Hermana Ping, tendera y contrabandista: así levantó su imperio la «cabeza de serpiente» que nadie esperaba
Desde hace décadas, en China se conoce como «cabeza de serpiente» a todo aquel (o aquella, como ahora veremos) que cobra grandes sumas de dinero por sacar de contrabando personas de China y llevarlas a otros países. En su libro, titulado (oh, claro) «Cabeza de serpiente» (Reservoir Books, septiembre de 2024), el periodista Patrick Radden Keefe se sumerge en este lodazal para desvelar un submundo tan fascinante como aterrador: el autor de «No digas nada» arranca su relato en esta ocasión con el periplo del Golden Venture (el barco que embarrancó cerca de Nueva York, en la madrugada del 6 de junio de 1993, cargado con más de trescientos inmigrantes chinos sin documentación) para presentarnos inmediatamente a la Hermana Ping, una mujer de mediana edad y de apariencia anodina que desde la trastienda de un pequeño bazar en Chinatown se convirtió en la mayor cabeza de serpiente de Estados Unidos y construyó un imperio multimillonario. En este extracto del libro, apenas 2.000 palabras de este monumental retablo sobre el mundo del crimen, Radden Keefe explica, a través del caso concreto de un cliente de la Hermana Ping, cómo (y por cuánto) podía un inmigrante ilegal alcanzar el tan manido «sueño americano».
A la izquierda, portada del Daily News del 7 de junio de 1993. En ella se informa sobre la muerte de ocho chinos de un grupo de 300, los cuales fallecieron ahogados cuando tenían al alcance la costa de Nueva York. Todos venían a bordo del carguero Golden Ventura, en donde viajaron durante 112 días desde la provincia china de Fujian (crédito: Getty Images). A la derecha, imagen de la ficha policial de Cheng Chui Ping, la cabeza de serpiente que dirigió una operación de tráfico de personas entre Hong Kong y Nueva York desde 1984 hasta 2000, tiempo durante el cual introdujo a tres mil compatriotas chinos en Estados Unidos, negocio por el que se llegó a embolsar más de 40 millones de dólares (Wikimedia Commons).
En 1984, un joven llamado Weng Yu Hui quería abandonar su pueblo de Fujian, no lejos de Shengmei, e irse a Estados Unidos. Weng era hosco y fornido, con el pelo moreno peinado con raya a un lado y una ligera papada. Había dejado los estudios en tercero de primaria, durante la Revolución Cultural, y cultivado boniatos y arroz con su familia antes de entrar a trabajar como obrero de la construcción. Weng tenía esposa e hijos, y sus motivos para querer marcharse eran sencillos: «Ganar más dinero. Mejorar las condiciones de vida de mi familia». En 1984 operaban muy pocos cabezas de serpiente en Fujian, pero el cuñado de Weng le había pagado recientemente a una mujer llamada Hermana Ping para que lo trasladara de contrabando a Nueva York, y esta lo había llevado allí sin ningún percance. Weng preguntó por ahí y al final localizó a un vecino del pueblo que había sido maestro de la Hermana Ping en la escuela. El hombre le dijo a Weng que tendría que abonar dos mil dólares por adelantado y que, si llegaba a Estados Unidos, adeudaría otros dieciséis mil. Weng también necesitaría un avalista, alguien que ya estuviera en el país y accediera a pagar el resto de la deuda cuando llegase. Weng abonó el anticipo y dio el número de teléfono de un sobrino que vivía en Norteamérica. Llamó por teléfono al sobrino para avisarle: «Si te telefonea alguien llamado Cheng Chui Ping, tienes que acceder a las condiciones». Poco después, Weng recibió una carta que en apariencia era una invitación a visitar a unos parientes en Guatemala (puesto que el comercio culi envió a miles de chinos a trabajar en las plantaciones de América Central y el Caribe en el siglo xix, la treta no era del todo inverosímil; las pequeñas comunidades chinas son un rasgo característico de muchas ciudades en esa parte del mundo). Weng llevó la carta a la Oficina de Seguridad Pública de Fuzhou, les habló de su familia de Guatemala y solicitó un permiso para abandonar el país. Le expidieron un pasaporte.
Provisto del pasaporte, Weng fue a la ciudad portuaria de Shenzhen, justo al otro lado de la frontera de Hong Kong. Allí salió a su encuentro la hermana menor de la Hermana Ping, una fujianesa bajita llamada Cheng Tsui Wah, que también era conocida como Susan. Ya había una docena más de clientes fujianeses esperando en un hotel de Shenzhen, y tras varias semanas Susan obtuvo visados de entrada a Hong Kong y acompañó a Weng y media docena más de hombres durante el breve trayecto a la ciudad. Era el Año Nuevo chino, y la urbe estaba entregada a los fuegos artificiales, las danzas del león y la jarana. El problema era que Weng y los demás iban vestidos de campesinos, con la ropa de algodón deteriorada de tanto trabajar y cortes de pelo de paletos. Susan atravesó el bullicio de Hong Kong con las personas a su cargo y las sometió a un ligero lavado de cara: les proveyó de trajes de estilo occidental, les cortó el pelo y les compró relojes, cepillos de dientes y dentífrico. Los cabezas de serpiente a veces se refieren a sí mismos como «guías turísticos», y esta es sin duda una parte de su trabajo.
