Los nuevos superhéroes

Ezequiel Starobinsky

Fragmento

Armar el juego

ACLARACIONES PRELIMINARES 

Primera.
Cuando era chico me gustaban los superhéroes (y ahora también)

El nivel de evolución espiritual y madurez emocional de muchos de nosotros se encuentra todavía en una etapa prematura de desarrollo. La sabiduría del alma, el verdadero poder de una mente, poco tienen que ver con la edad física de una persona. Por eso este libro está planteado en forma lúdica y está escrito en tono informal. Lo informal puede ser muy profundo y respetuoso, y a su vez lo formal no necesariamente se vincula a lo importante. Las excesivas reglas en las formas pueden entorpecer el fluir del mensaje.

Un título como Los nuevos superhéroes sugiere un libro para niños y en cierto modo lo es: todos somos niños en diferentes aspectos. El contenido es ciertamente útil y accesible para todos, sin importar nuestra edad cronológica. Cuánto se aprovechará es una pregunta abierta.

Segunda.
Me miro en tu espejo, mirate en el mío

Estamos acostumbrados a leer con toda nuestra maquinaria intelectual activada, analizando, clasificando y juzgando lo que leemos como bueno o malo, correcto o incorrecto. Probablemente existan quienes estén haciendo esto ahora mismo.

Durante las primeras páginas las defensas están altas todavía. Es como cuando conocemos a alguien y rápido lo sometemos a una suerte de examen invisible en el que tratamos de descubrir cómo es esa persona, según la primera impresión. Pero si uno está evaluando en forma constante, imponiéndole barreras a las cosas que por alguna razón no nos caen del todo bien, quizás nos perdamos mucho de lo que una persona nueva tiene para dar (o de los secretos que un libro guarda).

Cuando creemos que “ya sabemos” no hay espacio en el vaso para verter agua. Aunque duela, a veces hay que vaciar el vaso de la sustancia que contiene para poder llenarlo de agua fresca. Cuanto más abierto uno consiga ser al leer, más se va a llevar de este texto. En cierto punto sería bueno leer como si uno estuviera escuchando una amena melodía musical. Leer con menos juicios, mayor entrega, dejándose llevar, confiado, tranquilo, conciente. Fluyendo a través del libro.

Voy a ser lo más sincero que pueda al escribir y para mí esa es la clave para que seas sincero al leer, para que seas genuino con vos al leer. Mi franqueza en las palabras escritas será el reflejo de tu propia sinceridad en las palabras leídas. Muchas veces nos espejamos con las personas que nos vamos cruzando en la vida (incluso a través de un libro).

Por eso, mi compromiso de ser verdadero con vos lo vas a encontrar en todas y cada una de las páginas, en cada renglón.

Tercera.
Vamos a jugar, pero no es una carrera

Por último y en la medida de lo posible, se sugiere leer despacio. Disfrutar de cada palabra. Sé que es difícil para muchos porque estamos acostumbrados a leer atolondradamente, llevándonos las palabras por delante como si nos esperara un premio en la hoja siguiente. El premio más grande es estar en el momento presente: al leer y también cuando hacemos cualquier otra cosa. Por eso, leer despacio. Lo más despacio que cada uno pueda.

Se puede vivir esta lectura como un ejercicio: cada dos o tres párrafos detenerse, inhalar, exhalar lentamente y luego continuar. Hacerse las preguntas que este libro propone, cumplir alguna consigna cuando la haya, releer los párrafos que más nos llamen la atención, subrayarlos, memorizalos. Las únicas reglas de este juego son leer a conciencia y llegar hasta el final.

¿Vas a jugar?

Si estás leyendo es porque está todo dado para que lo hagas. Si no, te invito a que le pases este libro a alguien más. Si no vas a leer este libro por la razón que sea, o ves que se inmoviliza un tiempo largo en tu biblioteca… pasalo. No permitas que se estanque. De todas maneras, mi apuesta es a que vas a terminarlo. Así como yo voy a terminar de escribirlo.

LAS REGLAS DEL JUEGO
UN ÚNICO CONOCIMIENTO

En una roca, una persona puede esculpir una figura, por ejemplo un león. El león ya está ahí, dentro de la roca, el escultor solo “saca lo que sobra” de la roca, dejando el león a la vista. De tal manera, existe cierto conocimiento, ciertas habilidades, que todos ya tenemos en nuestra esencia, pero que aún se encuentra velado en mayor o menor grado para muchos de nosotros. Condicionado por una espesa capa de pensamientos inútiles, de juicios y conceptos, de patrones y fantasmas internos, inconscientes en su mayoría. Este libro es una reseña sobre cómo de a poco estoy (o creo estar) empezando a descorrer tal velo. Los nuevos superhéroes es un relato teórico y práctico de diferentes vivencias que he ido experimentando, entendiendo, descubriendo, siempre en relación a este único conocimiento. Es también, claro, mi retransmisión personal de tal conocimiento.

El conocimiento del que hablo es muy amplio y muy concreto a la vez. Se trata de la relación que tenemos con nuestro mundo interior y con el mundo exterior, acerca de la autoobservación, la vivencia del momento presente, la paz interior, el aprendizaje y realización en todo lo exterior. Esta antigua sabiduría (eternamente contemporánea) deja expuesto lo ilusorio de los límites entre la psicología y la espiritualidad, entre la ciencia y la ficción. Lo podemos llamar “conocimiento espiritual” o “conocimiento de la conciencia” o simplemente… conocimiento. Por un lado, es un tema infinitamente vasto, pero por otro, muchísimas fuentes de diversa naturaleza proponen acercamientos muy similares al respecto. Este libro es solo un reordenamiento de esta información, es el relato de mi acercamiento a esta, mi visión de la misma; y lo aquí expuesto lo debo a cursos, a otros libros como este que llegaron a mí, incluso a personas o situaciones. Estoy convencido de que Los nuevos superhéroes puede ser un buen aporte a nivel individual para quien lo lea. Estoy seguro de que este único conocimiento del que se habla es un gran aporte también para la sociedad en su conjunto cuando seamos muchos los que estemos genuinamente comprometidos con lo que implica. Cada uno elige cómo y cuándo hacerlo propio, el libro es solo una propuesta más.

El libro se estructura sobre tres pilares que se retroalimentan. Cada pilar contiene una primera parte donde se describen ciertas actividades o entrenamientos, y una segunda parte en las que se desarrollan las habilidades que tal entrenamiento despierta o potencia. El primer pilar es una propuesta para el ejercicio de la capacidad de observación y autoobservación a través de prácticas. Es principalmente sobre el trabajo con nuestro mundo interior. El segundo presenta la posibilidad de sentir conexión con lo que nos rodea basándose en el servicio planteado desde un lugar sano. La conexión no es más que la experimentación genuina de la no-separación o pertenencia con el mundo exterior. El tercer pilar fusiona de alguna forma al primero y al segundo, dado que despliega ciertas maneras de mejorar nuestro vínculo con el mundo interior a través de los demás, a través del mundo exterior. Esta sección trata sobre la posibilidad de crecimiento personal y superación de limitaciones con la ayuda de lo vincular y de la percepción ajena.

La metáfora de los superhéroes nos acompañará en cada uno de estos tres pilares: un superhéroe se entrena para desarrollar habilidades.

Aun así, la división en partes es solo a nivel expositivo, es un recurso operativo para simplificar la lectura. El único propósito de la estructura es que la soga sea más asible a nuestros ojos. Las partes no existen en realidad, poco importa el nombre de cada tema en particular. Titularlos y describirlos facilita la experiencia. La información cuenta mucho más que la forma en la que esta se presenta aquí, pues es solo una forma más. Este libro es un todo sin partes, en definitiva. No te quedes con las divisiones. Quedate con el flujo de conocimiento, con este gran algo inseparable que se disfrazó de formas para ayudarnos a comprenderlo. Siempre recordemos que lo principal es definitivamente la vivencia de este conocimiento en el día a día, mucho más allá de cualquier entendimiento intelectual.

