David Foenkinos: «Ser escritor es ser infiel a la propia vida»
«La verdadera felicidad pasa por librarse del peso de las opiniones de los demás y de sus juicios: solo hay que darles importancia cuando provienen de personas a las que queremos de verdad». En «La vida feliz» (Alfaguara, 2024), el laureado David Foenkinos parte de una convulsa vivencia personal y de una exótica panacea terapéutica para articular la metamorfosis de un taciturno ejecutivo comercial que pasa de un automatismo autodestructivo a una paradigmática asertividad que le granjea aquello con lo que jamás se habría atrevido a soñar. Hablamos con el escritor, dramaturgo, cineasta y músico francés sobre este tránsito existencial aplicado al mundo de la literatura: «Hay un vínculo muy estrecho entre mirar a la muerte cara a cara y luchar por una vida feliz».
Por Carmen Cocina
David Foenkinos en París en una imagen de 2018. Crédito: Getty Images.
Leído, hombre orquesta (ha sido músico de jazz y profesor de guitarra y ha llevado al cine su novela La delicadeza junto a su hermano, el cineasta Stéphane Foenkinos) y además encantador, David Foenkinos no solo encaja al dedillo en el molde del hombre del Renacimiento, sino también en el del hombre hecho a sí mismo, de aquel que ha sabido optimizar lo heredado para sublimar lo adquirido. De padre obrero de torres de control y madre azafata de vuelos, el pequeño David supo librarse de las limitaciones materiales propias de sus orígenes humildes manteniendo los ojos bien abiertos durante los viajes a los que accedió gracias a las pequeñas dádivas laborales (en forma de vuelos gratuitos para la familia) que recibía su madre y a la movilidad geográfica que exigía el oficio de su padre, empapándose desde muy niño de las más diversas culturas locales a lo largo y ancho del globo.
Esta multiculturalidad espoleó, sin duda, su curiosidad y su creatividad, pero el caldo de cultivo determinante de su pasión por la lectura y su eventual ingreso en la carrera de Letras en La Sorbona fueron los largos meses que pasó ingresado en el hospital a sus 16 años, al borde de la muerte a causa de una pleura que requirió una operación cardiaca. Una experiencia que, 22 años y 17 libros después de su debut, ha canalizado ahora en La vida feliz (Alfaguara), la historia de Éric, un taciturno y gris ejecutivo de ventas que se topa casualmente en Seúl con un pequeño e inaudito local que ofrece a sus clientes la simulación, de puertas adentro, de su propia muerte. Una práctica que, por insólito que parezca, es cada vez más común en Corea del Sur, y que supondrá todo un revulsivo para el protagonista, que decidirá tomar de inmediato las riendas de su propia vida. A través de un agudo narrador omnisciente y de breves diálogos que parecemos estar oyendo, el lector es testigo de la radical pero convincente transformación de Éric, que pasa de ser un títere desmadejado a un prodigio de la asertividad. Una disertación más personal de lo que parece con la que Foenkinos viene a decir que, si bien hay cosas que siempre estarán fuera de nuestro control, nunca es tarde para tratar de enderezar aquellas en las que sí somos un factor de la ecuación. No funcionará siempre, pero quien no arriesga no gana.
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LENGUA: La vida feliz orbita alrededor de la idea de que vivir una simulación del propio funeral renueva las ganas de vivir y hace que aquellos que deambulan por la vida tomen las riendas para enderezar lo que les frustra. ¿Por qué eligió esta táctica tan curiosa?
David Foenkinos: Se trata de una práctica muy común en Corea del Sur, donde se ha convertido en un auténtico fenómeno; es una ceremonia impresionante. En internet pueden encontrarse fotografías del ritual, y las personas que han recurrido a él escribieron en sus redes que fue extremadamente beneficioso para ellos; muchos hablan de una especie de renacer. En Corea del Sur la depresión es una dolencia muy común y el índice de suicidios es altísimo, así que muchos recurren a ello como terapia de choque. Que una persona viva físicamente su propio funeral, con su retrato conmemorativo, su epitafio y tanto tiempo como desee tumbado dentro de un ataúd cerrado es una experiencia muy potente, casi como un electrochoque. Al sumergirse de este modo tan realista en una experiencia tan cercana a la muerte muchos sienten el impulso de cambiar de vida. No es que funcione siempre: los resultados no están garantizados al cien por cien, pero en el caso de mi protagonista, Éric, que vive sumido en la culpa, va a ser determinante para apaciguarse y redimirse.
LENGUA: ¿Por qué cree que este método puede resultar más efectivo que las formas tradicionales de terapia?
David Foenkinos: Esta es solo una vía, una alternativa entre otras. Cada uno debe encontrar su camino para apaciguarse, para consolarse. En el caso de estos funerales simulados, creo que el mecanismo es fácil de comprender: incluso cuando asistimos a un funeral cualquiera, o cuando estamos gravemente enfermos o al borde de la muerte, el hecho de tenerla tan cerca cambia nuestra percepción de la vida. En cierto modo, eso es lo que pasó con el COVID: ese terror global, ver ataúdes por todas partes... Sentir que la muerte estaba tan cerca hizo que mucha gente decidiera cambiar de vida: hubo muchísimas renuncias laborales, separaciones, cambios de rumbo... Muchos empezaron a preguntarse qué era la felicidad y decidieron ir a por ella. Hay un vínculo muy estrecho entre estar cerca de la propia muerte y luchar por una vida feliz.
«Empecé a leer a los 16 años porque sufrí una enfermedad muy grave y tuvieron que operarme del corazón: estuve a las puertas de la muerte. Corría el año 1991, así que no había ni Instagram ni Netflix. Los libros me salvaron la vida, me consolaron, me acompañaron».
LENGUA: En esta novela las relaciones interpersonales ocupan un papel preponderante. La más importante para el protagonista es la que mantiene con su hijo, Hugo, de quien se ha visto forzosamente alejado tras su divorcio. De hecho, escribe en su epitafio que el momento más feliz de su vida fue cuando Hugo nació y volver a estrechar lazos con él se convierte en su principal lucha tras la transformación que opera el ritual en él. ¿Por qué aporta tanta alegría la paternidad? Desde la perspectiva de un niño o niña, ¿cree que el papel de un padre aporta cosas diferentes al de una madre?
David Foenkinos: Me parecía interesante que uno de los pasos de la ceremonia consista en definirse a uno mismo redactando el propio epitafio y la propia memoria. Eso implica encuadrarse, definirse, señalar qué coordenadas hemos querido que marcasen nuestra vida, incluso aunque no hayamos sido capaces de darles respuesta como nos hubiese gustado: qué nos habría gustado que ocurriera, cuáles han sido nuestras principales alegrías y tristezas... Es muy difícil canalizar todo eso, saber qué elegir de nuestro pasado. Para este personaje es su hijo, que creo que es lo que más le importa. Quizá haya algo de mí en ello, aunque no fuera consciente al escribirlo: yo tengo dos hijos y vivo con mi hija a tiempo completo, ella es mi mayor prioridad. No creo que haya diferencias entre los padres y las madres: hay papás formidables y papás horribles, y con las mamás pasa lo mismo. No se puede generalizar. Sea como sea, este ritual nos ayuda a distinguir lo que es importante en nuestra vida y lo que no, a reflexionar y a poner las cosas en una balanza.
David Foenkinos en París en una imagen de 2018. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Éric, el protagonista, conjetura a menudo, por lo general de forma catastrofista. Esto es especialmente visible cuando el doctor lo examina y Eric cree ver en su expresión un ramalazo de alarma, como si se hubiese dado cuenta de que a Éric le ocurriese algo gravísimo. Más tarde, es Amélie quien formula hipótesis pesimistas y destructivas. ¿Por qué nos pasa esto? ¿Cómo podemos luchar contra la profecía autocumplida, contra el hecho de que sea, precisamente, la imposibilidad de poner coto a nuestros temores lo que desencadene, a través de nuestra conducta evitativa o pasivo-agresiva, aquello que tememos?
David Foenkinos: Quise que el protagonista de la novela, Éric, pasase del pesimismo al optimismo contemplando las cosas desde otras puntos de vista, relativizando. A pesar de su título, La vida feliz no es un libro que proporcione una fórmula infalible para alcanzar la felicidad; lo que muestra es que podemos encontrar la plenitud y que nunca es tarde para tomar decisiones.
LENGUA: Volviendo a las relaciones personales que se entablan en la novela, la más conflictiva es la que Éric mantiene con su madre, que lo desprecia y profiere los reproches más hirientes. Cuando quien actúa así es nuestra propia madre, ¿cómo se puede reconducir una relación tan tóxica?
David Foenkinos: Cuando hay conflictos tan acusados es complicado resolverlos y, lo que hace falta, precisamente, es recurrir a medidas inéditas, tan extremas como la de Éric. Y lo que vemos cuando la lleva a que realice ella misma el ritual es que ella pasa por un trance semejante al suyo; es algo que roza lo delirante, muy novelesco. Pero para mejorar las cosas a veces hay que correr riesgos y coger el toro por los cuernos. Hay mucha gente que vive su vida como entre paréntesis, en suspensión. Esta madre se ha encerrado en el dolor del duelo y su hijo trata de salvarla ofreciéndole aquello que a él le ha beneficiado tanto.
LENGUA: Escribe usted en esta novela que siempre hay un componente de peligro en el cambio. ¿Cómo aborda usted los cambios? ¿Le gustan, los busca, los evita...?
David Foenkinos: Como escritor tengo la sensación de que quienes nos dedicamos a esto vivimos múltiples vidas. Yo invento historias y personajes, así que en mi cabeza hay muchas vidas, nunca es la misma. Cada vez que escribo una novela nueva es como si cambiara de vida, y quizá por ello no siento la necesidad de reinventarme ni de bifurcarme. Es algo que, para mí, ha estado presente siempre. Ser escritor es ser infiel a nuestra propia vida.
«El uso generalizado de las redes sociales ha acentuado las comparaciones: cada uno mira la vida de los otros y le da la impresión de que la suya es un fracaso, de que no ha conseguido lo que quería, lo que le hunde aún más en el pesimismo y la autocrítica».
LENGUA: La novela no menciona la palabra «depresión», pero usted escribe que Éric tenía una falta de interés generalizada y que hasta la decisión más pequeña suponía para él un esfuerzo enorme. La depresión es, de hecho, uno de los males más generalizados de este siglo. ¿A qué cree usted que se debe?
David Foenkinos: Quizá porque nuestro concepto de la felicidad ha cambiado. Sentimos la necesidad de ser felices, lo buscamos. Antes la gente ni se lo planteaba. Ahora la búsqueda de la plenitud se cierne sobre nosotros de una forma perversa, hasta tal punto de que a veces es la propia pulsión la que crea ese malestar. Por otro lado, el uso generalizado de las redes sociales ha acentuado las comparaciones: cada uno mira la vida de los otros y le da la impresión de que la suya es un fracaso, de que no ha conseguido lo que quería, lo que le hunde aún más en el pesimismo y la autocrítica. Parafraseando a Séneca, el camino hacia la felicidad pasa por la vida austera, por desprenderse de las cosas materiales, por saber disfrutar de la plenitud de las cosas sencillas.
LENGUA: En ese sentido, Amélie es la antítesis de esa idea: una esclava de las apariencias que, con tal de proyectar una imagen de éxito, llega incluso a descuidar sus relaciones íntimas. ¿Por qué algunas personas dan más importancia al reconocimiento de otras a las que apenas conocen y se consagran a ello en lugar de cuidar y disfrutar de la compañía de aquellos con los que comparten su intimidad?
David Foenkinos: Estoy totalmente de acuerdo con lo que comentas. La superficialidad nos invade, nos diluye. Cuando hablaba de la vuelta a lo esencial me refería también a la vuelta a la esencia humana, a dejar de preocuparnos por lo que piense la gente que realmente no forma parte de nuestra vida. Por otro lado, en nuestros tiempos los matices brillan por su ausencia; todo se pinta con la brocha gorda. Para mí, ser feliz es, sencillamente, estar junto aquellos a quienes queremos.
