Acento Robinson

Fragmento

Indice

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

You've got a friend, por Carles Francino

Introducción

1. Juguetes rotos o convivir con dos impostores: el éxito y el fracaso

2. Severiano Ballesteros, la génesis del golf

3. El sexto sentido o cuando los obstáculos se convierten en estímulo

4. No limits: la tentación y el peligro de los grandes retos

5. Cruzando fronteras para sobrevivir o cuando el deporte obliga a emigrar

6. Barras bravas, ultras, hooligans: cuando el fútbol no es lo que debería ser

7. El ajedrez o cuando hay belleza en las equivocaciones

8. Homeless o el deporte como herramienta de inclusión social

9. Camino del éxito: el sagrado momento del comienzo

10. Homofobia o soy lo que ves, soy lo que soy

11. Marcas y medios: el gran negocio de las emociones

12. El sueño de Mandela o el gran poder del deporte

13. Religión y deporte o mundos que se apoyan

14. El conflicto de los Balcanes o cuando el deporte tiende puentes

15. La soledad del árbitro

16. Niños que quieren ser futbolistas o traficar con sueños humanos

17. Fórmula 1: ¿gladiadores en carros de fuego o pilotos en la Play Station?

18. La NFL o el deportista como mercancía

19. Gimnasia de élite: de la perfección Comaneci a la magia del Circo del Sol

20. Remontar las olas: un deporte casi místico

21. Triquis, los héroes descalzos

22. De maratones y hombres o el atletismo popular

23. El forofo o el fútbol como enfermedad incurable

24. Viaje al centro de la Tierra: el deporte más allá del deporte

25. Proyecto Alcatraz: de villanos a caballeros

26. ¿De qué hablamos cuando hablamos de ética en el deporte?

27. Tras la estela del Habana o el deporte y los niños de la guerra

28. Manolo Santana, la leyenda sencilla del tenis español

29. Lesra Martin, el chico que sacó a Huracán Carter de prisión

30. Marinovich: el experimento fallido

31. Fernando Martín, el primer español en la NBA

32. Modificación genética y deporte: el futuro era esto

Agradecimientos

Sobre el autor

Créditos

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A mi mujer Chris por su eterna paciencia, con todo mi amor

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You’ve got a friend

No puedo evitarlo. Cada vez que pienso en Michael Robinson me viene a la cabeza la canción de James Taylor. Porque Michael es, sobre todo, mi amigo; mi amigo inglés al que he visto nacer, crecer y desarrollarse como periodista deportivo durante más de veinte años. Y la verdad es que la criatura luce muy hermosa en esta mayoría de edad profesional, sobre todo porque lucha fuera de las trincheras. Esas que se han convertido en el peor enemigo del periodismo, la política, la cultura y en general de la vida de este país al que Michael llegó dando patadas pero al que ha acabado abrazando con el amor más hermoso que existe: el que nace del respeto. Resulta curioso: con lo tronco que era como delantero centro y ahora ejerce de fino estilista; en un escenario donde predomina el grito, el exabrupto y el hooliganismo, Michael practica otro deporte: descubrirnos que hay vida –y muerte– fuera de los territorios habituales. Acento Robinson no es solo una declaración de intenciones ni una lista ingeniosa de historias originales; se ha convertido en un tratado de periodismo y de humanidad. «He is my friend, Michael. Oh, yeah!».

 

CARLES FRANCINO

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Introducción

No puedo decir que de joven fuera un gran estudiante. Lo que más me gustaba era el deporte, destacaba en casi todas las disciplinas, sobre todo en las que practicaba al aire libre. En el gimnasio mi rendimiento bajaba de forma considerable a excepción del boxeo, disciplina en la que más o menos me defendía.

Mi primer amor, el deporte, hizo que relegase a un segundo plano otras muchas materias de estudio, aunque sentía predilección por algunas asignaturas, como la Historia o la Religión, debido al buen hacer de los profesores que me lo explicaban... En definitiva, aquellas historias eran «cuentos», cuentos de vidas anteriores a la mía que me hablaban de las particularidades de la vida en aquellos tiempos. Gracias a aquellos profesores mi vida escolar no fue en balde, aunque lo pueda parecer...

