INTRODUCCIÓN
La idea de escribir este libro surgió con las celebraciones de los Bicentenarios de las Independencias latinoamericanas, las cuales dieron pie a la reapertura de viejas polémicas y al planteo de visiones novedosas. Hay en estas celebraciones tantos elementos de discordia como valores y visiones compartidos: los Bicentenarios no se festejan igual en cada nación; también las revoluciones de 1810 evolucionaron en forma diferente a partir de situaciones comunes.
El modo de encarar estos aniversarios depende de la visión del pasado que se tiene en el presente, de la satisfacción en las instituciones y de las expectativas de futuro. Esto último —el futuro— debería preocuparnos. En el nuevo escenario mundial, “países como China o la India perciben ese futuro como algo que les pertenece”, afirma Felipe González. En lo político, sus gobiernos pueden ser autoritarios o democráticos; en lo económico, se asocian a empresas multinacionales para producir en gran escala, pagar bajos salarios y vender a precios accesibles; en lo social, fuertes lazos familiares constituyen la base de la sociedad en la que la cultura del trabajo es muy arraigada y las etnias y las religiones están vigentes.
En síntesis, este mundo tan antiguo, y al mismo tiempo renovado, ha reducido el interés que antes concitaba América Latina en las grandes potencias tradicionales —Estados Unidos y la Unión Europea—, que deben atender a otros problemas y resolver tensiones en diferentes puntos del planeta. El caso es que en 1810 los precursores de nuestras independencias querían establecer buenas relaciones con dichas potencias y procuraban imitar sus instituciones. Hoy, el espectro de posibles alianzas y de modelos a seguir se ha ampliado.
China es ya el segundo socio comercial de América Latina (sólo por detrás de Estados Unidos) y su hambre de materias primas incide en el precio del petróleo, de la soja, del cobre. Pero como se advirtió recientemente, “no estaría de más recordar que China es un país sin sistema de mercado, ni sistema democrático, ni imperio de la ley”.[1]
En este nuevo escenario, ¿cuál es la apuesta de las naciones que fueron parte de los viejos imperios español y portugués, y cuáles los riesgos y las oportunidades que se les ofrecen? Para encontrar el camino es preciso dialogar, consensuar, examinar; proponer y perseverar en políticas de Estado; aceptar las diferencias; en suma, dejar atrás la lucha facciosa que retrasó la organización de las nuevas naciones en el siglo XIX y reapareció en gobiernos dictatoriales o democráticos y corruptos en el siglo XX. Dicho de otro modo, se trata de perfeccionar las democracias que hoy son mayoría en la región sobre los “valores seguros” que menciona Carlos Fuentes: elecciones libres, libertad de expresión y de asociación, pluripartidismo, parlamentarismo.[2]
En definitiva, retomar la herencia positiva de la Ilustración europea en un nuevo contexto histórico y no olvidar que el problema de la supervivencia de las naciones en un mundo globalizado es otro de los grandes interrogantes del futuro.
La disputa por el pasado y el porvenir
En 2008 Brasil recordó los doscientos años de la instalación de la corte portuguesa en Río de Janeiro, con una mirada comprensiva de lo que representó la dinastía de Braganza en la formación de la identidad brasileña. En un clima de creciente optimismo, el presidente Lula da Silva anuncia: “Estamos cansados de ser el país del futuro. El siglo XXI es el siglo de Brasil”.
El descubrimiento de importantes yacimientos petroleros en la plataforma continental, la inversión en educación y en defensa, la diversificación de la industria y el pase de la condición de deudor del FMI al prestarle dinero a este organismo respaldan el “inconmensurable orgullo de ser brasileño” del popular primer mandatario. Éste quiere para Brasil un papel internacional de primer orden y para la región un liderazgo que empieza a constituirse en UNASUR.
