Muertes, mujeres y moscas
Las cosas cambiaron mucho en los últimos años y Claudia Piñeiro lo sabe bien: portavoz de los colectivos femeninos en los debates por la ampliación de derechos y en medio de los embates de los conservadurismos represivos, su figura pública la tuvo en el centro de la escena. Pero, ¿cómo había atravesado la época y el feminismo a su literatura? Para responderse esa pregunta, la escritora argentina tomó una decisión valiente y arriesgada: Inés, la protagonista de «Tuya», encarcelada por matar de un balazo a la amante de su marido, se encuentras de nuevo en libertad y enfrentada a un mundo nuevo. Cruza de policial (en busca de la verdad), de tragedia griega (en busca de los debates éticos de la comunidad) y de monólogo interior moderno (en busca de la incómoda voz de la conciencia), «El tiempo de las moscas» (Alfaguara) explora esta época con la misma agudeza caleidoscópica del ojo de esas otras protagonistas de las que, al parecer, tenemos tanto que aprender: las moscas. La escritora argentina Cynthia Edul explica por qué.
Por Cynthia Edul
Claudia Piñeiro. Crédito: Alejandra López.
En un camino de salida, hay un punto específico en el que se puede estar todavía dentro y también casi afuera de cierto espacio. Es el umbral: el punto de transición, ¿de transformación? Ahí está Inés Experey, Ex Pereyra, Ex de Ernesto Pereyra, a veces Tuya, al comienzo de El tiempo de las moscas, la nueva novela de Claudia Piñeiro, que viene, como la mosca que habita dentro del ojo de Inés y no la deja en paz, a traernos varias preguntas que pican, como el tábano (la oveja negra de las moscas, como nos enseña Inés, una vez más, perdón Sócrates). «Porque sí que pica y duele cuando lo hace». Ahí está Inés, en un camino de salida, con preguntas que pican y duelen cuando lo hacen. Inés está por salir de la cárcel. Quince años adentro. «Detrás de ella, el portón se cierra. Inés no lo ve porque no quiere darse vuelta, pero lo oye; el motor que pone en marcha el sistema, el recorrido sobre el eje de metal, el golpe cuando la hoja de la puerta hace tope con el marco, el sonido de los engranajes de la cerradura en el movimiento que ejecutan hasta acoplarse. Ese portón ya no puede abrirse; si ella girara sobre sus pasos, asustada, lastimada por un sol intenso y quisiera abrirlo para pedir refugio, no lograría que la dejaran pasar. Si quisiera volver a entrar, ella lo sabe, debería equivocarse otra vez. ¿Se equivocó? Quince años después, no tiene una respuesta que la satisfaga».
Claudia Piñeiro vuelve a Inés, Inés vuelve a Claudia Piñeiro, ¿qué información, qué saberes, qué nuevos conocimientos aporta este encuentro quince años después? ¿Qué tiempo era aquel en el que en Tuya, Inés le disparaba PUM en la cabeza a la amante de su marido? ¿Qué tiempo es este? Claudia Piñeiro nos dice que tal vez Eurípides puede dar una pista: «el amplio curso del tiempo tiene mucho que decir acerca del sino nuestro y el de los varones», anuncia el Coro de Medea, que retorna, como retorna el trauma, para plantear en el presente, viejas preguntas que exigen nuevas respuestas. Qué nos dijo, qué nos dice, el amplio curso del tiempo acerca del sino de las mujeres. Hay que mirar para atrás.
Volvamos a Inés (ella capaz tiene otras pistas), que ahora ya cruzó el umbral y está detenida en una calle desierta, «daría lo mismo que estuviera llena de gente. Lo sabe: está sola». Inés está naciendo por tercera vez (la primera cuando la parió su madre, la segunda cuando mató a la amante de su marido, la tercera, ahora), ¿cuántas veces se puede nacer a lo largo de una vida? De tantos nacimientos, Inés entendió o ya sabía, que una nace desnuda. Entera desnudez, en el sentido más amplio de la palabra. Desnudez de lazos (que se fundan y construyen después, como el de Inés y La Manca), desnudez de condiciones materiales (si habremos luchado por el cuarto propio), desnudez de lenguaje. Porque quince años después, hay que aprender a nombrar todo de nuevo. Adentro aprendió que el lenguaje construye realidad, que se dice yuta, que en ese cambio de consonante de puta a yuta, reside «el sino de las mujeres», ese destino y la transformación.
Dieciséis años atrás las cosas se veían de otro modo, hoy sabemos que hay que elegir la palabra que mejor nombra, «porque el lenguaje construye realidad». Hay que aprender a nombrar de nuevo.