Al finalizar mi carrera deportiva entré en el mundo de la televisión a través de Eurosport, luego TVE, para finalmente formar parte de Canal Plus. Si obviamos mi labor como comentarista de fútbol, todo lo que he hecho en televisión ha sido relatar cuentos basados en historias reales: El día después, El día antes e Informe Robinson. Hay una razón para todo esto...

Todos los países del mundo cuentan con una legión de periodistas deportivos que te informan de quién ha ganado y quién ha perdido. Existen menos que te cuenten por qué han ganado o por qué han perdido, pero los hay. Realizan una labor que obviamente sirve... No obstante, a nivel personal nunca tuve la vocación de hacerlo. Vivo en paz sabiendo que habrá quien me lo cuente y desde aquí les agradezco que lo hagan.

Como «cuentista» cuando terminó El día después sufrí como nunca había sufrido profesionalmente. Estuve dieciocho meses lamiéndome las cicatrices de aquella herida, mientras pensaba que ya no servía para nada ni para nadie. Estaba de luto. Fue el peor momento de mi vida laboral, por encima de mi retirada como futbolista. Me sentía desolado. Aún me resulta duro recordar lo que sentí en aquel entonces.

Siempre fui muy consciente de lo que significaba aparecer en televisión; para mí era un medio cuasi sagrado, podía ser muy crítico con nuestra pantalla, como con las demás. Tuve, y tengo, una clara política de lo que debe ser el «uso» de la maravilla que se llama televisión, aunque en España estoy en clara minoría.

Tras mi proceso de luto Álex Martínez Roig, mi nuevo jefe en Canal Plus, intentó convencerme de que tenía que hacer algo más que comentar los partidos del Plus y me presentó un programa americano que se llamaba Real Sports. Había ganado ocho premios Emmy. El programa era bueno, pero para mi gusto aparecían demasiados periodistas en aquella pantalla.

Álex pensaba que yo poseía una narrativa perfecta para esto. Como lo admiraba, lo entendí como un elogio, pero suponía un reto estar al nivel no solo de lo que él esperaba de mí, sino también de lo que yo venía pregonando sobre cómo se debía hacer televisión. Así que comenzamos a narrar cuentos de historias reales, cuentos que despertaban nuestra curiosidad (considero la curiosidad la raíz de todo periodismo). Nos empezamos a preguntar el porqué del asunto, no el resultado sino el camino recorrido y las razones que llevan a las personas a hacer lo que hacen, por qué lo hacen.

El resultado evidenció que la gente compartía mi opinión... Al público le gustan los cuentos, igual que a mí me encantaba oír lo que decían mis profesores. Queremos saber los porqués y nosotros los contamos. Primero fue en televisión, en Canal Plus, luego en la radio, en la Cadena SER, y ahora con el mismo deseo de contar historias a través de este libro.

Para mí el deporte es una metáfora de la vida, una excusa perfecta para contar vidas, y por tanto, contiene, más o menos ocultas, todas las facetas de nuestra existencia.

Ganar y perder son cuestiones relativas, no ganar no es necesariamente perder, es dejar de ganar. Situarse en la línea de salida, en cambio, ya es ganar. Tal y como yo lo veo, competir en un ámbito deportivo es muy elegante, también se convierte en un aprendizaje: saber convivir con los impostores que son el fracaso y el éxito y tratarlos con la misma indiferencia te enseña a ser mejor persona.

Hablar de deporte es también la disculpa perfecta para contar historias humanas. Es lo que hacemos en Acento Robinson: explorar el lado más humano del deporte, enseñar la trastienda de lo que sucede. Así aprendemos que el deporte nos pertenece a todos. Bien lo practiquemos o bien seamos solo espectadores, nos acaba tocando.

La palabra «por qué» es la más importante de una lengua. De todas las lenguas. Cada vez que la pronunciamos aprendemos algo. En mi programa me comprometo con mis oyentes a preguntar por qué cada vez que sea necesario, así aprenderemos juntos. Y mejor si lo hacemos con el talante necesario para pasarlo de maravilla. Este libro es una especie de templo al deporte, un templo construido con la luz del éxito y las sombras del fracaso, de tal manera que los dioses que lo habitan salgan convertidos en personas y las personas acabemos sabiendo cuánto tenemos en común con los dioses.