Al escribir acerca de esto, consigo verlo y entenderlo más profundamente, lo interiorizo más. Estoy buscando vivir lo máximo posible todo lo que subyace a este libro, y escribirlo es de gran ayuda. Leerlo también lo será. Estoy muy comprometido con cada palabra. En el camino vamos a encontrar una buena cantidad de cosas útiles.

LAS HABILIDADES DE LOS SUPERHÉROES

Hablábamos de entrenarnos y desarrollar determinadas habilidades, como los superhéroes. Por momentos puede parecer que estas habilidades no guardan relación. Sin embargo, están íntimamente enraizadas, dado que se encuentran enmarcadas en la relación que tenemos con nuestro mundo interior y en la relación que tenemos con el mundo exterior. Y ambas relaciones son lo mismo, en definitiva.

Uno lentamente va mejorando ambas relaciones al desarrollar el manejo de la propia conciencia, con el incremento de facultades perceptivas, llegando a estados de paz interna prolongados, de confianza, de aceptación. Conciencia de uno mismo es conciencia de todo lo demás, al fin de cuentas. Sencillamente, como es adentro, es afuera. Los superhéroes tienen paz interior, y por lo tanto está en su naturaleza colaborar para que en el mundo haya paz.

Por ahora tendremos que conformarnos con saber que cada una de estas habilidades sirven para ser más felices y consecuentemente aportar a la felicidad de la gente a nuestro alrededor. Son la base para una vida más armoniosa y este es el elemento común que tienen, sirven para mejorar la vida, para mejorarse a uno mismo. Los superhéroes se superan, pero no en el sentido de alcanzar metas externas, sino más bien orientados a mejorar sus niveles de claridad, paz, conexión con los demás, etcétera. Así de sencillo, no hay otro secreto que este.

Pero no será tan fácil. Todos estos temas tienen una pequeña trampa, porque son simples y, a su vez, complejos. Son fáciles de entender intelectualmente, pero puede ser un gran desafío internalizarlos en forma genuina y llevarlos a la práctica. Muchos resultarán familiares. Algunos son tan obvios, que para activarlos y ponerlos en uso solo tenemos que tomar conciencia de ellos. Y he aquí la parte difícil: tomar conciencia.

Escribir es hermoso; y escribir sobre esto es el néctar de mi vida, es ganar conciencia con cada palabra. Escribir me ayuda tomar conciencia. La apuesta es que leerlo te ayude a vos.

PREPARADOS, LISTOS... ¡YA!
TODO ES AHORA

Por un momento supongamos que estamos leyendo y escribiendo este libro en el mismo momento. Literalmente en el mismo momento. Aceptemos como válida la idea de que no escribí esto en el pasado (antes de tu “ahora” en el que leés), ni tampoco vas a leer esto en el futuro (después de mi “ahora” en el que escribo). Todo está sucediendo ahora. Estás leyendo estas palabras en el subte, en tu casa, donde sea, y yo estoy escribiendo en la computadora exactamente mientras vos leés.

Esta es una invitación a acercarnos —aunque sea por unos instantes— de forma diferente a la concepción lineal del tiempo que tenemos programada desde chicos, pues no hay tiempo en lo absoluto. Nuestras mentes piensan “escribiste el libro antes de que yo lo lea” o “vas a leer el libro después de que yo lo escriba”. Pero no. Eso es solo válido en el mundo ilusorio, el mundo de lo relativo. No hay antes, no hay después en realidad. No hay futuro, no hay pasado. Todo es ahora.

Este libro podrá tomar entonces rumbos diferentes y cambiar porque las páginas siguientes aún no están escritas. Imaginá textualmente lo que te digo: las páginas siguientes cambiarán su contenido físico en la medida en que vayas avanzando. Los nuevos superhéroes cambiará una y mil veces, cada vez que se lea, porque este libro se escribe solo cuando alguien lo lee.

Leerlo te va a dar muchísimo, pero para eso tengo que escribirlo. Escribirlo me va a dar muchísimo, pero para eso tenés que leerlo. Ganamos los dos o nadie gana. Tomamos juntos conciencia o no la toma ninguno.

