Nada te turbe

Susana Pérez-Alonso

Fragmento

Prólogo y dedicatorias a granel

Prólogo

y dedicatorias a granel

Nunca entendí ni entenderé esas dedicatorias de una sola línea ni de dos. Cada libro que termino, cada libro que entrego al editor, es un plagio de comportamientos de muchas personas. Incluso de perros y otras especies animales o vegetales. Y hay que agradecerlo.

Bubú, el perro de la señora Béjar del Prado, se parece mucho a mi perro, a uno de ellos. Así que mi fiel can es merecedor de una dedicatoria. Por dar saltos de alegría cuando regreso del trabajo, por calentar mis pies las noches de invierno y verano (en el norte son frías), por mirarme con esos ojos tristes cuando las maletas se amontonan a la puerta de casa. Sabe que me voy, sufre y lo demuestra. Mi perro es un buen amigo y compañero. Hay comportamientos animales que algunos seres humanos (hombres principalmente) deberían copiar. Mi familia no es ajena al libro, sin ellos no habría conocido alguna parte de lo que padecen y gozan las Catalinas del mundo.

A Ismael, que padece un ataque de nervios cuando dice: «Esta palabra lleva acento…». Y yo respondo: «¿En qué letra, por favor?». Sé que hace auténticos esfuerzos por no lanzarse sobre mí y darme dos bofetones. Se limita a vociferar la palabra en cuestión acentuada de forma incorrecta para que me dé cuenta de lo burra que puedo ser, según él. Yo, como la Catalina de esta historia, pongo cara de mus ante semejantes agresiones verbales y me encuentro una mujer guay y chachi. Dicen los psicólogos que lo primordial es quererse uno mismo. Yo, últimamente, practico sin parar.

A los empresarios con tendencias globalizadoras y monopolísticas, políticos y demás especímenes corruptos y presuntos delincuentes de altos vuelos que impunemente nos invaden, he de agradecerles su actuación. Me inspiran mucho. Sus trajes, sus corbatas, su ineficacia. Sus mujeres de pechos altos (silicona) y tez morena (Caribe o lámpara), mujeres con pelos perfectamente peinados, mujeres que nunca se dejan despeinar por sus maridos y así les va… Ellos, a mí, deben agradecerme no haber sido fiscal, sería la fiscal más aperturista del mundo. Por la apertura de actuaciones de oficio sin parar, por supuesto.

A Luis Suárez, que me dejó sola antes de tiempo; me está costando perdonarle esa ausencia. Cuando vio mi cara dentro de una toca de carmelita dijo: «Estás loca». Respondí que sí. Meneó la cabeza y volvió a decir: «Estás loca; haces bien». Algunos empresarios no son aburridos ni típicos. Él nunca lo fue.

Cristina Armiñana, Anna Prieto y Marcela Crespo no son ajenas a esto. Sin ellas, Catalina no estaría en las librerías. Detrás de cualquier libro siempre hay personas así. Sylvia de Béjar, buena amiga y camarada de traumas nocturnos en Luz de Gas. Otra mujer valiente. José Luis Fernández Noriega, inspirador del físico del amante de Catalina. Siempre pensé que los subsecretarios eran hombres mayores, vestidos de manera insípida, hombres rudos y de ceño fruncido. El día que lo conocí, esa imagen desapareció de mi mente. Mi cabeza tuvo que hacer un gran esfuerzo para centrarse en el tema del que debíamos hablar. Las mujeres no somos inmunes a la belleza. Puntualizar que sólo inspiró el físico, el resto es pura fantasía. Hay que ser cautos con estas cosas y aclararlas bien, que la gente puede ser malvada.

A Eva, Velaskiyo, Ignacio y Vicente. A Pancho y Alejandra Varona. A Gabriel Castro. A Carmen Gurruchaga. A Rodrigo de la Cruz por hacerme canciones. Me siento musa. A todos ellos por animarme y quererme sin ánimo de lucro.

Gracias a todos. A los buenos y a los malos. Sin ellos no habría novelas. Al final, un libro como éste no es más que un reflejo (muy, pero que muy moderado) de lo que cada día vivimos y vemos muchas personas.

Y a todas las Catalinas que son y han sido. Para ellas está escrito el libro.

Nada te turbe

Nada te turbe

Nada te turbe,

nada te espante,

todo se pasa,

Dios no se muda, la paciencia

todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene nada le falta.

Sólo Dios basta.

TERESA DE JESÚS

UNOS BRAZOS LA ENVOLVÍAN dentro de un mar verde como el trigo verde. Un hombre moreno de ojos verdes, seguro que como el trigo verde, la arrastraba hacia la arena besándola, y ella se reía. En la playa, bandejas de limones del Caribe, limas, brevas, higos chumbos, piñas, papayas, melones, cerezas, rodeaban unas hamacas mullidas bajo un toldo de lino blanco. Tres negros mandingas, enormes, con un trozo de tela atado a la cintura, un trozo de tela muy pequeño, escaso, esperaban con una toalla, un vaso de zumo de lima y un peine de carey. Agitó los cabellos. Dejó que envolviesen su cuerpo en la toalla y la peinasen.

El moreno de ojos verdes cogió una lata con refresco de cola y la llevó a los labios ardientes que la habían besado. Unas gotas del refresco se deslizaron por su pecho, y ella las siguió con la mirada, turbia, arrebatada, hasta la cinturilla del bañador. Las gotas entraron justo por el nacimiento del Nilo, el bañador era un enorme mapa de África, y en ese momento ella dijo: Roberto, amor, me gustaría comer aquí… Y él le había contestado: Sí, cielo, no hay problema… Y la había besado antes de caminar por la playa, entre cocoteros, meneando las caderas. Moviendo aquel culo precioso y sin una gota de grasa. Un culo que reposaba en unas piernas largas, morenas, prietas… Caminaba al ritmo de Stand by me. ¡Y cómo caminaba y cómo se movía…! Qué bueno era Roberto. Era un amor. La quería tanto. Haría cualquier cosa por ella, sólo tenía que sugerir y él la entendía a la perfección…

¡Catalinaaa! El grito fue seguido de un portazo y el portazo de más ruidos. Catalina Béjar pegó un respingo en la cama, arqueó la espalda, y sin saber cómo, de repente, como en un ataque brutal de algo raro, estaba sentada encima del colchón. Con una taquicardia feroz; con el corazón latiendo desesperadamente.

No había negros de muslos prietos y largos. No estaba el hombre del bañador con el nacimiento del Nilo. No había playa. No había nada. Tenía el pelo seco, y no estaba medio despelotada con aquel biquini color naranja de Wolford. No. Llevaba su pijama de raso rojo, muy pero que muy tapado, muy masculino.

Los pies no tocaron arena. Era lana. Alfombras de nudo español para ser exactos. En la puerta había un hombre. Le hablaba de algo que

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