Vacaciones

Marta Caparrós

Fragmento

Viento rojo

 

A mediados de junio llegó a su bandeja de entrada el correo electrónico que Alicia le escribía cada verano. En él le informaba de que volverían a coger el apartamento en la urbanización Las Marismas, en Conil de la Frontera; le recordaba que, por supuesto, había una habitación para ella. «Podías venirte y pasar unos días con nosotros y con la niña, nunca te vemos», se despedía en tono quejoso, aunque Julia sabía que era la necesidad de repartir el gasto del alquiler lo que movía a su hermana. En circunstancias normales habría dicho que se lo pensaría con la decisión ya tomada. Tendría reservado desde meses atrás un viaje al extranjero. Y ese año no era una excepción: iría con su amiga Sara a Dubrovnik, alquilarían un coche y durante veinte días recorrerían la costa croata. Sin embargo, había ocurrido algo que cambiaba la situación. Sintió la falta a mediados de mayo y, hacia el día veinte, el ginecólogo le confirmó que estaba embarazada. Era una noticia inesperada, pero para Julia la verdadera sorpresa fue descubrirse a sí misma decidida a tener aquel niño. Apenas tuvo que pensárselo. Su cuerpo, el bienestar que sentía desde que lo supo, parecían estar decidiendo por ella. Con la misma naturalidad despegó del corcho de su habitación el mapa de Croacia que llevaba un mes pespunteando con chinchetas, una por cada pueblo en el que quería hacer parada. Ahora tenía ganas de tranquilidad y largas horas al sol. Recuperó de la bandeja de mensajes eliminados el correo de su hermana y se puso a contestarle. Vacaciones familiares, decía el asunto.

Los preparativos del viaje fueron sencillos: pasarían en Conil las primeras tres semanas de agosto, repartirían el coste de la gasolina y Julia pagaría su habitación. Insistió en contribuir con la mitad del alquiler. «Ni hablar. Tienes que ahorrar para los gastos del niño», le dijo Alicia por teléfono. «¿Se lo has contado a papá y a mamá?»

Lo hizo una tarde de principios de julio. Fue a comer a casa de sus padres y, después de decirles que estaba embarazada, les anunció que se iba de vacaciones a Conil con Alicia, Martín y la niña.

—Nunca viajas con tu hermana —le respondió su madre mientras fregaban los platos—. Y con Martín, tres semanas... ¿estás segura?

La pregunta parecía referirse tanto al viaje como al embarazo. Habían recibido la noticia tranquilos, acostumbrados desde hacía tiempo a los nudos que en ocasiones enmarañaban la urdimbre de su vida. Su padre puso la misma cara que cuando, diez años atrás, les dijo que dejaba su puesto fijo en la redacción del periódico para marcharse como freelance a Marrakech. Arqueó las cejas y se escabulló por el pasillo. Su madre no pudo evitar un poso de malestar en los ojos. Luego la abrazó y le dio cinco besos en cada mejilla. Julia no necesitaba su aprobación, aunque sabía que contaba con ellos.

No le explicó a su madre gran cosa. El padre de la criatura era un compañero de la redacción. No tenían una relación estable, estaba al tanto del niño que esperaban y la ayudaría. Todo era cierto, salvo que Andrés no quería aquel bebé. Tenía cuarenta y un años y trabajaba desde hacía más de una década en la sección de deportes, siempre a la espera de ascender a redactor jefe. Llevaban acostándose tres meses. Se lo dijo un día a la salida del periódico, mientras él apuraba su cigarrillo. Andrés le aclaró que tener familia no era lo que necesitaba ahora.

—Yo tampoco lo tenía planeado.

—Pero vas a tenerlo, ¿no?

Julia asintió.

—No sé con lo que te puedo ayudar... estoy un poco pelado con la hipoteca.

—Iremos viendo. No te preocupes.

Durante todo el trayecto en metro no volvieron a hablar del asunto. Lo cierto era que Julia estaba mucho peor de dinero que Andrés. Después de largos años como redactora autónoma en varios países del norte de África, había vuelto a Madrid, pero ya no había conseguido el contrato indefinido del que sí gozaba antes. «Te marchaste justo cuando todo empezó a torcerse y esto ya no hay lo quien lo enmiende», le dijo su jefe el mismo día que la aceptó como colaboradora de la sección de cultura. Había ido encadenando contratos por obra y servicio dando las gracias por ello. De vez en cuando le llegaba algún correo electrónico en el que un compañero le anunciaba que se marchaba, que ya no había hueco para él en el periódico. Ella seguía a la espera de volver a meter cabeza. Y siempre podía desplegar el mapa y elegir otro lugar. Durante cuatro años Damián, un periodista al que conoció en la cobertura del Festival de Cine de San Sebastián, había sido un motivo para estar quieta, aunque no vivieran juntos y no supiera si estaba enamorada de él. Cuando rompieron, pensó en irse de nuevo. Pero dejarlo todo le daba vértigo. Tenía treinta y nueve años. Estaba cansada de hacer maletas.

En julio consiguió desmantelar el viaje a Croacia, anunciar en el periódico su embarazo y apalabrar un piso más espacioso que su estudio de la calle Toledo. Lo hizo todo sin gran esfuerzo justo antes del viaje con su hermana.

Julia era un a

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