Yendo incluso más profundo, tampoco hay un “vos” ni un “yo”. No hay ni siquiera dos personas que van a leer y escribir un libro a la par, porque no estamos separados, porque no hay dos, aunque creamos que así sea. Alguien o Algo está escribiendo y está leyendo a la vez, en este mismo momento. ¿Podés sentirlo...? Es la conciencia total de la cual tenemos la ilusión de estar separados y ese algo no es más que la fuente a la que profundamente anhelamos volver.

No hay vos, no hay yo, no hay ahí, no hay acá, no hay antes, no hay después. Los nuevos superhéroes es un paso para acercarnos a esto. Para entenderlo. Para experimentarlo.

EL QUE JUEGA, GANA
SER DOS PARA NO SER DOS

A pesar de lo anterior, verás que este libro está planteado en forma de diálogo, y un diálogo presupone la existencia de dos o más personas comunicándose. ¿Entonces? ¿Somos uno o somos dos?

Sucede que la inexistencia de “dos” se da recién… al final. Te puedo asegurar que aún nos falta mucho camino por recorrer. Porque de haber llegado, no estarías leyendo y yo no estaría escribiendo. Hasta ese momento… Solo podemos ser dos. Pero dos que están cada vez más cerca de ser uno. Este libro solo es posible en el camino hacia eso.

Sabemos que no hay dos al fin, pero nos comunicamos, entendemos, caminamos juntos… como si fuéramos dos.

Porque para acercarnos a la experiencia de ser uno, tenemos que hacerlo avanzando de la única forma que conocemos: ser dos. Solamente se puede experimentar la unión habiendo vivenciado la separación.

Juguemos entonces al ahí, al acá, al antes, al después. Este libro es un juego, una ilusión más, que solamente te va a hablar de una cosa: la no ilusión. Ese es el lugar al que algún día llegaremos. El momento en el que estos dos pedacitos de conciencia confundidos que ahora leen y escriben vuelven a unirse para no volver a separarse. Al final solo hay uno, y solo hay momento presente, el espacio infinito, eterno. Ganar conciencia de esta unidad es iluminarse cada día un poco más.

Lo más hermoso es que al acercarse al mar uno comienza a sentir o intuir su presencia: la brisa fresca, el aroma, resabios de arena entre la tierra… Me sentiré un poquito más cerca de ser la persona que lo está leyendo mientras lo escriba. Te sentirás un poquito más cerca de ser la persona que lo escribe mientras lo leas.

En este momento, en este preciso momento, me siento más cerca tuyo.

Empieza el juego

Creo que va a ser adecuado primero compartir cómo empecé a concebir este libro, de dónde surge el conocimiento del que hablo y cómo empecé a vivenciarlo en mayor o menor grado.

Este conocimiento tiene un poco de todo y lo es todo al final de cuentas: es infinitamente práctico e infinitamente hermoso, puede pensarse como teoría o filosofía, o técnica, pero para mí es mucho más que cualquiera de estas cosas. Gran parte de él tiene raíces muy antiguas y a su vez es muy útil en la vida cotidiana.

En mi caso lo que aprendí como alumno y luego instructor en una fundación en la que se enseñan técnicas de meditación y respiración fue (y continúa siendo) fundamental a la hora de escribir todo esto. Involucrarme de lleno en tales actividades permitió mi apertura inicial a las vivencias que serán narradas a lo largo del libro. Sin embargo, los temas abordados son generales y van más allá de cualquier estímulo externo, más allá de cualquier fundación o actividad.

Hubo muchísimas otras cosas también, otros cursos, lecturas, personas, situaciones que fueron nutriendo el material expuesto en este trabajo. Lo que quisiera dejar bien en claro es que no importa la forma en que se fue presentando tal conocimiento, si no más bien el conocimiento en sí mismo, que —como decíamos antes— es uno solo. Estoy convencido de que aparece de muchísimas maneras frente a quien sincera y humildemente está dispuesto a recibirlo. En rigor, quien internamente se abre a lo nuevo, solo consigue ver lo que simplemente siempre estuvo allí. Los tres pilares de los que este libro hablará son la exposición de lo que alcanzo a ver.

