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A Silvia, Sofía y Pancho Balmaceda
INTRODUCCIÓN
Cada vez que me toca pasar por la avenida Belgrano, a la altura del convento de Santo Domingo, no puedo evitar girar la vista hacia el mausoleo de Manuel Belgrano y sonreír. Confieso que muchas veces lo saludo o le expreso mi admiración. Esta actitud atenta contra la objetividad de este libro. De todos modos, traté de abordar el conocimiento en torno a Belgrano sin obviar aspectos polémicos, por más que la balanza siempre se inclina hacia los valores que difundió en vida. Al calificarlo de prócer, creo que es necesario aclarar que en nuestra historia tenemos muchos héroes y personalidades destacadas. Próceres, muy pocos.
Los hitos históricos que lo tuvieron como protagonista son más de los que solemos reconocer: su obsesión por la educación y por el desarrollo del campo; su desenvolvimiento durante la Semana de Mayo de 1810; la decisión que sorprendió a camaradas y enemigos en Tacuarí; el acto de valentía admirable en Vilcapugio; su intervención emotiva y determinante en la Declaración de la Independencia. ¿Imaginaba a Belgrano desafiando a quien no rendía el dinero público como correspondía?
Los aspectos personales, su modo de vestir, sus relaciones amorosas y sus hijos tienen un lugar especial en este trabajo porque hay una serie de precisiones que modifican lo que venía diciéndose hasta ahora.
Abordamos, por otra parte, la etapa de sus estudios que parece ocultar ciertas anomalías y las dificultades que le provocó la sífilis durante su labor cotidiana como funcionario del virreinato.
La actividad militar de Belgrano es apasionante y digna de ser conocida en mayor profundidad. Sus problemas con Manuel Dorrego y Martín Miguel de Güemes, su amistad con José de San Martín y su estrecha relación con Bernardino Rivadavia, Mariano Moreno y Juan José Castelli nos ayudan a comprender más el contexto en el que le tocó desempeñarse.
Vivió endeudado porque rechazaba premios y renunciaba a sueldos. Poco antes de morir le reclamaba hasta unas sillas que le había prestado a Cornelio Saavedra. Pero la mayor deuda con él es la que tenemos nosotros.
Necesitamos rescatar sus valores. El culto que hizo del bien común por encima de sus necesidades personales. El deseo de mejorarle la vida al prójimo. Sin dudas, esa fue su principal batalla.
Tenemos bastante que aprender de Belgrano. Y, a la vez, mucho que agradecerle. Conocerlo y tratar de interpretarlo es una forma de hacer justicia con el gran patriota.
1
LOS PRIMEROS AÑOS
GÉNOVA - CÁDIZ - BUENOS AIRES
Uno genovés, el otro veneciano. Domenico Francesco María Cayetano Belgrano y Angelo Castelli ya se conocían en 1758. Sin embargo, la falta de información nos impide saber si llegaron juntos a Buenos Aires. Sabemos que los dos se embarcaron en Cádiz y que el navío que trajo a Castelli naufragó en las costas de Maldonado, en la Banda Oriental del Río de la Plata. ¿Habrá viajado Domenico, con unos veinte años, en ese mismo barco? ¿Se habrán conocido en Cádiz? Faltan piezas para reconstruir mejor la relación de estos dos hombres, pero sabemos con certeza que, en la Buenos Aires de 1758, el boticario Castelli y el comerciante Belgrano Peri tenían buen trato y terminarían emparentados.
Domenico (26 años) y María Josefa González Casero (15, porteña de familia patricia oriunda de Santiago del Estero) consagraron su matrimonio el 4 de noviembre de 1757 en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, ubicada en las actuales Reconquista y Perón.
Al año siguiente, el matrimonio celebró la llegada de una niña, a la que llamaron María Florencia. El padrino de bautismo de la primogénita de Domingo Belgrano fue precisamente don Ángel Castelli, mientras que la madrina fue Gregoria González.
