Guillermo Lahera, un psiquiatra con alma: «Ni los genes ni el capitalismo bastan por sí solos para entender la enfermedad mental»
El doctor y profesor en la Universidad de Alcalá explora los desvaríos de nuestro cerebro social desde una perspectiva única en su libro «Las palabras de la bestia hermosa: breve manual de psiquiatría con alma» (Debate, 2024). A través de siete casos reales que abarcan desde el trastorno bipolar hasta el TOC, Lahera revela las complejidades de la mente humana con el estilo de los grandes autores de la divulgación clínica en una obra que combina la ciencia con la cultura, ofreciendo una visión profunda y conmovedora de la psiquiatría.
Por Daniel Arjona
El psiquiatra Philippe Pinel (1745-1826) liberando a los locos de sus cadenas en el asilo Salpetriere de París en 1795. Pintura de Tony Robert-Fleury (1837-1911). Crédito: Getty Images.
El joven poeta psicótico a quien un tal tío Claudio pone a todo el mundo en su contra; la paranoica agresiva y carne de juzgado que encuentra acomodo en una secta; el porrero adolescente y seductor que altera altísimos picos y valles hundidos en su bipolaridad; los acumuladores maníacos de toda clase de enseres y basuras; la talentosa mujer presa de la cárcel mental de un agudísimo TOC; la víctima traumatizada por un drama familiar y el profesor de física depresivo hundido en una ecuación que es incapaz de resolver. Julián, Leonor, Kevin, José y sus hermanos, Cecilia, Ainhoa y Jesús, siete nombres falsos para siete casos reales que abren una ventana inédita, tan terrible como fascinante, a la enfermedad mental.
Todos ellos pasaron por la consulta del doctor Guillermo Lahera Forteza (Madrid, 1976), profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá y jefe de sección en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Lahera ha cosido con sus historias, recogidas en más de dos décadas de desempeño profesional, un libro sensacional que brilla a la altura de nombres clásicos del ensayo clínico con afán divulgador como Oliver Sacks o Andrew Solomon: Las palabras de la bestia hermosa: breve manual de psiquiatría con alma (Debate, 2024).
El ensayo se devora en un suspiro mientras alterna la descripción de los casos con excursos fascinantes a la historia, en gran parte aciaga de la psiquiatría, pero también a la literatura o el cine. Y, poco a poco, emerge la bestia hermosa de la locura que ilumina una imagen inolvidable y sorprendente de nuestro complejo y frágil cerebro social.
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LENGUA: El primero de los casos es Julián, el psicótico poeta. ¿Hace falta un psiquiatra poeta para hallar lo hermoso en la bestia de la enfermedad mental?
Guillermo Lahera: Esa es la idea del libro. El primer caso es un poeta y no por azar. Es deliberado. Mi mirada a la enfermedad mental tiene un componente literario. O, como dijo Oliver Sacks, «hay que mirar a la enfermedad mental con la sensibilidad de un novelista». La idea de que detrás de los síntomas hay una persona concreta que sufre con su nombre y apellidos y su biografía; captar los elementos únicos de ese paciente, su alma, por usar esa metáfora, en esencial para nuestro trabajo.
LENGUA: ¿Nunca temiste que se pudiera malinterpretar hablar de belleza o de hermosura en referencia a la enfermedad mental?
Guillermo Lahera: Sin duda. Ese fue uno de los elementos de duda mientras escribía el libro. ¿Cómo voy a hablar de belleza en la enfermedad mental, en algo que genera tanto sufrimiento? El punto de partida fue arriesgado, pero creo sinceramente que hay elementos de belleza en el encuentro entre una persona que tiene una enfermedad mental y otra persona que le sabe escuchar. Y a veces revela aspectos nucleares y fascinantes del ser humano.
LENGUA: Explicas que después de dos décadas ejerciendo la psiquiatría, puedes afirmar que todas tus imaginaciones acerca de la profesión eran falsas. ¿Cuáles dirías que son las más perniciosas?
Guillermo Lahera: Perniciosas han sido esas imágenes moldeadas por el cine o la literatura del psiquiatra loco o genial muy separado del paciente. O del psiquiatra en exceso escrutador y analítico. O la imagen, más contemporánea, del psiquiatra pastillero que lo único que hace es recetar medicamentos de forma indiscriminada. He tratado en el libro de revertir todo eso y de humanizar la figura del psiquiatra. Por eso hablo de mí en primera persona, con todas mis dudas.
