Tótem y tabú: cartas a las madres
Miguel Hernández desde la prisión, la tristeza atormentada de Dostoievski, la gratitud devocional de Schumann, la delicada despedida de Emily Dickinson, María Antonieta embarazada, Kafka y su suegra, Freud y su Edipo, la célebre carta ante la Guerra Civil norteamericana que inspiró la instauración del Día de la Madre en 1914. «Cartas a la madre» (Ediciones B) es una antología que permite asomarse a las mil formas de ese vínculo que viene forjando a Occidente desde la Antigua Grecia. Publicamos a continuación una selección de esas confesiones llenas de amor, deseo, enojo y perdón.
Crédito: Max Rompo.
FRANZ KAFKA A SU FUTURA SUEGRA, ANNA BAUER, QUE NUNCA LLEGÓ A SERLO
A pesar de dos noviazgos oficiales, Franz Kafka nunca llegó a casarse, aterrorizado por la posible pérdida de su tiempo libre y de su independencia para dedicarse del todo a la literatura. En un constante vaivén, Kafka se debatía entre la necesidad de salir de la casa de sus padres, un infierno, y el rechazo a las consecuencias de la vida en pareja. Cortés y atento como pocos, aun sin llegar a casarse, escribió cartas a su futura suegra que dejan destellos del ser humano tan raro, sublime y diferente que era el escritor.
Praga
Domingo, 19 de abril de 1914
Querida madre:
Ahora empiezan a ordenárseme un poco los recuerdos de los dos días y, de forma tranquila y decidida, puedo darte las gracias de todo corazón, a ti, a padre y a todos vosotros. Durante los dos días me sentí, de verdad, agasajado de manera permanente, sí, permanente, y vi en el hecho de que me deis a Felice la más grande señal de amor que podía recibir de vosotros, nunca seré lo suficientemente digno para agradecérosla.
Todo lo demás es secundario. Secundario es que tú, querida madre, tengas esto y aquello que objetarme y en el futuro encuentres quizá más cosas que objetar, sin que yo pueda cambiarlas. Nadie es perfecto para sí; cuánto menos lo será entonces para los demás. Que no sea esto, queridísima madre, lo que ocupe en primer lugar tus pensamientos, sino que entregas a Felice a una persona que sin duda no la quiere menos que tú (a su propia manera, claro está) y que, hasta donde lleguen todas sus fuerzas, intentará proporcionarle una vida feliz.
Y ahora venid pronto, que todos se alegran ya de vuestra venida. Cualquier retraso de vuestra llegada carece de motivo y me provoca sufrimiento. También es importante que vengáis pronto para buscar piso. Si Felice no se da prisa, ¡empújala un poco sin que se dé cuenta, queridísima madre!
Cordialísimos saludos y besos a ti y a todos de
Tu Franz
MIGUEL HERNÁNDEZ A SU MADRE, CONCEPCIÓN GILABERT
Alicante 5 de enero de 1942
Mi querida madre:
Me encuentro francamente mejor. Un poco débil, como advertirás en la letra, pero dispuesto a ponerme bien pronto, y además fuerte. Ha sido un principio de tifus, según el resultado del análisis de sangre que se me hizo. Hoy ya no existe ningún peligro. Tengo ganas de tener unas letras tuyas y saber de ti, de la tía Antonia y demás familia. No quiero que se te ocurra venir hasta que llegue el buen tiempo, a pesar de las ganas tan grandes que tengo de verte. Esta primavera vendrás, si no se me ocurre a mí ir antes.
Madre, me acuerdo mucho de ti. No sufras, come, cuídate y ya vendrán mejores tiempos. Ya estoy aquí en la enfermería de la prisión, un poco impaciente de llevar treinta y siete días en cama, y eso que es la primera vez que duermo en ella después de dos años y medio de prisión (un poco más).
Bueno, vieja, se me cansa la mano y te voy a abrazar, no es muy fuertemente, porque no puedo, pero sí con las fuerzas necesarias con que cuento actualmente.
Hasta la tuya te saluda y abraza otra vez tu hijo Miguel.
Madre mía
HONORÉ DE BALZAC A SU MADRE, ANNE-CHARLOTTE-LAURE SALLAMBIER
Angulema 20 de julio de 1832
Mi buena y excelente madre, después de haberte escrito con tanta prisa, ayer, me arrolló la ternura más completa cuando leí la carta que me escribes, y después de una hora durante la cual te adoré, no tuve fuerzas para escribirte, así que he esperado hasta esta mañana. Pobre madre, ¿cómo podré compensarte, cuándo te compensaré y podré jamás compensarte con ternura y amor todo lo que tú haces por mí?
