Concha García Campoy. La gran ilusión

Miguel Dalmau

Fragmento

cap-1

Prólogo

Este libro cuenta la historia de una mujer excepcional. Desapareció en pleno verano, cuando las playas estaban llenas y el calor derretía las estatuas públicas. Aquel día Concha García Campoy se convirtió en sus admiradores. Desde entonces esos admiradores hemos deseado que se cumplieran ciertas palabras del Apocalipsis: «Y la muerte no tendrá dominio, ni existirá más llanto ni más dolor. Será todo parte del pasado».

Pero no ha sido así. Al bucear en ese pasado, he recogido el testimonio de muchas personas que la conocieron. Algunas son gente de la calle, otras son figuras importantes para la historia de nuestro país: personajes de la política, la cultura, el periodismo, la ciencia o el mundo del espectáculo. Todas me recibieron con un saludo que brotaba del corazón: «Por Concha, lo que sea». Luego ese mismo corazón les jugaba una mala pasada. A priori no había nada más simple que hablar de Concha García Campoy, la amiga, el ser querido, la inolvidable compañera, pero también nada más doloroso y difícil. He visto hombres de una pieza quedarse sin palabras, mujeres firmes al borde del llanto... A menudo era gente con una dura coraza, esa clase de gente que no suele descubrir sus emociones íntimas ante un extraño. Al final, me di cuenta de que iba a necesitar a un buen cantaor flamenco para expresar este torrente de lágrimas negras. Sin embargo, la historia que se narra en Concha García Campoy. La gran ilusión no es precisamente triste. Aunque posee algunos de los ingredientes amargos que forman parte de la vida, hay un trasfondo alegre en la aventura de esta mujer orgullosa de serlo, que dedicó buena parte de su existencia a vivir con gozo y a comunicar con los demás.

¿Qué había detrás de esta gran periodista que continúa protagonizando un duelo que no cesa? En más de una ocasión Concha García Campoy manifestó que su apego a la vida y su ilusión constante nació a raíz de un episodio de la infancia. A los cuatro años unas terribles inundaciones arrasaron el barrio donde residía con su familia y lo perdieron todo. Según ella, los ecos de aquella tragedia, de una forma inconsciente, le mostraron con el tiempo la fugacidad de las cosas. Desde el principio, pues, Concha no lo tuvo nada fácil. De entre todas las mujeres de su generación, a ella le tocó uno de los últimos puestos en la parrilla de salida. Se había salvado de milagro y sólo un milagro podía lanzarla a la cumbre. Y así fue. Tras aquella tragedia partió a Ibiza, luego a Madrid y al resto del mundo. En esta aventura marcada por el esfuerzo llegó a ser la «Primera Dama» de la comunicación española. Este libro cuenta la formidable peripecia que la llevó a lo más alto, pero también habla de las virtudes que lo hicieron posible y de un corazón lleno de sutilezas. ¿Cómo explicarlo sin purpurina? Un buen día el velero de Concha puso rumbo a la Bondad, y desde ese instante su vida estuvo guiada por un sexto sentido que apuntaba al Bien y la Armonía. Para este viaje que sólo está al alcance de los elegidos, tuvo que dar lo mejor de sí misma. Después de todo, no le movía la fe religiosa, ni una doctrina política, ni una vocación artística, ni esos grandes ideales que a veces cambian el mundo. En realidad, la clave era mucho más sencilla: procedía de esos viejos valores de la tribu que están al alcance de cualquiera, pero ante los que la mayoría de nosotros pasa de largo. Con esos valores de sus padres se podía ser una persona rica en respeto y guiada por los buenos sentimientos. Ésa era Concha García Campoy.

No es raro que su desaparición provocara una marea de tristeza que aún golpea en el ánimo de muchas personas. Enseguida comprobé que aquel revés los había marcado de la misma manera que un trauma infantil o una herida de guerra. Varios años después las heridas siguen abiertas, hasta el punto de que muchos personajes de su círculo se refieren a ella en presente, nunca en pasado, o se niegan a borrar su número de móvil o su dirección de correo electrónico, o guardan una foto suya en la cartera. Incluso hay quien recurre a la periodista para solicitar su consejo o protección casi divina. Esta gente con nombre y apellidos no bromea: habla muy en serio. Llegados aquí, ya no me sorprendió que la palabra «ángel» surgiera en algunas conversaciones como si estuviese brotando de un poema de Rilke. ¿Lo era? Lamentablemente no traté lo suficiente a Concha García Campoy ni sé reconocer a los espíritus celestes. Pero en los pocos encuentros que tuvimos, a la sombra de Andrés Vicente Gómez, se me confirmó lo que ella transmitía en los medios de comunicación y por lo que era tan querida por todos. No albergaba en su alma el menor fingimiento o artificio: era amable, cálida, divertida, optimista, humilde, generosa... Y uno tenía la impresión de que su mirada abierta al mundo nunca era en vano y que todo lo que tocaba lo convertía en un abrazo. Ya sé que esto es literatura, pero me sirve para expresar lo que siento y lo que recordaré siempre de ella.

Acostumbrado a estudiar la vida de los hombres, y especialmente de escritores masculinos, Concha García Campoy me ha aportado mucho más que la cuota femenina a mi lista de compañeros de viaje. Ella me ha devuelto la frescura de una generación, la mía, que soñó con un país más moderno y abierto, un país hecho de igualdades y esfuerzos comunes, un lugar casi irreconocible para nuestros mayores, quienes tuvieron que hacer frente a la ignorancia o a las catástrofes naturales. Contar esta historia en clave de mujer suponía para mí un desafío nuevo y me complace sumarla a mis trabajos sobre Oscar Wilde, los hermanos Goytisolo, Jaime Gil de Biedma o Julio Cortázar. Ahí van, por tanto, los miles de palabras que forman Concha García Campoy. La gran ilusión, una biografía con tintes de homenaje o, si se prefiere, un trabajo en equipo, como en las buenas películas. En una de las más grandes, Ciudadano Kane, el reportero protagonista se consuela diciendo que una persona no puede resumirse en una sola palabra. Pero ¿y si estuviera equivocado?, ¿y si esa palabra única que lo explica todo fuera, en realidad, el nombre mismo? Sí. La palabra única es algo tan sencillo y delicado como «Concha». Y por eso mismo la queremos.

MIGUEL DALMAU

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