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Juguetes rotos o convivir con dos impostores: el éxito y el fracaso

SOBRE EL FRACASO DEL ÉXITO

 

En nuestros recuerdos, como una parte imborrable de la memoria sentimental de los que vivimos las últimas décadas del pasado siglo, quedarán siempre el éxtasis y la locura colectiva que acompañaban los goles de Diego Armando Maradona; la bronca emoción con la que un país necesitado de mitos recibió el triunfo mundial de Poli Díaz, el Potro de Vallecas, el hijo del pueblo que se vio de pronto rodeado de oro y de mujeres hermosas, o la temeridad en los descensos de Marco Pantani cortando las curvas de paso de montaña de Tourmalet con la misma indiferencia y sangre fría con la que se corta una rodaja de melón. Los grandes coliseos del mundo esperaban poder contemplar el ascenso del gancho de izquierda de Mike Tyson hasta la mandíbula de su rival, esperaban «la ejecución» perfecta de un movimiento que convertía la fuerza en un somnífero letal para el contrario. Tyson daba miedo, y sobre ese miedo se asentaron su gloria, su fortuna y su trágico final.

En Acento Robinson escrutamos lo que tienen en común estos protagonistas del triunfo. Hablamos de la gloria y hablamos de la caída de los dioses. Diego Armando Maradona tiene una iglesia propia, con sus capillas. Al resto les queda la capilla de nuestro recuerdo. Pero todos tocaron el cielo... antes de caer irremediablemente en el barro de sus excesos. Admiración, tristeza e indignación se juntan en nuestro recuerdo. Éxito y fracaso unidos en los mitos que ascendieron hasta tocar el cielo y se hundieron, probablemente hasta casi el infierno. Lo tuvieron todo: fama, éxito, mucho dinero y, sobre todo, muchos excesos. No le hicieron demasiado caso a las palabras de Kipling, aquello de: «Al éxito y al fracaso, a esos dos impostores trátalos siempre con la misma indiferencia».

Yo tengo mis propios recuerdos relacionados con el fracaso, con el éxito. George Best era el mejor futbolista que había visto en mi vida hasta que conocí a Maradona. Además, Best era un sex symbol, era... como el quinto Beatle. Fabuloso. Tuve el gran honor de jugar con él en una postemporada del Reino Unido. Se formó un equipo llamado George Best All Stars, en el que Best no jugaba mucho porque, de pronto, se marchaba a tomar algo y ya no le veíamos más durante días. Eso ocurrió el primer año. En un partido y a petición suya, sus compañeros hicimos «guardia» para impedirle beber... pero era difícil. George solía comentar que su fortuna la había gastado en coches rápidos, mujeres guapas y alcohol. «El resto», añadía, «lo malgasté». En el año 1969, contaba, abandonó las mujeres y el alcohol. Aquellos fueron, decía, «los peores veinte minutos de mi vida». Era un crack. En una ocasión se compró una casa en la costa, pero para llegar hasta ella tenía que pasar necesariamente delante de un bar. Así que no llegó a ver el mar en su vida. Era muy entrañable y tenía siempre mucha sed.

En estas evocaciones, en esta reflexión sobre el fracaso, sobre el éxito, nos acompañaron en nuestro primer Acento Robinson los recuerdos, las opiniones y la experiencia de Pedro García Aguado. Pedro fue el símbolo del waterpolo español cuando el waterpolo español brillaba en el mundo.

 

 

LA TRAGEDIA DE LOS ‘PURASANGRES’

 

Pedro García Aguado es un buen nombre para un jugador de waterpolo. Representó a la selección española en quinientas y pico ocasiones, no sé cómo se puede hacer eso, pero lo hizo. Es campeón del mundo y medallista olímpico. En realidad, lo que no ganó Pedro es que no merecía la pena ganarse. Ahora es presentador de mucho empaque del programa Hermano mayor. Lo hace muy bien, escribe libros y ayuda a la gente que tiene problemas, problemas de adicción. Él tocó la cúspide, pero también tocó el suelo. Nos cuenta su historia de cómo compaginó el deporte de élite con el alcohol, es decir, el agua con el alcohol, sin ahogarse:

«A los 18 años el entrenador que teníamos en Madrid, Mariano García, decía que éramos “purasangres”. Estábamos hechos para el sacrificio, para el esfuerzo, para entrenar como animales, pero también para divertirnos... Durante un tiempo no lo notas, eres joven y tienes una capacidad de recuperación espectacular. Hacia los 28 años ya empecé a notarlo y a sufrir más de lo que tenía que sufrir. Pero a mí no me gusta responsabilizar a nadie de lo que me pasó, ni de mi propio dolor, sé que no soy culpable, pero sí responsable de una serie de determinaciones que tomé y que me llevaron a sufrir más de lo que debía. Porque con el deporte, solo con el deporte, se sufre, pero es un sufrimiento agradable. Y en mi caso el deporte terminó por convertirse en un sufrimiento más allá de lo soportable, se convirtió en sufrimiento desagradable».

Pedro también vivió muy de cerca la tragedia personal del gran guardameta de la selección española, Jesús Rollán. La depresión, los problemas familiares y la dependencia de las drogas acabaron con su vida a los 37 años. Pedro vio desaparecer a su mejor amigo, un deportista mítico, pero también un juguete roto. «Es un episodio al que, por mucho que busque respuestas, los porqués, no los encuentro. Cada día me acuerdo de él. Cuando nació mi primera niña le pedí que fuera el padrino, por la alegría que transmitía Jesús, por la relación que teníamos. Desde muy jovencitos entrenamos y sufrimos mucho juntos. Además, en el juego yo estaba siempre en una posición por delante de él, porque yo era el defensor de boya y él portero; teníamos una complicidad importante. Por eso cuando escucho lo de Jesús, o lo de Pantani y otros deportistas que han fallecido en trágicas circunstancias, la verdad es que no te explicas cómo se puede llegar a eso habiendo pasado antes, como tú decías, por el cielo, con mucho esfuerzo sí, pero también con mucha intensidad. Jesús vivió en un momento en el que la medicina no podía ayudarle y él dijo: no puedo más».

 

 

IGNORANCIA Y PREJUICIOS

 

Del barro se puede salir. Esta es la verdadera otra cara del fracaso, la que merece la pena. Una cara que se apoya en la determinación, en el coraje y en la solidaridad. Pedro dejó sus adicciones y ahora es un coach, un hombre que ayuda, con éxito, a la gente con problemas. Él nos cuenta cómo puede darse la vuelta al fracaso, cómo se sale del barro:

«Siempre estaré agradecido a mi familia. En un momento determinado levanté la mano y dije: tengo un problema. Más allá de la irresponsabilidad o la inmadurez, tengo 34 años, me he fundido cuanto he ganado, estoy más solo que la una; solo, triste, y me siento desgraciado cuando aparentemente tenía que ser un tío feliz. Esto puede que tenga algo que ver con que cuando salgo por la noche no soy capaz de parar de consumir. Consumía alcohol y sustancias ilegales y no sabía parar. Me tiraba por ahí consumiendo, de fiesta (“fiesta fúnebre”, la llamo ahora), tres días, cuatro días, y al final no podía asumir mi responsabilidad como deportista. Cuando se lo dije a mis padres, ellos, que no habían sabido ponerse de acuerdo en casi nada, se pusieron sobre esto y me ayudaron. Sobre todo tengo que agradecer al equipo terapéutico que me trató, de esto no se sale solo, ni únicamente con fuerza de voluntad. Se sale siendo muy humilde, agachándote, rindiéndote. Aquello que nunca había hecho ante los húngaros, los yugoslavos (con los que me daba de tortas hasta el final del partido), lo hice ante las drogas y dije: esto puede más que yo, ¿qué tengo que hacer para vivir sin consumir? Y vivir bien, ¿eh? Llevo diez años sin consumir y he apreciado cosas de la vida que no había apreciado siendo campeón olímpico».

Pedro era tan bueno, tan sumamente bueno practicando su deporte que es probable que sus compañeros y entrenadores miraran hacia otro lado en cuanto a sus problemas personales.

«Lo que ocurrió fue más una cuestión de ignorancia y de prejuicios. En las fiestas de celebración cuando ganábamos todos los torneos, pues evidentemente existía el alcohol, el puntillo, el desfase, porque has estado mucho tiempo aguantándote y entrenando sometido a mucha presión, y quizá la válvula de escape que teníamos algunos deportistas era esa. Digo lo de la ignorancia porque nadie podí

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