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Cuando Susan consideró que sus clientes podían pasar por viajeros internacionales con pasaporte, los escoltó a un apartamento de dos habitaciones en Hong Kong. Dijo que su padre era el dueño, y les hizo dormir en el suelo de un cuarto mientras ella ocupaba el otro. Al día siguiente fueron al aeropuerto hongkonés de Kai Tak y subieron a bordo de un vuelo con destino a Ciudad de Guatemala.
El hermano de la Hermana Ping, Cheng Mei Yeung, salió a recibirlos a su llegada. Mei Yeung, un fujianés de ojos nerviosos y mandíbula retraída, acompañó al grupo a un hotel donde estaban esperando una docena más de pasajeros chinos, algunos de ellos compañeros de Weng en el hotel de Shenzhen. Al rato, apareció la Hermana Ping en persona. De inmediato quedó claro por su conducta que era la jefa de la operación; se mostraba distante con los clientes y solo hablaba con su hermano. Pero abordó a Weng. Había que resolver un «asunto económico», le dijo. El cuñado de Weng, a quien había trasladado de contrabando recientemente, no había abonado el resto de la deuda a su llegada a Estados Unidos. Más le valía a Weng ponerse al teléfono y cerciorarse de que alguien lo pagara, advirtió la Hermana Ping, porque en caso contrario no tendría motivos para creer que Weng fuera a saldar su propia deuda cuando llegase el momento. Quizá se viera obligada a dejarlo tirado en Guatemala.
Una joven y dos niñas participan en un desfile de belleza durante las celebraciones del Año Nuevo chino en Chinatown, Manhattan, Nueva York, el 28 de enero de 1960. Crédito: Getty Images.
Al final, el cuñado de Weng saldó su deuda, pero Weng acabó pasando un mes en el hotel. La Hermana Ping iba a verlo de cuando en cuando, y al parecer pasaron por el hotel muchos clientes, algunos de llegada y otros de salida; parecía ser una escala en una compleja red logística. Cuando Weng por fin lo abandonó, lo hizo con un grupo de individuos a los que transportaron por vía terrestre a Tijuana. La Hermana Ping los estaba esperando en México a su llegada. Les aseguró que habían alcanzado la última etapa del viaje y que el grupo anterior al suyo había llegado sin percances. «Tened fe», les dijo.
Al amanecer de la mañana siguiente, Weng y los demás se escondieron en el maletero de un taxi que los llevó a una camioneta. Tenía un fondo falso, donde se hacinaron diez de ellos para cruzar la frontera. Al final, llegaron a Los Ángeles, y una vez más la Hermana Ping los estaba esperando, en esta ocasión acompañada por su marido, Yick Tak. «Enhorabuena a todos –dijo ella–. Ya habéis llegado». Les dio a todos billetes de avión, y el grupo cogió un vuelo del aeropuerto de Los Ángeles a Newark. La Hermana Ping y Yick Tak tuvieron buen cuidado de sentarse a varias filas de sus clientes, no fueran a detener a alguno.
Los lazos comunitarios eran tan fuertes entre los chinos establecidos en Norteamérica que un recién llegado podía contar con que un avalista reuniese una cantidad de cinco cifras pidiendo pequeños préstamos a muchas personas.
Cuando llegaron a Manhattan, la Hermana Ping dejó a Weng y los demás en un apartamento de Market Street y empezó a llamar a sus parientes para exigir que le pagaran el resto de la tarifa. Un malentendido acerca del negocio de los cabezas de serpiente consiste en que los contrabandistas llevan a la gente a su destino y luego los obligan a trabajar durante años hasta que saldan su deuda. Un acuerdo semejante no tendría mucho sentido desde la perspectiva del contrabandista. Una contrabandista ocupada como la Hermana Ping no quería seguirles la pista a docenas de deudores en etapas distintas del proceso de reembolso, cualquiera de los cuales podía escabullirse de la ciudad durante los meses, o más a menudo años, que tardaban en conseguir los dieciocho mil dólares. En cambio, los contrabandistas reunían a los pasajeros una vez que llegaban a Estados Unidos y les daban entre treinta y seis y setenta y dos horas para saldar la deuda. Un acuerdo así sería inimaginable en cualquier otra comunidad étnica, pero los lazos comunitarios eran tan fuertes entre los chinos establecidos en Norteamérica que un recién llegado podía contar con que un avalista reuniese una cantidad de cinco cifras pidiendo pequeños préstamos a muchas personas; mil dólares aquí, quinientos allí… El inmigrante se veía obligado a trabajar, así, no tanto para el cabeza de serpiente como para su propia familia.
Una vez que el sobrino de Weng hubo reunido el dinero que se le debía a la Hermana Ping, ella dejó que este se fuera del apartamento de Market Street y buscara trabajo. Lo encontró como empleado de un restaurante estadounidense de lunes a viernes, y la Hermana Ping le presentó a un tío suyo que regentaba un negocio de comida a domicilio en el Bronx. Weng podía trabajar allí los fines de semana para obtener ingresos extras, le dijo. Weng se entregó de lleno a la tarea de saldar sus deudas, y los días que tenía libres acostumbraba a ir al bazar de la Hermana Ping para pasar el rato. «Ella me trajo aquí», observaría más adelante. Había un vínculo peculiar entre el cabeza de serpiente y el cliente.
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