Cinco años después, en 1763, Castelli, el padrino, se casó con una hija de la madrina Gregoria. Las mujeres de Belgrano y Castelli eran primas.
Domenico había forjado una buena posición dedicándose al comercio y a la provisión de pulperías. Por lo tanto, aunque los Belgrano no integraban el núcleo más tradicional, formaban parte del pequeño grupo acomodado de la ciudad.
La familia siguió creciendo a medida que fueron naciendo los otros hijos: Carlos José (1761), José Gregorio (1762), María Josefa Juana (1764), Bernardo José Félix Servando (1765), María Josefa Anastasia (1767), Domingo José Estanislao (1768) y Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, el 3 de junio de 1770. Luego llegarían más hermanos: Francisco José María (1771), Joaquín Cayetano Lorenzo (1773), María del Rosario (1775), Juana María Nepomucena (1776), Miguel José Félix (1777), María Ana Estanislada (1778), Juana Francisca Josefa Buenaventura (1779, le decían Francisca) y Augustín Leoncio José (1781), último hijo del matrimonio, que no era Augusto ni Agustín.
A partir de Florencia en 1758 y hasta Augustín en 1781, el matrimonio Belgrano tuvo dieciséis hijos durante veintitrés años.
Tres de ellos, María Josefa Juana, Bernardo y María Ana, no superaron la niñez. Mientras que Augustín murió en mayo de 1810, antes de la Revolución, probablemente en la Banda Oriental.
En nuestro caso, nos interesa situarnos en los tiempos del nacimiento de Manuel. Aquella lejana Buenos Aires de 1770 tenía veintidós mil habitantes, una catedral construida a medias y cincuenta hornos de ladrillos, lo que significaba que el crecimiento edilicio empezaba ser importante. Había poco más de veinte coches en aquellas setecientas manzanas, pero las perspectivas eran buenas porque la ciudad austral perteneciente al reino de España comenzaba a tener vida y a competir con otras de América. Un pormenor, de relevancia para el vecindario, fue que por primera vez en 1770 hubo mayoría de comerciantes en el cuerpo colegiado del Cabildo.
En cuanto al aspecto físico de la ciudad, el gobernador Francisco de Paula Bucarelli había observado que Buenos Aires carecía de un paseo, un sitio de esparcimiento, una alameda. Aunque no fueron álamos precisamente los que se plantaron, se diseñó en la rivera un sendero arbolado, a un costado del Fuerte y hacia el norte, para el lado de Retiro. Si bien el pequeño Manuel habrá concurrido en brazos de sus padres o de sus hermanos mayores, sus paseos no deben haberse limitado al área lindera al Fuerte. La familia también era propietaria de una quinta en la actual zona de Vicente López y también tenía tierras en Caseros (distante a veinticuatro kilómetros del centro), nombre que surgió del apellido de Josefa González Casero, la madre de Manuel.
En la ciudad disponían de casas y terrenos que completaban el patrimonio familiar. Una de las propiedades se encontraba frente a la iglesia de San Francisco, sobre la actual calle Alsina. Otra, en la calle del Santo Cristo —hoy 25 de Mayo—, muy próxima a la Alameda. La principal, hogar de los Belgrano, se situaba a pocos metros de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario (que solemos llamar Santo Domingo), en la actual avenida Belgrano 430. Allí nació —y murió— el prócer.
LA FAMILIA PÉREZ
Para Manuel Belgrano, el círculo familiar representó una parte fundamental de su vida. Es un aspecto a destacar porque en muchas figuras de la historia no es sencillo advertir el mismo sentimiento afectuoso que unía a los Belgrano, una familia que continuaría unida hasta la muerte del último de los hermanos.
Sin duda, Josefa y Domenico habrán tenido suficiente injerencia para que este rasgo fuera tan fácilmente notable.
Como si se tratara de un requisito necesario para adaptarse a un territorio español, Domenico Belgrano Peri castellanizó su nombre y modificó su segundo apellido, convirtiéndose en Domingo Belgrano Pérez. Debido a este cambio, hay antecedentes de la familia que solo pueden ser localizados si se buscan bajo la referencia “Pérez”.