ROBERT SCHUMANN A SU MADRE, CHRISTIANE SCHNABEL
Monheim, cerca de Nüremberg 2 de abril de 1828
Pienso en ti a menudo, mi buena y querida madre, y en todas las excelentes máximas con las que me armaste para la batalla de la vida... Querida madre, ¡cuántas veces te he ofendido y he malinterpretado tus sabias intenciones! Perdona a tu hijo, que espera expiar las faltas de su exaltada juventud con buenas acciones y una vida virtuosa. ¡Qué extraordinario ascendiente tienen los padres sobre sus hijos! Al quedar huérfano de padre, tengo aún mayores obligaciones para contigo, queridísima madre. Solo a ti debo mi vida feliz, mis expectativas de contar con un futuro alegre y sereno. Que tu hijo se muestre digno y responda siempre al amor de su madre llevando una buena vida. Pero tú debes ser, como siempre, mi madre bondadosa e indulgente, y juzgarme con benevolencia cuando cometa una transgresión, amonestarme con delicadeza cuando mis extravagancias me adentren en exceso en el peligroso laberinto de la vida. Jean Paul dice: «La amistad y el amor recorren este mundo casi velados y con los labios sellados, y ningún hombre habla de su amor a otro, porque el alma no tiene forma de hablar; pero los niños pueden revelar su amor, expresar en voz alta su devoción al corazón de sus padres, y reintegrar adoración por amor...».
Robert
FIÓDOR DOSTOIEVSKI A SU MADRE, MARIA DOSTOIEVSKAIA
[Moscú, abril-mayo de 1834]
Querida mamá:
Una vez te fuiste, querida mamá, empecé a echarte muchísimo de menos, y cuando ahora pienso en ti, querida mamá, me invade tal tristeza que resulta imposible ahuyentarla. ¡Si supieras cuánto me gustaría verte! Apenas puedo esperar a que llegue ese feliz momento. Cada vez que pienso en ti rezo a Dios por tu salud. Haznos saber, querida mamá, si has llegado bien, dale un beso a Andryushenka y Verochka de mi parte. Beso tus manos y seguiré siendo tu hijo obediente.
F. Dostoievski
MARÍA ANTONIETA, EMBARAZADA, A SU MADRE, MARÍA TERESA I DE AUSTRIA
Versalles 19 de abril de 1778
Señora, mi querida madre:
Mi primer impulso, que me arrepiento de no haber seguido, hace ocho días, fue comunicarle mis esperanzas a mi querida madre. Me contuve por el temor de causar una gran tristeza, si al cabo mis esperanzas se desvanecían. Todavía no están totalmente aseguradas, y no confiaré por completo en ellas hasta los primeros días del próximo mes, momento del segundo ciclo. Mientras tanto, creo contar con buenas razones para confiar. Jamás he tenido retrasos; al contrario, más bien siempre avances. El mes de marzo, el día tres, tuve la regla. Ya estamos a diecinueve y no ha pasado nada. Por lo demás, me encuentro de maravilla, tengo más apetito y más sueño. Debo también calmar la alarma y la inquietud de mi querida madre dándoos una explicación fiel y cierta de mis hábitos cotidianos. Desde que comenzaron estas esperanzas, he interrumpido cualquier viaje en coche y me he limitado a breves paseos a pie. Me aseguran que, cuando haya pasado el segundo ciclo, será saludable estar menos encerrada. Mi querida madre podéis estar segura de que seré prudente y estaré atenta a todos mis movimientos.
Versalles 14 de agosto de 1778
Estoy llena de felicidad porque, encontrándose mi embarazo en un momento tan delicado, mi salud siga siendo tan buena. Mi bebé se movió por primera vez el viernes 31 de julio, a las diez y media de la noche. Desde entonces, se revuelve frecuentemente, lo cual me causa un gran júbilo. No puedo expresar a mi querida madre lo feliz que me hace cada movimiento. Durante este tiempo, he engordado mucho, incluso más de lo que es corriente a los cinco meses. Si duda no merezco ningún elogio por la fiesta de Trianón, me habría sido imposible fingir nada. Unos días después, volví a mi vida ordinaria. Mi cabeza no da abasto con los pensamientos que me atormentan. Sigue siendo verdad que son necesarios para alejar las conjeturas y los razonamientos. Por medio de los filósofos e intrigas de todo tipo, el rey de Prusia ha logrado un gran número de partidarios y, en ciertos momentos, me veo obligada a mostrar un rostro alegre, para el que sin duda no tengo causa ni ganas. Vamos a pasar ocho días en Choisy. No he creído que deba oponerme a los dos espectáculos que siempre están presentes en los viajes, habríamos tenido una discusión sobre ello. Se ha decidido que mi bebé sea bautizado y reciba su nombre justo después de nacer. Si mi querida madre tiene la bondad de ser la madrina, espero que tenga la bondad de enviar su consentimiento y los nombres que quiera darle. El rey de España será el padrino. Estoy muy impaciente por la próxima carta. Me atrevo a pensar que me traerá un buen resultado: ¡Dios quiera que no sea decepcionante!
