La ciudad oculta (Meridia II)

Paula Cristina Cuellar Soares

Fragmento

DÍA 11: JUEVES

1

Lord Loring caminaba hacia la casa de Antonia, cruzando la Plaza, mientras repasaba en su cabeza la agotadora sesión del Consejo que acababa de superar. Habían discutido una y otra vez sobre si la humana debía quedarse o no y, aunque las ventajas médicas pesaban mucho a favor, el mandatario seguía dudando de su decisión.

«Espero que esto realmente valga la pena», pensó contrariado.

Al llegar, y ante la evidente expectativa de la humana que se mordía una uña de su mano vendada, se dirigieron al comedor.

—Antonia, el Consejo ha deliberado y le permitiremos quedarse otros veinte días —dijo sin rodeos lord Loring, mientras ella trataba de disimular lo nerviosa que se sentía—. Sin embargo, algunos aspectos de su estadía deben cambiar. Usted seguirá siendo nuestra invitada y, por lo tanto, podrá seguir viviendo en esta casa. También anularemos la restricción de circulación, así que tendrá acceso a toda la Ciudadela. Ahora, como a todos los habitantes, se le asignará desde mañana una agenda de trabajo. —Tomó una pantalla portátil y empezó a revisar sus actividades—. Le haremos un contrato como colaboradora del hospital y, de esa manera, obtendrá créditos que podrá utilizar para comprar alimentos y ropa, pues recordará que no debe usar sus atuendos humanos aquí. Vamos a depositarle algunos créditos por adelantado en su casillero para que los pueda usar inmediatamente. También debe saber que aquí todos ganamos exactamente lo mismo por nuestro trabajo, el cual consta de treinta y cinco horas a la semana, repartidas entre seis horas diarias de su trabajo asignado, cuatro de actividades formadoras y una de servicio comunitario.

—¿Trabajan seis horas diarias? —preguntó con incredulidad. «Tal vez no entendí bien».

—Es correcto. Ese es el estándar: de nueve a doce por las mañanas y de tres a seis por las tardes. Aunque quienes trabajan en turnos distribuyen las horas de otras formas. —Antonia continuaba mirándolo atónita, sin embargo, lord Loring no entendía su cara de sorpresa—. ¿Tiene algún inconveniente?

—No, al contrario. Normalmente, mi jornada es mucho más extensa y estoy pensando en lo interesante que sería que algunos de los jefes que he tenido escucharan sobre su sistema —comentó—. Además, estos días me pareció que sus jornadas eran bastante largas.

—Con los ataques que tuvimos y los preparativos para la ceremonia, muchas actividades se retrasaron y otras se acumularon. Casi todos tuvimos que hacer tiempo extra para cumplir a cabalidad lo programado. Pero no se preocupe, ya hemos regresado a las actividades cotidianas —le explicó el mandatario—. Las jornadas de seis horas están diseñadas para que cada uno cumpla con su labor y, además, tenga suficiente tiempo para su acondicionamiento tanto físico como espiritual, y para que pueda desplazarse caminando, pues los tranvías sólo deben usarse en caso de que no sea posible ir andando. Por fuera de esas seis horas, usted asistirá a sus clases de meridio, los encuentros con Lorna y el curso de español.

—No me interesa seguir con nada de eso.

—¿Qué? ¿Con nada? —preguntó, sorprendido, viéndola negar con su cabeza. Al percibir una mezcla de sentimientos, entre ellos el resentimiento, decidió no comentar sobre ello y, en cambio, borró todas esas citas de su programación en la pantalla portátil—. Entiendo, pero debo insistirle entonces en que aprenda meridio por sus propios medios. Debe quedarle claro que Kayla no fue diseñada como intérprete. El uso de los traductores tendrá que ser el estrictamente necesario —aclaró—. Por otra parte, pronto le llegará un documento en el que Fíneas le explica todo sobre la nueva prueba y los análisis que quiere hacerle.

Antonia asintió firmemente, aunque lord Loring seguía percibiendo lo defraudada y decepcionada que se sentía con toda la situación.

—¿Y a qué se refiere con actividades formadoras? —preguntó, queriendo cambiar rápidamente de tema.

—Son los cursos que programan los clubes. Todos los meridios deben estar inscritos a dos cada año y los temas son muy variados. Desde deportes, artes, culinaria y lectura hasta artesanías. En fin, prácticamente lo que desee.

—¿Y eso se incluye en la jornada de trabajo? —Antonia todavía no lo creía.

—Correcto. Las actividades hacen parte del crecimiento personal y se desarrollan entre las seis y ocho de la noche, dos días a la semana. Le enviaré la lista de cursos para que escoja el que más le guste. Ahora, debe saber que, si decide seguir con el curso de español, el haber creado el club le generará días de descanso extra que, en su caso, podemos convertir en créditos que puede usar inmediatamente —le contó lord Loring, intentando interesarla—. Considérelo un poco más, por favor.

—Lo siento, lord Loring, pero quiero tener el menor contacto posible con la gente. Esto es una simple transacción: mi sangre por información. Sólo deme una oficina donde pueda trabajar y será suficiente para mí.

—Bien —accedió, queriendo evitar una nueva discusión—. Sólo resta organizar su entrenamiento. Sabe que es obligatorio —agregó al ver la expresión de inconformidad de Antonia—. Con el reciente ataque, espero que le haya quedado clara la importancia de saber defenderse. No tengo cómo protegerla todo el tiempo, tendrá que aprender a valerse por sí misma.

—Pero no quiero seguir entrenando con lord Nicolás.

—Él fue quien modificó toda su agenda para poder entrenarla, es el único que tiene disponibilidad ahora mismo —dijo seriamente mientras ella negaba sin parar con la cabeza—. No sea tan dura con ellos, Antonia, estaban atados por la ley… al igual que yo.

—Con todo respeto, lord Loring, sólo estoy hablando con usted porque es estrictamente necesario —afirmó ella con honestidad.

El mandatario la miró en silencio por unos segundos, aún percibiendo el torbellino de sentimientos que emitía Antonia.

—Bueno, eso lo arreglaremos después. Supongo que hoy puedo encargarme yo de su entrenamiento, pero tendrá que ser después de las seis de la tarde —ofreció a regañadientes.

—No tengo inconveniente.

—Pero yo sí, Antonia —refutó firmemente—. Ese es el tiempo que le dedico a mi familia y, por si no lo recuerda, dos de mis hijos estaban en el hospital ayer y uno de ellos sigue incapacitado hoy. Más tarde intentaré encontrar un reemplazo para el resto de su estadía.

Antonia bajó su mirada, avergonzada. Sin embargo, estaba segura de que, dado que iba a quedarse allí más tiempo, no quería encontrarse con ninguno de los que había creído cercanos en días p

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