Por ejemplo, en el censo realizado en 1778, encontramos viviendo en la tradicional casa de los Belgrano a la familia Pérez, que no son otros que los biografiados.
En ese año, y valiéndonos de las referencias aportadas por el censista, el grupo familiar que habitaba la casa era el siguiente:
El matrimonio “Pérez González”, Domingo y María Josefa. La hermana y cuñada, Dominga González. Los hijos Carlos, José, Domingo, Manuela, Francisco, Joaquín, Miguel, dos Marías (Josefa Anastasia y del Rosario), Juana y Mariana, bautizada como María Ana, más otros parientes que pronto mencionaremos.
El 14 de mayo de 1776, la mayor de todos los hermanos, María Florencia, se casó con Julián Gregorio de Espinosa, un amigo íntimo de la familia. Lo demuestra el hecho de que desde el año 64, con el bautismo de María Josefa Juana, y hasta el año 77, en que nació Miguel José Félix, ocho hermanos Belgrano, incluido Manuel, tuvieron el mismo padrino de bautismo: Julián Gregorio de Espinosa, más conocido como Espinosa, aunque su primer apellido era Gregorio, de la misma manera que el general Juan Gualberto Gregorio de Las Heras, quien se llamaba Juan Gualberto y su apellido completo era Gregorio de Las Heras.
El 27 de abril de 1777 nació Julián Vicente José Toribio Gregorio de Espinosa. Ese mismo año murió el padre de la criatura (y padrino de ocho Belgranos). De acuerdo con los registros obtenidos, sabemos que Florencia y el pequeño Julián continuaron viviendo en el hogar de don Domingo y María Josefa. Precisamente, Florencia y también Mariana murieron en 1780.
Anotamos la fecha de nacimiento de Julián (27/4/1777) para destacar que sus abuelos maternos, Domingo (45 años) y Josefa (34), siguieron teniendo hijos, ya que Mariana nació en 1778, Francisca por esos años y Augustín en 1781. No es raro imaginar al sobrino jugando con los tíos, tal vez abusando de la autoridad que le daba ser mayor de edad que ellos.
En cuanto a los esclavos de la casa, el padrón registró un total de dieciséis en la familia “Pérez González”. Nueve hombres y siete mujeres. Entre los varones, el mayor era Rafael, de cuarenta años, y el menor, Antonio (19). Respecto de las mujeres, la más pequeña era Tomasa (17), mientras que la mayor era María (50). Casi todos eran negros, salvo el mulato José y tres mulatas, Juana, Inés y la mencionada Tomasa. No figura, en cambio, la mulata María Melchora, quien tenía veinte años el 12 de octubre de 1776, cuando don Domenico la compró a Petrona Rivas. Eran mulatos los hijos de una persona de raza blanca y otra negra.
Si bien algunos nombres de los sirvientes se repiten, mencionaremos al pasar los de algunos más: Sebastián, Vicente, Antonio, Tomás, Teresa, Isidora y Camila. Ellos convivieron con Manuel Belgrano y el resto de la familia en la histórica casa del barrio de Monserrat.
Aprovechamos la mención del prócer para una acotación final. Si el lector prestó atención a la nómina, habrá advertido que el futuro general no ha sido nombrado. En realidad, sí. Fue censado, pero su nombre apareció mal escrito. En el censo de 1778, Manuel Belgrano figuró como Manuela Pérez. La correspondencia familiar nos permite afirmar que los hermanos lo llamaban Manuelito.
PUPILO DEL COLEGIO
Manuel seguramente tomó sus primeras clases en el convento de Santo Domingo, que quedaba a media cuadra de la casa paterna. El historial de sus estudios no puede ser confirmado por falta de registros. Pero si consideramos que su padre, Domingo, era un ferviente devoto de Santo Domingo y sumamos la proximidad respecto de la casa, la suposición tiene muchas posibilidades de ser cierta. Allí debió cumplir con lo que nosotros conocemos como escuela primaria. En Santo Domingo debe haber iniciado su formación, su contacto con las letras y los números, y también con ese pequeño grupo social conformado por sus compañeros de aula.
