En el nombre de «Las Madres»: Carmen Mola y los límites de la novela negra
El taquicárdico ciclo literario que nació en 2018 con «La novia gitana» y que ha devenido un fenómeno de masas llega a su cuarta entrega con «Las Madres» (Alfaguara), una novela en la que la Brigada de Análisis de Casos se enfrenta a un nuevo caso espeluznante mientras lidia con sus tensiones laborales y sus demonios interiores. Conversamos con el trío de escritores detrás del controvertido seudónimo Carmen Mola -Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz- sobre su atrevida visión del género negro y el «thriller», su metodología de trabajo, sus fuentes de inspiración y si deben de existir límites al escribir ficción.
Por Antonio Lozano

Carmen Mola son (desde la izquierda) Agustín Martínez, Antonio Mercero y Jorge Díaz. Crédito: Diego Lafuente.
La publicación en 2018 de La novia gitana provocó un enorme impacto en el panorama de la novela negra española. A la fuerza de una propuesta que acercaba el ritmo y la acción a cotas cinematográficas pocas veces alcanzadas se añadía la transgresión de ciertos tabúes en la plasmación de la violencia y el tremebundo peaje físico y psicológico en el desempeño de la labor policial. Capaz de generar una tensión y una angustia desacostumbradas incluso para los parámetros del género, su combinación de adrenalina, explosividad emocional y atrevimiento mereció una respuesta entusiasta por parte tanto de los lectores como de la crítica especializada. En paralelo, el misterio detrás de la autoría, protegida por un seudónimo femenino, añadió combustible a las llamas.
Desde entonces lo que comenzó siendo un libro en boca de todos, no ajeno a sanas controversias pero merecedor por unanimidad de calificativos como «adictivo» o «arrollador», ha devenido un ciclo cuyos más de seiscientos mil ejemplares vendidos en España y las numerosas traducciones a otros idiomas la aúpan a fenómeno editorial con todas las letras, que recientemente ha dado el salto a la televisión con la adaptación que Paco Cabezas (Penny Dreadful, American Gods) ha dirigido de La novia gitana y con sus responsables, ya desenmascarados, inmersos en la vorágine promocional de Las madres, la cuarta entrega tras La novia gitana, La Red Púrpura y La Nena.
Tras un prólogo chocante ambientado en Ciudad Juárez, Las madres arranca ya como un tiro con el hallazgo de un cadáver en una furgoneta con el que se ha cometido una carnicería que esconde un mensaje de tan difícil como perturbador desciframiento. La investigación irá revelando un tapiz de horrores en el que coincidirán la santería, los vientres de alquiler, un terrible ángel vengador, un grupúsculo policial dedicada a extorsiones y abusos de todo tipo, y una omnívora red de poder en las sombras que lleva décadas actuando con impunidad. Más exigidos que nunca, los componentes de la BAC deberán intentar acallar sus traumas personales y atemperar las múltiples fricciones que existen entre ellos para combatir una temible y tentacular hiedra que amenaza con devorarlos. Carmen Mola ha diseñado un nuevo tren bala (a la par que tren de la bruja) y a desafiar los límites y las convenciones del género negro y del thriller, para seguir disparando las pulsaciones de cualquier lector que no se arredre ante las emociones fuertes. Pura dinamita.
Aún más extrema
Nos sentamos con esta criatura tricéfala que es Carmen Mola, «ya una mente-colmena» en palabras de uno de sus miembros, en una cafetería de un hotel de Barcelona, horas antes de la presentación de su última novedad en esta ciudad, con el propósito de disparar a quemarropa sobre todo tipo de temas, en sintonía con sus libros.
El abuso de poder sobre el débil está siempre presente en el ciclo. ¿Consideráis que escribís en parte novela social y política, donde remover conciencias es tan importante como entretener?
