Bariloche

Andrés Neuman

Fragmento

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Índice

 

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Prólogo. Neuman, tocado por la gracia

Citas

Bariloche

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Capítulo XX

Capítulo XXI

Capítulo XXII

Capítulo XXIII

Capítulo XXIV

Capítulo XXV

Capítulo XXVI

Capítulo XXVII

Capítulo XXVIII

Capítulo XXIX

Capítulo XXX

Capítulo XXXI

Capítulo XXXII

Capítulo XXXIII

Capítulo XXXIV

Capítulo XXXV

Capítulo XXXVI

Capítulo XXXVII

Capítulo XXXVIII

Capítulo XXXIX

Capítulo XL

Capítulo XLI

Capítulo XLII

Capítulo XLIII

Capítulo XLIV

Capítulo XLV

Capítulo XLVI

Capítulo XLVII

Capítulo XLVIII

Capítulo XLIX

Capítulo L

Capítulo LI

Capítulo LII

Capítulo LIII

Capítulo LIV

Capítulo LV

Capítulo LVI

Capítulo LVII

Capítulo LVIII

Capítulo LIX

Capítulo LX

Capítulo LXI

Capítulo LXII

Capítulo LXIII

Capítulo LXIV

Capítulo LXV

Sobre el autor

Créditos

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A mis padres, por el sur.

A Justo Navarro, con la emoción del frío.

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Prólogo
Neuman, tocado por la gracia

 

Entre los jóvenes escritores que ya han publicado su primer libro, Neuman quizá sea el más joven de todos y su precocidad, que aparece ornada de relámpagos y hallazgos, no es su mayor virtud. Nacido en Argentina en 1977, pero criado en Andalucía, Andrés Neuman es el autor de un libro de poemas, Métodos de la noche, publicado en Hiperión en 1998, y de Bariloche, una excelente primera novela con la que quedó finalista del último Premio Herralde.

La novela trata sobre un recogedor de basura de Buenos Aires que en sus ratos de ocio se dedica a armar puzles. Tuve la oportunidad de formar parte del jurado de este premio y la novela de Neuman me subyugó, si es posible utilizar este término de principios del siglo veinte, y me hipnotizó a partes iguales. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos, la que osa adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que mantiene los ojos abiertos pase lo que pase. En principio, esa es la prueba (y también el ejercicio y la torsión) más difícil y Neuman, en no pocas ocasiones, lo consigue con una naturalidad que da miedo. Nada en sus páginas suena a impostado: todo es real, todo es ilusorio, el sueño en el que se mueve como un sonámbulo Demetrio Rota, el basurero bonaerense, es el sueño de la gran literatura y su autor lo escancia con palabras y escenas precisas.

Cuando me encuentro a estos jóvenes escritores me dan ganas de ponerme a llorar. Ignoro el futuro que les espera. No sé si un conductor borracho los atropellará una noche o si de improviso dejarán de escribir. Si nada de esto ocurre, la literatura del siglo veintiuno les pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre.

 

 

ROBERTO BOLAÑO,

marzo de 2000

 

(artículo incluido en Entre paréntesis;

Barcelona, Anagrama, 2004.)

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«Así es como sobreviven los agotados.»

JOHN BERGER

 

 

«Vivimos igual que soñamos: solos.»

JOSEPH CONRAD

 

 

«Arena que la vida se llevó.»

HOMERO MANZI

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Bariloche: c. emplazada sobre la orilla merid. del lago Nahuel Huapi, prov. de Río Negro, 41° 19’ lat. S, 71° 24’ long. O. Limítrofe con prov. de Neuquén. Estación sismográfica. Accid. más imp.: cerro Catedral y monte Tronador.

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I

 

Eran las cuatro en punto cuando Demetrio Rota iluminó débilmente la noche con su traje fluorescente. Casi sin pensarlo, dejó caer un escupitajo entre los barrotes de una alcantarilla. Se complació en acertar. La bocanada húmeda del Río de la Plata llegaba desde el puerto, remontaba Independencia y se iba atenuando hasta llegar a la 9 de Julio; a partir de ahí, el aliento invernal de Buenos Aires campaba a sus anchas: espeso, continuado, corrosivo. El frío era lo de menos.

Junto al camión, que despedía un hedor cálido a motor y residuos, a cáscaras de naranja, yerba mate usada y combustible, Demetrio Rota y su compañero tiritaban con esquimal indiferencia. Tirame esas bolsas, tirámelas, le gritó el Negro. Demetrio no escuchaba. Miraba la alcantarilla y se estaba quieto y con los hombros encogidos como si se hubiera olvidado de bajarlos. Pero dale, vamo, qué hacés ahí. Ahora Demetrio sí lo había escuchado, pero permanecía aún inmóvil, con las bolsas a sus pies igual que un ejército de sucias mascotas. Mirá que son y cinco eh, después nos jodemos los dos Demetrio. Entonces él suspiró y se agachó para lanzarle la primera bolsa al Negro. La alcantarilla insinuaba un lejano discurrir al fondo.

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II

 

¿Viste qué humedá?

De vez en cuando el Negro se desatascaba la nariz con un ruido que irritaba particularmente a Demetrio. Con el amanecer sin sol, el cielo iba tomando el color desteñido de junio. Demetrio estaba seguro de que el cambio de estación influía en el Negro, que se volvía más imbécil y más charlatán. En cuanto a él, dependía: algunos días se quedaba callado, y otros disfrutaba hablando de fútbol y de los fines de semana o de las mujeres que pasaban cuando el día comenzaba a levantar la cabeza. Demetrio prefería sin dudarlo a las rellenitas, no le gustaba nada esa moda de las chicas puntiagudas. Al Negro sin embargo no le pareció tan mal la muchachita de falda a cuadros. Mirá qué rica la pendeja, esas te muestran todo aunque se caguen de frío. Bah, demasiado flaca, objetó Demetrio.

Al fondo de la calle Bolívar había un bar feo y barato, con las mesas desparramadas y algunas sillas alrededor como dejadas al azar. En una de ellas solía desayunar un jubilado menudo y alegre a quien ellos dos conocían como el Petiso. El camarero lo nombraba con un reverencial don, aunque el Petiso jamás bebiera otra cosa que vino tinto de la casa. A ver mozo, sírvanos por acá que hoy venimos apurados, anunció el Negro como si el lo

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