Hasta que le llegó el tiempo de iniciar los estudios secundarios. Tuvo la posibilidad de cursar en el Real Colegio de San Carlos, el mejor de la capital del virreinato. Estaba situado en Bolívar y Alsina, el actual emplazamiento del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Su primer día de clase fue el 5 de marzo de 1783, tres meses antes de cumplir los trece años. La ceremonia de ingreso consistía en la recepción del uniforme y el juramento de obediencia. Sobre la sotana negra, el rector le colocaba un gabán de paño color verde musgo, la beca (una banda que le cruzaba el pecho desde el hombro derecho al costado izquierdo de la cintura), un escudo de plata con las armas reales y un bonete negro con puntas. Este vestuario solo se usaba en ocasiones especiales. Las medias, provistas por el alumno, debían ser obligatoriamente negras, moradas, envinadas (color vino tinto) o de pasa (de uva). Se prohibían los anillos y el clásico reloj de cadena.
Mientras proveía de la ropa al estudiante, el rector pronunciaba una frase en latín y le echaba agua bendita. Luego, el alumno respondía. El juramento que le correspondió hacer al joven Belgrano fue el siguiente:
Yo, Manuel Belgrano Pérez, natural de Buenos Aires, hijo legítimo de Domingo Belgrano Pérez y de María Josefa González, colegial en este Real Colegio de San Carlos, juro por Dios Nuestro Señor y la Gloriosísima Virgen María, y por los Bienaventurados San Pedro y San Pablo y por el glorioso San Carlos Borromeo, patrón de este colegio, que, desde esta hora en adelante, seré obediente y fiel al Rey Nuestro Señor y a su virrey de estas Provincias.
Así Dios me ayude y estos Santos Evangelios también, prometo obedecer al señor rector y vicerrector, que de presente son y en adelante fueren, en todas las cosas del mayor servicio de Dios, y de su Iglesia y del mayor culto y veneración de su Divina Majestad, según lo ordenan las constituciones, las cuales guardaré inviolablemente. Y con todas mis fuerzas defenderé el misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima y procuraré la honra, libertad y preeminencia de este Real Convictorio mientras viviese en cualquier estado o dignidad en que me vea constituido, y lo ampararé siempre.
Asimismo, prometo manifestar y decir con toda pureza al señor rector y vicerrector cuanto parezca convenir al buen gobierno, para que se corrijan las graves transgresiones de los díscolos.
El doctor Luis José de Chorroarín, trece años mayor que Belgrano y titular de Filosofía, fue el maestro que los recibió para instruirlos en Lógica. Es importante aclarar que en aquel tiempo no se decía: “Tal persona cursa primer año”, sino “cursa Lógica”. A dichas clases asistieron cuarenta y cuatro alumnos, la mayoría pupilos. Incluso Belgrano, que vivía a doscientos metros del colegio.
Entre sus compañeros figuraron Ildefonso Paso, hermano menor de Juan José, y Feliciano Pueyrredon, hermano mayor de Juan Martín. Para esa época, Feliciano se había rapado y ostentaba la tonsura monacal en su cabeza. Compartió la vocación sacerdotal con otros compañeros de aula: los futuros presbíteros José Vicente Arraga y Apolinario Antonio Cano, y sacerdotes Pedro Antonio de la Peña Fernández y José Miguel Zegada (jujeño).
También integraban el grupo colegial Gaspar Campos (quien sería abuelo de tres conocidos protagonistas de la historia argentina: Gaspar, Julio y Luis María Campos), José Pastor Lezica, futuro comerciante y destacada personalidad social, al igual que el santafesino Andrés Aldao.
Más del grupo de los cuarenta y cuatro: Narciso José Rodríguez de Arévalo, dos años mayor, Fermín José Vega, León Vicente Pereda, Gabriel Palacios, José Gómez de Fonseca, el salteño Jorge Estevez e incluso un Mariano Moreno, en realidad homónimo del que todos conocemos, ya que el fogoso secretario de la Primera Junta recién ingresaría al colegio en 1789.
