Keum Suk Gendry-Kim: cuando el horror llama a la puerta
Hace apenas un año, la historietista surcoreana Keum Suk Gendry-Kim tiró abajo la puerta del sector editorial en español con «Hierba», una novela gráfica de no ficción que llegaba avalada por decenas de reconocimientos internacionales y por varios de los premios más prestigiosos del mundo del cómic. Aquel libro de estética «manhwa», evidente influencia europea y alto vuelo literario arrojó luz sobre las «mujer de consuelo», el eufemismo utilizado por el ejército imperial japonés para referirse a sus esclavas sexuales, a través del testimonio actual de una superviviente. Una historia aterradora sobre uno de los capítulos más oscuros del siglo XX. Apenas reposado aquel éxito sin casi precedentes, la autora regresa ahora con «La espera» (ambas bajo edición de Reservoir Books), otro acercamiento a la historia reciente de su país a través de los recuerdos de varias mujeres -entre ellas, la madre de la propia autora- que en junio de 1950 tuvieron que dejar todo atrás para huir de la guerra fratricida que estaba a punto de estallar en Corea, un conflicto que dividió el país de tal forma que aún hoy, más de 70 años después, sigue derribando todos los puentes que se han intentado tender entre estas dos naciones hermanas. Hablamos con la autora de esta grieta civil, así como de la poética de la novela gráfica, el papel de las mujeres en una sociedad patriarcal, la memoria y el paso del tiempo y los finales insatisfactorios.
Por Suso Merlo
Keum Suk Gendry-Kim. Cortesía de Reservoir Books.
Las historias de terror tienen un punto de irrealidad que las hacen digeribles para quienes no las sufrimos directamente. Aunque abran los informativos, nuestra mente pone distancia para poder convivir con ellas: si yo no vivo en ese país, a mí no puede afectarme esa guerra. Quizá suene a recurso de autoayuda barata, pero funciona: como yo no soy él (un inmigrante que huye en patera, un refugiado que se protege bajo un puente de las bombas que han devastado su casa, un periodista secuestrado por el narco o los extremistas religiosos), a mí no puede pasarme lo que le está pasando a él. Pero lo cierto es que sí puede ocurrirnos. Nosotros podemos ser ellos. Aunque no queramos reconocerlo, es una posibilidad que está ahí. Y Keum Suk Gendry-Kim se ha empeñado en recordárnoslo, en despojarnos de nuestras redes de seguridad para que seamos conscientes de lo débiles que somos. Sus historias provocan que todo ese dolor al cual parecíamos inmunes se cuele en casa y se vuelva incontrolable: se pega tanto que no te puedes despojar de él. Son como una bofetada que no esperas: las vidas de otros se vuelven propias; el sufrimiento de otros lo padeces tú porque te lo muestra tan de cerca, tan en plano detalle, que no puedes evitar mirarlo a los ojos.
Su capacidad para llevar el horror ajeno al plano íntimo es la principal virtud de las novelas gráficas que esta autora surcoreana ha publicado en España: Hierba y La espera (ambas bajo edición de Reservoir Books). En la primera, comparada con obras maestras del género como Maus o Persépolis, Keum Suk Gendry-Kim narra la historia real de una superviviente, Lee Ok-Sun, una joven coreana que durante la guerra del Pacífico fue explotada como «mujer de consuelo», el eufemismo utilizado por el ejército imperial japonés para referirse a sus esclavas sexuales. En la segunda, la autora viaja a través de varios testimonios a la Corea dividida de 1950, cuando una guerra fratricida separó a familias enteras: unos quedaron al norte de una frontera infranqueable, el paralelo 38; otros, al sur. Aún hoy, más de 70 años después, el abismo que les separa es insalvable, un agujero que crece con el irremediable olvido que el paso del tiempo provoca.
