Universo Charly García: los Beatles, Fito Páez, la colimba, Maradona...
En 1993, el periodista musical Sergio Marchi se convirtió en la sombra de Charly García, quizá el músico más brillante de la historia del rock argentino. ¿Por qué lo hizo? Para firmar unas memorias canónicas. Así, Marchi, además de biógrafo, fue confidente, baterista, brevísimo mánager, psicólogo aficionado y enfermero. Lo vio todo. Lo vivió todo. Lo escribió casi todo: cuatro años después, en octubre de 1997, Marchi publicó «No digas nada» (Sudamericana), una obra «diversa, divertida y divergente» (exactamente lo que Charly le había encomendado). El libro devino en «best seller» fulminante para alegría del autor y del biografiado, que declaró públicamente sentirse representado. La obra fue actualizada en 2007, un año antes de que García sufriese una crisis nerviosa que provocaría una sucesión de ingresos hospitalarios. Ahora, en 2024, «No digas nada» se reedita con Marchi poniendo distancia y perspectiva, alejándose de Charly, lo que le permite ajustar la mira en nueve capítulos inéditos en los que se narran buena parte de los misterios de la vida del genio indiscutido del rock latinoamericano. Para celebrar esta necesaria vuelta de tuerca, en LENGUA compartimos varios extractos -de aquí y de allá- que ayudan a contextualizar la mirada única del músico a través de su entorno y de algunas experiencias que han definido su personalidad.
Por Sergio Marchi
Charly en noviembre de 2013. Crédito: Maxi Vernazza.
El primer piano
Premonitoriamente quizá, sus padres le hicieron un regalo a Carlitos cuando aún no había cumplido los tres años: un pianito de juguete. Como todo niño, lo inspeccionó, lo aporreó y finalmente comenzó a jugar con él. Un buen día Carmen escuchó una melodía, como de cajita de música. Fue a averiguar el origen del ruido y se encontró con que Charly iba tocando una por una las teclitas, creando algo parecido a una melodía.
Entonces, un pensamiento se instaló en la mente de sus padres: quizás el chico tuviera alguna clase de talento musical, una predisposición natural para la música. Carmen estaba segura y su marido trataba de no darle demasiado vuelo a su locura, propensa a cobrar alas ante el menor estímulo. Finalmente decidieron hacer una prueba con el piano de un vecino. Llevaron a su hijo y lo sentaron enfrente del instrumento. Charly se quedó quieto un rato, pero pronto descubrió que esa cosa enfrente de él funcionaba igual que su juguete a pesar de su enorme escala. Naturalmente, comenzó a tocar como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.
El descubrimiento de los Beatles
Corría el año 1964, el sonido de los Beatles comenzaba a llegar a la Argentina, y había captado el oído inquieto de Carlitos. Allí acabaron los sueños de sus padres, de tener un concertista en la familia. En ese instante terminó aquel futuro de un auditorio en el que señores de sonrisa y frac aplauden un concierto de música clásica. Fue como si el mundo comenzara a rotar al revés, como si todas las certezas de su educación volaran por los aires en una explosión de sonido.
«Cuando escuché a los Beatles —evoca entusiasmado—, me volví loco: pensaba que era música marciana. Música clásica de Marte. Enseguida comprendí el mensaje: "tocamos nuestros instrumentos, hacemos nuestras canciones y somos jóvenes". Para mi época y mi formación, eso era muy raro. No se suponía que los jóvenes hicieran canciones y cantaran. Lo primero que escuché de ellos fue There's a place. Me di cuenta de lo que pasaba con las cuartas y un par de cosas interesantes más. Y ahí, ¡kaboooom!, acabó mi carrera de músico clásico».