ÚLTIMA CARTA DE SAMUEL JOHNSON A SU MADRE, SARAH JOHNSON
20 de enero de 1759
Querida y respetada madre:
Ni su estado ni su carácter me permiten decir mucho. Ha sido la mejor madre del mundo, y creo que la mejor mujer. Le agradezco su indulgencia para conmigo, y le pido perdón por todo lo que he hecho mal, así como por todo lo que he omitido hacer bien. Que Dios le conceda su Espíritu Santo y la reciba en la felicidad eterna, por el amor de Jesu- cristo. Amén. El Señor Jesús reciba su espíritu. Amén.
Soy, queridísima madre, su devoto hijo,
Sam. Johnson
EMILY DICKINSON A SUS PRIMOS
Noviembre de 1882
Queridos primos,
Me hubiera gustado escribiros antes, pero la muerte de mamá casi aturde mi espíritu. He atendido algunas diligencias de amor, aunque he escrito de forma un tanto intuitiva. Poco quedaba ya de la tía que conocisteis. Se ratificó la gran misión del dolor —cultivado hasta la ternura por la persistente tristeza, de modo que murió una madre superior a la que hubiera fallecido de haberlo hecho antes. No hubo despedida terrenal. Se nos escapó de las manos como un copo de nieve arrastrado por el viento, y ahora forma parte de la deriva llamada «infinito». No sabemos dónde está, aunque muchos nos lo dicen. Creo que, de algún modo, seremos agasajados por nuestro Creador —que Aquel que nos dio esta notable tierra tiene el poder de sorprender aún más a aquello que Él ha creado. Más allá de eso, todo es silencio... Madre estaba muy hermosa cuando murió. Los serafines son artistas solemnes. La iluminación que solo llega una vez se detuvo en sus rasgos, y cuando la depositamos en la tumba parecía que ocultábamos una imagen; pero la hierba que recibió a mi padre bastará a su invitada, a la que pidió en el altar que lo visitara durante toda su vida. No puedo decir cómo es la Eternidad. Me rodea como si fuera el mar... Gracias por acordaros de mí. Recuerdo—palabra poderosa. «La que me has dado antes de la creación del mundo». (Juan, 17, 24. N. de la T.)
Con cariño,
Emily
«Poco quedaba ya de la tía que conocisteis. Se nos escapó de las manos como un copo de nieve arrastrado por el viento, y ahora forma parte de la deriva llamada "infinito"».
Emily Dickinson
JULIA WARD HOWE, «LLAMAMIENTO A TODAS LAS MUJERES DEL MUNDO»
La historia de la celebración del día de la Madre difiere en cada país, pero se inicia en Estados Unidos. La carta escrita por la militante católica Julia Ward Howe en 1870, como reacción a la barbarie de la Guerra Civil y en homenaje al papel destacado que desempeñaron las mujeres, impulsó un movimiento que resultó decisivo para que el presidente Woodrow Wilson instituyera el día de la Madre en 1914.
Una vez más, ante los ojos del mundo cristiano, dos grandes naciones han consumido su habilidad y poder en el asesinato mutuo. Una vez más, las cuestiones sagradas de la justicia internacional se han sometido a la fatal mediación de las armas de guerra. En esta época de progreso, en este siglo de la luz, se ha permitido que la ambición de los gobernantes trueque los queridos intereses de la vida doméstica por los sangrientos intercambios del campo de batalla. Así han hecho los hombres. Así lo harán los hombres. Pero las mujeres ya no tienen que formar parte de los procedimientos que llenan al mundo de pena y horror. A pesar de los postulados de la fuerza física, la madre tiene una palabra sagrada e imperativa que decir a sus hijos, que deben la vida a su sufrimiento. Esa palabra debe ser escuchada y contestada como nunca antes.
¡Alzaos, pues, mujeres cristianas de hoy! ¡Alzaos, todas las mujeres con corazón, ya sea vuestro bautismo de agua o de lágrimas! Decid con firmeza: No permitiremos que las cuestiones significativas las decidan organismos irrelevantes. No permitiremos que nuestros maridos vengan a nosotras, apestando a matanzas, en busca de caricias y aplauso. No consentiremos que nos arranquen a nuestros hijos para que olviden todo lo que hemos podido enseñarles sobre la caridad, la misericordia y la paciencia. Nosotras, mujeres de un país, sentiremos demasiada ternura hacia las de otro país, para permitir que nuestros hijos sean instruidos para herir a los suyos. Desde el seno de este mundo devastado se eleva una voz que se une a la nuestra. Dice: ¡Desarme, desarme! La espada del asesinato no es la balanza de la justicia. La sangre no limpia el deshonor, ni la violencia justifica la posesión. Al igual que los hombres a menudo han abandonado el arado y el yunque en respuesta al llamamiento a la guerra, que las mujeres dejen ahora todo lo que pueda quedar del hogar para celebrar un gran día de reunión y consejo.