Un relato de coraje y amistad
De un lado y del otro del umbral, el pasado, que a veces vuelve como recuerdo, a veces retorna como pesadilla, otras como amenaza, las identidades, «vida nueva, nombre nuevo», Inés Lamas, Inés Pereyra, Inés Experey, que cambió «de la coronilla a los pies». Ahora tiene que sobrevivir afuera, del otro lado. Sobrevivir económicamente (va a fundar una empresa de fumigación ecológica MMM «Muertes, mujeres y moscas», mosca, «la musa que inspira todo lo que hace», la mosca que ve todo el tiempo en su ojo (humor vítreo, células muertas, le dijo una médica de la cárcel), la mosca: la pista que hay que seguir para entender, sobrevivir a su propio pasado (Charo, que retorna como pesadilla, como amenaza, como pregunta), y su hija Lali, maternidad a la que renunció. Nada fácil el escenario del otro lado del umbral.
Claudia Piñeiro. Crédito: Alejandra López.
Y ahí aparece el tábano que pica y duele de Claudia Piñeiro, que en esta novela nos va a conminar a hacer varias preguntas. Preguntas de lo que somos, preguntas sobre los feminismos, cómo nos pensamos, cómo nos entendemos, qué ponemos en juego, preguntas sobre el cuerpo, la justicia, el lenguaje, los mundos íntimos, la maternidad, las hijas, el tiempo. «Pero quince años adentro no pueden ser en vano. Tal vez ahora vea, aunque no quiera», dice Inés, que ahora, si sobrevivió al tábano que fue su madre, al que fue su marido, al que fue la amante de su marido, puede sobrevivir a un tábano cualquiera «y su ponzoña». Pero hay algo más. Que es darle la voz y poner en el centro de la historia a una mujer que sale de la cárcel, que mató, que mató a otra mujer. Todo eso que no queremos mirar, todas esas voces que no tienen voz, todas esas preguntas incómodas que no queremos responder. ¿Puede haber vida después de haber matado?
En la cárcel, Inés aprendió. «Yo soy una esponja, absorbo todo, aprendo de ver». Al menos, aprendió dos cosas. Se encontró con una comunidad de mujeres. Esas mujeres le enseñaron, pusieron el cuerpo, la ayudaron a nombrar todo eso que ella no podía nombrar y que la había llevado hasta ahí. Una de esas mujeres es La Manca, la amiga, el sostén, la confidente, la socia de Inés. La que le va a enseñar la complicidad entre las mujeres, los lazos de amistad. Un personaje entrañable, que nunca se pone en primer lugar, que siempre está a disposición, inteligente, justa, que sobrevive como detective, ayudando mujeres, arriba de la dragona, una moto tuneada por su primo Rody. La Manca, la otra de Charo, podríamos decir, la mujer amiga, la mujer cómplice. En la cárcel, Inés conoció el mundo de las mujeres, esa comunidad horizontal, a la que ella no había entrado (por operar bajo los preceptos y las convenciones del destino de los hombres, en el que la mujer es la rival). «Tan acostumbrada estaba a ese maltrato silencioso que probablemente allí se encuentren los orígenes de mi sometimiento de tantos años. Nos dieron talleres de autoestima en prisión, nos enseñaron a detectar violencias y cortar lazos, a identificar relaciones tóxicas». También en la cárcel, Inés aprendió sobre las moscas, «a mí me sirvió más el estudio de las moscas, debo ser sincera». Esos insectos que tendemos a negar, que queremos eliminar, que nos desagradan, que no entran en los cánones de la belleza de la naturaleza, esos insectos que no queremos ver cerca, pero que traen una verdad. Las moscas. Hay moscas y moscas, como hay personas y personas. Una mosca es una recicladora de la naturaleza, un genoma completo, una detective, una servidora de la comunidad, una clave de un nuevo tiempo. «Cambiar de nombre y saber de insectos me ayudó a reinventarme», dice Inés. En una conferencia sobre el arte de la ficción que se volvió parte del canon de muches escritores, Flannery O'Connor planteó que en la buena ficción, algunos de los detalles tienden a acumular significado dentro de la historia al punto de volverse simbólicos, operan en otro nivel para la experiencia del lector. En esta novela, podemos encontrar varios detalles que acumulan significado, pero sin duda, son las moscas las que van a adquirir ese carácter simbólico que condensa la clave del texto.
Las moscas tienen la clave. Que el vuelo de las moscas, es la pista para resolver el enigma. Que para la mosca, nos enseña Claudia Piñeiro, «la vida pasa en slow motion», que para las moscas, «el tiempo pasa más lento que para nosotras». ¿Y qué si aprendemos a sentir el tiempo como las moscas?