LENGUA: Y, sin embargo, el tratamiento en la mayor parte del pasado a los llamados locos fue terrible, como confiesas en el libro. Manicomios, electroshocks, burlas… ¿La psiquiatría se alza sobre un montón de ruinas?
Guillermo Lahera: O el papel terrible de la psiquiatría en las dictaduras totalitarias, tanto en el nazismo como en el estalinismo... Más que negar nuestra historia oscura, lo que nos fortalece es asumir todo ese desastre. Todavía queda mucho por avanzar, pero en la actualidad la psiquiatría es una especialidad médica basada en la evidencia científica que se ha modernizado y humanizado. Nuestro propósito no es quitarle síntomas al paciente, sino entender su proyecto vital para que, con la ayuda de la medicina, logre llevarlo a cabo.
LENGUA: Hoy el hostigamiento social al psiquiatra lo dibuja como una especie de dealer a sueldo de la industria farmacéutica. ¿Es una visión injusta o basada también en algunas evidencias?
Guillermo Lahera: En el pasado la excesiva dependencia de la medicalización fue uno de los grandes errores de nuestra especialidad. Pero, en los últimos años, la legislación y los códigos deontológicos han permitido que la relación entre la psiquiatría y la industria farmacéutica sea mucho más sana porque se trata de una relación que, bien regulada, da buenos resultados y que puede ser un ejemplo de colaboración público-privada. Pero tenemos que andar muy vigilantes para no volver a incurrir en los errores del pasado.
«Más que negar nuestra historia oscura, lo que nos fortalece es asumir todo ese desastre. Todavía queda mucho por avanzar, pero en la actualidad la psiquiatría es una especialidad médica basada en la evidencia científica que se ha modernizado y humanizado».
LENGUA: Hablemos del DSM que describes como «psiquiatría para dummies». Sus críticos alegan que un sistema que describe una enfermedad concreta por una enumeración de síntomas ha sido un instrumento para patologizar a la sociedad y venderle masivamente fármacos. ¿Si tengo un mal día, el DSM puede diagnosticarme una patología mental?
Guillermo Lahera: Hay que entender el contexto histórico. Antes del DSM, la psiquiatría era una torre de Babel: necesitabas a un psiquiatra, cogías la guía telefónica, elegías uno y te tocaba un lacaniano que te hablaba en un idioma hermético y te trataba con psicoanálisis. Y en la puerta de al lado, había otro psiquiatra conductista que te daba un diagnóstico completamente distinto. Era necesario homogeneizar y poner orden. El DSM lo que hace es aumentar la fiabilidad de los diagnósticos. Que no es lo mismo que la validez, ojo. Pero es necesario que todos los psiquiatras del mundo, cuando decimos anorexia nerviosa o trastorno bipolar, nos refiramos a cosas parecidas. El DSM fue un avance. Ahora bien, ¿a qué coste? Redujo la profundidad de la exploración psicopatológica y promovió una terapia muy descriptiva y un poco pobretona, de límites difusos, que abarca a demasiadas personas. Con el DSM, gran parte de la población puede acabar recibiendo algún tipo de diagnóstico y eso, a mi juicio, tiene consecuencias negativas.
LENGUA: ¿Se han desprendido la psiquiatría y la psicoterapia definitivamente de todas esas pseudociencias que, como el psicoanálisis que mencionabas antes, tanto la contaminaron en el pasado?
Guillermo Lahera: El psicoanálisis ha tenido momentos de apoteosis y hegemonía, como en la primera mitad del siglo XX, cuando dominó primero en Europa y después en Estados Unidos, ya pasada la Segunda Guerra Mundial. Y hoy, en Uruguay, Argentina, o algunas zonas de Francia, sigue aún muy presente. El psicoanálisis ha sido sometido a una crítica muy frontal por parte, sobre todo, de epistemólogos, que encuentra en él muchos elementos pseudocientíficos y poco rigurosos. El psicoanálisis se ciñe poco al método científico y no evalúa los resultados de sus terapias. Y, sin embargo, creo que estamos en un momento en el que predomina la psicoterapia integradora, que no abomina de ninguna escuela en concreto, sino que aspira a la confluencia de todos los sistemas y métodos en busca de una mayor versatilidad de los profesionales.
Oliver Sacks, neurólogo, escritor y maestro de la divulgación científica; y Guillermo Lahera, autor de Las palabras de la bestia hermosa. Crédito: Getty Images; D. R.
