¡Qué vergüenza!: Frédéric Gros y la revolución del pudor
El nuevo trabajo del último heredero de Michel Foucault es una delicia que, tras la apariencia de una filosofía menos ligera de lo que parece, abre novedosas y profundas aproximaciones a conceptos y sentimientos tan comunes como menospreciados por la historia del pensamiento. Frédéric Gros despliega en «La vergüenza es revolucionaria» (Taurus) todo el talento que ya demostró en libros como «Andar, una filosofía» o «Desobedecer» con el fin de iluminar un paradigma de la vergüenza que deje atrás el resentimiento y la tristeza y asuma su enorme potencia transformadora.
Por Daniel Arjona

Frédéric Gros en una sesión realizada en octubre de 2016 en París. Crédito: Getty Images.
Cuando el escritor estadounidense afroamericano James Baldwin se encontró en París con una fotografía de Douglas Martin en la que se veía a Dorothy Counts, la primera estudiante negra admitida en la Harding High School, la vergüenza le golpeó como un vendaval. La imagen mostraba a la joven entrando en la escuela de Charlotte, en Carolina del Norte, asediada por una horda de salvajes con los rostros devorados por el odio, jóvenes blancos bien peinados y vestidos con sus mejores galas que escupían a aquella niña que erguía, con todo, su cabeza, empujada por la tensión y el orgullo. «Aquello me puso furioso, me llenó de odio y también de lástima. Y me sentí avergonzado. ¡Alguno de nosotros debería haber estado allí con ella!».
Los filósofos de la Grecia antigua localizaron la raíz de la vergüenza en el thumos o corazón. El sentido concreto de esta peculiar geografía sentimental tendría que ver con algo así como «poner todo el corazón en algo». De esta forma, para los helenos la vergüenza se alzaba como una hermana de la ira y lograba así un desbordamiento de las pasiones humanas que tal vez pudiera reconfigurarse y orientarse, con la ayuda de la imaginación, hacia la transformación política. Y, sin embargo, pese a tan prometedor comienzo, como lamenta Frédéric Gros (1965) en el arranque de su nuevo libro, La vergüenza es revolucionaria (Taurus, 2023), la tradición posterior del pensamiento occidental despreció y arrinconó a la vergüenza como una pasión… vergonzante. Ha llegado el momento de enmendar semejante injusticia histórica.
«Personalmente», escribe Gros, «siento apego por aquella o por aquel en quien enseguida detecto ligeros malestares, un poco de bochorno, timidez, y es como si en esa falta de seguridad encontrara un motivo para forjar una amistad sólida. De manera instintiva, no confiaría en alguien que afirmara no haber experimentado nunca vergüenza. A mí me invade la vergüenza cuando oigo noticias sobre lo que ocurre en el mundo, las intervenciones de los dirigentes políticos, los discursos de los representantes de la patronal. No, las vergüenzas no se superan jamás, sino que las trabajamos, las elaboramos, las refinamos, las sublimamos».
Antiguo alumno de la École Normale Supérieure, profesor de Pensamiento Político en la Universidad Sciencies Po de París, último heredero de Michel Foucault, Frédéric Gros ha construido en los últimos años una obra filosófica tan original como legible. A la contra de los estereotipos en torno a la oscuridad de la filosofía francesa que él teóricamente encarnaría, sus libros se dejan leer sin dificultad y se aprovechan con gozo. Si en Andar, una filosofía (Taurus, 2014) proponía una forma peripatética y subjetiva de estar en el mundo y en Desobedecer, esbozaba una innovadora concepción de la desobediencia civil, con La vergüenza es revolucionaria, Gros prosigue su labor de zapa y recreación filosófica que ya le ha proporcionado una legión de entusiastas lectores. Y con esos impagables excursos a la literatura universal -Rousseau, Balzac, Maupassant, Primo Levi, Annie Ernaux, Virginie Despentes- que ya son marca de la casa. Porque las dos raíces principales de la violencia, según ha descrito Salman Rushdie, son la vergüenza y la desvergüenza. «Y no es la misma violencia».