Casi todos continuaron juntos en el segundo año, Física, incluso el maestro. Las clases comenzaron el 25 de febrero de 1784. Pasada una semana se incorporó un nuevo compañero, también pupilo: el tucumano Diego Estanislao Zavaleta, quien provenía de la escuela de los dominicos, donde ya había cursado Lógica y, por ese motivo, ingresó al aula de Belgrano y compañía. Zavaleta, afincado en Buenos Aires desde chico, sucedería al obispo porteño Benito de Lué y Riega, después de su muerte en 1812.
LA JORNADA ESCOLAR
Estudiar en el San Carlos era un privilegio reservado para muy pocos. El costo de la matrícula y de la cuota era elevado. El otorgamiento de becas era estricto. Solía darse preferencia a los hijos de militares que estuvieran destinados afuera de la ciudad.
La jornada escolar era intensa. El siguiente cronograma nos dará una idea de las actividades para el segundo año que cursó Belgrano:
5:00 Despertarse, lavarse, vestirse y peinarse.
5:30 Ir a la capilla. De rodillas, persignarse, decir las oraciones y responder a las peticiones y ruegos a la Virgen. Completar la media hora con otros rezos.
6:00 Asistir a misa, en ayunas.
6:30 Regresar a los cuartos para estudiar en completo silencio las lecciones.
7:30 Presentarse en el aula para que se les tome lección.
8:00 Primera hora de clase a cargo del profesor.
9:00 Descansar.
9:15 Segunda hora de clase.
10:15 Estudiar en silencio.
11:00 Recreo general.
11:30 Almorzar y compartir rato de conversación.
12:30 Dormir siesta.
13:30 Estudiar en el cuarto.
14:30 Presentarse en el aula para que se les tome lección.
15:00 Tercera hora de clase.
16:00 Descansar.
16:15 Cuarta hora de clase.
17:15 Recreo general.
18:00 Rezar el Rosario.
19:00 Estudiar en el cuarto o asistir a una clase fuera del programa.
20:00 Comer.
21:00 Recibir una lección espiritual.
21:15 Realizar un examen de conciencia.
21:30 Ir al cuarto.
21:45 Se apagan las luces. Dormir.
Así era la jornada escolar de Belgrano, que variaba los jueves y domingos por la tarde. Se denominaban tardes de asueto, pero los chicos permanecían dentro, como aclaraba el reglamento: “Les será permitido el recrearse con honestidad y modo en los patios públicos del colegio y no en los lugares excusados”. También tenían asueto en las festividades religiosas, como algunos días de la Semana Santa y las celebraciones de San Carlos, Santo Tomás de Aquino y San Martín de Tours, el patrono de la ciudad.
También se alteraba la actividad en verano, ya que durante dos meses los alumnos concurrían a la Chacarita de los Colegiales (en el actual terreno del Cementerio de la Chacarita). Por lo tanto, continuaban siendo pupilos, aunque sin dedicar tiempo al estudio.
Belgrano y sus compañeros visitaban a sus familias solamente en ocasiones especiales. Por ejemplo, cuando se enfermaban (aunque el colegio contaba con cuartos para aislarlos del resto) o por un pedido especial de los padres, mediante nota al rector.
Es indudable que la relación con los compañeros era la principal que podía tener en los años de estudio en el San Carlos.
Para terminar, dejamos que hable el reglamento para conocer el párrafo referido a los castigos:
Siendo el premio o el castigo los polos con que se sostiene la humana sociedad, es indispensable que se asigne algún castigo contra los desaplicados, desobedientes o infractores de las constituciones.
Y así ordeno y mando que solo al rector o vicerrector le compete —y no a otro alguno dentro o fuera del colegio—, cuando algún maestro de las clases notase algún defecto digno de reprensión en los colegiales de su aula, pasará un oficio político, de palabra o escrito, al rector o vicerrector para que se aplique al colegial el proporcionado castigo.