LENGUA: Me ha sorprendido la visión, no diría benevolente, pero sí comprensiva de la antipsiquiatría, que llamas «el doppelgänger» de vuestra profesión…
Guillermo Lahera: Es cierto que muchos colegas piensan que la antipsiquiatría es peligrosa para unos pacientes que se pueden ver influidos por ella a abandonar su medicación. Lo entiendo. Ahora bien, como respecto al DSM 4 que hablábamos antes, yo siempre soy partidario de tirar de la historia para clarificar algunos conceptos. La antipsiquiatría de los años 60 y 70 era un movimiento muy ideologizado pero también con mucho sentido histórico. Se trataba de la lucha contra el orden manicomial que además en nuestro país iba de la mano de la lucha contra la dictadura franquista. O el caso humanizado en Italia de Franco Basaglia. Esa antipsiquiatría fue también un elemento modernizador que debemos incorporar en nuestra práctica sin necesidad de asumir todo su discurso. Ahora bien, añadiría lo siguiente: hay otra antipsiquiatría rechazable como la que hoy representan algunas sectas e iglesias estadounidenses que odian a la psiquiatría desde posturas ultraconservadoras y anticientíficas. Debemos separar ambas cosas.
LENGUA: La mejor forma de comprender la mente humana es estudiar la enfermedad mental. ¿Cuál es la lección al respecto que te gustaría que nunca olvidaran tus alumnos?
Guillermo Lahera: La complejidad. Para entender el funcionamiento del cerebro tenemos que entenderlo no como algo individual, sino como algo conectado. Un cerebro aislado muere. La profundidad de la neurociencia compleja y conectada sólo es comparable a la de la astronomía. ¿Qué ocurre? Los seres humanos, cuando se enfrentan a una complejidad abrumadora, tienden a buscar explicaciones sencillas. Así es cómo surgen los reduccionismos. En la historia de la psiquiatría hemos sufrido muchos de forma pendular. En los años 80 y 90 primó el biologismo cuando todo parecía tener que ver con subidas y bajadas de neurotransmisores. Y más tarde, de pronto, todo volvía a tener que ver con las desigualdades sociales. Si uno estudia con rigor la evidencia se da cuenta de que ni los genes ni el capitalismo bastan por sí solos para entender nada. Hace falta incorporar tanto lo biológico como lo ambiental.
LENGUA: En la pugna entre sociedad y genética todo ha estado terriblemente mal. Y afirmas: «La genética es el intermediario entre el medio ambiente y la conducta».
Guillermo Lahera: Genética y ambiente son inseparables e interdependientes. Los genes modifican el ambiente y el ambiente, como hemos descubierto gracias a la epigenética, puede modificar la expresión de determinados genes. Es un baile perpetuo a lo largo de la vida, un juego entre la predisposición genética y el entorno que ayuda a entender el desarrollo de psicopatologías. Y esto tiene una parte buena porque no estamos completamente determinados. Tenemos márgenes, aunque estrechos, de libertad.
«Para entender el funcionamiento del cerebro tenemos que entenderlo no como algo individual, sino como algo conectado. Un cerebro aislado muere. La profundidad de la neurociencia compleja y conectada sólo es comparable a la de la astronomía».
LENGUA: ¿No crees entonces en el libre albedrío, a diferencia de la moda entre los biólogos recientes como Robert Sapolsky que lo niegan?
Guillermo Lahera: Leo con mucho interés a Sapolsky, que es uno de los grandes en psicología evolutiva, pero no llevaría, como él, hasta el final las conclusiones radicales que recoge en su último libro sobre el libre albedrío. Mi postura es la siguiente: nuestros márgenes de libre albedrío son mucho más pequeños de lo que quizás la Ilustración nos enseñó, pero existen. Y nos salvan.
LENGUA: Una pequeña variación en la liberación de una sustancia en el cerebro hace que la realidad «soy víctima de un complot» pase a «soy víctima de un complot, pero no me importa», a «no hay complot, pero no me fio de nadie» y, en algunos casos a «puedo fiarme». ¿En qué medida entonces podemos fiarnos de nuestras impresiones?
Guillermo Lahera: Hay que mirar sin tapujos a la realidad sin todos esos mecanismos adaptativos con los que nos autoengañamos. Si somos científicos tenemos que ver lo que hay. Y lo que vemos es que los pacientes psicóticos agudos a los que tratamos con fármacos que bloquean sus receptores de dopamina, a las tres semanas de ingreso hospitalario, pasan de un extremo a otro. Una pequeña modificación en determinadas zonas y redes del cerebro puede ocasionar grandes cambios en la percepción de la realidad. Pero también lo vemos en pacientes no medicados como esos bipolares que, cuando se inicia una hipomanía, su manera de ver el mundo cambia por completo. Los colores son más vivos, la gente parece más simpática... Incluso puede cambiar su ideología. Pero luego llega la fase de depresión y de pronto nada tiene sentido. La conclusión después de escuchar a estos pacientes es que en toda la historia de la filosofía y de las aproximaciones existenciales humanas algo debió tener que ver el funcionamiento del cerebro. Yo propongo que incluyamos en los grandes debates filosóficos los avances de la neurociencia.
LENGUA: Es cierto, pero, ¿no crees que algunas de las afirmaciones que ha difundido la pseudociencia han sido, digamos, un tanto exageradas y apresuradas, sin un control científico suficiente?
Guillermo Lahera: Exacto. También estamos viendo algo parecido en el campo de la inteligencia artificial. Andamos todos fascinados ante la inminencia de una revolución y deberíamos ser más prudentes y estar más atentos a los riesgos. Con la neurociencia nos ocurrió algo así, hasta el punto de que llegó un momento en el que a cualquier campo del saber se lo ponía el «neuro» delante para pretender vender una nueva visión que no era tal. «Neuroarquitectura», «neuroestética», etc. Tienes toda la razón. Está bien integrar la neurociencia en las humanidades, pero con calma, sin dejarnos llevar por la fascinación
LENGUA: Y ahora que citas la inteligencia artificial. ¿Tú crees que el cerebro será replicable por una máquina algún día o existe algún tipo de «problema difícil» que lo impedirá?
Guillermo Lahera: Preguntaza, jaja. No lo sé, la verdad. Pero sí voy a decirte una frase que he escuchado recientemente: «Las máquinas funcionan y los seres humanos existimos». Lograremos, seguramente, inteligencias artificiales que se ocupen de tareas similares a las nuestras, pero a mí me da la sensación de que nosotros somos un organismo, no una máquina, y eso es algo muy difícil de replicar. La separación entre lo mental y lo corporal es aberrante.
Cartel promocional de Alguien voló sobre el nido del cuco, adaptación al cine (por Milos Forman, 1975) de la novela de Ken Kesey, la cual narra la experiencia de Randle McMurphy (Jack Nicholson) durante su reclusión en un hospital psiquiátrico. Crédito: Getty Images.
LENGUA: ¿La esquizofrenia no sería tanto un cortocircuito de la razón como una razón excepcionalmente afilada y atenta, incapaz de dejar de atender la más mínima y prescindible señal con que nos bombardea el mundo exterior? ¿Algo así como un delirio de la inteligencia?
Guillermo Lahera: La esquizofrenia es una enfermedad compleja, pero si tuviéramos que ir a lo esencial, diríamos que se trata de una alteración en la interpretación de la realidad en la que existe una dificultad para discriminar entre los estímulos del exterior que son relevantes para nuestra supervivencia y adaptación y elementos que son neutros. Parece sencillo porque tenemos un sistema que jerarquiza el nivel de importancia de los estímulos. Si mi cerebro funciona bien, no presto atención a esa mochila que has dejado ahí al lado, pero para un esquizofrénico tu mochila puede resultar tremendamente significativa. Si tú sacas ahora una pistola y me apuntas, yo le asignaría a esa pistola una máxima relevancia. Pero si se la asigno a tu mochila, de repente la realidad se vuelve inquietante. Buscaría todo tipo de explicaciones y ahí llegaría el delirio: una construcción racional en respuesta a una experiencia anómala. Lo patológico no es tanto el delirio como la experiencia que subyace al delirio.
LENGUA: Chesterton decía que loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo menos la razón. Es decir, una razón navegando en el vacío sin ningún sostén emocional puede ser el germen de la enfermedad mental.
Guillermo Lahera: Exacto. Esa frase sintetiza perfectamente lo que quiero decir. Un aparato racional separado de la realidad
LENGUA: Me cae simpático Kevin, el rapero ligón y bipolar de Vicálvaro. ¿Por qué no acabamos de tomarnos en serio el trastorno bipolar?
Guillermo Lahera: La enfermedad bipolar es la más banalizada. Es común en nuestras conversaciones decir algo así como «es que soy un poco bipolar». Y yo he querido en ese capítulo de mi libro mostrar la tragedia que el trastorno bipolar puede suponer para muchas familias. Lo sufre el 1,5% de la población; esto es, millones de personas, y es una enfermedad crónica que dejada libremente genera innumerables problemas a quien la sufre. Un trastorno bipolar desbocado puede arruinar por completo el proyecto vital del paciente. Es una enfermedad muy grave.