«¡Ay, ay, desdichada por tus penas, infeliz mujer! ¿A dónde irás? ¿Hacia qué hospedaje?». Vuelve Eurípides, con el Coro de Medea, la que quedó en la historia como la que mató a los hijos. ¿Qué trae esta pregunta hoy? ¿Cómo se resignifica? Claudia Piñeiro va al pasado a buscar en el Coro de la Tragedia Griega, la clave para crear una Asamblea de mujeres. (¿Qué somos? Un coro, una asamblea). Dieciséis años después, las mujeres tomamos las calles, se dio vuelta el mundo, ¿se dio vuelta? ¿Qué implicaciones políticas tiene evocar a los trágicos de la Grecia Antigua? ¿Qué implicaciones en la forma de la novela tiene invocar a los trágicos de la Grecia Antigua? En la Grecia Antigua, el acontecimiento teatral era a la vez acontecimiento político con un problema ético que el poeta «lanzaba a la comunidad». En escena estaba la Comunidad en forma de Coro. En una etapa de transición en la que se estaba debatiendo la formación del estado y la de la ley nomos, el teatro desplegaba para la polis el momento de la formulación de preguntas, el planteo de problemas. El coro tenía la función de enunciar la voz de los ciudadanos. Pero la mujer estaba excluída de la esfera pública y de los asuntos políticos. Pensemos que Aristófanes escribe una comedia, Lísistrata, en la que las mujeres toman la polis. De la posibilidad de que las mujeres tomaran la calle se reían a carcajadas los griegos. «¡Ay, ay, desdichada por tus penas, infeliz mujer! ¿A dónde irás? ¿Hacia qué hospedaje?». El tiempo de las moscas trae esta pregunta que no tenía camino 25 siglos atrás, para dar una nueva respuesta sobre el camino y el hospedaje de la mujer. Es un gesto político darle la voz del coro a las mujeres, hermanas, compañeras de lucha. También es un gesto político plantear problemas éticos en contextos estéticos. Traer a los trágicos al presente, para construir un nuevo coro, una nueva asamblea y responder a esas preguntas cuyas respuestas inadecuadas marcaron el sino de las mujeres. Hasta hoy.
Claudia Piñeiro. Crédito: Alejandra López.
Pero, ¿qué tiempo es hoy?
La novela está dedicada a las hijas, a todas las hijas. A las que tienen el deseo de olvidarse de la madre, como Laura, a las que son hijas de madres que no decidieron ser madres, a las hijas de la contradicción, las del deseo, las del problema de maternar. La novela nos enseña también que maternar es político. Se discute en Asamblea. Se plantean las preguntas éticas. Claudia Piñeiro, a través del coro, le plantea a esta sociedad la pregunta ética y política de la maternidad, entre otras.
¿Puede una novela hacer teatro? Después de leer El tiempo de las moscas me atrevo a afirmar que sí. Una novela que hace teatro a la griega (el sueño de muches).
Creo que una de las cosas más deslumbrantes de esta novela es que para poder abordar las preguntas que se plantea, Claudia Piñeiro dio vueltas sobre la forma de la novela. Se sirve del policial para ponerlo al servicio de la verdad de las mujeres, se sirve de la Tragedia Griega, para lanzarle a la comunidad nuevos problemas éticos, se sirve del monólogo interior de la novela moderna, para hacernos oír la voz de Inés, la incómoda, la que no queremos oír. ¿Qué paso cuando el feminismo, el policial, la novela moderna y la Tragedia Griega se encontraron? Pasó El tiempo de las moscas, una novela extraordinaria, que llega después del tiempo, del tiempo de la pandemia y el dolor, a plantearnos viejos dilemas, que exigen nuevas respuestas.
¿Qué tiempo es hoy, entonces? Muches tuvimos otras clases de encierros, y en ese aislamiento hicimos experiencia, hicimos aprendizaje: del dolor, de la pérdida, de la distancia, de muchas cosas más, cada une puede completar este renglón, que el Coro hable, que la Asamblea discuta. Después votamos.
Decía que las moscas tienen la clave. Que el vuelo de las moscas, es la pista para resolver el enigma. Que para la mosca, nos enseña Claudia Piñeiro, «la vida pasa en slow motion», que para las moscas, «el tiempo pasa más lento que para nosotras». ¿Y qué si aprendemos a sentir el tiempo como las moscas? Hoy que el mundo se desborda de basura, la radiación atraviesa nuestros cuerpos, la pobreza crece de manera exponencial y el fascismo avanza veloz, sin que tengamos tiempo de maniobra. ¿Y qué si aprendemos del tiempo de las moscas? Si escapamos de la inmediatez, de lo efectivo, del resultado, de la rapidez, de lo simultáneo, si escuchamos más lento, hablamos más lento, sentimos más lento, tratamos con lentitud a les otres, damos espacio al dolor, a la diferencia, a la diversidad, somos servidores de la comunidad. ¿Qué tiempo es hoy? Claudia Piñeiro dice, «el mundo sería otro si tuviéramos el tiempo de las moscas».
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