Hay una clase de personajes que tienen una función narrativa distinta a la del resto: no tienen carne ni sangre, están hechos de palabras como el resto de personajes, pero parecen pertenecer a otro plano de la realidad: saben muchas cosas y actúan como un motivador contratado para dinamizar la obra. El lector reconoce en su perfil desdibujado que tienen un pie fuera (por enfermedad, por mayo...
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Hay una clase de personajes que tienen una función narrativa distinta a la del resto: no tienen carne ni sangre, están hechos de palabras como el resto de personajes, pero parecen pertenecer a otro plano de la realidad: saben muchas cosas y actúan como un motivador contratado para dinamizar la obra. El lector reconoce en su perfil desdibujado que tienen un pie fuera (por enfermedad, por mayor experiencia, por pertenecer a un rango social inferior) del escenario común donde actúan el resto de figuras: su función narrativa consiste en propiciar la acción, en cometerla, en actuar como directores de escena vicarios.
En este audaz ensayo Gonzalo Torné, tan brillante novelista como perspicaz crítico, propone una lectura de Shakespeare en la que Falstaff y Hamlet inauguran esa estirpe, que más tarde recogerán autores como Henry James, Iris Murdoch o John Coetzee.
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