Para dar forma a estas historias, Keum Suk Gendry-Kim se entrevistó con mujeres que fueron testigos del sinsentido de la guerra, del rostro más cruel de la humanidad: del imperialismo japonés o chino al intervencionismo soviético o yanqui, Corea está profundamente marcada por las cicatrices que la historia ha dejado sobre su piel. La autora surcoreana se ha servido de este sufrimiento cotidiano para mostrar la historia de su país en un ejercicio de memoria que le ha pasado factura a nivel personal: «Todo lo que hago tiene un gran significado para mí. Antes de escribir Hierba aceptaba todos los encargos que me ofrecían, desde traducciones hasta ilustraciones para cuentos infantiles; sin embargo, Hierba fue un punto de inflexión: dejé de lado aquellos otros trabajos y decidí centrarme en las historias que realmente quería contar. La empecé en una situación complicada para mí, pero sabía que si no tomaba ese camino, por doloroso que fuera el proceso, quizá no podría hacerlo en el futuro. Así que tomé la determinación. Y acerté. Hierba me dio la oportunidad de acercarme a la vida como concepto global y a la vida de las mujeres como idea particular. Tiempo después, La espera me ayudó a reflexionar sobre temas como la falta de comunicación, los conflictos entre diferentes generaciones, las relaciones entre pasado, presente y futuro y los protagonistas anónimos de nuestra historia».
Nos citamos con Keum Suk Gendry-Kim en un hotel de la Gran Vía de Madrid, ciudad a la que ha viajado para presentar La espera ante medios y público. Es una mujer menuda, de aspecto tímido, a la que sorprendemos mientras habla entre risas con su intérprete. Saluda bajando la cabeza en una suerte de típica reverencia asiática, aunque lo cierto es que estudió Artes Decorativas en Estrasburgo y vivió en París durante 17 años. Esta colisión de culturas occidentales y orientales ha dejado una evidente huella en su trabajo: por un lado, el trazo preciosista que bebe del manhwa (ligeramente distinto del manga japonés); por otro, la profundidad narrativa del cómic de autor europeo. El resultado es una propuesta que viaja de lo indiscutiblemente personal a lo universal, una obra que impacta tanto por lo que se dice como por el cómo se dice. Pero más allá del estilo pictórico, el trabajo de Keum Suk Gendry-Kim traspasa el formato para tocar la fibra de sus lectores: «Con las novelas gráficas puedes volver atrás para releer y dar contexto a lo que está ocurriendo. Es un mecanismo que permite darle forma a la narración sin estar sujetos al paso del tiempo, que es algo que no sucede con las películas, que tienen otras fortalezas pero que avanzan sin detenerse. Asimismo, creo -¡tengo que hacerlo!- que las ilustraciones tienen una chispa, una magia, que hace que las historias puedan llegar a ser más conmovedoras».
«Hay momentos dolorosos en la vida de todos nosotros, sobre todo en nuestra esfera más íntima. Es como una piedra que rasga y lastima el corazón, una herida que no queremos mostrar a los demás. En mis novelas siempre he querido enseñar ese lado íntimo de las personas, pero lo hago a través de la simbología o de la metáfora».
Ella las define como «conmovedoras», pero lo cierto es que son desgarradoras. Dos ejemplos a vuelapluma: en Hierba esterilizan a una mujer de consuelo con vapor de cianuro para poder seguir siendo violada por los soldados japoneses sin que haya riesgo de embarazos no deseados. En La espera, los cadáveres se amontonan en las cunetas durante el éxodo de refugiados que huyen del norte de Corea. Hombres y mujeres que mueren de inanición o congelados. También niños. Y bebés. Ay, bebés. La estampa es absolutamente brutal: «Hay momentos dolorosos en la vida de todos nosotros, sobre todo en nuestra esfera más íntima. Es como una piedra que rasga y lastima el corazón, una herida que no queremos mostrar a los demás. En mis novelas siempre he querido enseñar ese lado íntimo de las personas, pero lo hago a través de la simbología o de la metáfora. Como artista, al expresar momentos duros a través de texto e ilustraciones, trato siempre de conectar a mis lectores con la historia de los personajes para que la vean como si fuera propia. Para lograrlo, acudo a la simbología para poder narrar situaciones difíciles, que es un mecanismo me permite darle una carga poética al sufrimiento ajeno».
Páginas interiores de «La espera» (Reservoir Books, 2023).
Tanto Hierba como La espera hacen un repaso a la historia moderna de Corea, un país zarandeado continuamente por regímenes totalitarios que dieron lugar a la actual Corea del Sur, una de las naciones más desarrolladas del mundo, y a su vecina del norte, un lugar inhóspito que vive bajo el yugo del líder supremo Kim Jong-un. Dos caras de la misma moneda. De esta lectura global, Keum Suk Gendry-Kim pasa a un plano íntimo a través de todas esas mujeres cuyo acceso a la educación estuvo condicionado y limitado por sus obligaciones domésticas, situación que marca el resto de sus vidas al crecer como personas dependientes: «Históricamente, los hombres siempre han tomado las grandes decisiones sociopolíticas. Sin embargo, las mujeres son los pilares fundamentales de la Humanidad. Las que dan vida y proveen. Como historietista, tengo una clara tendencia en enfocar mi trabajo en mostrar el desempeño de las mujeres y de las madres en la sociedad coreana, aunque lo hago en un contexto muy diferente: ahora mismo, en mi país, hay muchas familias unipersonales, a diferencia de tiempos pasados en los que la mujer tenía un papel que se limitaba al ámbito doméstico y en los que las hijas tenían la obligación de cuidar de sus padres ancianos. Este cambio de mentalidad marca nuestro concepto de familia. En La espera hay una clara comparación entre el modelo de conducta de mi generación y el de la generación de mis padres: mientras las jóvenes de hoy nos preocupamos por el desempleo o los problemas de acceso a la vivienda, las generaciones previas sufrían las consecuencias de haber vivido y crecido en una sociedad que encajonaba a sus mujeres. Este contraste permite entender el papel de la mujer no solo en Corea del Sur, sino también en otros países con una tradición patriarcal así de arraigada».
«En una guerra, muchas personas no saben si sus hermanos, hijos o padres están vivos o muertos: esto cambia la manera de entender su propia existencia, ya que no tiene un sentido completo sin saber qué ha sido de las personas a las que aman. No pueden pasar a la siguiente página de su vida».
Sus libros también nos ponen los pies en suelo firme retratando a mujeres que devienen madres, ya sean biológicas o adoptivas. Madres que aman como solo una madre puede amar. Y que sufren como solo una madre puede sufrir. Porque lo que se cuenta en La espera invalida aquello de que «el tiempo lo cura todo». Soberana tontería esta frase hecha, sobre todo si un día miras atrás y piensas en las siete décadas que han transcurrido desde el día en que perdiste a tu hijo en una caravana de refugiados: «Es un libro que narra la historia de las miles de familias separadas en la guerra de Corea. Durante el éxodo masivo hacia el sur para huir de las bombas, muchas personas perdieron de vista a sus seres queridos. Sin embargo, el auténtico drama no fue aquel, sino la incertidumbre posterior de no saber si estaban vivos o muertos. ¿Cómo podían saberlo en aquella situación?».
Páginas interiores de «Hierba» (Reservoir Books, 2022).
Y esta pregunta nos lleva a una de las más amargas sensaciones que provocan estas lecturas: la vida no siempre nos ofrece un final satisfactorio. Ni siquiera un final: cuando pasemos nuestra última página, serán muchas las tramas que queden sin resolver. Dudas que se prolongan durante años, durante décadas. Que no te dejan vivir: «Yo me centro en Corea, pero esto es algo extensible a todos los conflictos bélicos del mundo. En una guerra, muchas personas no saben si sus hermanos, hijos o padres están vivos o muertos: esto cambia la manera de entender su propia existencia, ya que no tiene un sentido completo sin saber qué ha sido de las personas a las que aman. No pueden pasar a la siguiente página de su vida. En Corea, hay muchos matrimonios que fueron separados hace más de 70 años. Eran jóvenes y hoy son ancianos viviendo solos, cada uno a un lado de la frontera. En estos últimos años se han llevado a cabo proyectos de reencuentros organizados por la Cruz Roja, pero son una lotería: apenas un puñado de personas de decenas de miles han logrado reencontrarse con sus seres queridos, un encuentro que está estrictamente vigilado por funcionaros norcoreanos y apenas dura unas horas. Mi madre, por ejemplo, nunca ha tenido la fortuna de participar en uno de estos reencuentros. Y como ella, miles más. Y hablamos de personas ancianas que posiblemente no vivan lo suficiente como para que les llamen. Esto nos hace preguntarnos sobre todos ellos, sobre su memoria y sobre sus recuerdos. Y lo tenemos que hacer en un contexto, el actual, en el que seguimos padeciendo las diferencias del pasado: ambas Coreas siguen enfrentadas en un conflicto geopolítico global que no nos atañe solo a los coreanos. En esta situación, ¿cómo podemos reencontrarnos antes de que se nos acabe el tiempo, de que sea demasiado tarde?».
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