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A las que, luchando,nos encendieron
«Soy mujer. Y un entrañable calor me abrigacuando el mundo me golpea. Es el calor de las otrasmujeres, de aquellas que no conocí, pero me forjaron unsuelo común, de aquellas que amé aunque no me amaron,de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible,luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero.»Alejandra Pizarnik






1. EL NIDO

Atravesamos en silencio el largo pasillo que conducealcomedor. Hacemeses queningún siervo deEl Maestro entraen el nido. La última vez fue para llevarsea Anaïs. Nosotrashemos continuado con nuestra rutina demanera rigurosaporqueno sabemos cuándo puedetocarnos y tenemos queestar preparadas para el gran momento. Sin embargo no puedo dejar deestar algo inquieta.Séquees una delas sensaciones prohibidas, deesas queno nos permiten tener, quedebemos trabajar en la alegríasuprema y estar confiadas, porque ÉL lo nota todo y cualquiersíntoma de duda o debilidad podría hacer quenonos eligiera yentonces no regresaríamos. Y si algo queremostodas es volver.Para eso hemos nacido.

Estamos en fi la frente a la báscula como cada mañana. Es obligatorio pesarnos antes deentrar al comedor. Cadauna denosotras controla a la chica posterior, apunta su pesoylo compara con el del día anterior. Si hemos engordado,no podemos comer en todo el día. Las reglas del nido sonmuy claras en ese aspecto. ÉL pide chicas hermosas y es sabido por todas que algunas no pasaron el ritual por estarpor encima desu peso correcto. Tengo bastantehambre, asíquecierro los ojos antes deponer mis pies descalzos en lafría pesa demetal yno quiero abrirlos por miedo a lo quepueda decirme. — 45,3 kilos. Suspiro.Mientras recojo mi bandeja y tomo del armariodelos alimentos los tres rectángulos amarillos quemecorresponden según mi peso, escucho cómo detrás demí dan a viva voz un peso erróneo yuna fuerte bofetada.Tenemos que abofetearnos si hacemos algo incorrecto. Suspiro.

— Es por tu bien. Mesiento en el banco demadera, introduzco en miboca un rectángulo yrompo el vacío quehayen la mesa. Nopuedo romper nada más porqueen los momentos decomidano hablamos; tan solo repetimos mentalmenteconsignasdel Libro dela Verdad. Elijo una al azar ycomienzo mirezo. No soyperfecta. No soy perfecta. No soyperfecta.No soyperfecta. No soyperfecta. No soy perfecta. No soyperfecta. No soyperfecta. No soyperfecta. No soyperfecta.No soyperfecta. No soyperfecta. No soyperfecta. Nosoyperfecta. No soy perfecta. No soyperfecta. No soy.No. Echo de menos a Anaïs. Quéganas de volver a verla.Concéntrate. No. No soy. No soyperfecta. No soyperfecta.No soy perfecta. No soy perfecta.


He de acudir a la estancia de perfeccionamiento.Recojo la bandeja ysalgo del comedor, no sin antestropezarme y casi caerme al suelo. Para ser mi quinta vida sigo siendo bastante torpe.La estancia deperfeccionamiento es un espacioverdecon tres cintas para correr. Mecalzo unas zapatillas,giro el reloj dearena quehayen la pared ymesubo a una delas cintas. No puedo bajarmehasta queno caiga el últimograno dearena yhaymuchísimos. Si lo hago, serécastigada.Empiezo a caminar a paso lento yal cabo depoco rato yaestoytrotando y un poco después ya corro con todas misfuerzas. Miro el reloj yva por la mitad. Siento quesemevaa salir el corazón, pero continúo. A veces no hepodido ymehedespertado contusionada yen la estancia deaislamiento.Por nada del mundo querría volver allí. Setermina la arena ycaigo derodillas. Metiembla todo el cuerpo yhayun charcodesudor como si mi cuerpo tuviera goteras. No hepodido


todavía recuperar la respiración del todo cuando ya hedeacudir a la estancia de embellecimiento.Meseco con una toalla ycruzo la puerta que separaambas habitaciones. La estancia deembellecimiento es unespacio rosa en el que hayproductos yutensilios para elcuidado personal, además deuna ducha deplato. Siempreestá otra delas chicas allí para ayudarte. Nos turnamos. Hoyleha tocado a Mía. Mía tienelos ojos muyclaros yuna pecacon forma decorazón en la comisura de la boca. Al vermemesonríe. No sési lo haceporquequiereo porquedebe,pero el caso es queahí está alargando sus manos para queyo ledeje mi ropa. Medesvisto ypaso a la ducha. El aguahelada me hace dar un pequeño grito que Mía desaprueba con un gesto serio. Una vez estoy mojada cogeuna cuchillayempieza a rasurarme. Lo primero son las axilas, luego laspiernas, los muslos, los brazos y fi nalmente el pubis aunque casi no tengo vello ahí. Cuando ha terminado cogejabóncon una esponja y me frota hasta hacerme daño.


Todos nuestros movimientos son mecánicos. Noslo sabemos dememoria. Cuando estoycompletamentedepilada salgo dela ducha. Mía meseca ymepeina el pelo,quemellega por la cintura. Abrela caja demaquillajeyempieza a decorarme. —¿Qué color de labios quieres hoy? Es lo único quenos dejan elegir. Miro las barrasytodas son decolor carne. Quénovedad. Me encantaríaquehubiese una decolor negro ypoder cambiar porlo menos una única vez, pero no la hay. Miro a Mía,que espera mi respuesta sin pestañear. Estoy a punto dedecirlequeson