LENGUA: En efecto, antes de las redes sociales la popularidad era algo más subjetivo, intuitivo e intangible, pero con ellas se cuantifica dígito a dígito en el número de seguidores y de likes que, a veces, están incluso a la venta, lo que viene a decir que lo que algunos buscan no es ser populares, sino parecerlo. ¿Cómo afecta esa tangibilidad a nuestras prioridades y autoestima? ¿Y por qué dejamos que nos afecte?
David Foenkinos: Lo cierto es que todos queremos sentirnos aceptados, deseados, queridos. Todos buscamos pequeñas atenciones: queremos que nos den besos, mimos... Pero creo que la verdadera felicidad pasa también por liberarse del peso de las opiniones de los demás y de sus juicios: solo hay que darles importancia cuando provienen de personas a las que apreciamos de verdad. Como autor de éxito, estoy acostumbrado a que me juzguen y me critiquen, de gustar a unos y no a otros. Antes me hacía sufrir, ahora no me importa lo más mínimo. Me hice una cuenta de Instagram hace cuatro meses, antes no tenía nada. Así que ya soy un escritor moderno (ríe).
David Foenkinos en París en una imagen de 2018. Crédito: Getty Images.
LENGUA: En el libro también hay alusiones a la propia literatura: Éric se dice que lee mucho menos que antes, pero sabemos que entre sus favoritos está Flaubert, y a otro personaje le encantan Kundera, Dostoievski y Kafka. En su caso, ¿qué escritores despertaron su pasión por la literatura?
David Foenkinos: Yo no vengo de un entorno cultural. Empecé a leer a los 16 años porque sufrí una enfermedad muy grave y tuvieron que operarme del corazón: estuve a las puertas de la muerte. Esa es, también, la razón por la que el eje de La vida feliz me interesaba tanto: descubrir que en Corea del Sur se celebraban esas ceremonias me trastocó porque sé por experiencia hasta qué punto mirar a la muerte a la cara puede despertar la sensibilidad. Durante esos meses en el hospital leí muchísimo. Corría el año 1991, así que no había ni Instagram ni Netflix. Los libros me salvaron la vida, me consolaron, me acompañaron. Entre los primeros escritores que me impactaron había muchos rusos, especialmente Dostoievski y Kundera. Pero los hubo de todas las nacionalidades: leía de forma compulsiva. Ahora puede que mi escritor favorito sea Philip Roth.
«Las redes sociales pueden ser perjudiciales a múltiples niveles, pero creo que han dinamizado la lectura entre los jóvenes: hablan de Kafka, de Camus... Es magnífico».
LENGUA: Hace unos días se hizo viral un post en el que una bookstagramer decía que si un libro tenía un párrafo demasiado largo, se lo saltaba. En 1953 Ray Bradbury preconizaba un escenario similar en Fahrenheit 451, donde escribía que los grandes clásicos de la literatura habrían de reducirse a dos minutos de locución radiofónica para apartar al ser humano del vicio de pensar y, por lo tanto, de la infelicidad. ¿Cree usted que, en general, la digitalización y las redes sociales han mermado nuestra capacidad de concentración y de pensamiento analítico?
David Foenkinos: Yo espero, sinceramente, que esa sea solo la opinión de la persona que publicó esa entrada. Cuando uno ama la literatura no quiere acortar las cosas. Las redes sociales pueden ser perjudiciales a múltiples niveles, pero creo que han dinamizado la lectura entre los jóvenes: hablan de Kafka, de Camus... Es magnífico. Uno de mis libros, Hacia la belleza, se ha convertido en un fenómeno en Francia, y muchos de los que han llegado a él lo han hecho a través de las redes. Ahora entre mis lectores muchísimos son muy jóvenes, algo que antes no era tan acusado. Y eso me anima mucho. Así que sí, algunos bookstagramers dirán tonterías, pero otros fomentan el placer y el hábito de la lectura, así como el conocimiento de muchos libros y autores.
LENGUA: ¿Cree que es posible escribir sin leer?
David Foenkinos: En mi opinión todo escritor es producto de lo que lee. Pero en mis libros no necesariamente se ven mis influencias. Creo que lo esencial para un escritor es tener su propio estilo, sus particularidades. Yo entiendo perfectamente que haya gente a la que no le gusten mis libros, pero cuando uno de mis lectores habituales abre uno nuevo sabe lo que se va a encontrar.
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