España se sumó al conjunto latinoamericano al proponerse celebrar el Bicentenario de la Constitución de Cádiz en 2012, oportunidad para destacar la importancia del pensamiento de los liberales españoles y su influencia sobre los liberales criollos. Vale remarcar que hoy el reino está gobernado democráticamente por un monarca de la Casa de Borbón, descendiente de aquel Fernando VII que al comenzar la crisis terminal del imperio reinaba con poder absoluto y que murió rey absoluto en 1830, indiferente a la suerte de sus ex dominios y a la sangre vertida en su nombre. La historia de la construcción de nuevas instituciones en España después de la dictadura franquista enseña que la modernidad puede convivir con las tradiciones siempre que éstas acepten la renovación.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, rechaza que la antigua metrópoli celebre el Bicentenario de las Independencias: “Hay quienes pretenden esconder las masacres de la Conquista de América”, advierte. Con respecto a estas polémicas, escribe el historiador Enrique Krauze: “En Venezuela, la disputa sobre el pasado es la disputa del porvenir”.[3]
En la misma perspectiva negadora de la Conquista se situó la celebración oficial del gobierno de Bolivia del Bicentenario de las juntas Altoperuanas de Chuquisaca (Sucre) y de La Paz. En la visión del presidente Evo Morales, la verdadera revolución independentista fue el alzamiento indígena de 1781. De ahí que se proponga volver atrás para recuperar en plenitud los valores de las etnias indígenas, víctimas de españoles, criollos y mestizos acriollados. “Tras 500 años de opresión tocan 500 de gobiernos de los oprimidos”, ha dicho.
Por esa razón, en mayo de 2009 se realizó un festejo en Sucre, que reunió a los opositores al gobierno de Morales (Tedeum y desfile cívico), mientras que el presidente se constituyó en la localidad rural de El Villar —escenario de las hazañas de la patriota Juana Azurduy de Padilla—, y frente a las comunidades y los sindicatos amigos convocados reivindicó a los líderes indígenas que fueron relegados de la historia oficial.
En el homenaje a los protomártires de la Junta de La Paz, coincidieron en la tribuna los presidentes Morales, Chávez y Rafael Correa, miembros del ALBA (Alternativa Bolivariana de las Américas), para ratificar su enfrentamiento con Estados Unidos, atacar a la jerarquía católica como aliada del poder de turno e invitar a los pueblos del continente a luchar hermanados por una segunda y definitiva independencia del imperialismo.
En México, el presidente Calderón pidió la reconciliación de los mexicanos de cara al Bicentenario de la Independencia y al Centenario de la Revolución Mexicana de 1910, considerada por la historia oficial de ese país como la auténtica realización de las cuentas que quedaron pendientes en 1810 (reforma agraria, separación de la Iglesia y el Estado, formación del Partido de la Revolución Mexicana).
Es notable el interés de distintos sectores sociales mexicanos por participar de las celebraciones; la Iglesia Católica, excluida del calendario oficial, ha reclamado ser parte de las celebraciones. En el otro polo de la sociedad, una humilde descendiente de esclavos africanos de la costa del Pacífico se pregunta: “Si nuestros antepasados pelearon por la causa de la independencia, ¿por qué la historia de México no nos reconoce en los libros de texto? ¡Eso es una forma de discriminación y nos sentimos mal al saber que no tenemos nuestro espacio en la historia!”.
La conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Haití, en 2004, se hizo en medio de la crisis institucional que terminó con el gobierno de Jean-Bertrand Aristide. Con respecto a la política de Aristide, se recuerda que le exigió al gobierno francés el pago de una fuerte indemnización como reparación por deudas contraídas en el siglo XIX. El escritor haitiano y luchador político René Depestre opinó de esta forma sobre el tema: “Querer arreglar las cuentas de un pasado caduco en un contexto histórico que no es el de las iniquidades de la represión colonialista francesa, ni el de las respuestas no menos mortíferas de los fundadores de nuestra identidad nacional, no me parece la manera más serena, ni más inteligente ni más civilizada de darle brillo internacional a la celebración de los orígenes de Haití. Lo que está en juego ante la mundialización en curso, debería incluir a los haitianos de 2003-2004 en estrecha y amistosa concertación con la Francia del siglo XXI, a inventar formas de cooperación y de solidaridad que serán justamente a la inversa de las relaciones coloniales del pasado”.[4]
En Colombia, William Ospina, ensayista y escritor de novelas históricas —quien está a cargo de la celebración en Bogotá—, propone que la conmemoración sirva de punta de lanza de lo que han sido nuestras realizaciones sociales en dos siglos, para saber cuánto hemos avanzado en el camino de construir una sociedad moderna. Espera que la reflexión sirva para enfrentar los desafíos del presente y destaca el papel unificador de la cultura en América Latina, donde los grandes fenómenos culturales se presentaron simultáneamente en todos los países. En esta región caracterizada por el mestizaje, “no es azaroso que haya sido a través de la literatura la vía en que la cultura iberoamericana se ha expresado inicialmente frente al mundo”, concluye Ospina.[5]
En la Argentina, el anticipo del tono que tendrá la celebración de 2010 se dio en el festejo del 25 de mayo de 2009. Ese día, como ha señalado Carlos Malamud, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a fin de salirse del protocolo tradicional y del escenario preciso, el Cabildo de Buenos Aires y la Catedral, eligió un emplazamiento heterodoxo: Puerto Iguazú, fundado hacia 1900. Desde esa tribuna arremetió contra la república del primer centenario: “Los argentinos recordaron sus primeros cien años de historia con estado de sitio. Era una Argentina sin trabajo, con mucha miseria, con mucho dolor, con un modelo político y social de exclusión”.
Celebraciones aparte, la mala noticia es que sólo el 43% de los ciudadanos de 18 países latinoamericanos supo responder a la pregunta “¿De quién nos independizamos?”. Los mejores índices de conocimiento correspondieron a Chile, 77%, seguidos por la Argentina, 63%, y Venezuela, 55%. Los jóvenes son los más desinformados, posiblemente como consecuencia de la crisis de un sistema educativo al que los mayores tuvieron acceso y en el que la enseñanza patriótica —con sus déficits y aciertos— todavía estaba vigente. Entre los argentinos que contestaron la encuesta muchos se preguntaron si había algo que celebrar.[6] Finalmente, llegado el día, la celebración fue multitudinaria.
2010: comienzo en clima de catástrofe
El año 2010 comenzó con el terremoto de Port-au-Prince. La catástrofe natural que golpeó la isla de Haití se cobró más de 200.000 vidas. Durante las semanas en las que el tema de Haití ocupó la primera plana de la información mundial, se puso en evidencia la miseria, las enfermedades, la deforestación, la inexistencia del Estado, la inseguridad y la falta de trabajo. Esa cruda realidad ha sido agravada por las consecuencias del temblor. Ayudar a Haití se convirtió en una consigna para las naciones desarrolladas, y Estados Unidos se constituyó en el principal punto de apoyo en la tragedia.
El terremoto despertó interrogantes sobre las causas de esta situación, y si eran responsabilidad del imperialismo estadounidense —que en su momento dominó la isla y participó en varias de sus crisis— o del aislamiento internacional que afecta a los haitianos desde hace dos siglos.
La segunda gran catástrofe ocurrió en Chile, y si sus consecuencias no fueron tan mortíferas se debió, por una parte, a la localización del epicentro del temblor, y por otra, a la mejor calidad de la construcción, de los servicios y a la presencia efectiva del Estado chileno en las zonas afectadas. Pocos días después y entre nuevos remezones, se produjo el cambio de gobierno que por primera vez desde el restablecimiento de la democracia chilena significó una alternancia entre la Concertación de partidos de centro y de izquierda, en el poder desde 1990, y la Coalición de derecha que ganó las elecciones. A esta fuerza le incumbirá el desafío de levantar al país y retomar el crecimiento.
Expectativas de cambio
Michelle Bachelet, la primera mujer que ejerció la presidencia de Chile, se retiró con un altísimo índice de popularidad y con un mensaje de pacificación para una sociedad que estuvo hondamente dividida: “Hay algo que me gusta mucho como concepto, porque no significa tratar de igualar cuando no somos iguales, que es el de la amistad cívica”, expresó.[7]
El proceso político se agilizó a comienzos de 2010. La reelección de Evo Morales (Movimiento al Socialismo) por amplia mayoría, le permitió ratificar el rumbo elegido hace cuatro años, cuando llegó al poder en medio de una crisis política casi sin precedentes. Dicho rumbo encolumna a Bolivia en la lucha contra el imperialismo de Estados Unidos. Antes, el embajador en La Paz acostumbraba a actuar como un regente o virrey más que como el diplomático de una nación amiga. Ahora, las multinacionales del petróleo y del gas deben negociar con el gobierno nacional y se aceptan ofertas del gobierno iraní para la cooperación científica. Esto, sumado a los buenos precios de las materias primas, hizo que mejorara la situación económica, creciera el ingreso per cápita y hubiera superávit por primera vez en setenta años, como lo reconocen incluso destacados opositores, por ejemplo el ex presidente Carlos Mesa.