Hoy en día, después de mucho tiempo de ver mi trabajo en un banco y mi rol como instructor de técnicas de respiración como cuestiones separadas, casi antagónicas, finalmente estoy dejando de sentir división alguna. Uno puede elegir descubrirse como eterno alumno del autoconocimiento, estés donde estés, hagas lo que hagas: en una empresa, en la calle, en una casa, en una caverna. Seas ama de casa, intelectual, artista o soldado. No importa, pues estos solo son diferentes terrenos para aprender una misma cosa, para vivir un único conocimiento.

Como decía, al principio tendía a ver todo separadamente, porque me había quedado estancado en ver las actividades ofrecidas por las fundaciones relacionadas con lo espiritual apenas como meras opciones para relajarse. Eran diferentes artes para mejorar la calidad de vida, con las que ocupaba mi tiempo libre. Luego, empecé de a poco a entender e incorporar —en cierta medida— lo que podría llamarse la sabiduría que reside detrás de cualquier técnica espiritual, y que estamos llamando conocimiento porque posiblemente no haya palabra más adecuada.

Hoy, este conocimiento lo veo como algo que trasciende absolutamente cualquier límite ilusorio, como un trabajo diario, una ONG o lo que sea. Es absolutamente todo lo mismo porque todas las cosas que uno hace externamente son oportunidades (algunas más desafiantes que otras) para experimentar tal conocimiento.

Conocimiento que llena y a su vez vacía mi vida cada vez más.

LA PROPIA TELARAÑA
CUANDO LOS CAMBIOS SE DEMORAN

El año anterior a empezar con las técnicas respiratorias y la meditación estaba en una situación muy delicada dentro de mi trabajo y sentía mucho resentimiento.

Durante mis primeros cinco años en el banco, había estado trabajando en un sector operativo, que tenía mucho de carga de datos, y me resultaba aburrido. Al principio trabajar en un departamento así era funcional a mi vida porque me permitía tomarme días de examen cada tanto, o salir una hora a estudiar en el almuerzo y así ir avanzando en la carrera. De todas maneras me esforzaba mucho en todas las tareas que me eran asignadas, realmente me sacrificaba en ese lugar apostando a ascender a otro sector más adelante. Trabajaba en lo que en la jerga se conoce como el “back-office” del banco, un sector exclusivamente de soporte con poco espacio para desarrollarse profesionalmente. Yo quería un puesto en la “mesa de dinero”, un departamento en el que se toman decisiones financieras minuto a minuto, donde un empleado puede explotar su potencial al máximo.

Los años transcurrían y a pesar de las promesas nunca se generaba dicho lugar en la mesa de dinero. En el camino me recibí, y cada año que pasaba en el back-office ya no solo no sumaba, si no que comenzaba a restar a nivel curricular, dado que las posibilidades de salir de ahí se iban reduciendo por un tema de edad y por haber estado demasiados años haciendo lo mismo.

No sabía qué hacer. Después de cinco años en un banco, corriendo detrás de la promesa de un cambio de sector, era muy duro tomar la decisión de renunciar, ya que implicaba tirar por la borda tanto tiempo y esfuerzo invertidos. De los cinco años ahí, prácticamente los últimos tres habían sido de espera ante la posibilidad del cambio. Sentía mucho enojo y no sabía qué hacer. Esto sumado a que estaba empezando a fallar en las tareas del sector y mi jefa directa quería echarme del banco. Visto a la distancia, hoy la situación parece una tontera, sin embargo fueron años en los que no la pasé nada bien.

No recuerdo bien cómo fue, pero por esa época un amigo me recomendó un curso de técnicas de respiración de seis días en la fundación El Arte de Vivir, para relajarme y encarar la situación desde otra perspectiva. Me dijo que me iba a ayudar.

En ese momento yo ya estaba en una búsqueda, y hacía esporádicamente cosas que bajaban un poco el nivel de angustia que sentía. Había empezado yoga (no regularmente), iba a meditaciones los fines de semana en la Fundación Indra Devi, asistía a conferencias y leía algunos libros de inteligencia emocional y ese tipo de cosas. Todo esto me servía, pero aun así estaba trabado. El curso de respiración, al ser una experiencia más larga, más completa que las otras actividades ocasionales que hacía, me permitió profundizar más y entonces algo cambió. En ese momento no podría haber entendido, ni mucho menos explicado, qué fue lo que cambió. Ahora lo veo mejor. La distancia permite ver las cosas completas.

Lo primero que pude hacer fue frenar mi cabeza y observar más detenidamente lo que estaba sucediendo. Tomar conciencia de mis estados de ánimo, de la bronca, me ayudó a diluirla un poco. Luego, aceptar. Aceptar la situación tal cual era. Estaba en esa circunstancia, no me gustaba, y al no aceptarla me enroscaba y me envenenaba más y más. El único perjudicado era yo. ¿Quién más? Quizás mis padres, mis amigos, todos los que tenían que soportarme con el eterno drama, la eterna queja, “me vienen prometiendo el ascenso desde hace tres años”, “tantos años de estudio en vano”, “en el back-office di todo de mí”, etcétera. Esta situación estaba arruinando mis días, no dejaba de pensar al respecto. Me costaba dormir, me despertaba en medio de la noche y le daba golpes al aire de la furia que sentía. Al mismo tiempo, este estado mental no me permitía tomar ninguna acción inteligente porque toda mi energía estaba puesta en la no aceptación de la realidad.

Quejarse, echar la culpa a otras personas o al contexto, ponerse en el lugar de pedir, exigir desde la carencia y el enojo porque “esto no puede ser así” es no aceptar la realidad.

Cada vez que decía “a mí me corresponde un lugar en la mesa de dinero” ese lugar se alejaba. Me repetía a mí mismo cientos de veces “esto no puede ser”, lo que me generaba aún más resentimiento. Llegué a un punto en el que ya no solo era incapaz de tomar una acción inteligente, sino que estaba empezando a reaccionar mal. Por ejemplo, a responder mal cuando la gente que tenía influencia para transferirme de sector me pedía algo, lo cual alejaba aún más la posibilidad del traspaso y además acercaba —por cierto— la posibilidad del despido. Me decían que la decisión final dependía directamente del presidente del banco, que parecía no querer, y que a su vez había trabas por políticas que venían de la casa matriz en el exterior. Mucho no les creía. Solo veía mala intención detrás de los que habían hecho las promesas de cambio, llegando a pensar que querían retenerme en el back-office por siempre, con la estrategia de la zanahoria del otro sector. “Todos están contra mí”.

La experiencia de un curso de seis días de técnicas de respiración fue movilizante y me facilitó aceptar lo que estaba sucediendo, me ayudó a ver que eso que estaba pasando en mi vida profesional estaba contaminando todo el resto de mi vida. Yo estaba bien en los demás ámbitos, pero mi mente había desproporcionado al máximo aquello que no funcionaba.

La respiración y la meditación me ayudaron a ver que eso que estaba ocurriendo, simplemente estaba ocurriendo. Me sirvieron para entender que resistir la situación desde la bronca no hacía más que reforzarla. Pude ver que cuando yo le echaba la culpa al banco o a mis jefes, me hacía cada vez más y más chiquito, menos poderoso, que desde ese lugar de víctima no había ninguna acción ingeniosa posible y que mis reacciones empeoraban la situación. Creo que la mente suele caer en estas trampas, en estos círculos viciosos nefastos con infinidad de temas. Una persona que tiende a hacer esto seguido puede arruinar años de su vida. Una mente así puede arruinar una vida entera.

Cuando pude —al menos en parte— aceptar la situación tal cual era, conseguí ver que las personas que me habían estado prometiendo el ascenso no tenían mala intención. No querían retenerme por siempre en el sector en el que estaba, y cuando me habían prometido el traspaso lo habían hecho genuinamente, pero por razones que ellos no podían controlar el cambio no se estaba dando. Me di cuenta de que tenía que tomar una decisión y que nadie iba a hacerlo por mí. A cierto nivel, tomé conciencia de que mi situación profesional iba a cambiar para mejor tarde o temprano, dentro o fuera del banco. Sentí confianza de que esto iba a ser así y que lo único que tenía que hacer era algún movimiento razonable, sin mucho esfuerzo, para que ese cambio cobrara finalmente forma.