Antonio Mercero: No creo que escribamos novela política o social, lo que ocurre es que el género negro está confeccionado para hace crítica social, emana del mismo, es decir, posas la mirada sobre un aspecto de la sociedad que no funciona bien, la podredumbre de los poderes, la corrupción… En este sentido, en Las madres abordamos temas muy concretos como son los vientres de alquiler (muy silenciado en España, por cierto), la explotación del cuerpo de la mujer, la trata de personas… No incurrimos en panfletos ni en adoctrinamientos, huimos como de la peste de cualquier sesgo moralista, limitándonos a introducir estos asuntos para hacer reflexionar al lector sobre realidades candentes e incómodas. Dicho esto, el mandamiento de No aburrirás es el que rige en toda nuestra literatura, queremos hacer novelas muy entretenidas, trepidantes, agarrar al lector por las solapas desde la primera página, ya puestos, desde la primera palabra, si es posible.
Una faceta que singulariza también a vuestras novelas es la reflexión sobre los límites morales y si cruzarlos o no, es decir, si el hecho de que la ley y la justicia no vayan de la mano nos arroga el derecho o no a buscar soluciones fuera de la legalidad. ¿Qué opináis al respecto?
Agustín Martínez: Es algo que ha ido creciendo en cada novela, los personajes van jugando cada vez más en esa frontera entre el bien y el mal, preguntándose si el bien se corresponde con la justicia y la ley o no. Es insoslayable si pretendes crear personajes que no sean de una sola pieza. En Las madres es más evidente que nunca que los dos grupos enfrentados -por un lado, la BAC, los teóricos buenos, y por el otro la Sección, los supuestos malos- no son monolíticos, sino que sus lindes son porosas y van cruzando de un lado al otro de la moralidad según sus intereses. No descubro nada si afirmo que el dilema moral es sin duda el componente más jugoso a la hora de plantear un conflicto.
«No incurrimos en panfletos ni en adoctrinamientos, huimos como de la peste de cualquier sesgo moralista, limitándonos a introducir estos asuntos para hacer reflexionar al lector sobre realidades candentes e incómodas. Dicho esto, el mandamiento de No aburrirás es el que rige en toda nuestra literatura». Antonio Mercero.
¿Soléis trabajar a partir de un tema, una escena, una problemática de los personajes…?
Jorge Díaz: Nos lo planteamos de diversas maneras. En Las madres, por ejemplo, queríamos desarrollar la idea de la suplantación de personalidad, la figura del topo, aquel que se introduce en un grupo que no es el suyo y que debe intentar entenderlos, alguien que experimenta la tensión que genera tener que traicionar a sus compañeros al tiempo que se identifica con ellos. De haber escrito la novela en los años 80 seguramente lo habríamos plantado en la banda terrorista ETA pero, al encontrarnos en otros tiempos, giramos la vista hacia algo que nos ha venido acompañando tantos años como es la corrupción policial. De todos modos, lo más importante de la novela sale en realidad de una imagen; cuando nos la empezamos a plantear quisimos acudir a la apertura clásica de la novela negra que es por sistema la aparición de un cadáver. Ya que queremos sorprender desde el primer minuto pensamos que habría de presentar unas características no vistas hasta el momento. «Vamos a meterle algo dentro, qué podría ser«, nos dijimos y así empezó una tormenta de ideas. ¿Bombas, tesoros, mapas…? Hasta que alguien salió con un hombre al que le han introducido un feto tras abrirlo en canal. Todos aplaudimos la ocurrencia y, a partir de aquí, arrancó una cadena de preguntas: ¿Quién es?, ¿quién le ha hecho esto?, ¿por qué motivo?, ¿quién es el feto?, ¿quién es su madre?, ¿hay más madres?... De la exploración de todo esto fue surgiendo la novela. En definitiva, que partimos de una imagen y de buscar responder las preguntas que la misma nos arroja. Luego, claro está, se añade la necesidad de dar continuidad al arco de conflictos y relaciones que atraviesan unos personajes que ya han aparecido en tres novelas previas.

Carmen Mola. Crédito: Diego Lafuente.
Trabajáis a fondo las tres patas esenciales del thriller: Trama/Personajes/Estructura. ¿Ponéis mucha atención en que no haya desequilibrios entre ellas? ¿Hay alguno de vosotros más especializado en alguna de estas áreas en concreto?
Antonio Mercero: No hay especialización alguna ni división de tareas, los tres acarreamos a nuestras espaldas un lago adiestramiento en el guion de cine y televisión, áreas en las que llevamos trabajando tres décadas, con lo que estamos pues muy fajados en hacer la estructura, la escaleta, los tres actos, los arcos de los personajes… Las reuniones consisten en poner en común toda esta experiencia ya integrada -y talento, en el caso de que lo tengamos- de cara a escribir una novela. Cada uno reescribe y pule la parte de los otros, es como ir añadiendo capas de barniz a un mueble. Lo principal, en cualquier caso, es la historia (que lleva pegada la trama) y el personaje, mientras que el tema casi que funciona al modo de un trasfondo.
Habéis señalado que no teméis trabajar con estereotipos y clichés, que el secreto radica en lograr que lo de siempre parezca nuevo. ¿Cómo se logra esto, cuál es vuestro librillo al respecto?
Agustín Martínez: Resulta imposible salir del cliché y del arquetipo, el que diga lo contrario miente, todos tenemos metidos en la cabeza unas estructuras narrativas y unos tipos. Ahora bien, precisamente porque el autor y lector los llevan tan interiorizados uno de los grandes peligros al trabajar con la ficción es que el relato se vuelva previsible. La clave radica pues en subvertirlos, darles una vuelta. Por ponerte un ejemplo, el personaje de Elena Blanco nace a partir del cliché del policía atormentado y alcohólico, pero le dimos un giro y en vez de ser un hombre de cincuenta años es una mujer de cincuenta años, que además tiene una relación sentimental con un hombre bastante más joven, así ya generas una perspectiva nueva. Es algo que intentamos hacer con otros muchos personajes pero también con las estructuras. Es un tópico descubrir la identidad del malo en la última página, nosotros lo hemos roto varias veces, desenmascarándolo a mitad o tres cuartos de la novela, con lo que le cambias un poco el paso al misterio. El lector percibe así que pierde la red de seguridad y que no sabe qué va a ocurrir a continuación. Aquí radica el efecto enganche. Lo que no puedes incurrir es en el giro ridículo o en un cliffhanger fantástico que luego no haya manera de recogerlo.
«Con La novia gitana creíamos haber sido muy salvajes y que provocaríamos respuestas airadas y nos sorprendió descubrir no sólo que la gente entraba sino el rango de edad de los que lo hacían, ¡a muchas abuelas les encantaba!». Agustín Martínez
La violencia, en ocasiones extrema o estomagante, es un elemento recurrente en el ciclo. ¿Hay algo de provocación, de tensar los límites del lector, o simplemente reflejáis la crudeza que muchas veces existe ahí afuera?
Agustín Martínez: Desde las primeras reuniones para plantear este ciclo literario supimos que queríamos ir bastante a saco, no ser timoratos a la hora de retratar la violencia, huir de lo que se hace en tantas películas de que si se viene un polvo la cámara se desplaza a la chimenea cuando empieza la acción. Describimos la violencia pero tampoco creo que nos pasemos, siempre buscamos que sea pertinente dentro del relato. Cierto que hemos recurrido a crímenes impactantes porque le damos importancia a la fuerza de las imágenes, que se queden grabadas en la mente del lector. No queremos lanzar fuegos artificiales porque sí, que sea algo del todo gratuito. Nuestro discurso va acerca de Mal y cómo explota en ocasiones en la sociedad a través de la violencia. Con La novia gitana creíamos haber sido muy salvajes y que provocaríamos respuestas airadas y nos sorprendió descubrir no sólo que la gente entraba sino el rango de edad de los que lo hacían, ¡a muchas abuelas les encantaba!
Antonio Mercero: No queremos ser paternalistas con los lectores, protegerlos sería absurdo, ya son mayorcitos para que elijan si les gusta o no lo que proponemos. Todos tenemos límites morales pero a la hora de proponer no hay miedo, huimos de cualquier autocensura. Y te aseguro que al lector le va la marcha, las ventas de nuestras novelas así lo demuestran.
Habéis declarado que la BAC no refleja ninguna sección policial específica pero seguro que se inspira en algunas de reales o ficticias.
Jorge Díaz: Llegó a nuestros oídos que en algún momento existió un departamento que se encargaba de casos que estaban bloqueados porque se habían llevado mal o porque la dirección consideraba que no habían avanzado como debían. Por lo poquito que hemos sabido se acabó convirtiendo en una especie de Asuntos Internos donde se acusaba a policías de incompetencia, lo que provocó su desmantelamiento. Al plantearnos la BAC nos interesó que también pudiera investigar casos antiguos y no resueltos, que por ejemplo pudiera coger un expediente del año 1953 y aprovechar los nuevos recursos para resucitarlo. Al final no hemos recurrido a esta carta pero quizá la explotemos más adelante. Buscábamos pues a un grupo no pendiente de casos del día a día, sino muy crudos o lejanos. Nos encanta que sean policías no policías, para algunos con el aroma de la leyenda urbana, y que no estén en una comisaría sino en un simple piso de la calle Barquillo de Madrid, compartiendo inmueble con empresas privadas. Y también que sean especialistas en diversos ámbitos pero sobre todo individuos cargados de humanidad.

Carmen Mola. Crédito: Diego Lafuente.
La novela negra y el thriller exigen especialmente cuidar el equilibrio entre la libertad de la imaginación y la necesidad de verosimilitud. ¿Cómo trabajáis esta tensión? ¿Dosificáis el asesoramiento de especialistas, ya sea de los cuerpos de seguridad del Estado o del ámbito de la ciencia forense?
Antonio Mercero: Un aspecto crucial a la hora de escribir una novela es buscar el equilibrio entre lo original y lo creíble. La originalidad no puede quebrar la verosimilitud de la historia porque entonces estás siendo estrafalario. Uno juega siempre ahí y a veces se encuentra en el filo, al lector le puedes pedir un salto de fe pero no dos, te puede perdonar una –«vale, esto está exagerado pero te la compro porque mola»-, no más. En una novela negra está bien el efectismo, algo que nosotros buscamos -no queremos un cadáver con un tiro en la cara sino un cadáver con gusanos en la cabeza-, pero no puede ir en contra de la verosimilitud. Sobre el proceso de documentación, llevamos tantos años escribiendo tramas policiales que me doy cuenta que ya puedo volar sólo a la hora de narrar cómo se investiga un crimen. Quizá incurro en algún pequeño error o patinazo pero serán fácilmente disculpables. La ciencia forense es harina de otro costal pero Jorge y yo trabajamos varios años para la serie Hospital Central y casi tenemos convalidado tercero de Medicina (risas).
Jorge Díaz: Ya hemos realizado varios trasplantes a corazón abierto (risas)
Antonio Mercero: Hacemos consultas puntuales cuando ciertos asuntos exigen cierto rigor pero en general no estamos muy a favor de la documentación exhaustiva que encorsete la historia.
Jorge Díaz: Es que en esto al final funciona mucho el sentido común, tirando del «cómo haría yo esto» uno suele acertar.
Cuándo os pusisteis a pensar en los personajes de Elena y Zárate, ¿cuáles fueron vuestras prioridades a la hora de construirlos?
Jorge Díaz: Estas cosas, como el enfoque de la violencia, no las procesas hasta que te enfrentas a las entrevistas. Al escribir las primeras tres novelas desde el anonimato no teníamos que teorizar sobre lo que hacíamos. Elena Blanco nació como un personaje instrumental para el caso que teníamos entre manos -una chica gitana con unos gusanos en la cabeza-, solo luego, sobre todo desde el momento en que salimos con el tema del hijo, vimos que podía crecer más allá de ser una policía y ramificarse hacia muchos lados. Zárate empieza como un complemento o contraste de ella, el joven novato que tiene ilusión y ganas, un ser luminoso frente a las tinieblas que envuelven a Elena. Lo más interesante es que a medida que ha avanzado la serie han invertido los roles: ella está ahora más calmada y necesitada de estabilidad, de aquí que piense en formar una familia, y a él se lo llevan los demonios y piensa obsesivamente en la venganza.