Pero si hubiese algún maestro que, sin embargo de esa prohibición, se propasase a castigar o dar golpes a los colegiales, pertenece al rector implorar la protección del Real Vice Patrono para que se ponga el remedio conveniente.
El rector y vicerrector procurarán no aplicar con frecuencia el castigo de azotes cuando contemplen que por medio de otros penales [penas] o ejercicios se pueden remediar las faltas.
Y para los excesos enormes dispondrá un cuarto donde tenga cepo y un par de grillos para contener tan irregulares casos.
Se conocen casos de estudiantes castigados, incluso existen notas y cartas mencionando temas de conducta de determinados colegiales. Nada hace suponer que nuestro prócer haya sido un alumno con problemas de aprendizaje o conducta.
EL COMPAÑERO MAGARIÑOS
Hemos mencionado antes a algunos de los compañeros que tuvo Manuel Belgrano en el Real Colegio de San Carlos. Futuros comerciantes, militares, abogados y sacerdotes, muchos de los cuales adhirieron a la Revolución de Mayo y tuvieron alguna participación en favor de las nuevas ideas.
Como todo grupo escolar adolescente, estaban los aplicados, los que no daban problemas, los que facilitaban la tarea del maestro; pero también se convivía con lo opuesto: los revoltosos, los incorregibles, los complicados. Belgrano integraba el primer grupo. Mateo Magariños, el segundo.
Era cinco años mayor que Manuel. Había nacido en España, más precisamente en la isla de León, en la bahía de Cádiz. Llegó a Buenos Aires cuando tenía ocho años acompañando a su padre, don Juan Antonio Magariños y Valenzuela. Realizó estudios básicos hasta que ingresó al San Carlos. Parece que Mateo no estaba bien conceptuado. Después de algunas acusaciones, le pidieron a su padre que lo retirara. Aclaremos que ese era un paso previo a la expulsión, que sí constituía la última instancia. En esos casos, no se pedía al padre que lo buscara, sino que se lo acompañaba hasta el pórtico del colegio y, una vez traspuesto el umbral, se le cerraba la puerta en la cara.
¿Qué fue lo que había hecho Mateo? Aquí, la nota que el rector Vicente de Juanzarás envió al virrey Pedro de Melo el 19 de diciembre de 1785:
Señor: yo había pensado avisar a don Juan Antonio Magariños, padre del colegial Mateo Magariños, que se halla próximo a pasar a Teología [cuarto año] para que lo retire de este colegio.
El motivo que tengo es que este mozo parece que ya es de aquellos pocos que hay incorregibles y que, habiendo ya sufrido el sonrojo de ser reprendido delante de todo el colegio con otras muchas reprensiones, capaces de contener aun a los que no tienen el menor cuidado de su reputación, he averiguado en estos pocos días que hace que estoy en el colegio, que dicho Magariños un poco antes que yo entrase, escribió una esquela llena de embustes a don Francisco Bruno Zavala [otro alumno, más joven], sujeto con quien no tenía la menor comunicación, pidiéndole prestado dinero, como me lo aseguró el mismo don Francisco.
Esta ha sido su propiedad antigua: usar de trampas para mantener sus gastos, empeñar y aún vender lo que tiene, sin reparar en que sea ajeno, andar siempre cargado de deudas que, no pudiendo pagar, lo exponen a robar.
Ni debo omitir que su padre tiene oficio de sastre, y él bien escasos talentos para los estudios. Por estos motivos y otros, que reservo por no cansar la superior atención de Vuestra Excelencia, ya que todos recaen en su común vicio tramposo, lo tengo puesto en reclusión hasta que Vuestra Excelencia vea servido avisarme lo que tengo que hacer con este particular y avisarme si lo tengo que enviar a su casa corregido, o si lo tengo que conservar en este colegio.
Al día siguiente, el virrey Melo aceptó la propuesta del rector y pidió que se le informara al padre del descarriado que se lo entregaban corregido, para “retribuirle por los alimentos y confianza que prestó al colegio”.