«Si mi cerebro funciona bien, no presto atención a esa mochila que has dejado ahí al lado, pero para un esquizofrénico tu mochila puede resultar tremendamente significativa. Si tú sacas ahora una pistola y me apuntas, yo le asignaría a esa pistola una máxima relevancia. Pero si se la asigno a tu mochila, de repente la realidad se vuelve inquietante».
LENGUA: La polémica sobre qué causa exactamente la depresión y qué hacen exactamente los antidepresivos no cesa. ¿Dónde estamos ahora exactamente?
Guillermo Lahera: Los ensayos clínicos muestran que tanto los fármacos antidepresivos como algunas formas de psicoterapia son beneficiosas en algunas formas de la depresión. Tenemos pruebas al respecto con ensayos clínicos aleatorizados. ¿Qué hacen esos fármacos? Elevan los niveles de serotonina en el cerebro. Así que es muy tentador llegar a la conclusión falaz de que entonces la causa de la depresión es la falta de serotonina. Eso es un error. Las causas de la depresión son mucho más complejas e implican a muchas más sustancias, neurotransmisores y experiencias tempranas y traumáticas. Que los antidepresivos sean útiles es, por supuesto, algo a tener en cuenta, pero no es suficiente para entender la depresión.
LENGUA: ¿La depresión es hereditaria?
Guillermo Lahera: Parece que los estudios bien hechos dan fe, en general, de una alta heredabilidad, que a veces llega al 70 o al 80 por ciento, de los trastornos mentales graves como el autismo o la esquizofrenia grave. Eso no quiere decir que el ambiente no influya. ¿Y en la depresión? Bueno, se trata de una enfermedad muy heterogénea y es más difícil dar una cifra de heredabilidad, pero sí observamos una agregación familiar.
LENGUA: Esto que dicen de que en Silicon Valley hay mucho autismo porque los padres también son autistas y esa patología es propicia para un buen desempeño en la ingeniería informática, por ejemplo.
Guillermo Lahera: Eso es interesante. Los rasgos de personalidad, incluso variantes leves de trastorno mental, a veces el objetivo no debe ser tanto curarlos como encontrar un nicho de tu vida donde esos rasgos de la personalidad encajen y sean provechosos. Para ser actor de teatro debes mostrar rasgos histriónicos y para ser ingeniero informático tal vez debas ser retraído y más capaz de ver patrones que el resto.
LENGUA: Creo que el caso más terrible de su libro es el de Cecilia, presa en la prisión mental de su TOC. ¿Cómo es posible que nuestro cerebro se comporte tan catastróficamente mal?
Guillermo Lahera: Es que el TOC también está muy banalizado. Parece cómico, nos reímos en el cine con Jack Nicholson…. Pero el TOC grave puede llegar a bloquear a la persona por completa, a incapacitar, a agotarla. Todos tenemos fenómenos obsesivos y pensamientos intrusos, no pasa nada, es normal. Eso no es tener TOC.
LENGUA: ¿La enemistad entre psicoterapeutas y psiquiatras es una leyenda urbana?
Guillermo Lahera: A veces psicólogos y psiquiatras adoptan posturas un tanto tribales y eso es una desgracia para avanzar. Lejos de defender privilegios de nuestro gremio, lo que debemos hacer es trabajar juntos desde el respeto mutuo para ir de la mano y no solaparnos. No nos peleemos tanto y avancemos, sobre todo en investigación y formación. La enfermedad mental es tan grave que requiere equipos multidisciplinares, no sólo de psiquiatras y psicólogos, también por ejemplo de educadores, enfermeros y trabajadores sociales.
LENGUA: «En algunos pocos casos conseguimos liberar por completo el sufrimiento de la enfermedad mental. En otros me temo que perjudicamos muy a nuestro pesar». ¿Qué significa curar en la psiquiatría y hasta qué punto la psiquiatría cura?
Guillermo Lahera: Es honesto y responsable no levantar expectativa que luego vamos a frustrar. En algunos casos realmente curamos la enfermedad mental, pero son los menos frecuentes. En otros casos somos eficaces y mejoramos la funcionalidad del paciente pero con muchos altibajos. Es una guerra de trincheras. Ganamos metros y los retrocedemos constantemente.