¿Añoráis lo bueno que os concedía el anonimato o salir a la luz pública ha resultado también beneficioso?
Jorge Díaz: Ahora disfrutamos mucho del contacto con los lectores y los periodistas, y también del tener que teorizar sobre nuestro trabajo.
Antonio Mercero: Nos quedamos con lo que te trae de positivo cada situación. La exposición pública es una gozada, ya sea vía la opinión de los lectores, el calor que recibes en las firmas, que te inviten a comer a sitos ricos… Uno de los grandes desafíos al renunciar al anonimato era no perder libertad, poder seguir disparando a matar, porque vivimos tiempos muy mojigatos y de mucha autocensura por el miedo al linchamiento. Y esa irresponsabilidad creativa sigue ahí a tope.
«El gran tema de las novelas de Carmen Mola es la desigualdad y la violencia contra los débiles, en algunos casos estos son las mujeres -La novia gitana, La Nena, Las madres- y en otro es la infancia -La Red Púrpura-. A veces la ejerce el sistema; otras, la familia».
¿Cuáles diríais que son los principales puntos fuertes de Madrid como escenario negrocriminal?
Agustín Martínez: Siempre decimos que elegimos ese entorno por envidia a Barcelona, no por otra cosa (risas). La sensación era que Barcelona tenía mucha novela negra ambientada en sus calles y empezaba a revestir cierta mítica. Madrid parecía estar menos presente en el género de manera que, desde buen principio, pensamos en ella, convencidos de su enorme potencial. Quisimos mostrar una capital poliédrica, que mostrara desde sus focos turísticos a sus arrabales. Nos parecía muy chulo aspirar a que le ocurriera lo mismo que a Barcelona y Madrid: que la gente pueda señalar con el dedo lugares que la ficción ha encumbrado. Ojalá ahora haya quien el caminar por la Plaza Mayor juegue a especular tras qué balcón vive Elena Blanco.
Jorge Díaz: Yo ayer cogí un taxi y camino de Montjuic le pregunté a un taxista en qué barrio estábamos y me dijo que en la Zona Franca. De golpe recordé su huella en La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza y creo que Madrid andaba un poco huérfana de este tipo de identificación con zonas malas. Por eso sacamos el Ventorro de la Puñalá, el último poblado chabolista de la ciudad, o el Parque de las Siete Tetas, desconocido para la mayoría de la gente.
Escribir a seis manos es un ejercicio de generosidad, humildad y respeto pero también delicado (te puede tocar el orgullo, provocar desavenencias…). ¿Dónde yace el secreto del entendimiento?
Jorge Díaz: En el respeto y en que los tres tengamos claro que no debes imponer tu idea a los demás sino pensar exclusivamente en lo que es mejor para la novela. Por fortuna nos preciamos de saber reconocer las buenas ideas vengan de donde vengan: un cadáver con un mapa del tesoro dentro es una mala idea, un cadáver con un feto dentro es una buena idea, la tenga Agamenón o la tenga su porquero. Hay que cultivar apertura de miras suficiente para reconocer que la mejor idea la puede tener un compañero.

Carmen Mola. Crédito: Diego Lafuente.
Se dice que hoy muchos escriben una novela con la mente puesta en que una plataforma te compre los derechos, pensando antes en la adaptación que en el original. ¿Lo percibís? ¿Procuráis huir de este riesgo?
Antonio Mercero: Del guion estamos incorporando un montón de herramientas. Los guiones de televisión están hechos para un espectador muy impaciente, al que pierdes a las primeras de cambio si se aburre. Hay que arrancar muy fuerte desde el principio, saber colocar los puntos de giro, cubrir el arco de los personajes para darles complejidad y riqueza... Por otro lado, es otro género y debe tener poso literario, es decir, construir atmósferas, vestir la prosa… hablamos de lenguajes distintos.
Agustín Martínez: Debes jugar con el estilo ya que no tienes ni imagen ni sonido. O con la voz interior de los personajes, algo vetado a los medios audiovisuales. Lo que sí es un elemento común y que cada vez tiene más peso es la creación de imágenes porque, a fin de cuentas, hablamos de vasos comunicantes, todos influencian a todos. Creo sinceramente que el ciclo es cada vez más literario, que el estilo está más cuidado libro a libro, sin que ello vaya en detrimento del ritmo de la historia, un equilibrio no siempre fácil de alcanzar.
