«Escenas de una infancia», de Jon Fosse
El libro «Escenas de una infancia» (Random House, enero de 2025) reúne, por primera vez en lengua española, una selección de la mejor prosa breve del Premio Nobel de Literatura 2023, relatos que se adentran libremente en el terreno de lo autobiográfico y que evocan primeras veces, amistades, pérdidas, el descubrimiento del deseo... Escritas entre 1981 y 2013, estas piezas comparten una enorme potencia expresiva que bebe del habitual estilo minimalista de Fosse y nos permiten asistir al viaje de una voz única que ha ido puliéndose a lo largo de los años. Así, para demostrar que el cuento es otro de los modos recurrentes de la imaginación de Fosse y que también constituyen uno de los mayores logros de su obra, LENGUA publica a continuación «Él», el primero de los seis relatos que conforman la obra.
Por Jon Fosse

ÉL (1981)
Él tiene la cabeza recostada contra el respaldo del sofá que compré el año pasado, ahora cierra los ojos, tiene la cara blanca, el pelo largo, espeso, lacio, los ojos cerrados, mira que son guapas esas mujeres, yo nunca he tratado con cositas así, lila…, esta música, el ritmo entrecortado, dentro de poco cenaremos albóndigas de pescado, no es que ella sepa mucho, pero albóndigas de pescado sí sabe hacer, madre también sabía, a él no le gusta el pescado, mira fijamente la televisión, no le queda más remedio que estar aquí, se sienta en mi salón a pensar en sus libros, cierra los ojos, nunca hablamos, él y yo, grandes cantidades de libros, lee mucho, cierra los ojos, los aprieta, es joven, muchos libros, esa mujer sonríe de oreja a oreja, dientes blancos él también tiene los dientes blancos, ella se levanta, enseguida cenaremos, en la cocina, él no reacciona, la muleta contra el suelo, el chirrido de la puerta, ahí está Erik Bye, en la televisión, es un tipo inigualable, a él no le gustan las albóndigas de pescado, a ella ya le faltaban varios dientes cuando nos casamos, aquella época, cinco años de estudios, si yo hubiera tenido más iniciativa…, no faltaron quienes, a mí me dio igual, pero ahora, hay que ver lo bien que toca ese tío, la juventud, cinco años de estudios en el extranjero, París, recuerdo bien los inviernos en Islandia, a él le gusta la música, ahora sonríe, ruidos, les gusta la música a los melenudos, a los de las drogas, él nunca habla, eso creía yo, drogadicto, por eso tanto silencio, un aburrimiento esta música, seguro que Erik Bye se pone pronto a cantar, habrá que esperar un poco, quizá, música folclórica.
–En fin.
Suspiro, me levanto, la espalda recta, elegante a mis sesenta y tantos. Me paso por la cocina, la espalda recta, más recta que la de él, él se vuelve y me mira cuando salgo, la espalda recta Con ella sí que habla, ahora habla.
–¿Ya estás aquí otra vez? ¡La cena estará cuando esté! ¿A qué vienes?
–¿Y a él le gustan las albóndigas de pescado? –pregunto, sé que ella va a resoplar, va a refunfuñar, refunfuñar, sí, como si yo quisiera que le diera a él otra cosa de cenar, albóndigas de pescado. Lo malo es ese silencio.
–Pues pregúntaselo –me responde ella.
Eso tenía que responderme, claro. Él lo habrá oído, está ahí sentado en el salón, recostado en el sofá, pues tendré que preguntárselo, si le gustan las albóndigas de pescado, da un respingo, claro que sí, claro que le gustan, en voz baja lo dice, tiene voz de mujer. Si le gustan las gambas debería haberle preguntado, seguro que habría sonreído, gambas, gambas. Nunca hablamos, él y yo. Yo creía.
–¡Albóndigas de pescado! –grita ella–. ¡Albóndigas de pescado!
–¡Cállate la boca! –respondo, finjo escuchar a Erik Bye, ahora está hablando con una negra, menuda tizona. Vaya jaleo que está montando ella con la muleta.
