newman, en realidad?
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El propio actor en una ocasión confesó que su personalidad era tan aburrida que tenía que «robar identidades de otros para ser efectivo». Durante su vida sufrió una fuerte presión por ser lo que se esperaba de él: ser Paul Newman, un nombre que afectaba a todo lo que había a su alrededor, especialmente a su propia familia. Sus hijas, por ejemplo, tuvieron dificultades para tener novios porque estos sentían que de algún modo debían competir con él, y no digamos su hijo Scott, que cometió el error que tratar de estar a la altura de su padre. No fue fácil tampoco para él estar a la altura de Paul Newman. Casi se podría decir que su propio nombre le engulló y muchas veces añoró volver a ser anónimo.
Su vida inicialmente fue como la de cualquier otro. Nació en el seno de una familia judía de clase media que vivía en el barrio de Shaker Heights, en Cleveland. Aunque tuvo una infancia fácil, siempre tuvo problemas con su padre, con el que nunca llegó a conectar. De él sin embargo aprendió una ética del trabajo, no pavonearse de los éxitos y una cierta humildad. Curiosamente, aunque muchas chicas estaban detrás de él, Paul nunca fue un ligón. Al parecer se sentía en desventaja porque muchas de ellas eran más altas que él. Ya en el instituto, y luego en la universidad, comenzó a interesarse por el teatro y participó en varias obras, hasta que en 1943 se alistó a la Armada para ser piloto, pero al ser daltónico no pudo volar (una espina que luego se quitó siendo piloto de carreras). En 1949 se casó con Jacqueline Emily Witte y como ganaba poco dinero, se vio obligado a trabajar de granjero. Cuando su mujer quedó embarazada tuvo que volver a Cleveland a hacer lo que había tratado de evitar a toda costa: trabajar en el negocio familiar. Intentó demostrar a su padre que valía para algo, pero este murió pocos después, y Paul sintió que le había fallado, «que no había dado la talla».
Durante su vida sufrió una fuerte presión por ser lo que se esperaba de él: ser Paul Newman, un nombre que afectaba a todo lo que había a su alrededor, especialmente a su propia familia.
Luego la familia vendió el negocio y con el dinero ahorrado marchó a Yale para estudiar arte dramático. En ese momento el joven no se atrevía a quedar expuesto delante de todos. «Actuar es como bajarse los pantalones», solía decir. «Quedas expuesto ante todos». Insatisfecho, decidió ir el centro del huracán, Nueva York, una ciudad que en los años cincuenta era el centro cultural del mundo. En Yale había oído hablar del Actor's Studio, conocido por ser el ser lugar donde se había formado Marlon Brando. Era un taller de trabajo basado en el método Stanislavski, y allí se hacían improvisaciones, ensayos y sesiones de crítica. «Todo lo que he aprendido sobre actuar e interpretar lo aprendí en Actor's Studio», afirmó. Participó en las clases de Lee Strasberg, cuyo objetivo era que el actor buscara «intensamente la verdad emocional de cada obra (…) más concretamente exigía a sus alumnos que recurrieran a sus propias experiencia vitales para usarlas como reserva de emociones que podían utilizar para expresar sentimientos que sus papeles le exigieran». Los actores podían así recurrir a una «memoria emotiva» para revivir experiencias vitales. En esencia se buscaba una técnica natural y auténtica. Pero curiosamente Newman aprendió más mirando que actuando. «Simplemente permanecía sentado, observando cómo la gente hacía sus cosas, y tenía la suficiente sensatez para no abrir mi bocaza».
Trabajó en el teatro, en una obra llamada Picnic, y gracias a las buenas críticas que recibió su interpretación, hizo pequeños papeles en programa de la CBS. Entretanto tuvo su segunda hija. También fue la época en la que conoció a la que sería el amor de su vida: Joanne Woodward, una actriz extraordinaria que ganaría un Óscar antes que su marido. Sobre ella y Newman Ethan Hawke realizaría para la HBO una maravillosa serie titulada Las últimas estrellas de Hollywood (2022).

Paul Newman y Joanne Woodward en su apartamento de Greenwich Village, Nueva York, en 1961. Crédito: Getty Images.
Newman, que se había casado demasiado joven, se sentía atrapado en su matrimonio, pero trató de aguantar todo lo que pudo. Finalmente logró un contrato con la Warner Bros y participó en un filme del que se arrepentiría toda su vida. Se titulaba El cáliz de plata (1954), y su actuación le hizo sentir tan mal que pensó en dejarlo todo. Tampoco le agradó que los críticos le compararan físicamente con Marlon Brando, algo que le sucedería durante muchos años. Después marchó a Hollywood con su familia, pero le costó adaptarse, porque estaba acostumbrado al teatro y a hablar -largamente- sobre las complejidades de sus personajes y a ensayar durante semanas. Cuestionaba con los directores cada detalle del guion y la dirección. Hasta que le llegó su primer gran papel, Marcado por el odio (Robert Wise, 1956), basada en la vida de boxeador Rocky Graziano.
Pero sus conflictos interiores le jugaron una mala pasada. Comenzó a beber demasiado y tuvo finalmente un accidente de tráfico. La suerte entonces le volvió a acompañar y rodó El largo y cálido verano (Martin Ritt, 1960) precisamente junto a su amante, Joanne Woodward. Tras pensárselo mucho el actor finalmente decidió divorciarse y se casó con Joanne. Fueron de luna de miel a París y Londres pero Newman tuvo que regresar a Estados Unidos para rodar La gata sobre el tejado de Zinc (Richard Brooks, 1960) basada en la obra de Tennessee Williams. El filme estuvo a punto de no finalizarse porque durante el rodaje falleció el marido de Elisabeth Taylor y ella se negó a continuar, traumatizada por la pérdida.
Con cada nuevo filme, el talento de Newman se iba haciendo cada vez más evidente. También quedó claro qué clase de papeles le iban mejor, los personajes problemáticos, juerguistas, desvergonzados, bebedores, y rebeldes. En cierto modo, poco a poco se fue convirtiendo en ellos también en su vida real. Sin embargo, nunca dejó de ser también un profesional que trabajaba muy en serio cada obra, estudiando los guiones de forma obsesiva. Otra característica fundamental de su personalidad era que siempre hacia las cosas hasta el final: «cuando bebo, bebo, y cuando estudio, estudio. No hay vuelta de hoja».
Con cada nuevo filme, el talento de Newman se iba haciendo cada vez más evidente. También quedó claro qué clase de papeles le iban mejor, los personajes problemáticos, juerguistas, desvergonzados, bebedores, y rebeldes. En cierto modo, poco a poco se fue convirtiendo en ellos también en su vida real.
También se metió en política, fue defensor de los derechos civiles, e intervino en actos del partido demócrata. En 1963 defendió junto con Burt Lancaster y Marlon Brando a Martin Luther King. Asistió a mítines y manifestaciones y creó una fundación para donar dinero a grupos defensores derechos civiles. Pero con los años su forma obsesiva de trabajar afectó a su conducta como padre de nada menos que de seis niños entre ambos matrimonios. A veces se encerraba durante semanas en su finca de Connecticut o se iba de viaje a otras ciudades para investigar su papel. Luego, cuando volvía, o mimaba demasiado a sus hijos o era demasiado severo.
En la década de los sesenta se convirtió en el actor más famoso del mundo. La gente le paraba por la calle para ver de cerca sus famosos ojos azules, y cuando decidió llevar gafas de sol, le pedían que se las quitara. «No hay cosa que te haga sentir más como un objeto», dijo. Tampoco le sirvió de nada dejarse barba. Entonces le gritaban: «¡Mirad, es Paul Newman con barba!» Dejó incluso de firmar autógrafos cuando un tipo se acercó a él mientras estaba en un urinario.
En 1961 rodaría de la mano de Robert Rossen El buscavidas, obra maestra que fue candidata a nueve Óscar, entre ellos el de Mejor actor. En ella interpretó a Eddie Felson, un autodestructivo, borracho y brillante jugador de billar. Sin embargo no recibió el premio, algo que increíblemente tardaría décadas en suceder. A partir de este momento, cada nuevo filme sería un clásico del cine: Dulce pájaro de juventud (Richard, Brooks, 1962), Hud (Martin Ritt, 1963), o Cortina rasgada, de la que salió bastante descontento, porque a Hitchcock le aburrían soberanamente los rodajes. Para él lo divertido estaba antes, cuando escribía y dibujaba cada escena. Ni siquiera le dejó ensayar y apenas pudo leer el guion. Cuando lo hizo, Newman escribió un memorado con decenas de cambios y Hitchcock se enfadó enormemente.

Paul Newman en una imagen tomada en la década de los 50. Crédito: Getty Images.
Una de las peculiaridades de Newman en aquella época fue que se convirtió en un hombre ya maduro que interpretaba a hombres que no habían perdido sus pulsiones juveniles. Eran, como dice Shawn Levy, «rebeldes creciditos». A todo eso ayudaba su envidiable físico, y aunque se le veía siempre con una cerveza en la mano, tenía un cuerpo atlético y un rostro firme y freso que se decía lo sumergía todas la mañanas en un cubo de agua con hielo.
Otra peculiaridad es que nunca dejó de trabajar con su mujer Joanne, de la que siempre pareció estar enamorado. Entre 1956 y 1963 hizo 18 filmes, cinco de ellos con él. Pero su verdadera consagración como actor le vendría con La leyenda del indomable (1967), un personaje que le iba a la perfección: inconformista, rebelde y pícaro. Como curiosidad, el propio Newman confesó que no se comió ni un solo huevo durante la famosa escena en la que su personaje se comía cincuenta. Tampoco obtuvo el Óscar por este papel.
Un verdadero cambio en su vida se produjo cuando le ofrecieron hacer de piloto en 500 millas (James Goldstone, 1969). Como siempre, se dedicó a investigar a fondo el mundo del personaje y aprendió a pilotar coches de carreras, una pasión que ya no abandonaría. De hecho, participó en carreras profesionales hasta casi los setenta años, jugándose la vida más de una vez. También le gustaba al ambiente de camaradería y masculinidad que se respiraba en los circuitos.
Como menciona su biógrafo Shawn Levy, quizá su mayor logro fue seguir casado con Joanne Woodboard durante casi cincuenta años, algo extraordinario en un mundo tan volátil como el de Hollywood.
Pero todavía le esperaban grandes éxitos, dos de las películas más taquilleras de la historia, ambas protagonizadas junto con su amigo Robert Redford. Serían Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1974), ambas dirigidas por George Roy Hill. Fue precisamente durante el rodaje de la primera de ellas cuando tuvo una aventura con Nancy Bacon, una periodista de Hollywood. Vivió una verdadera crisis matrimonial a la que sumó el hartazgo de Joanne por tener que ocuparse de sus tres hijos más los otros tres de Newman, mientras él viajaba de un lado a otro. A pesar de todo lograron sobrevivir a un escándalo que salió en todos los periódicos.
Entretanto, también se dedicó a la dirección, demostrando su gran talento con filmes como Rachel Rachel (1968) o Casta invencible (1971), aunque ninguno de ellos supuso un verdadero éxito comercial. Solo con el tiempo se ha demostrado que fue uno de los mejores realizadores de su época.
La década de los setenta fue difícil para Newman, no solo por protagonizar varios fracasos comerciales, sino por la muerte de su hijo Scott, un joven que nunca logró salir de la sombra de su padre, que se metió en drogas, intentó ser actor y finalmente acabó muerto en un hotel tras mezclar cocaína y sedantes. Fue un auténtico golpe para Newman, quien se sentía muy culpable por no haber sabido ayudar a su hijo.
En los ochenta emprendió un negocio que inicialmente no fue más que un juego con un amigo, pero que luego le rindió enormemente. Creó su propio aliño para ensaladas y salsas para espaguetis. Newman's Own fue un éxito y su rostro comenzó a verse en todos los supermercados de Estados Unidos. También fue una época en la que hizo dos de sus mejores papeles, en The Veredict (Sidney Lumet, 1982) y en El color del dinero (Scorsese, 1986), obra por la que finalmente recibiría un merecido Óscar.
Pero como menciona su biógrafo, quizá su mayor logro fue seguir casado con Joanne Woodboard durante casi cincuenta años, algo extraordinario en un mundo tan volátil como el de Hollywood. Newman continuó haciendo papeles, algunos con gran éxito, como el de Ni un pelo de tonto (Robert Benton, 1994), hasta que finalmente se supo que estaba enfermo de cáncer. El hombre que lo había tenido todo vio cómo su vida se consumía velozmente, en una carrera contra la muerte que no pudo vencer. Sin embargo, su trabajo, extraordinario le ha convertido en uno de los más grandes actores de todos los tiempos. Una vida que Shawn Levy describe magníficamente detalle a detalle, llevando a cabo el relato más completo del actor hasta la fecha, de tal forma que al final del libro tenemos la sensación de haber conocido al verdadero Paul Newman.
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