Momentos estelares de la historia de España

José Calvo Poyato

Fragmento

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Créditos

1.ª edición: septiembre, 2017

© José Calvo Poyato, 2008

Autor representado por Silvia Bastos, S. L., Agencia Literaria

© Ediciones B, S. A., 2017

para el sello B de Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-783-2

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Prólogo

1492. LA MAYOR ENCRUCIJADA HISTÓRICA

1521. EL SUEÑO DE VILLALAR

1568. FELIPE II Y EL PROBLEMA DE FLANDES

1640. LA GRAN CRISIS DE LA MONARQUÍA

1700. EL FINAL DE LOS AUSTRIAS, LLEGAN LOS BORBONES

1766. TIEMPO DE REFORMAS: UN MOTÍN Y UNA EXPULSIÓN

1808. PATRIOTAS Y AFRANCESADOS

1840. ESPAÑA EN GUERRA: LOS CARLISTAS Y SU LUCHA

1873. ENTRE LA REPÚBLICA Y LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA

1898. EL AÑO DEL DESASTRE

1909. LA SEMANA TRÁGICA

1923. LLEGA EL CIRUJANO DE HIERRO

1931. UNA REPÚBLICA CON REPUBLICANOS

1934. LA CRISIS DE LA REPÚBLICA: LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

1939. LA GESTIÓN DE LA VICTORIA

1978. EL COMPLEJO CAMINO HACIA LA DEMOCRACIA

Bibliografía

Agradecimientos

Notas

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Prólogo

Prólogo

La historia de España está llena de encrucijadas que se resolvieron en una determinada dirección. Fueron momentos en los que se jugó el futuro de una forma concreta, momentos en que se enfrentaron opciones distintas o actitudes diferentes ante el modelo de Estado o la forma en que debían organizarse el poder y la sociedad. Fueron momentos cruciales, disyuntivas históricas que dejaron una profunda huella.

A lo largo de las páginas del presente libro el lector se encontrará con algunos de esos momentos, con alguna de esas encrucijadas en que se enfrentaron lo que Antonio Machado denominó en su día «las dos Españas». Posiblemente se podían haber escogido otros acontecimientos, otros momentos; no me cabe la menor duda. Pero yo quiero ofrecer a quienes se acerquen a estas páginas los que en mi opinión alcanzaron mayor relevancia.

Partiendo de 1492, verdadera encrucijada histórica —confluyeron, en un espacio de muy pocos meses, el final del poder musulmán en tierras peninsulares, la expulsión de los judíos, el descubrimiento de América o la aparición de la primera gramática de la lengua castellana—, he rendido viaje en 1978, cuando se resuelve constitucionalmente la difícil papeleta histórica que los españoles tenían ante sí tras la muerte de Franco.

Se trata de dos fechas separadas por casi quinientos años de historia, cargada de tensiones, de grandezas y de miserias que tenemos la obligación de asumir; como lo hacemos en el plano individual con nuestros ancestros familiares. Hemos de hacerlo por una sencilla razón: se trata de nuestra historia. Y eso es mucho más de lo que habitualmente pensamos los habitantes de esta vieja piel de toro. Somos propensos a fustigarnos más allá de lo razonable y a considerar a España como una mala madre, más bien una madrastra, y a sus hijos, engendros devorados por su propio padre. También tendemos a presumir, más allá de lo razonable, de unas glorias y unos valores que nos convierten en una «raza» diferente que despierta las envidias de las personas de nuestro entorno, dedicadas a urdir contubernios contra la patria invencible e inmortal. Ni lo uno ni lo otro.

Entre ambas fechas he transitado por los campos de Villalar, donde los comuneros, que unos historiadores consideran defensores de las libertades, y otros, patanes anclados en el pasado que no comprendían la modernidad ni qué significaba la idea imperial de Carlos V. Una idea imperial que, en parte, llevó a que los famosos tercios de infantería se desangrasen en Flandes, mientras en la corte del segundo de los Felipes, halcones y palomas se enfrentaban en un pulso ganado finalmente por los primeros sobre qué política seguir en aquellos territorios, vinculados a la monarquía hispánica. Una idea imperial, interpretada en clave de prestigio por el conde-duque de Olivares, que entrará en conflicto con un concepto diferente de Estado que bullía en los reinos que integraban la monarquía y que conducirá al seísmo político producido en torno a 1640.

Encrucijada fue el testamento de Carlos II, que nombraba a un Borbón como sucesor. La entronización de Felipe V solo fue posible tras una larga, dura y costosa guerra, cuya principal consecuencia política se derivó de la promulgación de los decretos de Nueva Planta. Fue el comienzo de un modelo de Estado centralista que estaba en contradicción con la monarquía descentralizada y pactista de la época de los Austrias.

La aplicación de las ideas del reformismo ilustrado, que en España alcanzó su cenit bajo Carlos III, dio lugar, pese a su mesura, a un enfrentamiento entre los partidarios de las novedades y quienes abominaban de ellas. Ese pulso tuvo su manifestación callejera en el motín contra Esquilache, anuncio de los grandes enfrentamientos que sacudieron la España decimonónica a raíz del turbión de acontecimientos que significó la Revolución francesa, al radicalizarse las posturas de los bandos enfrentados. Unos enfrentamientos que fueron mucho más allá del protagonizado por los patriotas de 1808 contra los afrancesados. Había llegado el momento de la lucha entre súbditos y ciudadanos, atizada por Fernando VII, el rey felón, que dejó plante

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