Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Sobre la autora
Créditos
Para Lola, con cariño.
P. D.: Perdona las palabrotas
1
Me desperté de un susto, y un extraño sueño en el que Richard Madeley era mi padre desapareció como si se volatilizara. Miré a mi alrededor con ojos borrosos para ver qué era lo que me había despertado. Por una vez, Adam dormía en silencio, así que no podían haber sido sus ronquidos. Entrecerré los ojos y vi un resplandor que provenía de mi mesilla de noche. Ah. Estiré la cara hasta casi adoptar la mueca de la máscara del malo de Scream para obligar a mis ojos a enfocar y alcancé el móvil. Era un mensaje de Sarah, mi mejor amiga:
Feliz Año Nuevooo!
Es verdad, ¡era Año Nuevo! Las tripas me dieron un pequeño vuelco cuando me di cuenta de que el 2012 se había terminado. 2013: el año en que las cosas se complicaban. No era pesimismo, sino realismo. Lo sabía desde hacía meses. Tratando de apartar los malos pensamientos de mi cabeza, seguí leyendo:
Una fiesta fantástica. Ojalá hubieras venido. Ashley se ha enrollado con Dylan! Rich se ha pirado con un rubiazo ESPECTACULAR. Ves lo que te pierdes cuando no vienes con moi? Qué tal tu fiesta? Bss.
Tuve que tragar saliva. ¡Menuda exclusiva! Sentí ganas de salir de la cama y llamarla, pero probablemente aún estuviera durmiendo, y solo conseguiría molestar a Adam. Le respondí con rapidez:
Dios mío! Quiero más. Te llamo luego. Mi noche también ha sido fantástica, gracias. Bss.
Siempre me remordía la conciencia cuando me perdía una salida con las chicas, aunque en realidad era una tontería, porque estar con Adam lo compensaba. Además, lo pasamos muy bien. Hicimos acto de presencia en la fiesta de las chicas antes de ir a casa de Ryan, un amigo de Adam. La prometida de Ryan, Becky, había cocinado un delicioso plato a base de pollo con chorizo y pasta gratinada con pan de ajo, y yo había preparado pudin de chocolate. Bebimos mucho vino, charlamos y vimos las campanadas en el Big Ben a medianoche. Estuvo bien. Mis amigas Ashley y Donna habrían preferido cortarse las venas antes que pasar una Nochevieja así, pero a mí siempre me habían gustado las veladas tranquilas, una cosa un poco más intelectual. Mi padre a veces se metía conmigo diciéndome que nací vieja, y en ocasiones me preguntaba si no me faltaría alguna especie de gen adolescente.
A ver, tampoco es que fuera una causa perdida: me emborraché e hice el ridículo bailando como la que más, pero no había nada que me llenara tanto como una velada en buena compañía y con buena comida. Simplemente pensaba que no hacía falta desfasar hasta morir para pasárselo bien.
Supongo que por eso tenía un novio cuatro años mayor que yo. Sus amigos también eran mis amigos, sobre todo Ryan y Becky. Becky era encantadora. Tenía veintiuno —igual que los chicos— y era la jefa de una especie de Topshop en la ciudad. Me había dejado beneficiarme de su descuento un par de veces, aunque me sentía un poco culpable usándolo. No es que no pudiera permitirme pagar en esa tienda (sí, vale, lo admito, mis padres me daban una paga bastante generosa), pero en realidad no creo que Sir Philip Green —el dueño de Topshop se llama así, ¿verdad?— tuviera que cancelar sus vacaciones de Navidad en Barbados por que a mí me descontaran cinco libras de una chaqueta.
Así que sí, había sido la Nochevieja perfecta y había tenido la oportunidad de besar a mi adorable novio cuando las campanas dieron la medianoche. Pero, aun así, no era comparable a una fiesta de bailoteo, risas y amigos protagonizando los últimos eventos dignos de convertirse en cotilleos.
Volví a mirar a mi Adam durmiente. Tenía un brazo doblado rodeándole la cabeza, con los músculos del hombro y de la parte superior del brazo flexionados. El vello de su pecho y bajo sus brazos hizo que me estremeciera un poco. Salía con un hombre, no con un niño. Era realmente espectacular. Cada vez que lo miraba, me sentía afortunada. Soplé con delicadeza sobre sus pezones y reí con disimulo cuando se irguieron, como pidiendo que les hicieran caso.
—¿Qué te hace tanta gracia? —murmuró Adam sin abrir los ojos.
—Nada, cielo —sonreí—. Es por tus pezones hipersensibles.
Abrió un ojo y me sonrió.
—¿Pezones hipersensibles? Loquita.
Apartó las mantas y salió de la cama. Tenía esa capacidad: pasar de dormido a despierto en el intervalo de un segundo. Se quedó un momento de pie, desnudo, buscando algo que ponerse y alcanzó un par de vaqueros del suelo (ya hacía mucho que había dejado de intentar que doblara la ropa. Con toda probabilidad, el tema del orden sería un foco de discusión cuando nos fuéramos a vivir juntos, pero no había que adelantar acontecimientos). Se inclinó hacia mí y me besó en la frente.
—Quédate aquí, cielo. Hoy es día de desayunar en la cama.
Enarqué las cejas.
—Ohhh. ¿Y qué he hecho yo para merecer esto?
Sonrió.
—Solo ser tan maravillosa como siempre.
Otro beso, esta vez en la boca, y se dirigió por el pasillo hacia la cocina: sus pies sonaban al posarse sobre los azulejos. Tenía más resistencia al frío que la mayoría de la gente. Yo siempre pasaba frío en su apartamento.
Me mordí el labio. Mi chico sexy. Escribí rápidamente un mensaje a mis padres para desearles un feliz Año Nuevo y decirles que volvería a casa más tarde y luego alcancé el mando a distancia que estaba sobre la mesilla de noche de Adam y puse las noticias.
Me pasaba una cosa un poco rara con los canales de noticias: me gustaba ir haciendo zapping y pasar de uno a otro para ver las diferentes maneras que tenían de contar la misma historia. Quizá fuera solo cosa mía, pero me parecía alucinante que los productores de televisión tuvieran el poder de decidir qué es lo que el resto del mundo debía saber. Bueno, los editores de los periódicos hacen lo mismo y supongo que ahora con Twitter nada es secreto, pero aunque hay muchísima gente que no lee periódicos de verdad (y, perdonadme, pero ningún periódico de las dimensiones de un tabloide es un periódico de verdad, a pesar de lo que diga mi padre) ni usa Twitter, todo el mundo ve la tele. De cualquier manera, en casa de Adam solo se sintonizaban la BBC y la Sky News, y por alguna misteriosa razón, la señal no era buena, así que apagué la tele y me acurruqué bajo el edredón esperando mi desayuno. Oí el repiqueteo de cacharros proveniente de la cocina. Adam en realidad nunca cocinaba, así que sabía que lo máximo que podía esperar eran té y tostadas pero, a pesar de todo, era un detalle adorable.
—¿Y ahora por qué sonríes, loquita? —me dijo, al tiempo que posaba una bandeja con tazas de té y un gran plato de tostadas en el borde de la cama.
—Solo pensaba que tengo un novio fantástico —dije mientras alcanzaba una tostada. Le sonreí—. Me gusta cuando tienes detalles románticos.
Adam se quitó los vaqueros y volvió a meterse en la cama.
—Mira el tipo de chico que soy, Cassie —dijo mientras tomaba un buen trago de té, al que siguió un sonoro eructo, especialmente elaborado para que no me creyera que se había vuelto un blando metrosexual. Le di un puñetazo flojito en el brazo pero, en realidad, no tenía sentido. Hacer que Adam dejara de eructar sería casi cruel, porque le producía un placer inmenso. A veces, después de una ventosidad bucal larga y estruendosa, se quedaba tan contento como si hubiera ganado la lotería. Por lo menos había conseguido que dejara de expulsarlas en dirección a mí. Eso sí que era desagradable.
—Feliz Año Nuevo, por cierto —prosiguió, inclinándose hacia mí para darme otro beso.
—Igualmente, cariño —yo me estiré para alcanzar otra tostada—. ¿Por qué tengo tanta hambre? Anoche comimos muchísimo.
—Deberías cuidarte —bromeó Adam—. No quiero que a mi chica le salgan michelines —dijo mientras estrujaba mi (esbelta, gracias) cintura.
—Lo mismo podría decirte a ti —repliqué, pero él se limitó a reír.
Adam era musculoso y delgado y su padre, a sus cuarenta y siete años, aún mantenía la misma complexión. Mi madre, sin embargo, aunque era una mujer con mucho estilo y —como yo— portadora del gen del orden compulsivo, era de tipo mucho más corpulento y flácido.
—¿Hola? —Adam agitó una mano frente a mi cara—. Vamos, cielo, estaba de broma. Sabes que pienso que estás buenísima.
Parpadeé.
—Ah, sí, ya lo sé. No sé por qué, pero estaba pensando en mi madre.
Adam gruñó mientras se embutía una rebanada de pan tostado en la boca. Supongo que la afición a los eructos y la glotonería van de la mano. Lo que me recordó algo:
—Al final vas a venir a la cena de cumpleaños de Sarah el miércoles, ¿verdad?
—Sí, claro. Hay que ser muy tonto para perderse una cena preparada por ti, cielo —se inclinó peligrosamente desde la cama para poner el plato vacío en el suelo—. Aunque no creo que me quede luego.
—Ohhh, cieeelo —lloriqueé—. Me lo prometiste.
Me rodeó con los brazos, atrayéndome hacia su pecho.
—Prometí que iría a la cena, Cass, pero no tengo ninguna intención de pasar toda la noche con tus amigos —se encogió de hombros—. Es lo máximo que puedo ofrecerte.
Reprimí el enfado incipiente. Adam detestaba a mis amigos. Y yo odiaba que los detestara, pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo. El odio de mis amigos hacia él era recíproco, por supuesto. De cualquier forma, sabía por qué a Adam no le caían bien mis amigos. Estaba celoso porque yo les dedicaba mucho tiempo. O quizá fuera una pretensión demasiado vanidosa y no se tratara más que de una pura y dura incompatibilidad de caracteres. Fuera como fuese, eran dos aspectos muy importantes de mi vida que no conseguía hacer encajar.
Suspiré y me apoyé sobre él. ¿Por qué no era capaz de darse cuenta de que mis amigos no competían con él? Era suya, siempre lo sería. Me daba la sensación de que tenía algo que ver con sus propias elecciones vitales. Dejó el instituto a los dieciocho para empezar a trabajar en la empresa de construcción de mi padre. Parecía que le encantaba su trabajo, ganaba bastante y mi padre lo adoraba (y además estaba indecentemente bueno levantando ladrillos, vestido solo con unos vaqueros y con una fina capa de sudor reluciente sobre la piel), pero quizá hubiera una pequeña posibilidad de que estuviera celoso de mis amigos. La mayoría pretendíamos ir a la universidad. Le había dicho un millón de veces que iba a ir a la universidad de Sussex porque quería estar cerca de él (vivíamos en Brighton), pero, aun así, la idea lo inquietaba. Hasta ahora pensaba en mis amigos como en niñatos de instituto pero, muy pronto, no solo serían adultos, como él, sino que además estarían mejor formados y tendrían mayores posibilidades de prosperar económicamente. El dinero era importante para Adam… Supongo que para todos, en cierto modo. Yo, por mi parte, quería ser abogada, luego diputada, luego ministra y luego presidenta (soñar es gratis…). En fin. Preocuparme por el asunto de mis amigos no iba a solucionar nada y hablar de ello tampoco tenía mucho sentido. Definitivamente, era una mala manera de empezar el año. Eché la cabeza hacia atrás y Adam se puso sobre mí para besarme. Incluso a oscuras, siempre —siempre— sabía cuándo tenía ganas de un beso. Me relajé al contacto con su cuerpo y el beso se volvió más intenso. Luego me tumbó con cuidado y me sonrió como solo él sabe hacerlo.
—Quítatela —gruñó.
Y eso hice, me quité sin pizca de estilo la camiseta de Homer Simpson que me ponía las noches que me quedaba a dormir en su casa y hacía frío, aunque por encima de todo lo hacía para evitar que él se la pusiera a la luz del día.
—Mucho mejor —sonrió, y empezó a besarme el cuello y a descender lentamente—. Hola, grandota —dijo con afecto mientras me besaba el pecho derecho. Se movió hacia el izquierdo—. Hola, pequeñina.
¿Pequeñina? ¿Qué? ¡¿Mis tetas tenían distinto tamaño?! Por lo general, no me sentía muy cómoda con mi pecho —Adam solía bromear con regalarme un aumento cuando cumpliera los dieciocho—, pero lo de que fueran de distinto tamaño era nuevo. Ya pagaba a una persona para que me arrancara periódicamente la mayor parte del vello púbico para agradar a Adam. ¿También me iba a tocar hacer algo con las tetas? Bueno, «hacer algo» quizá no fuera el término adecuado. No es que me hubiera obligado nunca a hacer nada. Solo sabía que había ciertas cosas que le gustaban, y yo quería hacerle feliz.
Ay. Ignóralo, pensé. Cerré los ojos y traté de volver a sintonizar con lo que Adam estaba haciendo. No fue difícil. Como con la mayoría de las cosas, en materia de sexo Adam se mostraba hábil y seguro de sí mismo. No soy muy fan de las confesiones de alcoba —a diferencia del resto de mis amigas—, así que me limitaré a decir que la siguiente media hora fue íntima y perfecta y la mejor manera de inaugurar el 2013.
Adam tenía una especie de sexto sentido para detectar cuándo era buen momento para el sexo romántico y cuándo me apetecía algo un poco más atlético y movidito. Se le daban de maravilla cualquiera de las dos variantes.
Después, mientras el resplandor orgásmico empezaba a desvanecerse y estábamos tumbados y entrelazados, la revelación de la diferencia de tamaño de mis tetas volvió a instalarse en mi cabeza. Estaba a punto de decirle algo a Adam —algún tipo de recordatorio en clave de broma—, pero el movimiento ascendente y descendente de su pecho me indicó que se había quedado dormido. Tal vez fuera lo mejor. Algunas de las novias de los amigos de Adam eran inseguras y estaban constantemente llamando la atención para reafirmarse. Yo no quería ser así.
Ese mismo día, por la tarde, en cuanto me fui de casa de Adam, llamé a Sarah, pero no me respondió. Le dejé un mensaje en el contestador pidiéndole que me llamara en cuanto pudiera. ¡No podía creerme que Rich se hubiera liado con un tío! (Más bien, que potencialmente se hubiera liado con un tío, me recordé a mí misma. En el mensaje no quedaba del todo claro. Bueno, vale, perdonadme pero es que los abogados tienen que ser precisos.) Todos sospechábamos que Rich no era estrictamente heterosexual, pero hasta el momento no teníamos prueba de ello, no sé si me explico. ¡Y Ashley y Dylan! Me alegraba mucho por Ash. Siempre había pensado que esa cosa suya de acostarse con cualquiera era un síntoma de falta de autoestima, pero solo me había atrevido a hablarlo con Sarah. Ashley y Donna —la mejor amiga de Ashley— nunca lo hubieran visto como yo.
Estaba a punto de intentar volver a contactar con Sarah cuando me devolvió la llamada. Respondí antes de que terminara de sonar el primer