Índice
Portadilla
Índice
Personajes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Consejos y curiosidades por Almudena Cid
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Sobre la autora
Créditos


—¡Vamos, que pareces una tortuga!
Como cada mañana de año nuevo desde que Olympia tenía memoria, su padre y ella atravesaban el bosque de Armentia rumbo a la cima del Zaldiaran. Y como cada mañana de año nuevo desde que Olympia tenía memoria, ella caminaba unos pasos por delante, impaciente, deseando llegar a la meta para ver todo Álava a sus pies, mientras que Tomás se lo tomaba con calma.
El cambio de año había dejado un cielo azul y totalmente despejado. Como si se hubiese llevado parte de los nubarrones que oscurecían el ánimo de Oly casi desde su regreso del viaje al campeonato nacional de conjuntos en Canarias. De eso hacía solo una semana, pero todo había pasado muy deprisa.
Carmen y ella se habían sentado juntas en el avión que las llevaba de vuelta a casa, y habían empleado cada hora que duró el vuelo en recordar el ejercicio que les había valido su primer diploma en un campeonato nacional, e intentar adivinar de qué habrían hablado Iratxe y la seleccionadora en el vestíbulo del hotel. Para cuando el Cantábrico empezó a asomar por las ventanillas, estaban convencidas de que en un abrir y cerrar de ojos las cinco chicas del IVEF serían parte del equipo nacional.
Para colmo, en cuanto aterrizaron en el País Vasco y después de los abrazos y las felicitaciones de rigor —y después de que Mina pusiera el grito en el cielo por el corte de pelo que todas se habían hecho (hay soluciones más acertadas para salir todas iguales y con un look especial sin hacer esa locura)—, Iratxe se reunió un minuto con los padres de Olympia. No le dejaron quedarse delante, pero tenían que estar hablando de su futuro en la selección, ¿no? Estaba convencida. Aun así, en el coche camino de casa, sus padres no le dijeron nada, y a Oly le pareció que su madre estaba más seria que de costumbre. Y ahí fue donde las vacaciones de Navidad empezaron a nublarse.
A Olympia le encantaban las fiestas navideñas. Ayudar a su madre a preparar las cenas y comidas familiares; levantarse a las seis de la mañana el día de Navidad para abrir lo que había dejado el Olentzero (porque allí, en vez de Papá Noel, quien llegaba era un carbonero con un saco enorme cargado de regalos); practicar con Marta nuevos peinados y maquillajes; trabajar la flexibilidad de sus spagats, abdominales, lumbares y estiramientos...
Como era de esperar, Iratxe les había puesto a las chicas una tabla de entrenamiento navideño. Tenían por delante una semana para disfrutar con sus familiares y amigos, pero a cambio debían dedicarle una hora al día a hacer los ejercicios que les mandaba su entrenadora, para los que Oly aprovechaba el rellano de la escalera del sexto. En su salón, si abría las piernas a 180 grados, se daba con la mesa y el sofá. Estaba deseando empezar los entrenamientos en el pabellón del IVEF, el Instituto Vasco de Educación Física, pero aún faltaba para que llegase el día 2 de enero.
Justo por eso le sorprendió tanto que Iratxe se presentase en su casa la mañana del 29 de diciembre, con su chándal de terciopelo azul. Enseguida pensó que había venido para hablar de ella y del equipo nacional, aunque el primer comentario de Iratxe, mientras todos se sentaban en los sofás del salón, la había dejado hecha un lío.
—¿Tenéis el certificado? —había preguntado la entrenadora mirando a Tomás y a Mina.
—No. Ha sido imposible —había respondido la madre de Oly.
—Lástima. Nos habría ido muy bien.
—Si nos hace uno falso y le pillan, se arriesga a que lo expulsen del Colegio de Médicos.
—Bueno, no pasa nada.
Oly no había entendido una palabra pero se había mordido la lengua; no se había atrevido a preguntar por si le decían que se fuese a su cuarto. Cada vez estaba más nerviosa, más inquieta... No sabía qué ocurría, pero ella tenía que estar allí pasara lo que pasara. Le había parecido que sus padres y su entrenadora cruzaban una mirada, su madre había hecho un gesto hacia la entrenadora e Iratxe se había girado hacia ella.
—Olympia tengo algo importante que decirte —arrancó—. Las chicas y tú me visteis hablando con la seleccionadora nacional después del campeonato de España, ¿verdad?
Ella había asentido con la cabeza, sin decir ni mu. «Voy a ir con la selección, voy a ir con la selección, voy a ir con la selección...», había pensado una y otra vez.
—Maya se acercó a felicitarme por mi trabajo —siguió Iratxe—. Me dijo que le había gustado mucho el conjunto... pero que especialmente le gustaste tú. Le gustan tus condiciones, tu técnica y tu tipología, y quiere que formes parte del equipo nacional y te incorpores a la concentración permanente en Madrid como gimnasta individual.
Oly había tenido que hacer un esfuerzo enorme para no ponerse a dar saltos encima del sofá. «¡Sí, sí, sí, sí!». ¡Se iba con el equipo nacional!... Solo que, a su lado, sus padres la miraban serios, e Iratxe tampoco parecía nada contenta. ¿Qué estaba pasando? Esa mañana en el salón de su casa, Olympia no había sido capaz de entender a qué venían esas caras tan largas. Tuvo que decírselo su entrenadora.
—Tus padres y yo hemos decidido que no irás a Madrid —había sentenciado mientras Mina rodeaba con un brazo los hombros de su hija.
Los ojos de Olympia se habían llenado de lágrimas. Aquello no podía ser verdad. Solo que sí lo era.
Oly pasó el resto del día encerrada en su cuarto, a ratos enfadada con el mundo, y a ratos muy triste, incapaz de encajar la noticia. También pasó así el día siguiente y hasta la mañana del 31, pero según se acercaba la hora de la cena de Nochevieja, le iba encontrando cada vez menos sentido a seguir vagando por la casa como un alma en pena, o enfadada con sus padres. No es que fuera a olvidar lo que había pasado, pero para cuando todos se juntaron delante de la tele para tomarse las doce uvas, Olympia volvía a tener una sonrisa en la boca.
Se habían quedado levantados hasta las tantas, hablando, riéndose y jugando a las cartas y a juegos de mesa todos juntos. Marta y sus padres se habían unido a ellos después de las campanadas, y había sido muy divertido, con Miguel e Israel, los hermanos de Olympia, haciéndole trampas a Tomás mientras los demás les seguían el juego.
Esa noche Oly había tenido una pesa