El viaje de Miyazaki: sindicalismo, manga, animación, ecologismo y política
Que Hayao Miyazaki es una de las grandes figuras de la animación de los últimos 40 años es algo que a estas alturas ya nadie puede poner en duda, y es por eso que el anuncio de una nueva película (¡este señor no quiere retirarse!) o cualquier publicación que lleve su firma es una excusa para festejar entre todos aquellos que hemos caído rendidos ante su talento: casi de forma paralela al estreno de su más reciente película, «El chico y la garza», nos ha llegado tanto en castellano como en catalán «El viaje de Shuna» (Salamandra Graphic), una obra inédita en España, en la que vemos a un Miyazaki anterior a la fundación de Ghibli ofreciendo al lector algo que se encuentra a medio camino entre el libro ilustrado y el manga. Esto puede sorprender a los que solo conozcan la faceta de director de animación del Miyazaki, así que puede ser interesante que hagamos un breve repaso a su figura en su totalidad. Oriol Estrada, divulgador de cultura japonesa especializado en manga y anime y organizador del Salón del Manga de Barcelona, nos lleva de la mano por este fascinante camino.
Por Oriol Estrada
Hayao Miyazaki en la Cómic Con de San Diego del año 2009. Crédito: Getty Images.
Miyazaki, nacido en 1941, es un niño de la guerra. Su padre trabajaba para la industria militar construyendo partes de aviones y eso hizo que no pasara por las penurias económicas que la mayoría de civiles japoneses sufrieron durante la guerra del Pacífico, pero aun así los bombardeos y todo el ambiente bélico tuvieron un impacto profundo en él. Su obsesión por los aviones y por la guerra, que tan a menudo vemos en sus obras por muy dispares que sean, tienen aquí sus raíces. Todo indicaba que Hayao seguiría los pasos de su padre y acabaría recogiendo el testigo de la empresa Miyazaki Airplane, pero no tardaría en picarle el gusanillo artístico. En buena medida, esto le llegó con el impactó que causó en él la película El cuento de la serpiente blanca, la primera película de animación en color japonesa, una cinta creada por el estudio Toei Animation (una producción que podríamos considerar faraónica, con unos 14.000 trabajadores que terminaron la película en menos de 10 meses). Unos años después, Miyazaki entraría a trabajar en ese mismo estudio, donde empieza a labrarse un camino que le llevaría a convertirse en el (probablemente) director de animación japonés más popular en todo el mundo. Su paso por Toei fue bastante accidentado, lo cual nos da algunas pistas para entender quién era por entonces Miyazaki y cómo acabaría afectando aquella etapa en el corpus de su obra. Siendo uno de los líderes sindicales de los trabajadores del estudio, no tardó mucho tiempo en organizar una huelga, enemistándose así con la dirección de la empresa. En sus trifulcas conoció a Takahata Isao, quien se convirtió en uno de sus grandes compañeros en el mundo de la animación. Ambos acabaron saltando del estudio precisamente por sus ideas entre el marxismo y el maoísmo, y empezarían a trabajar en proyectos varios, a veces juntos y otras por separado: desde Heidi hasta Conan, el niño del futuro, pasando por una película de Lupin III, para finalmente reencontrarse y empezar el proyecto común del ahora famosísimo Studio Ghibli.
Con permiso de La princesa Mononoke, el éxito mundial definitivo de Miyazaki y de Ghibli llega con el Oscar y el Oso de Oro que recibió por El viaje de Chihiro en 2002, pero los aficionados a la animación japonesa hacía ya muchos años que conocían y respetaban enormemente a este director por películas como Porco Rosso, Mi vecino Totoro y, lógicamente, La princesa Mononoke, pero también por Nausicaä del Valle del Viento, tanto en su versión animada como en la del manga original. Como decíamos al principio, la de autor de manga es su faceta más desconocida para el gran público, pero realmente ha jugado un papel más que interesante e importante en el desarrollo de su carrera. El viaje de Shuna se ha entendido a menudo como una especie de ensayo de lo que vendría poco después, una fábula inspirada en un cuento tibetano con tintes ecologistas que reflexiona sobre el progreso, la relación del ser humano con la naturaleza y lo divino, un discurso habitual en la mayoría de películas de Miyazaki. No solo se dice que su protagonista reaparece años después como Ashitaka en La princesa Mononoke, sino que también pudo tener su influencia en el desarrollo de Nausicaä. Aunque aquí la cronología de la creación de ambas obras no está muy clara, lo que sí sabemos es que Nausicaä se publica a partir de 1982 y no termina hasta 1994 (sí, muchos años más tarde que la película) y que El viaje de Shuna se publica un año después, en 1983. Fuese primero el huevo o la gallina, ambas obras parece que provienen de un mismo origen común, tienen unos desarrollos algo parecidos (una se convierte en película y la otra en drama radiofónico), y es más que evidente que las tesis que hay detrás de ambas historias han seguido expandiéndose a lo largo de la carrera del director. Y recordemos, ambos proyectos empiezan en el mundo del papel.
Páginas interiores de El viaje de Shuna. Crédito: cortesía de Salamandra Graphic.
Hay más obras que vinculan a Miyazaki con el manga, como son las historias cortas de Porco Rosso y la puede que más desconocida adaptación al manga de El gato con botas, que acompañaba los estrenos de la famosa franquicia que dio la mascota a Toei Animation. Pero, según el propio director, para él no tenía sentido seguir una senda en la que se veía incapaz de superar a figuras como la de Tezuka Osamu, apodado como Dios del Manga y creador de Astro Boy, Black Jack o el archiconocido manga Adolf. Pero en el terreno de la animación sí se veía capaz de ello. De hecho, aborrece todo lo que Tezuka Osamu hizo con la animación japonesa (la serie de Astro Boy se considera la primera serie de anime televisiva de la historia). Según el director de Ghibli, Tezuka tuvo demasiada prisa en llevar la animación a televisión, y la consecuencia de ello fue que la animación japonesa acabó siendo de mala calidad, barata y mal pagada. Todo esto salió de su boca una vez el Dios del Manga ya había muerto, y nos mostró otra de sus facetas más conocidas: el carácter cascarrabias y algo cabezón de Miyazaki.
De hecho, seguramente su cabezonería sea uno de los factores que más ha contribuido a que sus películas (y el propio Studio Ghibli) se hayan convertido en el referente que es hoy. Un ejemplo claro es su férrea voluntad en seguir haciendo animación de forma tradicional, dibujando a mano prácticamente todos los fotogramas de la película. Ese carácter obsesivo por el detalle se dice que le lleva a revisar personalmente todas y cada una de las imágenes que se utilizan en sus películas, o a ser él mismo quien se encargue de dibujar algunas partes para que queden exactamente como las quiere (fue el caso del agua en Ponyo en el acantilado). Es cierto que con el tiempo ha aceptado utilizar en algunas escenas concretas o en algunas circunstancias la ayuda de herramientas digitales, pero sigue siendo un proceso principalmente manual, y lo cierto es que es algo que se hace patente en seguida, distinguiendo la animación de Ghibli de la mayoría de producciones japonesas (incluso de algunas propias del estudio, que no de Miyazaki, que no han obtenido grandes resultados).
A lo largo de su carrera ha trabajado muy a menudo a partir de obras ya existentes, tanto desde sus tiempos adaptando obras clásicas de la literatura universal, como cuando dirige su primera película (que a pesar de ser una historia original, estaba protagonizada por Lupin III), incluso dirigiendo los primeros episodios de la coproducción japonesa e italiana de Sherlock Holmes, y con Ghibli siempre ha ofrecido una mezcla de ideas originales con adaptaciones de novelas. Pero en su forma de trabajar lo que puede sorprender (e incluso horrorizar a aquellas personas que trabajen en este tipo de producciones) es que todo se pone en marcha sin tener siquiera la historia terminada. Esto afecta tanto a las historias originales como a las adaptaciones, ya que estas últimas siempre han sido muy libres, e incluso ha habido autoras de las novelas originales que han dejado claro que el resultado final se parece solo ligeramente a su obra. No obstante, a Miyazaki le gusta trabajar con ese instinto y ese fluir natural de las cosas, como pidiendo a la propia historia que le vaya dictando poco a poco su devenir.
Páginas interiores de El viaje de Shuna. Crédito: cortesía de Salamandra Graphic.
Más allá de cuestiones más técnicas o artísticas, una de las constantes del trabajo de Miyazaki tiene que ver con sus protagonistas, ya que en la gran mayoría de sus películas acostumbran a ser femeninas. A veces ha buscado apelar directamente al público femenino más joven para ofrecerles un modelo de conducta. Y ya sean las que entran en la adolescencia (como Chihiro o Kiki/Nicky) como las que ya la dejan atrás para enfrentarse al mundo adulto, las protagonistas de las películas de Miyazaki casi nunca han necesitado la presencia de un príncipe azul que les saque las castañas del fuego. El romance puede jugar una parte o ninguna en la ecuación, pero no ha sido nunca el motor de la historia. Quizá por esto llega a sorprender, cuando lees El viaje de Shuna en el siglo XXI (recuerda que fue publicado originalmente en 1983), que el protagonista sea un chico (aunque en este caso concreto, no parece que sea un factor de peso en la historia). Más allá del diagnóstico social e histórico que se pueda hacer del avance del feminismo en Japón, bien cierto es que Miyazaki y Ghibli a menudo han nadado a contracorriente en este aspecto, ya que su apuesta feminista llega cuando en la industria del anime el protagonista por defecto era masculino, al menos en producciones que apelaban al gran público. Las cosas han cambiado bastante desde los años ochenta, pero sigue siendo muy destacable el trato que ha dado Miyazaki a la figura femenina a lo largo de su carrera.
Algo similar podemos decir del ya mencionado discurso ecologista. Mucho antes de que el ecologismo fuese casi una moda en occidente, Miyazaki ya advertía a través de Shuna o de Nausicaä que los seres humanos no estábamos tratando nada bien nuestro entorno. Desde Nausicaä hasta llegar a Ponyo, pasando por Totoro o Mononoke, la naturaleza está siempre muy presente en todos sus trabajos. Miyazaki ha podido hacerlo con tonos muy distintos: en Mi vecino Totoro, el espíritu del bosque se convierte en este avatar de la naturaleza que nos invita a conectar con ella, algo parecido a lo que pasa con el personaje de Ponyo; pero en Nausicaäa en el Valle del Viento, La princesa Mononoke o El castillo ambulante hace presencia la guerra y su poder destructivo, y se presenta la codicia como uno de los motores de la extinción humana y del planeta. El mensaje, al final, es parecido: para sobrevivir hay que cuidar del planeta y cuidarnos a nosotros mismos, que vendría a ser lo mismo.
Hayao Miyazaki. Crédito: cortesía de Salamandra Graphic.
Todo ello nos lleva a pensar en la errónea imagen que a veces se puede tener de la fantasía o las películas consideradas para niños como historias apolíticas y escapistas. Miyazaki ha demostrado a lo largo de su carrera que ese joven sindicalista de los años sesenta, aunque haya podido cambiar y evolucionar su pensamiento, sigue comprometido y demostrando una gran conciencia política. Algo que puede mostrar en sus decisiones técnicas y artísticas, en la elección de sus historias, sus protagonistas y sus destinos finales. Y todo esto, como veníamos diciendo, se refleja de una u otra manera en El viaje de Shuna. Una obra que cuesta definir como un cómic (o manga), porque se asemeja más a un libro ilustrado, aunque sigue usando recursos propios del noveno arte. Quizá, y ya que estamos hablando de una obra japonesa, sería más acertado hablar de las e-monogatari, un eslabón entre el historias ilustradas y el cómic que en su momento habían convivido (e incluso competido) con el manga en las páginas de las revistas infantiles japonesas en la primera mitad del siglo XX. La definamos como la definamos, es una obra con una enorme belleza visual que consigue trasladarnos una vez más a esos mundos fantásticos de Ghibli y Miyazaki, sin olvidarse por un momento de reflexionar sobre el desarrollo de la civilización y su relación con lo natural y lo divino.