Según deducimos, la actividad colegial de Magariños se vio truncada por esta situación. Ello no lo privó de concurrir a la universidad altoperuana de Chuquisaca y regresar con un título: se convirtió en abogado y luego en escribano. Pero no volvió a Buenos Aires, sino a Montevideo, donde se encontraba su padre. Allí gestionó la licencia para actuar como escribano, que se obtenía pagando una importante suma de dinero.
No podemos pasar por alto que en la Banda Oriental el padre cumplía funciones de abogado. Es un antecedente que contrasta con el que aportó el rector Juanzarás en la nota al virrey, donde mencionó que su oficio era el de sastre.
El hecho es que padre abogado y escribano hijo convivían en Montevideo bajo el mismo techo, en una casa situada en la calle de Santiago (actual Solís), a una cuadra del Fuerte. Esto generó una situación que fue calificada de escandalosa porque no se consideraba ético que un escribano y un abogado tuvieran un mismo espacio de trabajo. En este caso, agravado por el parentesco. Pero aquel cuestionamiento, que terminó de debatirse en los juzgados de Buenos Aires sobre la vecindad del abogado y su hijo escribano, finalizó sin ningún tipo de sanción.
La carrera del escribano, que también se dedicó a la actividad mercantil, fue ascendente. Incluso llamaba la atención porque en la Montevideo del 1800 se decía que don Juan Antonio Magariños (sastre y/o abogado) había arribado con poco dinero y esa posición contrastaba con el buen pasar que tenían. El hijo, heredero de la fortuna y los contactos comerciales, creó un imperio. Así como Martín de Álzaga prosperó en Buenos Aires, Mateo Magariños lo hizo del otro lado del Plata, gracias a los negocios y el comercio ultramarino.
También hay un paralelo entre estos dos hombres durante las Invasiones Inglesas. Tanto Álzaga como Magariños no dudaron en contribuir con su fortuna para mantener a las dos ciudades dentro de las posesiones del reino de España.
Ya en esa época llamaban a don Mateo “el rey chiquito” por su enorme poder y su riqueza, además de su devoción a Fernando VII. Por ese motivo, cuando llegaron las noticias acerca de la revolución en Buenos Aires, Magariños fue el primero en plantarse frente a esa postura que consideraba ridícula y traicionera.
Empleó gran parte de su patrimonio en ayudar a los realistas contrarrevolucionarios de Montevideo.
Firme en sus convicciones, que no abandonó jamás, se convirtió en el principal sostén económico del enemigo. Hizo todo lo que pudo hasta que pudo. Derrotado, y con sus caudales en baja, el compañero colegial de Belgrano partió de Montevideo con su familia rumbo a España. Había contraído matrimonio en Buenos Aires con Manuela Cerrato Chorroarín, la sobrina de su profesor del colegio San Carlos. De donde lo echaron. Manuela y Mateo tuvieron catorce hijos.
Además, fue pariente del autor del Martín Fierro, ya que José “Pepe” Hernández (así le decían) era sobrino de Rita Pueyrredon, casada con un hijo de don Mateo. A su vez, fue abuelo de una de las más destacadas personalidades de Uruguay, Alejandro Magariños Cervantes, poeta, dramaturgo, periodista, funcionario de gobierno y muy valorado por su capacidad intelectual. Alejandro era hijo de José María Magariños y de María de la Encarnación de Cervantes, española.
Hoy la ciudad de Buenos Aires recuerda a Magariños Cervantes en una de sus calles. Sí, es el nieto del camarada escolar de Belgrano, aquel que fue expulsado de San Carlos por estafas y que se convirtió en “el rey chiquito”, enemigo de Belgrano y de todos los patriotas.
TERCER AÑO Y CAMBIO DE RUMBO
Salvo situaciones notorias como la que vivió Magariños, los estudios habían proseguido sin demasiadas modificaciones durante el tercer año cursado en 1785, conocido bajo el nombre de Metafísica, con clases dictadas por el maestro habitual, Chorroarín. La mayoría se mantuvo en el sistema de pupilaje.
En cambio, desde el 1 de marzo de 1786 (cuarto año, Teología), Manuel Belgrano concurrió como oyente, nombre que se les daba a aquellos que tomaban clases y regresaban a sus casas. Pero no iba a completar el curso porque ese mismo año viajó a España.
Cabe preguntarse por qué Manuel Belgrano no estudió Derecho en Córdoba, Santiago de Chile o Chuquisaca, en el Alto Perú. ¿Por qué lo hizo en España?
Lo primero para tener en cuenta es que Domenico Belgrano estaba convencido de que el comercio era el camino que convenía tomar a la familia. Fue entonces cuando resolvió que dos de sus hijos debían ir a estudiar a España para instruirse en los secretos del ámbito mercantil.
Los hermanos designados fueron Manuel y Francisco, un año menor. Según el plan, iban a radicarse en Madrid bajo la tutela de uno de los cuñados de los varones. Nos referimos a José Manuel Calderón de la Barca, caballero de buena posición social y económica, quien estaba casado con María Josefa Belgrano.
Finalmente, y luego de conseguir el permiso virreinal, solo viajó Manuel mientras que Francisco, no tan buen alumno, se quedó en Buenos Aires. Llegó a Madrid en noviembre de 1786. Allí cambió en forma radical sus metas profesionales al decidir que su futuro sería el Derecho.
En esos años, las principales universidades donde podían llevarse adelante estudios de Leyes eran la de Salamanca y la de Valladolid, las dos más concurridas de la Península Ibérica. En el año 1786 Salamanca contaba con 1859 alumnos, mientras que la de Valladolid sumaba 1288 estudiantes.
Belgrano tuvo la intención de comenzar a cursar de inmediato. Sin embargo, el certificado de estudios que presentó era insuficiente para llevar adelante la carrera universitaria en España.
Le reclamaban que no había completado todas las materias que se requerían en el Real Colegio de San Carlos. Y aquí surge un primer punto polémico en la historia de su educación en España: según el certificado que entregó a las autoridades de la Universidad de Salamanca, él había completado los estudios en Buenos Aires. Los papeles, fechados el 19 de mayo de 1786, estaban firmados por los profesores de Filosofía (Luis José de Chorroarín y Pedro Miguel Aráoz), de Teología (Matías Camacho y Carlos José Montero), el de Ética y Moral, Antonio Rodríguez de Vida, y Baltasar Maziel, director de estudios del colegio, cuyo nombre se halla vinculado a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús desde su segundo día de vida, ya que fue quien lo bautizó.
Llama la atención que este hombre haya firmado el documento. Maziel, de una inteligencia notable, colérico e intrigante, había sido desterrado por orden del virrey Loreto el 11 de enero de 1786, antes de que se iniciara el ciclo lectivo de dicho año.
No se entiende cómo es posible que tres escribanos hayan dado fe de que la firma estampada en Buenos Aires, varios meses después, fuera la suya. Y en el muy dudoso caso de que la constancia hubiera sido enviada a Montevideo para su firma, ¿qué validez tendría en mayo la rúbrica de un antiguo cancelario desterrado en enero? De todos modos, ese no fue el motivo por el cual la certificación no satisfizo a las autoridades de la Universidad de Salamanca. Al observarle que carecía de las materias aprobadas, no solo se frustraba el proyecto del padre, sino que también peligraba su carrera y carecía de sentido la estadía en España.
Ante el reclamo del postulante, el vicerrector lo autorizó a participar de las clases hasta que se resolviera su situación.
LA MESA EXAMINADORA
El poder de convicción del joven estudiante alcanzó para torcer la voluntad del vicerrector, quien le permitió asistir a clases mientras se zanjaba la dificultad. Pero la medida fue objetada por el secretario académico. Dispuesto a resolver el problema de las equivalencias, Belgrano llegó hasta la mayor instancia: acudió al rey en b