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Charly según Fito Páez
«Charly García es uno de los compositores del siglo —asegura el rosarino Páez—. La música más importante que atravesó este siglo en Argentina fue el tango, el folclore en otra instancia, y la otra música fue el rock. En este punto, Charly inventa una nueva manera de contar el mundo pop, renovándolo, refrescándolo y dándole gravedad y gracia. Antes estuvieron Manal, Los Gatos, Almendra, pero es Charly el que instala la idea pop en la gente. Esto es innegable. Lo ha hecho con una gracia muy divina y con una originalidad única. Tiene años de su vida componiendo canciones a lo Dylan, a lo Lennon, a la altura de los grandes del pop que él admira mucho. Y todo eso con un color local que es muy lindo. Charly es un tipo que ha mirado este lugar del mundo como nadie. Ha sacado unas fotos de los argentinos que son increíbles. No hay estrategia en esto: él es un artista. Esto se puede decir de muy poca gente».
Charly según Fito (parte 2)
Fito Páez estaba en los comienzos de su carrera, como tecladista, arreglador y compositor de la banda de Juan Carlos Baglietto, cuando conoció a su viejo ídolo. «Mi primer encuentro con Charly fue en 1977, cuando él tocaba con La Máquina de Hacer Pájaros: yo de fan, yendo a charlar con él en la puerta del Club Sportivo América. Después lo seguí al hotel, pidiéndole una firma y él sacándome de encima. Lo hice con pudor, vergüenza y un gran caradurismo. Pasó el tiempo y nos encontramos en el camarín del teatro Coliseo, cuando yo tocaba con Juan Carlos Baglietto y presentábamos Actuar para vivir. Yo creo que fue a husmear con Andrés (Calamaro) al teatro Coliseo a ver de qué iba este pibe. Habrán tomado un trago, vieron dos o tres temas y se fueron. Charly, muy amoroso, se sentó al lado mío. Yo tenía 19 años; él venía con Andrés, que tenía unos anteojos celestes muy lindos. Ellos eran el único glam de Buenos Aires. Charly se me sienta al lado y me dice: "Hola, vos sos Fito, me dijeron que tenías una bronca conmigo. ¿Por qué?". Y yo le dije: "¿Cómo voy a tener bronca con vos? Si soy fan tuyo desde chiquito, que te iba a pedir autógrafos y me sacabas de los hoteles a patadas". Ya en esos años, sin conocernos, había una tensión de afuera, como que yo era el nuevo Charly. Me lo decían como si fuera un agravio y para mí era un piropo. ¡Sí, está bien, pero le copia todo! ¡Para mí era un absoluto halago y lo sigue siendo! Estoy orgulloso de cargar en mis espaldas su influencia para toda la vida».
Fue Daniel Grinbank quien le dio la noticia de que Charly lo quería como tecladista de su nueva banda. «Yo me caí de espaldas —continúa Fito—, ni siquiera soñaba con la posibilidad, era muy niño, muy ingenuo, venía de una provincia: Buenos Aires era como un monstruo y creí que me esperaba mucho más tiempo de underground. En la reunión con Grinbank ni siquiera se habló de dinero. No me importaba: yo iba a tocar con Dios».
Charly García. Crédito: cortesía de Sudamericana.
Botas locas: Charly en la colimba (el servicio militar)
La crisis se agudizó en 1971 por la colimba de Charly, uno ser humano pueda imaginar; una cárcel, una tortura. Y con razón: no lo pasó nada bien. Una prolongación de la esclavitud escolar, elevada a potencia militar. Ningún pelo largo, ninguna música. Cero creación. Subordinación y valor. La madre de Charly se preocupó mucho cuando llegó el temido momento del reclutamiento y trató por todos los medios de evitarle esa penuria. Sólo logró, no sin esfuerzo, conseguirle un destino aceptable en Campo de Mayo.