Jorge Díaz: Frente a tantos que, como has apuntado, escriben una novela pensando ya en que mute en guion, nosotros, como hemos sido guionistas, cuando queremos escribir un guion, simplemente escribimos un guion -disponemos de los conocimientos y de los contactos-, no necesitamos excusa alguna, y cuando queremos escribir una novela, escribimos una novela.
En Las madres el motor argumental vuelve a ser la violencia contra las mujeres, el uso mercantil o recreativo del cuerpo de la mujer. ¿Es aventurado concluir que es el gran tema que recorre la serie?
Jorge Díaz: El gran tema de las novelas de Carmen Mola es la desigualdad y la violencia contra los débiles, en algunos casos estos son las mujeres -La novia gitana, La Nena, Las madres- y en otro es la infancia -La Red Púrpura-. A veces la ejerce el sistema; otras, la familia.
Ponéis el foco en un asunto muy controvertido: los vientres de alquiler. ¿No temíais meteros en camisa de once varas y herir sensibilidades, ¿no?
Antonio Mercero: Pensamos que nos metíamos en un tema silenciado, que en un determinado momento se debatió en España y levantó división de opiniones, pero que luego desapareció. Si nos pronunciáramos de un modo muy rotundo sí que nos meteríamos en camisa de once varas, en cambio nosotros utilizamos el asunto como trasfondo de una ficción para que el lector se sienta un poco incomodado e impelido a reflexionar sobre él. Quizá no existan temas tabús para las novelas.

Carmen Mola. Crédito: Diego Lafuente.
La trama aborda también un tema tan apasionante como el de las operaciones encubiertas, los topos en organizaciones criminales. ¿Os habéis documentado sobre ellos? ¿Aprendisteis algo que os sorprendiera?
Agustín Martínez: Nadie se ha tirado dos años infiltrado dos años en la brigada de Villaverde (risas). Llevamos trabajando tanto tiempo el género policial en varios formatos, asesorándonos puntualmente con la guardia civil o la policía, que a estas alturas disponemos de una sólida base documental. Sí que nos fijamos en los casos que nos llegaban de la actualidad informativa sobre diversas brigadas de comisarías corruptas, ligadas al narcotráfico. A partir de aquí ya jugamos con la imaginación.
En Las madres se tocan asimismo los secretos oficiales. España tiene una ley muy restrictiva a este respecto. ¿Creéis que un acierto o un síntoma de una democracia débil?
Antonio Mercero: Creo que el asunto revela algo aterrador: que el sistema necesita recurrir a métodos no siempre legales y limpios para conseguir sus objetivos, lo que incluye operaciones encubiertas y de espionaje como poco turbias. Que la democracia deba echar mano de medidas oscuras para su supervivencia resulta inquietante y paradójico.
La religión yoruba, y una deidad aterradora como la de Iyami Oshooronga, asoma por sus páginas. ¿Cómo llegasteis a ella?
Jorge Díaz: He vivido en Brasil donde proliferan las ceremonias de todo tipo, el mundo de las religiones afroamericanas o afrocaribeñas es un mundo muy potente. Pero todo lo que presencié era muy blanco, casi para turistas, lo más impactante fue ver cómo emborrachaban a una gallina. En cualquier caso, las sociedades secretas y los ritos tienen mucho gancho.
¿Le auguráis una larga vida al ciclo?
Jorge Díaz: En algún momento tendrá que acabar pero mientras nos lo sigamos pasando así de bien seguiremos intentando postergar la llegada de la felicidad a la vida de los protagonistas pues eso sería el fin.
OTROS CONTENIDOS DE INTERÉS:
Una muy breve historia de la novela negra
Alex Michaelides y el siniestro arte de llevar a los dioses al diván
Dennis Lehane: el negro corazón del «noir» que conquistó Hollywood
El Madrid suburbial, arrabalero y violento de Carmen Mola