Entonces me acerqué a una de las personas que tantas veces me habían prometido el lugar y humildemente le pedí un consejo: “Sebas, cada año que pasa me juega en contra, lo sabés. ¿Qué harías vos en mi lugar?”. Eso fue prácticamente todo lo que hice, el resto fue solo fluir con lo que vino después. Tuve suerte, porque Sebas conocía gente de otro banco en el que estaban buscando a alguien para la mesa de dinero, y me consiguió una entrevista. Fui varias veces y finalmente estaban listos para contratarme. Era un banco nacional, más chico, de origen familiar. Mi deseo original era entrar a la mesa de dinero del banco en el que yo trabajaba, pero como eso no se estaba dando, había tomado la decisión interna de entregarme a lo que sucediera, en lugar de seguir forzando y forzando. En ese momento decía que estaba jugando en la tercera división de River Plate y que ante la imposibilidad de pasar a primera allí mismo, me iba a jugar a la primera división de Ferro. Estaba dispuesto a cambiarme. La confianza que sentía de que algo mejor estaba en camino había cobrado fuerza en mí para ese entonces. También sentía menos miedo y había conseguido abrir las manos, dispuesto a soltar “los cinco años de esfuerzo en el back-office”.

Cuando el presidente del banco se enteró de que iba a renunciar para irme a otro banco me llamó a su oficina. Era la primera vez que iba a su oficina, en el piso más alto. El presidente era una de esas figuras míticas que solamente te honran con su presencia en las fiestas de fin de año. En aquel entonces yo tenía 25 años y me acuerdo que sentía como si un arcángel del cielo estuviera citando a un simple mortal —en este caso yo— a saborear por cinco minutos su beatífica disposición. Iban a ser los cinco minutos de mi vida. Mis cinco años de trabajo en el banco estarían en juego en esos cinco minutos. Todos mis compañeros de back-office me decían: “Te llamó Andrés… ¡Jamás nunca nadie de back-office entró en la oficina de Andrés! Ni siquiera el gerente...”.

No recuerdo bien qué me preguntó o de qué hablamos. Evidentemente tuve intuición y dije las palabras adecuadas, porque tiempo después estaba trabajando en la mesa de dinero y, como si fuera poco, el banco también me estaba pagando un posgrado que hubiera sido imposible costear por mi cuenta.

HACER NADA
ADICTOS A LA ACCIÓN

Hoy es miércoles, llegué a mi casa cerca de las 19:00 después del trabajo. Hace un par de años que estoy yéndome más temprano pero hoy tuve que quedarme un rato más.

Años atrás solía caer en la trampa mental de “armarme algún programa” después de la jornada laboral o ir a una clase de algo, encontrarme con alguien, o lo que fuera. Tener la tarde libre activaba en mí el buscar algo para hacer. Aprovechar para ir a tal lugar o para ver a tal persona. En realidad mis deseos de hacer algo eran más bien genuinos deseos de evitar estar solo en mi casa, sin nada que hacer o por lo menos sin nada tangible que hacer. Estoy convencido de que buscar evitar estos espacios de soledad es algo que puede limitar muchísimo el verdadero crecimiento. “Tengo que estar haciendo algo”, “tengo que estar con gente, si no me aburro”. Estas frases se podrían traducir como “tengo terror de mí mismo y quiero escaparme, así sea para hacer cosas que no quiero hacer verdaderamente, o para estar con gente con la que en el fondo no quiero estar”. Ojalá fuera únicamente un tema de energía desperdiciada, pero muchas veces “hacer por hacer” es, como decíamos, un mecanismo para evitar estar a solas con uno mismo. Un síntoma de estar atrapado en un lugar así es cuando somos adictos a la acción.

La adicción a la acción, aunque esta sea en apariencia una acción muy elevada, sigue siendo una adicción, la cual está vinculada a la necesidad de escaparse. Yo estaba bastante atrapado en este patrón, que de hecho hoy considero más que un patrón. Para mí esta es una de las tantas patologías mentales del siglo XXI que entorpecen el desarrollo de las personas tanto a nivel individuo como a nivel sociedad. Adicción a la acción. No por casualidad estas dos palabras se parecen tanto.

Tomar acción, ser activo en la vida puede ser bueno, incluso necesario. Pero hablo de acción con conciencia, por genuina decisión, sin adicción por la misma. Cuando uno es adicto a la acción, esta se trata en su mayoría de impulsos sin mucho detenimiento personal en lo que hacemos.

Si complementamos nuestras acciones con la observación, que es llevar la atención a las propias conductas, puntos débiles y fortalezas, errores recurrentes, etc., luego podremos decidir si queremos continuar siendo o actuando de esa manera, o si preferimos cambiar en algún aspecto.

Así como muchos de nosotros estamos atrapados en la necesidad de estar continuamente en actividad, también tenemos grabada la noción de que es positivo el sacrificio, el esfuerzo constante y la lucha desmedida para conseguir lo que se quiere. O al menos, para conseguir algo. Somos una cultura que durante miles de años fue poco proclive a la observación y mucho menos a la observación de sí, y por lo tanto caímos en la modalidad de la acción y el esfuerzo desmedido por alcanzar nuestros objetivos. Cuando actuamos desde un lugar de mayor atención, podemos conseguir lo mismo con mucho menos trabajo. En un estado de poca conciencia, de ausencia casi absoluta de inteligencia emocional, uno tendrá que tirar diez, veinte, cincuenta tiros al aire hasta por fin acertarle a la lata. En un estado de mayor relajación, de observación, podemos ver más claro lo que tenemos que hacer. La lata vuela entonces por el aire al primer o segundo tiro.

Hay un nivel de conciencia en que actuar y observar se fusionan. Uno se entrega a la acción natural que surge en ese momento, y se transforma en testigo y protagonista a la vez. Es una suerte de contemplación en movimiento, muy activa pero sin esfuerzo. Algunas de las personas que son ejemplos para mí son muy activas, pero jamás las he visto esforzarse por demás. Creo que se trata de ir por la vida haciendo solo aquello que se requiere de uno, en el lugar y momento en que uno se encuentra, como los superhéroes. Y el resto del tiempo, hacer absolutamente nada.

A veces, cuando estoy solo en mi casa, sin planes, parte de mí quiere escaparse y buscar algo para hacer. Por suerte, hoy consigo identificar más este sentimiento y entonces sentarme a hacer deliberadamente nada por un rato. Conozco bastantes personas que nunca se pusieron a hacer deliberadamente nada. La cabeza es tan astuta que siempre se las arregla para evitar esto. En muchos casos lo resuelve fácilmente: se refugia en algún programa de televisión. A veces pienso que los televisores más grandes y sofisticados y el menú infinito de programas atrapantes que pueden verse en ellos son una creación del inconsciente colectivo para que como sociedad evitemos la más remota posibilidad de hacer nada. Cuestión de tener una forma simple, al alcance de la mano para escaparnos de nosotros mismos. Desde ya que a través de la televisión podemos aprender sobre temas increíbles, disfrutar de películas o programas fantásticos. Pero si nuestro hábito es, al volver a casa, prender la televisión como un acto casi automático y dejarla encendida “de fondo” hasta irnos a dormir... Bien sabemos que eso es algo que probablemente no esté aportando a nuestro crecimiento. No digo que esté mal, hablo de saber que el mundo está “ahí afuera” y puede robarnos la mente, atraer nuestra atención y alejarla de nosotros mismos una y otra vez. La televisión es uno de los guantes que usa a menudo.

¿Y por qué llevar la atención hacia nosotros mismos? ¿Por qué simplemente hacer nada? Esto no es una invitación a “tirarse a chanta”, no se trata de ser un vago. Más bien todo lo contrario. Resulta que hacer algo a conciencia, o nada pero conscientemente, no

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos