Canibalismo en los vagones del tren (Flash Relatos)

Mark Twain

Fragmento

cap-8

Recientemente estuve en Saint Louis, y al regresar hacia el oeste, después de cambiar de tren en Terre Haute (Indiana), subió en una de las estaciones del trayecto un caballero de aspecto benévolo y agradable, de unos cuarenta y cinco o cincuenta años, y se sentó junto a mí. Estuvimos hablando animadamente durante más o menos una hora sobre temas diversos, y encontré que era un hombre extraordinariamente divertido e inteligente. Cuando se enteró de que yo era de Washington, empezó de inmediato a preguntarme acerca de varios cargos públicos y de los asuntos del Congreso, y enseguida me di cuenta de que mi interlocutor era un hombre muy familiarizado con los entresijos de la vida política en la capital, e incluso de los procedimientos, costumbres y actitudes de los senadores y representantes de las Cámaras de la Asamblea Legislativa. En aquel momento, dos hombres se detuvieron cerca de nosotros durante un instante, y uno le dijo al otro:

—Harris, si haces esto por mí, nunca lo olvidaré, muchacho.

Los ojos de mi nuevo camarada se iluminaron agradablemente. Pensé que aquellas palabras habían despertado en él algún recuerdo feliz. Luego su rostro se serenó y se tornó pensativo, casi sombrío. Se volvió hacia mí y me dijo:

—Déjeme que le cuente una historia; déjeme revelarle un capítulo secreto de mi vida, un capítulo del que no he vuelto a hablar con nadie desde que acontecieron los sucesos que voy a narrarle. Escuche pacientemente y prométame que no me interrumpirá.

Le dije que no lo haría, y empezó a relatarme la extraña aventura que sigue, hablando a veces animadamente, otras con melancolía, pero siempre con completa seriedad y cargado de sentimiento.

El día 19 de diciembre de 1853 partí en el tren nocturno que salía de Saint Louis en dirección a Chicago. No éramos más que veinticuatro pasajeros en total. No había ni mujeres ni niños. Estábamos todos de un humor excelente, y no tardaron en entablarse agradables relaciones amistosas. El viaje se presentaba bajo los mejores auspicios, y no creo que nadie de aquel grupo tuviera el más vago presentimiento de los horrores por los que muy pronto tendríamos que pasar.

A las once empezó a nevar copiosamente. Poco después de abandonar el pequeño pueblecito de Welden, nos adentramos en las interminables praderas desiertas que se extienden durante leguas y leguas de tie

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