–Albóndigas de pescado –vuelve a murmurar ella, sus palabras en mi oído, aunque muy lejos–. ¿Albóndigas de pescado quieres? Pues háztelas tú. Toneladas de albóndigas hací todos los días tu madre, y os las comíais, los ocho, hasta que se murió. Albóndigas de pescado.
–Comían como gaviotas, tu padre y sus hermanos. –Esto lo dice con voz más suave. A la chica, claro, así le habla ella a la chica.
–¿Qué dices? –pregunto, esto me lo conozco, esta mañana habló de albóndigas de pescado, él mira fijamente la televisión, mira, calla, aprieta los labios, Erik Bye está abrazando a una de piel oscura, está estupenda la mujer, Bye es un tipo robusto, él es pequeño, de constitución fina, se lía un cigarrillo, fumar sí que fuma, para eso no piensa, qué va, y menudos dedos tiene, dedos de señoritinga, anzuelos de palangre, se le pondrían al rojo vivo con una vara oxidada, bajo la lluvia, en los inviernos en Islandia, la gente tiene que vivir.
–¿Qué dices? –pregunto, noto que huele a guiso de pescado, él mira fijamente más fijamente ahora, el humo se extiende por la habitación, me gusta el guiso de pescado, me sentará bien cenar, a los trabajadores nos sienta bien.
–Bueno –digo, y estoy a punto de levantarme, pero me quedo sentado.
Y al mismo tiempo veo la foto de boda de sus padres, los de ella, y una foto de la chica de pequeña, el espléndido equipo de música en el mueble del salón, él se acaba de comprar el equipo, le ha costado varios miles de coronas, veo el cuadro que compré yo por quinientas, el de la novia en la barca, él dijo que era el peor cuadro que conocía, lo oí, el peor cuadro, no será lo bastante fino para él, lo bastante fino para sus dedos finos, él vuelve a encenderse el cigarrillo, los pocos libros que hay ahí, los pocos libros que hay ahí, se le compraron a un vendedor puerta a puerta, así se les llama en fino, los compró ella, ella le compra a todos los vendedores que llaman a la puerta, ya huele mucho a comida, mira cómo sostiene el cigarrillo, con los dedos estirados, entre las puntas de los dedos, a mí no me habla, nunca, nos rechaza, seguramente, quizá, a nosotros, los que hemos construido las casas…, nosotros, nosotros no, yo, él, tú, él no, me tengo que reír.
–¿Has partido la leña? –pregunta ella y pone el guiso de pescado sobre la mesa.
Yo me sirvo.
–El guiso de pescado es un buen plato –digo, y como, y como.
Enderezo la espalda, me seco alrededor de la boca, como más. Media rebanada de pan y un vaso de leche es todo lo que le ha entrado a él, ya está alargando el brazo para alcanzar el paquete de tabaco, qué asco, qué raro, qué bien me está sentando cenar.
–¿Has partido la leña? ¿O voy a tener que hacerlo yo?
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Ya está ella con lo suyo, me ha sentado bien cenar, el pescado me da sueño, Erik Bye está a punto de despedirse.
–Pues me voy a la cama, tengo sueño. Esta mañana me desperté temprano, sobre las cuatro –digo, me levanto, voy hacia la puerta del pasillo. Y oigo que ella murmura leña, leña, detrás de mí. Leña… joder, se me ha olvidado lo de la leña. Leña y guiso de pescado, luego la televisión, los últimos años Del salón a la cocina, la escalera, parece que ahí abajo se están riendo, ella y la chica se ríen a carcajadas, él también suelta unos ruidillos. Los ruidos de él, a través de ojos cerrados, labios apretados, ruidos del que siempre calla, dentro de poco darán el pronóstico del tiempo, hay que oírlo, claro, así era, todos los años que estuve faenando lo del pronóstico del tiempo era de rigor, eso deja huella, él baja por el pasillo, va al baño, a lavarse la polla, yo creía que era drogadicto, su padre es jefe, o director, o gerente, creo que es director, hoy no hace tanto frío en el cuarto, los Abba tocan bien, la verdad, a mí también me gusta ese tipo de música, a ella le encantan los Abba, lavarse la polla para la chica, hay que ver, ella pone discos por el día…, dentro de unos años, por el día, yo también, sesenta y cuatro…, bueno, ya tengo sesenta y cinco, y a las cuatro de la mañana estoy en pie todos los días, con la espalda recta, él duerme hasta las tantas, será que se pasa la noche en vela, nadie más lleva la cuenta de los años que tengo, tendré que llevarla yo, sesenta y cinco años, a veces intento abrazarla y ella se ríe, se pone borrica, lo intenté cuando compré el cuadro, justo después de que él viniera a casa por primera vez, con la chica, hace cuatro años, cuatro años o así, sí, dieciséis años hace que ella y yo dormimos en cuartos separados, desde la última vez que se preñó, yo creía, seguro que él ya tiene algún título, recuerdo perfectamente ese puente, era enorme, forjar puentes, forjador de puentes, reparador, manos entumecidas por el agua fría del mar, palabras solemnes hoy, melodías de vals, ahí va un baile, el pronóstico del tiempo de la costa oeste, chubascos, brisa, están charlando, el meteorólogo dice algo de que… ¿no estás a gusto aquí? pregunta la chica, y él responde entre susurros, qué dirá, alguna palabra de origen extranjero, quizá, de las que usa la gente de las casas, hay que deshacerse del neonoruego, dije, entonces él sí respondió, era el pronóstico del tiempo, reivindicaciones de todas partes, pescado para los que no pescan, suben las escaleras, los pasos de la chica suenan más pesados que los de él, la puerta, la ropa sobre la silla.
–Estás encorvado –dice la chica y él responde, entre murmullos, hablan, él usa palabras suaves, de libro, se puede hablar con él, la chica lo hace.
»Podrías poner de tu parte para estar más a gusto –dice la chica.
»Me ignora, desde el principio, quiere echarme de la casa con su silencio y lo va a conseguir, joder, no tengo el menor interés por librar su batalla de silencio, está petrificado, es idiota, en el sentido primigenio de la palabra: es una persona privatizada, lo único que le interesa es la despensa.
–¿De dónde has sacado ese sentido?
–De… Yo qué coño sé, se usaba así en los tiempos de grandeza de Grecia, en la ciudad-Estado… Ah, sí, lo escuché en una clase sobre un diálogo de Platón, pero no recuerdo qué diálogo era…
–Dame un beso –dice la chica, resulta que él habla, menudas palabras usa, idiota, idiota, batalla de silencio, rendirse, yo creía que era drogadicto, el melenudo, ya no hablan, niños dicen, dice la chica, el niño llora, hay que cambiarle los pañales, ruidos en la escalera, el niño ya no llora.
Un movimiento en el empapelado de la pared, crujidos en la cama, más crujidos, el movimiento del empapelado, me parece ver el movimiento, una leve vibración. En el empapelado a rayas azules, ahí en medio, junto a la foto del rey Haakon, encima de la cómoda que compramos de recién casados, un movimiento. En la cómoda está mi ropa, me la lava mi mujer, ella, Bella, me la lava y me la guarda ahí, yo me lavo todos los sábados, desde hace unos años hasta me baño, saco ropa limpia de la cómoda, esa vibración, ahora un crujido.
Suenan crujidos en la habitación en la que dormían mis hijas de pequeñas, cuando yo estaba en Islandia, ahora suenan crujidos. El viento golpea la pared que da al sur, así, le da fuerte. Así, así. El movimiento del empapelado. Liv y él…, no, la pequeña, Tulla. Y él. Silencio y libros. Él. Él, ahora ella se va a la cama, habrá fregado los platos o algo así, apaga la luz, él lleva una insignia en la chaqueta, ella se mete en la alcoba, los golpes de la muleta. El movimiento de la pared sigue los crujidos de la cama, el empapelado a rayas azules. Él.