Charly debió alistarse como todo ciudadano, teniendo que poner a Sui Generis en compás de espera. Su estadía en el Ejército causó problemas de disciplina: no se quedaba firme, hablaba de más y mostraba una expresión altiva en vez de bajar la cabeza como el resto. Al comienzo, Charly se bancó ese régimen brutal como un señorito, pero a medida que el tiempo transcurría comenzó a rebelarse. Revolviendo papeles sueltos, encontré una carta desesperada a su madre que mandó desde el cuartel. (…)
Cuando Charly vio que el séptimo de caballería no acudía al rescate, decidió forzar los acontecimientos actuando irresponsablemente. Y cuando lo apretaron, simuló locura, dijo que sufría del corazón y hasta se llegó a intoxicar con pastillas, por lo que lo mandaron al hospital. Realmente no estaba muy bien, se sentía mareado y no podía coordinar sus movimientos. Asegura haber tenido una visión. Un ángel, una visita celestial que permaneció un instante frente a él y se fue. Cuando se le pasó el malestar, compuso la letra y la música de Canción para mi muerte. Le dio forma final cuando cayó Nito Mestre de visita con una guitarra.
Para que no quedara ninguna duda de que no podía pertenecer al Ejército, Charly llevó a cabo una serie de desmanes que pusieron ese hecho en evidencia. Fingió todo lo que pudo una variada gama de desórdenes físicos. Pero cuando vio que los médicos no le creían, decidió hacer algo tremendo, algo que evitara que fuera devuelto al regimiento: tomó el cuerpo de un muerto de una de las camas del hospital, lo puso en una silla de ruedas y lo llevó a tomar sol por ahí.
—Lo vi muy pálido —declaró cuando lo sorprendieron.
El soldado García fue sometido a exámenes psicológicos que lo declararon «maníaco-depresivo, con personalidad esquizoide», recomendando así su baja. Ésa fue una de las pocas cosas con que el Ejército la pegó y lo dejaron ir a comienzos de 1972. De esa experiencia salió otra canción que se llamó Botas locas.
—Así comencé mi larga carrera de éxitos —rio una tarde, frente a la pileta de su sala de ensayo—, gracias al Ejército Argentino.
Charly García. Crédito: cortesía de Sudamericana.
Charly y Maradona
Cuando Charly estaba grabando Jugo de tomate frío con Gabis en Madrid, sucedió el famoso incidente de la efedrina, por el cual el equipo argentino se quedó sin Diego Armando Maradona. La selección tenía grandes jugadores y había alcanzado un buen rendimiento en los dos primeros partidos del Mundial. Viendo jugar al resto de los equipos, Argentina parecía ser una candidata natural al título. La baja de Maradona, seguida por la (¿lesión?) de Claudio Caniggia, dejó a los albicelestes sin dos jugadores clave.
García se sintió muy movilizado por todo lo que pasaba con Maradona, e inmediatamente hizo una canción: el famoso Maradona Blues. El tema se grabó rápidamente y Charly llamó a Buenos Aires para tratar de conectarse con el crack. Le pasaron el teléfono del celular de Maradona, que estaba en Los Ángeles, viendo desde las plateas Argentina vs. Rumania. Segundos antes de la primera pitada, Charly le hizo escuchar la canción por teléfono. Fue una de las pocas alegrías que Maradona recibió por aquellos días. Era el primer saludo entre las dos potencias, que quedaron en conocerse personalmente cuando ambos llegaran a Buenos Aires.
Charly y Joaquín Sabina
«Entramos juntos a Edelweiss y allí estaba Armando Manzanero. Nos saludamos y me pidió que le presentara a Charly. Le avisé que era bravo, pero él quería conocerlo en serio. Llamé a Charly, le presenté a Manzanero y él se le puso a dos centímetros y le cantó una versión punk de Esta tarde vi llover. Pobre hombre, quedó aterrorizado».
Joaquín Sabina y Charly García se vieron algunas veces entre 1993 y 1995, antes de hacerse amigos. El respeto y la admiración del español no pudieron en un comienzo contra el prejuicio y la desconfianza del argentino. «La primera vez que yo vine a la Argentina —relata Sabina— había escuchado muy poquita cosa de Charly, pero ya había notado ese sabor genial que tiene. Quería conocerlo e ingenuamente le dije a un tipo de mi casa de discos que lo invitara al concierto. Éste lo llamó y le dijo "Oye, que hay aquí un cantante que se llama Sabina y tal, que quiere conocer rockeros argentinos". Y García le contestó: "Yo no soy rockero, soy músico, pero no te desanimes". El tipo no se desanimó, le echó un disco mío por debajo de la puerta y Charly lo tiró por el balcón».
Eso fue a fines de 1993, cuando Sabina había alcanzado un gran pico de popularidad en Buenos Aires, lo que le dio la oportunidad de presentarse en la cancha de Ferro. Era su idea homenajearlo en persona, sobre el escenario y tocando. Sabina quería conectarse con el rock de acá y finalmente invitó a Los Caballeros de la Quema a que abrieran su show. Para la ocasión, Joaquín intentó cantar Los dinosaurios. «Que no la canté, porque con sólo empezarla, la gente se hizo cargo de la letra. Fue un momento muy emocionante. Mi intención no era sólo homenajear a Charly, sino homenajear a todo el gran rock argentino, que yo creo que es el mejor en mi idioma. En España fue más un mimetismo del rock and roll sajón. Aquí se inventó».
Charly García. Crédito: cortesía de Sudamericana.
¡Escándalo!: Charly se baja los pantalones
Una de las historias más memorables es la de Córdoba, en 1983, donde se produjo aquella mítica bajada de lompas. «Empezó siendo un poco dramática la situación en Córdoba —continúa Fito—, porque Charly empuja el piano y lo quiere tirar abajo del escenario. Si se llega a caer ese piano, salvado por Quebracho, se matan dos o tres personas. No sé qué le pasó, se fue al carajo y tuvo necesidad de decirle al mundo que él tenía esa pija ahí y que tenía un par de huevos y que era macho, era puto, era todo. Tuvo la necesidad de expresar algo y lo hizo de una manera muy contundente. Salvo los Doors en Miami, cuando Morrison se hizo la paja en el escenario, no sé si hubo en el mundo algo así. Fue una expresión pública y se armó un revuelo impresionante».
El revuelo periodístico que causó el culo de Charly al aire agigantó un hecho minúsculo hasta llevarlo a proporciones desmesuradas. La democracia recién se había restablecido en nuestro país y la cola de García fue como la bandera verde para nuestro pacato destape argento, mucho más modesto y pudoroso que el español.
Yo no quiero volverme tan loco
Charly tiene otra fascinación: los revólveres. Algunas veces me ha contado historias de la época de la dictadura: me dijo que lo raptaron dos veces y que tuvo que asesinar a dos tipos para poder escapar. No lo veo capaz de matar ni a una ladilla. Pero una vez pudieron haberlo matado en serio.
Fue en uno de los shows del teatro Gran Rex, cuando presentó Filosofía barata y zapatos de goma. Un tipo de un aspecto extraño se subió al escenario. Los plomos pensaron que se trataba de un fan y, si lo era, respondía a las características de un Mark David Chapman: le pegó una patada en la cara a un miembro de la seguridad que quiso detenerlo, llegó junto a Charly y le apuntó con un arma. «El tipo tenía puesta como una sotana y cargaba unos libros —recuerda Quebracho—; nosotros nos quedamos sin reacción, y si hubiera querido, mataba a Charly».
Encañonando a la estrella delante de todo su público, le pidió tranquilidad.
—Quietito: si me tocan los de seguridad, te pego un tiro —amenazó.
Charly pidió que por favor no le hicieran nada al muchacho. El tipo quiso comprobar si todos se quedaban quietos y se distrajo un segundo, que García aprovechó para arrebatarle el arma. Los plomos redujeron al invasor y comprobaron que el revólver era falso, pero bien pesado. Se lo llevaron y, desde el escenario, García les hizo una petición.
—Por favor: no lo maten... acá adentro.
La gente se quedó helada, y el show siguió adelante, aunque el público jamás pudo salir de su estupor. Cuando terminó todo, llegó la policía para llevarse al lunático. Charly no quiso denunciarlo.
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