El poder de la vergüenza
LENGUA: En una carta del joven Marx a Ruge le dice: «La vergüenza ya es una revolución. La vergüenza es una especie de cólera reflejada sobre sí misma». Es sorprendente que el materialista Marx construya su filosofía política sobre un sentimiento, ¿no le parece?
Frédéric Gros: Es verdad que nos imaginamos a menudo a Karl Marx como un filósofo materialista que dejó escrito en su obra que las revoluciones son el producto necesario y explosivo de las contradicciones económicas. Tal sería el marxismo ortodoxo en el que solemos pensar, pero existe una dinámica revolucionaria heterodoxa muy distinta que juega, por el contrario, en el poco materialista terreno de las pasiones y los afectos. Y cuando Marx escribe que la vergüenza es un sentimiento revolucionario está creyendo precisamente en una dimensión dinámica; es decir, algo así como una llama, como un elemento inflamable. ¿Por qué? Porque la vergüenza está llena de cólera.
LENGUA: Le sorprende, escribe, el poco caso que la tradición filosófica le ha prestado a la vergüenza. ¿A qué se debe? ¿Nos avergüenza hablar de la vergüenza?
Frédéric Gros: La filosofía ha vivido fascinada por el problema de la culpa que le permitía sumergirse en el vértigo del problema de la libertad. ¿Qué sería la culpa si no es la angustia por haber hecho un mal uso de la libertad? Cuando leemos los tratados de las pasiones de clásicos como Descartes o Spinoza, comprobamos que abordan la vergüenza con cierto desprecio, con negligencia. Para ellos la vergüenza era un sentimiento superficial, algo así como una susceptibilidad exagerada respecto al juicio de los demás. Y, sin embargo, los escritores de novelas nos recuerdan constantemente que en la vida pasamos un rato pensando si hemos hecho bien en hacer esto o decir aquello y a inmensa mayoría de nuestra existencia la dedicamos a preguntarnos: «Pero, ¿qué pensarán de mí?». Lo que nos obsesiona es la imagen social que flota en la sociedad sobre cómo nos ven los demás.
LENGUA: Lo de «qué van a pensar de mí» las redes sociales lo han exacerbado hasta el punto de someternos a todos nosotros a una especie de constante competición de popularidad que nunca termina.
Frédéric Gros: Es verdad que las redes sociales han representado una especie de ruptura antropológica y psicológica porque precisamente antaño existía un lugar donde la obsesión del juicio de los demás desaparecía. Me estoy refiriendo al seno familiar. A partir del momento en que alguien joven llegaba a su hogar, sabía que contaba con el amor de sus padres y todos los juicios sociales quedaban suspendidos. Pero, de pronto, de la noche a la mañana todo ha cambiado y, cuando llegamos a casa y miramos el móvil, ya no existen santuarios seguros. Perdemos así una protección insustituible.
LENGUA: Menciona justamente cómo ese reducto familiar comienza ya a disolverlo el capitalismo. Esto se ve, por ejemplo, en las novelas de Balzac que deberían lucir una advertencia: «Quien entre aquí que abandone toda vergüenza».
Frédéric Gros: Así es. El capitalismo se construyó efectivamente como un sistema económico que rechaza cualquier límite a la explotación y que se basaba en la hipótesis de un crecimiento continuo y de un enriquecimiento infinito. La relación del capitalismo con los límites es una reacción negativa y, sin embargo, existe un rostro de la vergüenza que es justamente el del sentido del límite, la medida o la moderación. Cuando filósofos como Platón dicen que lo propio del ser humano es la capacidad de saber lo que uno puede o no puede hacer, está hablando de un tipo de vergüenza. La sabiduría sería así una cuestión de mesura. Pero cuando el capitalismo abole todo límite, permite que también que el narcisismo se afirme sin límites. De un cierto modo, la vergüenza funciona como un freno de mano al narcisismo y, por ello, también al capitalismo. Son enemigos.

Frédéric Gros en París, en octubre de 2016. Crédito: Getty Images.
LENGUA: ¿La vergüenza rompe el hechizo del orden social y da paso a la esperanza de su transformación, a imaginar otros mundos posibles?
Frédéric Gros: Para responderle sería necesario examinar un primer estadio. La vergüenza puede ser en origen el resultado de un desprecio social. En cierto modo, cuando interiorizamos ese desprecio social, o lo que es igual, cuando considero que si soy pobre es porque no tengo ambición o no he tomado las decisiones adecuadas y, por tanto, soy responsable de mi miseria, pues en ese momento caigo en una vergüenza muy similar a la tristeza. Esa vergüenza-tristeza me condena a la soledad y al mutismo. Todo el sistema social está estructurado para impedir que esas vergüenzas concretas se comuniquen entre sí. Y cuando la vergüenza se vive de forma solitaria se convierte en un veneno. Pero, a partir del momento de que las vergüenzas pueden compartirse, como ocurrió con el #MeToo o con la revuelta de los chalecos amarillos en Francia, se transforman en una ira colectiva.
LENGUA: ¿Se refiere a esa «vergüenza del mundo» acuñada por el escritor Primo Levi que cita en su libro y que nos daría la fuerza necesaria para desobedecer?
Frédéric Gros: Exactamente. Existen tres grandes rostros de la vergüenza. La vergüenza ante ti, saber imponerse a uno mismo ciertos límites. Una segunda forma de vergüenza sería la vergüenza ante sí, esto es, cuando el desprecio social es interiorizado. Y hay una tercera forma de vergüenza, esa vergüenza del mundo de la que habla Primo Levi. Corresponde a esa exclamación que entonamos cuando decimos: «¡qué vergüenza!». Nos puede asaltar, por ejemplo, ante un espectáculo de masacres de inocentes como el que estamos viendo hoy en Gaza. O la vimos también el 7 de octubre en el ataque de Hamas. La vergüenza del mundo se alimenta de la indignación y del reconocimiento de que yo tengo una cierta responsabilidad, ojo, no culpa.
«Cuando la vergüenza se vive de forma solitaria se convierte en un veneno. Pero, a partir del momento de que las vergüenzas pueden compartirse, como ocurrió con el #MeToo o con la revuelta de los chalecos amarillos en Francia, se transforman en una ira colectiva».
LENGUA: Usted pone mucho énfasis en diferenciar vergüenza y culpa.
Frédéric Gros: La culpa responde a la pregunta «¿qué he hecho?» y la responsabilidad a «¿qué he permitido hacer?». En cierto modo, el mundo tal y como existe es así porque yo lo he permitido. No soy un marciano, formo parte de la humanidad. Por último, la vergüenza del mundo se alimenta también de la imaginación a la que usted se refería antes. Si yo digo «¡qué vergüenza!», lo que digo también es que el mundo no debería existir tal cual aparece. No porque algo existe debemos aceptarlo sin más. La imaginación nos brinda la misión de otros mundos posibles.
LENGUA: Pero a la vergüenza también se le puede dar la vuelta. Cuando el joven woke avergüenza al boomer, el boomer contesta: «¿Por qué tengo que avergonzarme de ser un hombre blanco?». ¿Estamos presos de esa dialéctica perversa?
Frédéric Gros: Sí, pero me parece que esa dialéctica perversa bebe del hecho de que no conseguimos distinguir culpabilidad y vergüenza. Cada vez que yo tenía que presentar este libro en Francia y frente a mí se encontraban periodistas hombres y blancos, me decían, «¡tu libro es un libro woke porque sugiere que tenemos que tener vergüenza por nuestra condición!». Y yo respondía que no, no, para nada, hay que diferenciar, no te pido que te flageles. Pero existe un mínimo de vergüenza que como hombres privilegiados blancos deberíamos tener. No es solamente una suerte o un mérito. Y Primo Levi cuando habla de esta vergüenza del mundo explica que nos inmuniza, es decir, nos permite no ocultarnos detrás de nuestros méritos, que son reales, y reconocer una mínima parte de vergüenza, pero no de mí, sino del mundo.

Frédéric Gros en París, en octubre de 2016. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Últimamente he entrevistado a algunos autores críticos con lo que hemos llamado wokismo y aseguran que la corrección política es el combustible de la extrema derecha y que la culpa de todo la tienen los filósofos postestructualistas franceses. Como experto en Foucault, ¿qué le parece?
Frédéric Gros: Existe en Francia un elemento de inquietud a la pérdida de identidad acompañado por un repliegue en valores que se consideran específicamente franceses como el universalismo republicano o el laicismo que han acabado convertidos en dogmas que ofrecen más seguridad a nuestra identidad. Esos filósofos de la escuela francesa de los años setenta como Foucault, Deleuze o Derrida eran pensadores que tenía el coraje y la audacia del antidogmatismo. ¿Hasta qué punto ser antidogmático implica ser relativista? ¡Foucault se decía hijo de la Ilustración! Pero no quería que las Luces se convirtieran en un nuevo dogmatismo identitario. Debemos tener el coraje de plantear cualquier pregunta.
LENGUA: Incluye un capítulo tan fascinante como extraño sobre la violación y podemos leer ahí la expresión «consentimiento para sobrevivir». ¿Cuál sería su ámbito de ejercicio?
Frédéric Gros: Se trata de algo sobre lo que llevo tiempo trabajando. Le responderé desde la vertiente política del problema aunque, como es evidente, podemos abordarlo también desde el plano sexual. En el fondo, en lo que respecta el problema de la obediencia política, una de las pruebas de que siempre hemos aceptado obedecer, como explica Hobbes en el capítulo veinte del Leviatán, es que el hecho de estar vivo conlleva que hemos aceptado obedecer al estado al que ya hemos consentido. Pero, veamos, en nuestro mundo civilizado, si le pido su ordenador poniéndole una pistola en la sien, usted me lo daría pero no diría que consentiría en entregármelo. ¿Estamos de acuerdo? Nunca un consentimiento puede obtenerse bajo la amenaza de la fuerza o la violencia. Salvo, dice Hobbes, el consentimiento político. Es decir, preferimos no morir y por eso obedecemos al estado, esto es lo que llamamos un consentimiento para sobrevivir.
«Cada vez que yo tenía que presentar este libro en Francia y frente a mí se encontraban periodistas hombres y blancos, me decían: "¡Tu libro es un libro woke porque sugiere que tenemos que tener vergüenza por nuestra condición!". Y yo respondía que no, que hay que diferenciar; no te pido que te flageles, pero existe un mínimo de vergüenza que como hombres privilegiados blancos deberíamos tener».
LENGUA: La descortesía y la zafiedad que vemos en las redes sociales o en los colegios, ¿nos indican que vivimos una crisis de la vergüenza?
Frédéric Gros: Es una crisis de la vergüenza pero también, cómo decirlo, observamos que el paisaje de la vergüenza actual tiene muchos contrastes. Por un lado, nos vemos obligados efectivamente frente a poblaciones humilladas o frente a cuestiones racistas o sexistas a considerar que es necesario dejar de tener vergüenza. Esas antiguas vergüenzas deben desaparecer: la vergüenza de ser negro, de ser gay, de ser mujer, etcétera. Pero, al mismo tiempo, algunas dimensiones de la vergüenza deben conservarse. La vergüenza como capacidad de indignación, pero también como capacidad para poner límites.
LENGUA: Ciberacoso, revenge porn, la antes mencionada epidemia de suicidios. ¿Hoy podemos, literalmente, morir de vergüenza?
Frédéric Gros: Sí, es una epidemia, no cabe la menor duda. Lo que convierte a la vergüenza en un sentimiento tan complicado es que se trata, a un mismo tiempo, del veneno que nos mata y el remedio que nos salva.