Que se reúnan primero, como mujeres, para llorar y homenajear a los muertos. Que luego se aconsejen solemnemente unas a otras respecto a los medios para que la gran familia humana pueda vivir en paz, el hombre como hermano del hombre, y que cada una deje tras de sí la sagrada impronta, no del César, sino de Dios.
En nombre de todas las mujeres y de la humanidad, pido encarecidamente que se fije y celebre un congreso general de mujeres, sin exclusión de nacionalidad, en el lugar que se considere más conveniente, y que sea desde el principio coherente con sus objetivos, para promover la alianza de las diferentes nacionalidades, para resolver amistosamente las cuestiones internacionales, los grandes y generales intereses de la paz.
«He descubierto, también en mi propio caso, [el fenómeno de] estar enamorado de mi madre y celoso de mi padre, y ahora lo considero un acontecimiento universal en la primera infancia».
Sigmund Freud
SIGMUND FREUD A WILHEM FLEISS SOBRE EL COMPLEJO DE EDIPO
Viena IX, Berggase 19 15 de octubre de 1897
Querido Wilhem:
Mi autoanálisis es, de hecho, lo más esencial que tengo en la actualidad y promete convertirse en lo más valioso para mí si llega a su fin. [...] Ser totalmente honesto con uno mismo es un buen ejercicio. Se me ocurrió una idea de valor general. He descubierto, también en mi propio caso, [el fenómeno de] estar enamorado de mi madre y celoso de mi padre, y ahora lo considero un acontecimiento universal en la primera infancia, aunque no tan temprano como en los niños que se han vuelto histéricos. (Parecido a la invención de la filiación [novela familiar] en la paranoia: héroes, fundadores de una religión). Si esto es así, podemos entender el poder de atracción de Edipo rey, a pesar de todas las objeciones que la razón plantea contra la presuposición del destino; y podemos comprender por qué el posterior «drama del destino» estaba destinado a fracasar de manera tan estrepitosa. Nuestros sentimientos se alzan contra cualquier compulsión individual arbitraria, como la que se presupone en Die Ahnfrau y similares; pero la leyenda griega se aferra a una compulsión que todos reconocen porque sienten su existencia dentro de sí mismos. En su fantasía, cada uno de los espectadores fue una vez un Edipo en ciernes y cada uno retrocede horrorizado ante la realización del sueño transferido aquí a la realidad, con toda la cantidad de represión que separa su estado infantil del actual.
Se me pasó fugazmente por la cabeza la idea de que lo mismo podría también estar en el fondo de Hamlet. No pienso en la intención consciente de Shakespeare, sino que creo, más bien, que un hecho real estimuló al poeta a su representación, en la que su inconsciente comprendió el inconsciente de su héroe. ¿Cómo justifica Hamlet, el histérico, sus palabras: «La conciencia nos convierte a todos en cobardes»? ¿Cómo explica su irresolución para vengar a su padre con el asesinato de su tío, el mismo hombre que envía a sus cortesanos a la muerte sin ningún escrúpulo y que se precipita positivamente al asesinar a Laertes? ¿Cómo mejor que a través del tormento que padece por el oscuro recuerdo de que él mismo había contemplado el acto contra su padre por pasión hacia su madre, y: «Tratad a cada uno como se merece y, ¿quién escapa al látigo?»? Su conciencia es su inconsciente sentimiento de culpa. ¿Y no es su alienación sexual en su conversación con Ofelia típicamente histérica? ¿Y su rechazo del instinto que busca engendrar hijos? Y por último, ¿su transferencia de la acción de su propio padre al de Ofelia? Y de la misma maravillosa manera que mis pacientes histéricos, ¿no se castiga al final a sí mismo al sufrir el mismo destino que su padre de ser envenenado por el mismo rival?
He centrado mi interés en el análisis de un modo tan exclusivo que ni siquiera he intentado probar, en lugar de mi hipótesis de que en todos los casos la represión parte del aspecto femenino y se dirige contra el masculino, la hipótesis opuesta por ti propuesta. Sin embargo, la abordaré alguna vez. Por desgracia, apenas participo en tus trabajos y progresos. En este aspecto estoy mejor que tú. Lo que puedo decirte sobre las fronteras mentales de este mundo encuentra en ti una crítica comprensiva, y lo que tú puedes decirme sobre sus fronteras celestes solo evoca en mí un improductivo asombro.
Saludos cordiales para ti, tu querida esposa, y mi nuevo sobrino,
Tu Sigm.
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