En el Uruguay la alternancia fue de jefaturas dentro del mismo Frente Amplio, que por segunda vez en la historia del país moderno venció a blancos y colorados, los dos partidos de la tradición oriental. Del presidente Tabaré Vázquez al presidente Mujica hay hasta el momento un cambio de estilo y de personalidad.
En Colombia, el presidente Uribe tropezó con el rechazo de la Corte Suprema de Justicia en su búsqueda de otra reelección. Uribe, principal responsable del avance del Estado nacional sobre las guerrillas de izquierda, tendrá que retirarse a pesar de su alta popularidad (empañada por las denuncias por violaciones a los derechos humanos cometidas por fuerzas paramilitares durante la lucha). Las buenas relaciones entre Estados Unidos y Colombia y la oferta de bases para la cooperación militar constituyen uno de los principales puntos de discordia entre los presidentes de Colombia y de Venezuela.
Hugo Chávez ha cumplido diez años de gobierno en la República Bolivariana de Venezuela, la nueva denominación oficial de esta nación que se define como de población mestiza y multicultural. “En la narrativa chavista hay un punto de partida irrefutable: el país tenía una enorme deuda social, los últimos gobiernos de Punto Fijo la habían desatendido por completo; había que cubrirla sin dilación”, escribe Enrique Krauze. Aclaremos que Punto Fijo es la ciudad venezolana donde en 1958 se firmó el acuerdo entre los partidos COPEI (democristiano) y Acción Democrática (socialdemócrata), con el fin de planificar y modernizar al país en democracia, un objetivo que se logró parcialmente en los primeros años.
Para quienes observan con simpatía el proceso de la “Revolución socialista” de Chávez, el desafío reside en concretar la transición del capitalismo al socialismo “sin ceder posiciones ni desbarrancar”, y en lo económico diversificar la producción a fin de no ser dependiente de los precios del petróleo, principal sostén hasta la fecha de la política interior e internacional. Se trata también de comprobar si los beneficios de las Misiones Sociales —iniciadas con apoyo cubano y dirigidas a sectores pobres y marginales— se convierten en políticas estables.[8]
Que la electricidad sea insuficiente y que la violencia haya convertido a la de por sí insegura Caracas en una de las urbes más peligrosas del mundo, forman parte de los aspectos negativos del régimen que en febrero de 2009 fue ratificado en las urnas. Entre tanto, la actitud de Chávez de descalificar a toda la oposición por golpista —aunque una parte efectivamente lo haya sido o lo sea— y de impedir el ejercicio de la libertad de prensa, demuestra las dificultades que experimentan las instituciones y libertades republicanas cuando conviven con un liderazgo populista.
A comienzos de 2010 impresionó la muerte de un preso político cubano y se supo que otros prisioneros habían decidido llamar la atención mundial sobre la falta de libertades en su país aun a costa de su propia vida (como hicieron los irlandeses en su lucha contra Gran Bretaña). El silencio fue la respuesta de los gobiernos latinoamericanos ante esa muerte voluntaria. Ésta señaló en forma dramática el fin de la utopía revolucionaria que en 1959 proyectó al régimen cubano como un nuevo modelo de socialismo y que cincuenta años después no ha podido garantizar a sus ciudadanos el respeto por los derechos humanos, la separación de poderes y la alternancia en el gobierno que caracterizan a las democracias modernas.
“La Revolución pide cambios a gritos”, afirmó uno de los más conocidos músicos cubanos, Silvio Rodríguez, al presentar su último disco en la Casa de las Américas. Sin renunciar a su identificación con el régimen, dijo que se necesitaba ampliar el derecho a criticar, opinar y discutir, y propuso admitir las propias responsabilidades en los actuales problemas que soporta la gente, sin adjudicárselas al imperialismo y al bloqueo.
En México, a comienzos de 2010 irrumpió con más fuerza que nunca el problema de los carteles de la droga que dominan a varios estados y hacen la ley en Ciudad Juárez. Hasta allí viajó el presidente Calderón en tres oportunidades, para reafirmar la presencia del Estado nacional y recordar al gran vecino estadounidense que sin políticas conjuntas es inútil imaginar el final de esta historia, cuyas víctimas no son sólo los muertos en la frontera sino también los ciudadanos consumidores de drogas. Por su parte, la secretaria de Estado del presidente Obama, Hillary Clinton, admitió la responsabilidad de su país en el tráfico de armas al Sur, comprometiéndose a ampliar los recursos para fortalecer las instituciones y evitar que el narcotráfico las corrompa.
Otro caso es el de Brasil, que si bien ha incorporado a millones de marginales en los últimos años, está impedido de ejercer la autoridad del Estado en vastas franjas de sus grandes ciudades a consecuencia de la mezcla explosiva de drogas, pobreza y violencia. 2016, año de las Olimpíadas de Río de Janeiro es la meta fijada por la dirigencia brasileña para modificar tal estado de cosas y mostrar al mundo un rostro renovado y pacificado.
Problemas comunes / Respuestas diferentes
Durante su visita a México en 1803, el barón de Humboldt dijo que el Virreinato de Nueva España era el “país de la desigualdad” por la diferencia entre la gran riqueza de unos pocos y la miseria de las multitudes urbanas y rurales. Es doloroso que ese mismo calificativo se aplique hoy en bloque a América Latina, la región del mundo que registra mayores niveles de desigualdad por la extraordinaria concentración de ingreso en el sector de mayor renta y por su ausencia en el sector más pobre. Esto es una herencia “arraigada en su pasado colonial”, según denota un informe reciente en el que América Latina figura última, por debajo de Medio Oriente y África subsahariana.[9]
Desigualdad y pobreza van acompañadas por el fenómeno de la emigración que lleva a mexicanos, dominicanos, ecuatorianos, centroamericanos, cubanos y otros a emigrar en masa a los países desarrollados y a los vecinos más favorecidos, tal como sucede en la Argentina con bolivianos, paraguayos y uruguayos. Cien millones emigraron entre 1945 y la actualidad. Esos emigrantes ahorran para poder enviar dinero a sus familias en el país de origen.
El informe citado contiene una noticia alentadora: la disminución del número de pobres (del 44% del total de la población en 2002, al 33% en 2008). En la actualidad uno de cada tres latinoamericanos es pobre y uno de cada ocho es pobre en extremo. Pero si bien todos los países favorecidos por cinco años de crecimiento económico extraordinario han logrado reducir la pobreza, sólo Chile lo ha hecho de forma constante desde 1990 y tiene el menor número de pobres (13,7%). La cifra contrasta en una tabla encabezada por Haití (75%) y los países centroamericanos, mientras que México, Brasil y Venezuela son muy parejos (del 31 al 28%) y la Argentina cuenta con un 21%.
Esa reducción se obtuvo con políticas estatales, sobre todo en México y Brasil (transferencias monetarias condicionadas), o mensualidades en efectivo a familias pobres. Son acciones efectivas de corto plazo, pero tienen el riesgo de ser instrumentadas a favor del clientelismo político, que sin dudas retrasa y dificulta la incorporación de esos mismos marginales a la ciudadanía entendida como participación responsable en la vida pública.
En la Argentina, el fenómeno del aumento de la pobreza, de la marginalidad y del consumo de drogas —especialmente en el conurbano bonaerense, en el Gran Mendoza y en el Gran Córdoba— está relacionado con el crecimiento de la violencia y, una vez más, con el clientelismo político.
La tendencia al caudillismo y a métodos autoritarios es un problema de larga data. La difícil gobernabilidad del Nuevo Mundo en el siglo XIX fue considerado como “el frut