El sexo en la consulta médica (Colección Endebate)

Pere Estupinyà

Fragmento

Era el año 1983 y el investigador Giles Brindley estaba impartiendo una conferencia sobre disfunción eréctil en el encuentro de la Sociedad Americana de Urología, celebrado en Las Vegas. El doctor Brindley ya había publicado varios estudios sugiriendo que la inyección directa de sustancias vasodilatadoras en el pene podía estimular la irrigación sanguínea y generar en segundos una rígida y duradera erección, pero su trabajo había recibido muchas críticas, y se escuchaban rumores de que las fotos de penes más o menos erectos en sus artículos podían estar amañadas. Con que amañadas, eh…

En mitad de su charla, de repente el profesor Brindley se separó del estrado, recordó a los presentes que impartir una conferencia no era una actividad sexualmente estimulante y se bajó los pantalones. Sus anchos calzoncillos dibujaban una inconfundible erección. Bridley explicó que minutos antes de la conferencia se había inyectado papaverina en la habitación de su hotel, y que ésta era la prueba definitiva de que dicha sustancia vasodilatadora funcionaba perfectamente contra la disfunción eréctil. No contento con ello, según recuerdan varios asistentes y recoge el artículo «How (not) to Communicate New Scientific Information», se bajó también los calzoncillos y avanzó hacia la primera fila ofreciendo comprobar la dureza de la erección a quien quisiera. Quería dejar a todo el mundo convencido de que no era un implante, pero los gritos y expresiones desencajadas hicieron que se vistiera de nuevo y continuara con su charla.

Este relato verídico no quedó solo en una anécdota. Las inyecciones de papaverina y otras sustancias investigadas por el doctor Brindley se convirtieron en el primer tratamiento farmacológico para la disfunción eréctil, y algunas de ellas son todavía utilizadas cuando la Viagra u otros inhibidores de la fosfodiesterasa-5 no funcionan.

Veintinueve años después de la famosa conferencia de Brindley, yo asistí al Congreso de la Sociedad Internacional de Medicina Sexual en Chicago y comprobé que la erección masculina continúa siendo la principal preocupación de los urólogos y de una medicina sexual históricamente centrada sólo en el hombre. Pero también constaté que en los últimos años se está produciendo un gran y rápido cambio. Durante la presentación del congreso, el editor de The Journal of Sexual Medicine Irwin Goldstein pidió que alzaran la mano los terapeutas o ginecólogos cuya dedicación principal era la sexualidad femenina. Aproximadamente un 20-25 por ciento de brazos se levantaron, generando un «wow» de Goldstein; su comentario fue que esto era muchísimo respecto a años atrás, y que el interés entre la comunidad médica por las disfunciones sexuales femeninas crece a un ritmo mucho más alto que por las masculinas. De hecho, desde el punto de vista científico ya lo ha superado. Si en la base de datos Pubmed, que recoge todos los artículos científicos publicados en el ámbito de la biomedicina y la salud, introducimos los términos «female sexual dysfunction» y «male sexual dysfunction», y hacemos búsquedas específicas por fechas, vemos que 2012 es el primer momento de la historia en que se empiezan a publicar más artículos científicos sobre disfunción sexual femenina que masculina. Este cambio es muy significativo porque hace unas décadas la diferencia a favor del hombre era abismal, pero en realidad resulta tremendamente lógico por varios motivos. Uno es que la llegada de los fármacos orales para producir la erección ya supuso una mejora enorme en la principal disfunción sexual masculina, otro que la sociedad está cambiando y el placer sexual ya no se concibe de ninguna manera como más importante para el hombre que para la mujer, y un tercero es que el porcentaje de mujeres que sienten tener algún problema en su sexualidad (la falta de deseo es el más frecuente) es significativamente mayor que el de hombres (según las encuestas realizadas por Edward Laumann, de la Universidad de Chicago, el 43 por ciento de mujeres adultas y el 31 por ciento de los hombres decían haber tenido algún desorden sexual en los últimos doce meses).

Pero en el trasfondo del cambio de interés científico hacia la sexualidad femenina también se encuentra el hecho incuestionable de que resulta mucho más compleja que la masculina. Y esto no lo digo como guiño a las lectoras de este libro, ni desde luego para desdeñar los variados problemas que aquejan a los hombres, sino porque en verdad es la opinión mayoritaria entre los sexólogos, y porque hasta a nivel evolutivo tiene todo el sentido del mundo. En nuestra especie, como en el resto de primates, la regulación del ciclo reproductor de las hembras es infinitamente más compleja que la de los machos, y la aparición de deseo sexual depende por necesidad evolutiva de muchos más factores físicos y psicológicos. En las mujeres hay muchas más variables internas que estudiar, y esto hace que tanto el diagnóstico como la propia terapia sexual sean más difíciles que en el caso de los hombres.

De nuevo, no pretendo quitar ni un ápice de importancia a las disfunciones sexuales masculinas. Nosotros también sufrimos innumerables trastornos de origen psíquico de los que hablaremos más adelante, pero en general los problemas médicos más habituales están mejor identificados y suelen tener en mayor grado un origen fisiológico. En cuanto a ciencia y medicina sexual, los temas más candentes de la actualidad son sobre sexualidad femenina.

Dicho esto, en este capítulo revisaremos las principales disfunciones sexuales que afectan a hombres y mujeres desde la perspectiva médica (que no sexológica, cuya visión es más amplia y multidisciplinar y en realidad es la que impregna el resto de capítulos de este libro). Pero antes quiero matizar dos puntos importantes. Primero, que este libro no pretende ser en ningún caso una guía sobre medicina sexual, y uno de mis principales mensajes es que si hay algo que nos preocupa sobre nuestra sexualidad no debemos esconderlo y merece la pena consultar a un doctor y/o terapeuta especializado. Segundo, insisto en la necesidad de tener una perspectiva biopsicosociológica de la sexualidad que integre tanto en el diagnóstico como en la terapia factores médicos, psicológicos, de pareja y socioculturales. Los sexólogos del futuro no podrán obviar ninguno de ellos, y el gran reto será saber cómo combinar en cada caso tratamientos farmacológicos (por ejemplo suplementos hormonales) con terapias cognitivas (como discutir miedos o sentimientos negativos dentro y fuera de la pareja) y conductuales (por ejemplo modificar patrones de comportamiento o realizar e

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos