Razones para correr

José Enrique Campillo

Fragmento

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Créditos

1.ª edición: mayo 2015

© José Enrique Campillo, 2015

Autor representado por Silvia Bastos, S. L. Agencia Literaria

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 9789-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-101-4 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Introducción

1. Correr como cromañones

2. Correr con eficacia y sin lesiones

3. Cómo entrenar nuestro corazón

4. El combustible para los músculos

5. La alimentación del corredor

6. Respiración y refrigeración

7. Correr con y para el cerebro

8. Planes de entrenamiento

9. Las carreras populares

Notas

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Introducción

Introducción

EL SUSTO DEFINITIVO

Recuerdo aquella mañana de mayo de 1992 como si hubiera sucedido ayer. Llegué temprano al laboratorio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura, en Badajoz. Estaba muy preocupado por elaborar los resultados definitivos acerca de un estudio que habíamos realizado en ratas diabéticas y que presentaríamos en un congreso internacional. Me ocasionaba una gran ansiedad el no lograr preparar a tiempo la comunicación.

Hacia las once de la mañana ya había fumado media cajetilla de cigarrillos y bebido un par de tazas de café. Y fue entonces cuando ocurrió. Sin previo aviso, sin que hubiera realizado ningún esfuerzo, mi corazón comenzó a golpear el pecho con un ritmo desenfrenado. Soy médico y enseguida advertí que se trataba de un nuevo episodio de taquicardia paroxística. Sabía lo que tenía que hacer. Intenté relajarme y comencé a practicar una maniobra sencilla y eficaz: cogí aire y tosí con fuerza dificultando la salida normal del aire de mis pulmones (maniobra de Valsalva). Hubo suerte y sucedió lo que es habitual en esos casos: percibí como una breve parada del corazón (en lenguaje popular es un vuelco del corazón) y enseguida noté como mi corazón reiniciaba su ritmo normal.

Me asusté. Y a mis 45 años decidí seriamente cambiar de estilo de vida y sobre todo dejar de fumar. Yo por aquel entonces era lo que se suele llamar un fumador empedernido. Puse en práctica mis buenos propósitos en el mes de agosto, coincidiendo con las vacaciones familiares en la costa mediterránea del sur de España.

Mi motivación era tanta que al cabo de quince días no había probado un solo cigarrillo, pero había ganado varios kilos de peso. La ansiedad de la abstinencia me forzaba a comer de manera desaforada y constante. Aquello requería una solución. No podía pretender dejar de ser fumador para convertirme en obeso. Comencé a calmar el «mono» de la nicotina bebiendo litros de agua en lugar de ingerir kilos de comida y me puse a trotar por el paseo marítimo de Almuñécar.

Yo no era una persona deportista, aunque había practicado algo de deporte como diversión. Mi forma física era muy pobre y pronto lo pude constatar. Me quedaba sin aliento durante los cuatro kilómetros de carrera hasta la playa de Cotobro, el objetivo diario que me había propuesto. Pero tenía gran motivación y voluntad para persistir en el empeño y al final del mes de vacaciones seguía sin fumar, para asombro de mi familia, y los cuatro kilómetros del paseo marítimo los trotaba con una cierta soltura.

Sabía que el regreso a la rutina del trabajo iba a ser un momento de gran peligro para mis buenos propósitos. Pero una feliz circunstancia me ayudó a superar ese trance. Cuando ya mi voluntad comenzaba a flaquear asistí a un curso sobre diabetes en el Algarve portugués. Una mañana, cuando salía a correr por la playa, coincidí con dos colegas que eran ya corredores experimentados (uno de ellos ya había concluido una maratón). Me invitaron a unirme a sus entrenamientos cuando regresáramos a Badajoz. Aquel encuentro fue mi salvación.

A partir de entonces corría cada día en solitario y los fines de semana en compañía de mis colegas. Al cabo de un mes seguía sin fumar y ya trotaba con una cierta alegría y confort por los campos extremeños. Notaba que mi corazón se adaptaba al esfuerzo y que era capaz de aguantar con cierta comodidad el ritmo que imponían los veteranos. A los cuatro meses pude contrarrestar el «mono» de la nicotina con el placer que me proporcionaban las endorfinas que ya comenzaban a circular por mi organismo de corredor.

Y aquí me tienen, más de veinte años después, con más de 67 años de edad, habiendo concluido dieciséis maratones y numerosas medias maratones y otras muchas carreras populares. Es probable que aquella decisión que tomé en un momento crucial de mi vida y la voluntad y el ánimo que puse para convertirme en un corredor habitual me salvaran la vida.

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