1
NOAH
Mientras subía y bajaba la ventanilla del nuevo coche de mi madre, no podía dejar de pensar en lo que me depararía el siguiente e infernal año que tenía por delante. Aún no dejaba de preguntarme cómo habíamos acabado así, yéndonos de nuestra casa para cruzar todo el país hasta California. Habían pasado tres meses desde que había recibido la fatal noticia, la misma que cambiaría mi vida por completo, la misma que me hacía querer llorar por las noches, la misma que conseguía que suplicara y despotricara como una niña de once años en vez de diecisiete.
Pero ¿qué podía hacer? No era mayor de edad, aún faltaban once meses, tres semanas y dos días para cumplir los dieciocho y poder largarme a la universidad; lejos de una madre que solo pensaba en sí misma, lejos de aquellos desconocidos con los que me iba a tocar vivir, porque de ahora en adelante iba a tener que compartir mi vida con dos personas completamente desconocidas y para colmo, dos tíos.
—¿Puedes dejar de hacer eso? Me estás poniendo nerviosa —me pidió mi madre, al mismo tiempo que colocaba las llaves en el contacto y ponía en marcha el coche.
—A mí me ponen nerviosa muchas cosas que haces, y me tengo que aguantar —repliqué de malas maneras. El sonoro suspiro que vino en respuesta se había convertido en algo tan rutinario que ni siquiera me sorprendió.
Pero ¿cómo podía obligarme? ¿Acaso no le importaban mis sentimientos? «Claro que sí», me había respondido mi madre mientras nos alejábamos de mi querida ciudad. Ya habían pasado seis años desde que mis padres se habían separado; y no de forma convencional ni agradable: había sido un divorcio de lo más traumático, pero a la postre lo había superado... o por lo menos seguía intentándolo.
Me costaba muchísimo adaptarme a los cambios, me aterrorizaba estar con extraños; no soy tímida pero sí muy reservada con mi vida privada y eso de tener que compartir mis veinticuatro horas del día con dos personas que apenas conocía me creaba una ansiedad que me hacía tener ganas de salir del coche y vomitar.
—Aún no puedo comprender por qué no me dejas quedarme —le dije intentando poder convencerla por enésima vez—. No soy una niña, sé cuidarme... Además, el año que viene estaré en la universidad y, al fin y al cabo, estaré viviendo sola... es lo mismo —argumenté con la idea de hacerla entrar en razón y sabiendo que yo estaba completamente en lo cierto.
—No voy a perderme tu último año de instituto, y quiero disfrutar de mi hija antes de que te vayas a estudiar fuera; Noah, ya te lo he dicho mil veces: quiero que formes parte de esta nueva familia, eres mi hija... ¡Por Dios santo! ¿En serio crees que te voy a dejar vivir en otro país sin ningún adulto y a tanta distancia de donde yo estoy? —me contestó sin apartar la mirada de la carretera y haciendo aspavientos con su mano derecha.
Mi madre no comprendía lo duro que era todo eso para mí. Ella comenzaba su nueva vida con un marido nuevo que supuestamente la quería, pero ¿y yo?
—Tú no lo entiendes, mamá. ¿No te has parado a pensar que este también es mi último año de instituto? ¿Que tengo allí a todas mis amigas, mi novio, mi trabajo, mi equipo...? ¡Toda mi vida, mamá! —le grité esforzándome por contener las lágrimas. Aquella situación podía conmigo, eso estaba clarísimo. Yo nunca, y repito, nunca, lloraba delante de nadie. Llorar es para débiles, para aquellos que no saben controlar lo que sienten o, en mi caso, para aquellos que han llorado tanto a lo largo de su vida que han decidido no derramar ni una sola lágrima más.
Aquellos pensamientos me hicieron recordar el inicio de toda aquella locura. No dejaba de arrepentirme de no haber acompañado a mi madre a aquel maldito crucero por las islas Fiyi. Porque había sido allí, en un barco en medio del Pacífico Sur, donde había conocido al increíble y enigmático William Leister.
Si pudiera volver atrás en el tiempo no dudaría ni un instante en decirle que sí a mi madre cuando se presentó a mediados de abril con dos billetes para irnos de vacaciones. Había sido un regalo de su mejor amiga, Alicia. La pobre había sufrido un accidente con el coche y se había roto la pierna derecha, un brazo y dos costillas. Como es obvio, no podía irse con su marido a esas islas y por ese motivo se lo regaló a mi madre. Pero vamos a ver... ¿mediados de abril? Por aquellas fechas yo estaba con los exámenes finales y metida de lleno en los partidos de vóley. Mi equipo había quedado primero después de estar en segundo lugar desde que yo tenía uso de razón: había sido una de las alegrías más grandes de mi vida. Sin embargo, ahora, viendo las consecuencias de no haber ido a aquel viaje, devolvería el trofeo, dejaría el equipo y no me hubiese importado suspender literatura y español, con tal de evitar que aquel matrimonio se celebrara.
¡Casarse en un barco! ¡Mi madre estaba completamente loca! Además se casó sin decirme absolutamente nada, me enteré en cuanto llegó, y encima me lo dijo tan tranquila como si casarse con un millonario en medio del océano fuera lo más normal del mundo... Toda esta situación era de lo más surrealista y, encima, quería mudarse a una mansión en California, Estados Unidos. ¡Ni siquiera era mi país! Yo había nacido en Canadá, a pesar de que mi madre había nacido en Texas y mi padre en Colorado, y me gustaba mucho, era cuanto conocía...
—Noah, sabes que quiero lo mejor para ti —me dijo mi madre haciéndome regresar a la realidad—. Sabes por lo que he pasado, por lo que hemos pasado; y por fin he encontrado un buen hombre que me quiere y me respeta... No me sentía tan feliz desde hace muchísimo tiempo... lo necesito y sé que vas a llegar a quererlo. Además, puede ofrecerte un futuro al que nunca podríamos haber aspirado, vas a poder ir a la universidad que quieras, Noah.
—Es que yo no quiero ir a una universidad de esas, mamá, ni tampoco quiero que un desconocido me la pague —repuse sintiendo un escalofrío al pensar que, al cabo de un mes, empezaría en un instituto pijo lleno de niños ricos.
—No es un desconocido: es mi marido, así que ve haciéndote a la idea —agregó en un tono más cortante.
—Nunca voy a hacerme a la idea —le contesté apartando la mirada de su rostro y centrándola en la carretera.
Mi madre volvió a suspirar y yo deseé que la conversación hubiese terminado, no tenía ganas de seguir hablando.
—Entiendo que vas a echar de menos a tus amigos y a Dan, Noah, pero míralo por el lado positivo: ¡vas a tener un hermano! —exclamó con ilusión.
Me volví hacia ella mirándola de forma cansina.
—Por favor, no me vendas algo como lo que no es.
—Pero te va a encantar: Nick es un sol —afirmó sonriéndole a la carretera—. Un chico maduro y responsable que seguro que se muere de ganas por presentarte a todos sus amigos y llevarte a visitar la ciudad. Siempre que hemos coincidido estaba encerrado en su habitación estudiando o leyendo un libro: a lo mejor incluso compartís los mismos gustos literarios.
—Sí, ya... seguro que le encanta Jane Austen —contesté poniendo los ojos en blanco—. Por cierto, ¿cuántos años decías que tenía? —Ya lo sabía, mi madre no había dejado de hablarme de él y de Will durante meses, y, con todo, me resultaba muy irónico que no hubiese sido capaz de hacer un hueco para venir a conocerme. Mudarme con una familia nueva y ni siquiera conocer a los miembros era el colmo de todo esto.
—Es un poco mayor que tú, pero tú eres más madura que las chicas de tu edad: os vais a llevar fenomenal.
Y ahora me hacía la pelota... «madura». Aún recelaba de si esa palabra era de verdad la que me definía y, pese a eso, dudaba de que un chico de casi veintidós años tuviese ganas de enseñarme la ciudad y presentarme a sus amigos; como si yo quisiera que hiciese tal cosa, en cualquier caso.
—Hemos llegado —anunció mi madre a continuación.
Centré mi mirada en las altas palmeras y las calles que separaban las mansiones monumentales. Cada casa ocupaba, por lo menos, media manzana. Las había de estilo inglés, victoriano... y también había muchas de aspecto moderno con las paredes de cristal e inmensos jardines. Comencé a asustarme cada vez más al ver que a medida que avanzábamos por la calle las casas se iban haciendo cada vez más grandes.
Finalmente llegamos a unas inmensas puertas de tres metros de altura y, como si nada, mi madre sacó un aparatito de la guantera, le dio a un botón y estas comenzaron a abrirse. Volvió a poner el coche en marcha y bajamos una cuesta bordeada por jardines y altos pinos que desprendían un agradable olor a verano y mar.
—La casa no está tan alta como las demás de la urbanización y por eso tenemos las mejores vistas a la playa —comentó con una gran sonrisa. Me volví hacia ella y la observé como si no la reconociera. ¿Acaso no se daba cuenta de lo que nos rodeaba? ¿No era consciente de que nos quedaba demasiado grande?
No me dio tiempo a formular las preguntas en voz alta porque finalmente llegamos a la casa. Solo se me ocurrieron dos palabras:
—¡Madre mía!
La casa era toda blanca con los altos tejados de color arena; tenía por lo menos tres pisos, pero era difícil asegurarlo, ya que tenía tantas terrazas, ventanas, tanto de todo... Frente a nosotras se alzaba un porche impresionante, cuyas luces, al ser ya pasadas las siete de la tarde, estaban encendidas, lo que le daba al edificio un aspecto de ensueño. El sol se pondría pronto y el cielo ya estaba pintado de muchos colores que contrastaban con el blanco inmaculado del lugar.
Mi madre apagó el motor después de haber rodeado la fuente y haber aparcado delante de los escalones que nos llevarían a la puerta principal. La primera impresión que tuve al bajarme fue la de haber llegado al hotel más lujoso de toda California; solo que no era un hotel: era una casa... supuestamente un hogar... O por lo menos eso me quería hacer creer mi madre.
En cuanto me bajé del coche William Leister apareció por la puerta. Detrás de él iban tres hombres vestidos como pingüinos.
El nuevo marido de mi madre no estaba vestido como yo le había visto en las contadas veces que me había dignado a estar con él en la misma habitación. En vez de llevar traje o caros chalecos de marca iba con unas bermudas blancas y un polo de color azul claro. Sus pies calzaban unas chanclas de playa y su pelo oscuro estaba despeinado en vez de atusado hacia atrás. Había que admitir que podía entender lo que mi madre había visto en él: era muy atractivo. Era alto, bastante más que mi madre, y se conservaba muy bien. Su rostro era armonioso, aunque claro está que se notaban los signos de la edad —tenía bastantes arrugas de expresión y también en la frente— y su pelo negro lucía ya algunas canas que le daban un aire interesante y maduro.
Mi madre se acercó a él corriendo como una colegiala para poder abrazarlo. Yo me tomé mi tiempo, bajé del coche y me encaminé hacia el maletero para coger mis cosas.
Unas manos enguantadas aparecieron de la nada y tuve que echarme hacia atrás sobresaltada.
—Yo recojo sus cosas, señorita —me dijo uno de los hombres vestidos de pingüino.
—Puedo hacerlo yo, gracias —le contesté sintiéndome realmente incómoda.
El hombre me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Deja que Martin te ayude, Noah —oí a William Leister a mi espalda.
Solté mi maleta a regañadientes.
—Me alegro mucho de verte, Noah —declaró el marido de mi madre, sonriéndome con afecto. A su lado, mi madre no dejaba de gesticular para que me comportara, sonriera o dijera algo.
—No puedo decir lo mismo —respondí yo estirando la mano para que me la estrechara. Sabía que lo que acababa de hacer era de lo más maleducado pero en aquel instante me pareció justo decir la verdad.
Quería dejar bien claro cuál era mi posición respecto a este cambio en nuestras vidas.
William no pareció ofenderse. Me retuvo la mano más tiempo de lo debido y me sentí incómoda al instante.
—Sé que esto es un cambio muy brusco en tu vida, Noah, pero quiero que te sientas como en tu casa, que disfrutes de lo que puedo ofrecerte, pero que, sobre todo, puedas aceptarme como parte de tu familia... en algún momento —agregó seguramente al ver mi cara de incredulidad. Mi madre, a su lado, me fulminaba con sus ojos azules.
Tan solo fui capaz de asentir con la cabeza y echarme hacia atrás para que me soltara la mano. No me sentía cómoda con aquellas muestras de afecto, y menos con desconocidos. Mi madre se había casado —muy bien por ella—, pero aquel hombre nunca sería nadie para mí, ni un padre, ni un padrastro, ni nada que se le pareciera. Yo ya tenía un padre, y con él había tenido más que suficiente.
—¿Qué tal si te enseñamos la casa? —propuso él con una gran sonrisa, ajeno a mi frialdad y mal humor.
—Vamos, Noah —me animó mi madre entrelazando su brazo con el mío. De esa forma no podía hacer otra cosa que caminar a su lado.
Todas las luces de la vivienda estaban encendidas, por lo que no me perdí ni un solo detalle de aquella mansión demasiado grande hasta para una familia de veinte personas... y ni que decir tiene para una de cuatro. Los techos eran altos, con vigas de madera y grandes ventanales que daban al exterior. Había una gran escalera en el centro de un salón inmenso que se bifurcaba hacia ambos lados del piso superior. Mi madre y su marido me llevaron por toda la mansión, me enseñaron el inmenso salón y la gran cocina presidida por una gran isla, cosa que supuse que a mi madre le encantaría. En aquella casa había de todo: gimnasio, piscina climatizada, salones para hacer fiestas y una gran biblioteca, que fue lo que más me impresionó.
—Tu madre me ha dicho que te gusta mucho leer y escribir —me comentó William, haciéndome despertar de mi ensoñación.
—Como a miles de personas —le repliqué cortante. Me molestaba que se dirigiera a mí con esa amabilidad: no quería que me hablara, así de fácil.
—Noah —me recriminó mi madre, clavando sus ojos en los míos. Sabía que le estaba haciendo pasar un mal rato, pero que se aguantara, a mí me iba a tocar pasar un mal año y no podía hacer nada al respecto.
William parecía ajeno a nuestro intercambio de miradas y no perdió su sonrisa en ningún momento.
Suspiré frustrada e incómoda. Aquello era demasiado: diferente, extravagante... no sabía si iba a ser capaz de acostumbrarme a vivir en un lugar así.
De repente necesitaba estar sola, necesitaba tiempo para poder asimilar las cosas...
—Estoy cansada. ¿Puedo ir a la que va a ser mi habitación? —pregunté en un tono de voz menos duro.
—Claro, en el ala derecha de la segunda planta es donde está tu habitación y la de Nicholas. Puedes invitar a quien tú quieras a que venga a estar contigo, a Nick no le importará; además de ahora en adelante compartiréis la sala de juegos.
«¿La sala de juegos? ¿En serio?» Sonreí como pude intentando no pensar en que de ahora en adelante iba a tener que convivir también con el hijo de William. Solo sabía lo que mi madre me había contado de él y era que tenía veintiún años, estudiaba en la Universidad de California y era un pijo insoportable. Bueno, eso último era de mi propia cosecha, pero seguramente era la verdad.
Mientras subíamos las escaleras no podía dejar de pensar en que, de ahora en adelante, iba a tener que convivir con dos hombres extraños. Habían pasado seis años desde la última vez que un hombre —mi padre— había estado en mi casa. Me había acostumbrado a ser solo chicas, solo dos. Mi vida nunca había sido un camino de rosas y menos durante mis primeros once años de vida; los problemas con mi padre habían marcado mi vida al igual que la de mi madre.
Después de que mi padre se fuera, mi madre y yo seguimos adelante, poco a poco pudimos convivir como dos personas normales y corrientes y, a medida que yo iba creciendo, mi madre se fue convirtiendo en una de mis mejores amigas. Me daba la libertad que quería, y eso era justamente porque confiaba en mí y yo en ella... o por lo menos hasta que decidió tirar nuestras vidas por la borda.
—Esta es tu habitación —me indicó mi madre, colocándose delante de una puerta de madera oscura.
Observé a mi madre y a William. Estaban expectantes...
—¿Puedo entrar? —les pregunté con ironía al ver que no se apartaban de la puerta.
—Esta habitación es mi regalo particular para ti, Noah —anunció mi madre con los ojos brillantes de expectación.
La observé con cautela y, en cuanto se apartó, abrí la puerta con cuidado, con miedo de lo que podía llegar a encontrarme.
Lo primero que captaron mis sentidos fue el delicioso olor a margaritas y a mar. Mis ojos se fijaron primero en la pared que quedaba frente a la puerta y que era totalmente de cristal. Las vistas eran tan espectaculares que me quedé sin palabras por vez primera. El océano al completo se veía desde donde yo estaba; la casa debía de estar en lo alto de un acantilado porque desde mi posición solo veía el mar y la impresionante puesta de sol que estaba teniendo lugar en aquel instante. Era alucinante.
—¡Madre mía! —repetí otra vez la que se había convertido en mi frase preferida. Mis ojos siguieron recorriendo la habitación: era enorme, en la pared izquierda había una cama con dosel con un montón de almohadones blancos, a juego con los colores de las paredes que estaban pintadas de un agradable color azul claro. Los muebles, entre los que destacaban un escritorio con un ordenador Mac gigante, un sofá precioso, un tocador con espejo y una inmensa estantería con todos mis libros, eran azules y blancos. Esos colores, junto a la sensacional vista que contemplaban mis ojos, eran lo más hermoso que había visto en toda mi vida.
Me sentí abrumada. ¿Todo esto era para mí?
—¿Te gusta? —me preguntó mi madre a mi espalda.
—Es increíble... gracias —respondí sintiéndome agradecida pero, al mismo tiempo, incómoda. No quería que me compraran con cosas así, yo no las necesitaba.
—He estado trabajando con una decoradora profesional casi dos semanas... quería que tuviese todo lo que siempre habías querido y yo nunca he podido darte —me informó ella emocionada. La observé unos instantes y supe que no podía quejarme de eso... Una habitación así es el sueño de cualquier adolescente y también el de cualquier madre.
Me acerqué a ella y la abracé. Hacía ya por lo menos tres meses que no tenía ningún tipo de contacto físico con ella y supe que aquello era importante para mi madre.
—Gracias, Noah —me dijo al oído para que solo yo pudiese oírla—. Te juro que voy a hacer todo lo posible para que seamos felices las dos.
—Estaré bien, mamá —le contesté sabiendo que lo que decía no estaba en sus manos.
Mi madre me soltó, se enjugó una de las lágrimas que se habían deslizado por su mejilla y se colocó junto a su nuevo marido.
—Te dejamos para que te instales —comentó William de forma amable.
Asentí sin agradecerle absolutamente nada. Todo lo que había en esa habitación no suponía ningún esfuerzo para él: solo era dinero.
Cerré la puerta y observé que no había pestillo. El suelo era de madera y estaba tapizado con una alfombra blanca tan gruesa que incluso se podría dormir sobre ella. El baño era tan grande como mi antigua habitación, y tenía ducha de hidromasaje, bañera y dos lavabos individuales. Me acerqué a la ventana y me asomé. En efecto, allí abajo estaba el jardín trasero de la casa, y la inmensa piscina y los jardines con flores y palmeras.
Salí del baño y entonces caí en la cuenta del pequeño marco sin puerta que había en la pared frente al baño. Ay, Dios...
Crucé la habitación y entré en lo que supuse era el sueño de cualquier mujer, adolescente o niña pequeña: un vestidor, y no un vestidor vacío, sino uno lleno de ropa sin estrenar. Solté el aire que había estado conteniendo y comencé a pasar los dedos sobre las increíbles prendas. Todas estaban con las etiquetas y solo me bastó ver el precio de una para darme cuenta de lo caras que eran. Mi madre estaba loca, o quienquiera que la hubiera convencido para gastarse todo ese dinero.
No podía deshacerme de aquella incómoda sensación de que nada era real, de que pronto me despertaría y estaría en mi vieja habitación con mi ropa corriente y mi cama individual; y lo peor de todo es que deseaba con todas mis fuerzas despertar porque aquella no era mi vida, no era lo que quería... deseaba volver a mi casa con todas mis fuerzas. Sentí un nudo en el estómago tan incómodo y tal angustia en mi interior que me dejé caer al suelo, apoyé mi cabeza en mis rodillas y respiré hondo todas las veces que fueron necesarias hasta que se me pasaron las ganas de llorar.
Como si me estuviese leyendo la mente, mi amiga Beth me envió justo entonces un mensaje.
¿Has llegado bien? Ya te echo de menos
Sonreí a la pantalla y le mandé una foto desde dentro de mi vestidor. Al segundo me llegaron como cinco emoticonos con la boca abierta.
¡Te odio! ¿Lo sabías?
Me reí y le escribí un mensaje.
Si fuese por mí te lo regalaba todo. Es más, daría lo que fuera por poder estar con vosotros allí, en casa de Dan viendo una película o simplemente pasando el rato en el sofá mugriento de tu habitación.
No seas tan negativa, disfrútalo, joder, que ¡ahora eres rica!
Yo no era rica, lo era William.
Dejé el teléfono en el suelo y me dirigí a mis maletas. Me apresuré en coger unos pantalones cortos y una camiseta sencilla. No quería cambiar mi forma de ser, y no pensaba empezar a vestir con polos de marca.
Me metí en la ducha para desprenderme de toda la suciedad e incomodidad del largo viaje. Agradecí no ser una de esas chicas que tienen que hacerse de todo para que el pelo les quede bien. Por suerte yo había heredado el pelo ondulado de mi madre y así fue como se me quedó en cuanto termine de secarlo. Me vestí con lo que había escogido y me propuse dar una vuelta por la casa, y también buscar algún tentempié.
Era raro caminar por allí yo sola... me sentía como una intrusa. Iba a tardar mucho en acostumbrarme a vivir allí pero, sobre todo, en habituarme al lujo y a las inmensidades de aquel sitio. En mi antiguo piso bastaba con hablar un poco más fuerte de lo normal para que nos escuchásemos la una a la otra. Aquí eso era del todo imposible.
Me dirigí hacia la cocina, rezando por no perderme. Me moría de hambre, necesitaba algo de comida basura en mi organismo con urgencia.
Lamentablemente, cuando entré no estaba sola.
Había alguien rebuscando en la nevera, alguien de quien tan solo podía ver la coronilla de una cabeza de pelo oscuro. En el preciso instante en que iba a decir algo, un ladrido ensordecedor me hizo chillar de forma exagerada igual que hacen las niñas pequeñas.
Me volví sobresaltada justo cuando la cabeza de la nevera emergía tras la puerta para ver quién formaba tanto escándalo.
Pero no era él quien me había asustado: al lado de la isla de la cocina había un perro negro, precioso sí, pero que me miraba con ojos de querer comerme poco a poco. Si no me equivocaba era un labrador, pero no podía asegurarlo. Mis ojos se desviaron del perro al chico que había justo a su lado.
Observé con curiosidad y al mismo tiempo con asombro al que seguramente era el hijo de William, Nicholas Leister. Lo primero que se me vino a la cabeza en cuanto le vi fue una exclamación: «¡Vaya ojos!». Eran de un azul cielo, tan claro como las paredes de mi habitación, y contrastaban de una manera abrumadora con el color negro azabache de su pelo, que estaba despeinado y húmedo de sudor. Al parecer venía de hacer deporte porque llevaba puestas unas mallas y una camiseta de tirantes ancha. Dios, era muy guapo, eso había que admitirlo, pero no dejé que esos pensamientos me hiciesen olvidar a quién tenía delante: era mi nuevo hermanastro, la persona con la que conviviría durante un año que, intuía, sería de auténtica tortura... Y su perro seguía gruñéndome como si adivinara mis pensamientos.
—Eres Nicholas, ¿verdad? —le pregunté intentando controlar el miedo que le tenía al endemoniado animal, que no dejaba de gruñirme. Me sorprendió y cabreó cómo desviaba la mirada hacia su mascota y sonreía.
—El mismo —afirmó, fijando sus ojos en mí otra vez—. Tú debes de ser la hija de la nueva mujer de mi padre —comentó y no pude creer que dijera eso tan fríamente.
Lo observé entornando los ojos.
—¿Tu nombre era...? —me preguntó y yo no pude evitar abrir los ojos con asombro e incredulidad.
¿No sabía mi nombre? Nuestros padres se habían casado, mi madre y yo nos habíamos mudado, ¿y ni siquiera sabía cómo me llamaba?
2
NICK
—Noah —me contestó cortante—. Me llamo Noah.
Me hizo gracia la forma con la que me fulminó con la mirada. Mi nueva hermanastra parecía ofendida porque me importase una mierda cuál fuera su nombre o el de su madre, aunque he de admitir que del de su madre sí me acordaba. ¡Como para no hacerlo! Los últimos tres meses había pasado más tiempo en esta casa que yo mismo, porque sí, Raffaella Morgan se había metido en mi vida y encima venía con acompañante.
—¿No es un nombre de chico? —le pregunté sabiendo que eso la molestaría—. Sin ofender, claro —agregué al ver que sus ojos color miel se abrían con sorpresa.
—También es de chica —me contestó un segundo después. Observé cómo sus ojos pasaban de mí a Thor, mi perro, y no pude evitar volver a sonreír—. Seguramente en tu limitado vocabulario no existe la palabra «unisex» —añadió esta vez sin mirarme. Thor no dejaba de gruñirle y enseñarle los dientes. No era culpa suya, le habíamos entrenado para que desconfiara de los desconocidos. Solo haría falta una palabra mía para que pasara a ser el perro cariñoso de siempre... pero era demasiado divertido ver la cara de miedo que tenía mi nueva hermanita.
—No te preocupes, tengo un vocabulario muy extenso —repliqué yo cerrando la nevera y encarando de verdad a aquella chica—. Es más, hay una palabra clave que a mi perro le encanta. Empieza por A luego por TA y termina en CA. —El miedo cruzó su rostro y tuve que reprimir una carcajada.
Era alta, seguramente uno sesenta y ocho o uno setenta, no estaba seguro. También era delgada y no le faltaba de nada, había que admitirlo, pero su rostro era tan aniñado que cualquier pensamiento lujurioso hacia ella quedaba descalificado. Si no había oído mal ni siquiera había acabado el instituto, y eso se reflejaba claramente en sus pantalones cortos, su camiseta blanca y sus Converse negras. Le hubiese faltado tener el pelo recogido en una coleta para pasar por la típica adolescente que espera impaciente en interminables colas a que abran las puertas de un gran establecimiento para comprar el último disco del cantante por el que suspiran todas las quinceañeras. Sin embargo, lo que más atrajo mi atención fue su cabello: era de un color muy extraño, entre rubio oscuro y pelirrojo.
—¡Qué gracioso! —exclamó ella con ironía pero completamente asustada—. Sácalo fuera, parece que vaya a matarme en cualquier momento —me pidió retrocediendo. En el mismo instante en que lo hizo, Thor dio un paso hacia delante.
«Buen chico», pensé. Tal vez a mi nueva hermanastra no le vendría mal un escarmiento, un recibimiento especial que le dejara bien claro de quién era esa casa y lo poco bien recibida que era en ella.
—Thor, avanza —le ordené a mi perro con autoridad. Noah lo miró a él primero y luego a mí, retrocedió un poco más, hasta que chocó contra la pared de la cocina.
Thor avanzó hacia ella poco a poco, enseñándole los colmillos y gruñendo. Daba bastante miedo, pero yo sabía que no iba a hacerle nada... no si yo no se lo ordenaba.
—¿Qué estás haciendo? —inquirió ella mirándome a los ojos—. No tiene ninguna gracia.
Oh, sí que la tenía.
—Mi perro suele llevarse bien con todo el mundo, es raro que ahora solo esté pensando en atacarte... —comenté observando divertido cómo ella intentaba controlar su miedo.
—¿Piensas hacer algo? —me espetó entre dientes, su mirada ahora fija en mí.
«¿Hacer algo? ¿Qué tal decirte que te largues por donde has venido?»
—Llevas aquí... ¿cuánto? ¿Cinco minutos? ¿Y ya estás dando órdenes? —dije mientras me acercaba al grifo de la cocina y me servía un vaso de agua; mi perro, mientras tanto, gruñía—. A lo mejor tengo que dejarte aquí un ratito para que te adaptes tú sola.
—¿Cuántas veces te golpeaste la cabeza de pequeño, imbécil? ¡Quítame a este perro de encima!
Me volví con un poco de sorpresa ante su descaro. ¿Acababa de insultarme?
Creo que hasta mi perro se dio cuenta, porque dio otro paso hacia ella, ya casi ni le dejaba espacio para moverse; entonces, antes de poder detenerla, Noah se volvió asustada y cogió lo primero que había en la encimera, que resultó ser una sartén. Antes de que pudiese golpear al pobre animal me acerqué y tiré de Thor por el collar al mismo tiempo que con mi otra mano detenía el movimiento del brazo de Noah.
—¡¿Qué coño haces?! —grité tirando de la sartén y dejándola otra vez sobre la encimera. Mi perro se revolvió furioso y Noah se encogió contra mi pecho soltando un gritito ahogado.
Me sorprendió que siendo yo el que estaba amenazándola se acercase a mí para que la protegiera.
—¡Thor, siéntate! —Mi perro se relajó al instante, se sentó y empezó a mover la cola con felicidad.
Bajé la mirada a Noah, que estaba agarrada a mi camiseta con ambas manos. Sonreí ante la situación hasta que pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo; levantó las manos y me apartó de un empujón.
—¡¿Eres idiota o qué te pasa?!
—Primero, que esta sea la última vez que atacas a mi perro y segundo —le advertí clavando mis ojos en los suyos; una parte de mi cerebro se fijó en las pequeñas pecas que tenía en la nariz y en las mejillas—, no vuelvas a insultarme porque entonces sí que vamos a tener un problema.
Ella me observó de forma extraña. Sus ojos se fijaron en mí y luego bajaron hacia mi pecho, incapaz, al parecer, de mantenerme la mirada.
Di un paso hacia atrás. Mi respiración se había acelerado y no tenía ni idea de por qué. Ya había tenido demasiado de ella por un día, y eso que la había conocido hacía apenas cinco minutos.
—Mejor vamos a llevarnos bien, hermanita —le dije dándole la espalda, cogiendo mi sándwich de la encimera y dirigiéndome hacia la puerta.
—No me llames así, yo no soy tu hermana ni nada que se le parezca —repuso. Lo dijo con tanto odio y sinceridad que me volví para observarla otra vez. Sus ojos brillaban con la determinación de lo que había dicho y entonces supe que a ella le hacía la misma gracia que a mí que nuestros padres hubiesen acabado juntos.
—En eso estamos de acuerdo... chermanitac —repetí entornando los ojos y disfrutando al ver cómo sus pequeñas manos se convertían en puños.
Justo entonces escuché ruido a mis espaldas. Me volví y me encontré de cara con mi padre... y su mujer.
—Veo que os habéis conocido —comentó mi padre entrando en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Hacía muchísimo tiempo que no lo veía sonreír de aquella manera y, en el fondo, me alegraba verlo así y también de que hubiera rehecho su vida. Aunque en el camino se hubiese dejado algo: yo.
Raffaella me sonrió con cariño desde la puerta y me obligué a mí mismo a realizar una especie de mueca, lo más parecido a una sonrisa y lo máximo que iba a conseguir de mí aquella mujer. No tenía nada contra ella.
A pesar de que mi padre y yo no teníamos ninguna relación brillante ni afectuosa, había estado perfectamente de acuerdo con que creara aquella muralla que nos separaba del mundo exterior. Lo que había ocurrido con mi madre nos había marcado a los dos, pero sobre todo a mí, que era su hijo y tuve que ver cómo se marchaba sin mirar atrás.
Desde entonces desconfiaba de las mujeres, no quería saber nada de ellas a no ser que fuera para tirármelas o pasar un rato entretenido en las fiestas. ¿Para qué quería más?
—Noah, ¿has visto a Thor? —le preguntó Raffaella a su hija, que aún seguía junto a la encimera sin poder disimular su mal humor.
Entonces Noah hizo algo que me descolocó: dio un paso al frente, se agachó y comenzó a llamar a Thor.
—Thor, ven, ven bonito... —lo llamó de forma cariñosa y amigable. Había que admitir que por lo menos era valiente. Hacía menos de un segundo estaba temblando de miedo por ese mismo animal.
Me sorprendió que no fuera corriendo a chivarse a su madre.
Mi perro se volvió hacia ella moviendo la cola enérgicamente. Giró su cabeza hacia mí, luego a ella otra vez y seguramente intuyó que algo iba a mal porque me puse tan serio que hasta él se dio cuenta.
Con la cola metida entre las piernas se acercó hacia mí y se sentó a mi lado. Mi hermanastra se quedó completamente chafada.
—Buen chico —lo felicité yo con una gran sonrisa.
Noah se puso de pie de golpe, fulminándome con sus ojos enmarcados por espesas pestañas, y se volvió hacia su madre.
—Me voy a la cama —anunció con contundencia.
Yo me dispuse a hacer lo mismo, o bueno, mejor dicho todo lo contrario, ya que esa noche había una fiesta en la playa y yo debía estar allí.
—Yo salgo esta noche, no me esperéis —informé sintiéndome extraño al utilizar el plural.
Justo cuando estaba a punto de salir de la cocina, mi padre nos detuvo, a mí y a mi hermanita.
—Hoy salimos a cenar los cuatro juntos —afirmó mirándome sobre todo a mí.
«¡No jodas!»
—Papá, lo siento, pero he quedado y...
—Yo estoy muy cansada por el viaje, me...
—Es nuestra primera cena en familia y quiero que estéis presentes los dos —dijo mi padre interrumpiéndonos a ambos. A mi lado, Noah soltó todo el aire que estaba conteniendo de golpe.
—¿No podemos ir mañana? —rebatió ella.
—Lo siento, cielo, pero mañana tenemos una gala de la empresa —le contestó mi padre.
Fue tan extraña su manera de dirigirse a ella... ¡por favor, si apenas la conocía...! Yo ya estaba en la universidad, hacía lo que me daba la gana... En otras palabras: ya era un adulto, pero ¿Noah? Estar pendiente de una adolescente sería la pesadilla de cualquier pareja recién casada.
—Noah, vamos a cenar juntos y punto, no se hable más —zanjó Raffaella la conversación clavando sus ojos claros en su hija.
Decidí que sería mejor ceder aquella vez. Cenaría con ellos y luego me iría a casa de Anna, mi amiga... especial y después iríamos a la fiesta.
Noah farfulló algo ininteligible, pasó entre los dos y se encaminó al vestíbulo donde estaban las escaleras.
—Dadme media hora para ducharme —les pedí señalando mi ropa sudada.
Mi padre asintió satisfecho, su mujer me sonrió y supe que aquella noche el hijo adulto y responsable había sido yo... o, por lo menos, eso les había hecho creer.
3
NOAH
Pero ¡qué pedazo de IDIOTA!
Mientras subía las escaleras pisando tan fuerte como podía, no conseguía quitarme de la cabeza los últimos diez minutos que había pasado con el imbécil de mi nuevo hermanastro. ¿Cómo se podía ser tan capullo, engreído y psicópata al mismo tiempo y a niveles tan altos? ¡Oh, Dios! No lo aguantaría, no iba a poder soportarlo; si ya le tenía manía por el simple hecho de ser el hijo del nuevo marido de mi madre, lo sucedido había elevado esa tirria a niveles estratosféricos.
¿Ese era el chico perfecto y adorable del que me había hablado mi madre?
Había odiado su forma de hablarme, su forma de mirarme. Como si fuese superior a mí por el simple hecho de tener pasta. Sus ojos me habían escrutado de arriba abajo y luego había sonreído... Se había reído de mí en mi cara.
Entré en mi habitación dando un portazo, aunque con las dimensiones de aquella casa nadie me oiría. Fuera ya se había hecho de noche y una tenue luz entraba por mi ventana. Con la oscuridad, el mar se había teñido de color negro y no se diferenciaba dónde terminaba este y comenzaba el cielo.
Nerviosa, me apresuré a encender la luz.
Fui directa hacia mi cama y me tiré encima clavando mi mirada en las altas vigas del techo. Encima me obligaban a cenar con ellos. ¿Es que mi madre no se daba cuenta de que ahora mismo lo último que me apetecía era estar rodeada de gente? Necesitaba estar sola, descansar, hacerme a la idea de todos los cambios que estaban ocurriendo en mi vida, aceptarlos y aprender a vivir con ellos, aunque en el fondo supiera que nunca iba a terminar encajando.
Cogí mi móvil dudando en si llamar a mi novio Dan o no, no quería que se preocupara al escuchar la amargura en mi voz... solo llevaba en California una hora y ya me dolía su ausencia.
Solo pasaron diez minutos desde que había subido hasta que mi madre entró por la puerta. Se molestó en llamar, al menos, pero al ver que no le contestaba entró sin más.
—Noah, dentro de quince minutos tenemos que estar todos abajo —me dijo mirándome con paciencia.
—Lo dices como si fuera a tardar una hora y media en bajar unas escaleras —le respondí incorporándome en la cama. Mi madre se había soltado su media melena rubia y se la había peinado muy elegantemente. No llevábamos en esta casa ni dos horas y su aspecto ya era diferente.
—Lo digo porque tienes que cambiarte y vestirte para la cena —me contestó ignorando mi tono.
La observé sin comprender y bajé mi mirada hacia la ropa que llevaba.
—¿Qué tiene de malo mi aspecto? —pregunté a la defensiva.
—Vas en zapatillas, Noah, esta noche hay que ir de etiqueta. No pretenderás ir así vestida, ¿no? ¿En pantalones cortos y camiseta? —me planteó ella exasperada.
Me puse de pie y le hice frente. Había colmado mi paciencia por aquel día.
—A ver si te enteras, mamá: no quiero ir a cenar contigo y tu marido, no me interesa conocer al demonio malcriado que tiene como hijo y me apetece aún menos tener que arreglarme para ello —le solté intentando controlar las enormes ganas que tenía de coger el coche y largarme de vuelta a mi ciudad.
—Deja de comportarte como si tuvieras cinco años, vístete y ven a cenar conmigo y tu nueva familia —me ordenó en un tono duro. Sin embargo, al ver mi expresión suavizó la suya y añadió—: No va a ser así todos los días, solo es esta noche, por favor, hazlo por mí.
Respiré hondo varias veces, me tragué todas las cosas que me hubiese gustado gritarle y asentí con la cabeza.
—Solo esta noche.
En cuanto mi madre se fue me metí en el vestidor de mi cuarto. Disgustada con todo y con todos, comencé a buscar un atuendo que me gustara y que me hiciese sentir cómoda. También quería demostrar lo adulta que podía llegar a ser; aún tenía la mirada de incredulidad y diversión de Nicholas grabada en mi cabeza cuando me recorrió el cuerpo con sus ojos claros y altivos. Me había observado como si no fuera más que una cría a la que le divertiría asustar, cosa que había hecho al amenazarme con aquel endiablado perro.
Mi maleta estaba abierta en el suelo del vestidor. Me arrodillé frente a ella y empecé a rebuscar entre mi ropa. Mi madre seguro que esperaba verme bajar con alguna de las cosas que me había comprado, pero eso era lo último que pensaba hacer. Si cedía con eso estaría sentando un mal precedente. Aceptar la ropa era el equivalente a aceptar esa nueva vida, sería como perder mi dignidad.
Con la mente roja de rabia escogí mi vestido negro de los Ramones. ¿Quién decía que no era elegante? Miré a mi alrededor buscando algo que ponerme en los pies. No era una chica muy amante de los zapatos altos pero si bajaba con mis zapatillas Converse mi madre seguramente perdería la paciencia y me obligaría a cambiarme. Finalmente escogí unas sandalias bastante decentes que tenían un poco de tacón, pero nada que no pudiese manejar.
Me acerqué al espejo gigante que había en una de las paredes y me observé detenidamente. Mi amiga Beth seguro que me daría su aprobación y, si no recordaba mal, a Dan siempre le había parecido muy sexi ese vestido...
Sin pensarlo ya más, me solté el pelo y me lo atusé. También me puse un poco de cacao en los labios. Satisfecha con el resultado, cogí un bolso pequeño y me dirigí hacia la puerta.
Justo cuando la abría me topé con Nicholas, que se detuvo un momento para poder observarme. Thor, el demonio, iba a su lado y no pude evitar echarme hacia atrás.
Mi nuevo hermano sonrió por algún motivo inexplicable, y volvió a recorrerme el cuerpo y el rostro con la mirada. Al hacerlo sus ojos brillaron con alguna especie de emoción oscura e indescifrable.
Sus ojos se detuvieron un rato de más en mi vestido.
—¿No te enseñaron a vestir allí, en Paletolandia? —dijo sarcásticamente.
Sonreí de forma angelical.
—Oh, sí... el profesor era tan gilipollas como tú, por lo que supongo que no presté atención.
No se esperaba esa respuesta y menos aún me esperaba yo que una sonrisa se dibujara en esos labios demasiado sensuales. Lo observé un momento y volví a asombrarme ante lo alto y viril que era. Iba con pantalones de traje y camisa, sin corbata y con los dos botones del cuello desabrochados. Sus ojos celestes parecían querer traspasarme, pero no me dejé intimidar.
Desvié mi mirada hacia su perro que ahora, en vez de mirarme con cara de asesino, movía la cola de felicidad y esperaba sentado observándonos con interés.
—Tu perro parece otro... ¿Vas a decirle que me ataque ahora o esperarás a que regresemos de cenar? —lo reté clavando mis ojos en él al tiempo que le sonreía con falsa amabilidad.
—No sé, pecas... eso dependerá de cómo te comportes —me contestó para acto seguido darme la espalda y caminar hacia las escaleras.
Me quedé callada unos segundos, intentando controlar mis emociones. ¡Pecas! ¡Me había llamado Pecas! Ese tío se estaba buscando problemas... problemas de verdad.
Caminé detrás de él convenciéndome a mí misma de que no merecía la pena enfadarme por sus comentarios o por sus miradas o por su simple presencia. Él no era más que otra de las muchas personas que me caerían mal en aquella ciudad, así que mejor ir acostumbrándome.
En cuanto llegué al piso de abajo no pude evitar volver a sorprenderme ante lo magnífica que era aquella casa. De alguna manera conseguía transmitir un aire antiguo pero sofisticado y moderno al mismo tiempo. Mientras esperaba a que mi madre bajara, ignorando a la persona que me hacía compañía, recorrí con la mirada la impresionante lámpara de cristal que colgaba del alto techo con vigas. Estaría hecha de miles de cristales que caían como si fueran gotitas de lluvia congeladas; daba la sensación de que querían llegar al suelo pero estaban obligadas a estar suspendidas en el aire por un tiempo indefinido.
Por un instante mi mirada se cruzó con la suya y, en vez de obligarme a mí misma a apartarla, decidí sostenerla hasta que él tuviera que desviarla. No quería que pensara que me intimidaba, no quería que creyese que iba a poder hacer conmigo lo que le diera la gana.
Pero sus ojos no se apartaron, sino que me observaron fijamente y con una determinación increíble. Justo cuando creí que no podría aguantar más, mi madre apareció junto con William.
—Bueno, ya estamos todos —dijo este último mirándonos con una gran sonrisa. Lo observé sin un atisbo de alegría—. Ya he reservado mesa en el Club, espero que haya hambre... —agregó dirigiéndose a la puerta con mi madre colgada de su brazo.
Esta abrió los ojos al fijarse en mi vestido.
—¿Qué te has puesto? —me susurró al oído.
Yo hice como que no la escuchaba y me adelanté hacia la salida.
Ya afuera, el aire era cálido y refrescante y se podían oír las olas rompiendo contra la orilla a lo lejos.
—¿Quieres venir en nuestro coche, Nick? —le preguntó William a su hijo.
Este ya nos había dado la espalda y se encaminaba hacia donde había un 4x4 impresionante. Era negro y muy alto. Estaba reluciente y parecía recién salido del concesionario. No pude evitar poner los ojos en blanco... ¡qué típico!
—Iré en el mío —le contestó él volviéndose hacia nosotros al llegar a la puerta—. Después de cenar he quedado con Miles; vamos a terminar el informe del caso Refford.
—Muy bien —convino su padre; yo, sin embargo, no entendí ni una sola palabra—. ¿Quieres ir con él hasta el Club, Noah? —agregó un instante después volviéndose hacia mí—. Así os iréis conociendo mejor —me dijo William observándome contento como si lo que se le acababa de ocurrir fuera la idea más genial del planeta Tierra.
Mis ojos no pudieron evitar desviarse hacia su hijo, que me observó elevando las cejas a la espera de mi respuesta. Parecía divertirse con toda aquella situación.
—No me gusta subirme al coche de una persona que no sé cómo conduce —confesé a mi nuevo padrastro deseando que mis palabras tocaran aquel punto sensible que los chicos tenían cuando se ponía en duda su capacidad de conducción. Le di la espalda al 4x4 y me monté en el Mercedes negro de Will.
Ni siquiera miré en su dirección cuando mi madre y su marido se subieron al coche y disfruté de la soledad del asiento trasero mientras recorríamos las calles en dirección al club de ricachones.
Deseaba con todas mis fuerzas que aquella noche acabara lo antes posible, terminar con aquella farsa de familia feliz que mi madre y su marido pretendían crear, y regresar a mi habitación para intentar descansar.
Unos quince minutos después llegamos a una parte apartada rodeada de grandes campos muy bien cuidados. A pesar de que ya era de noche, un gran camino iluminado te daba la bienvenida al Club Náutico Mary Read. Antes de que nos dejaran pasar, un hombre que hacía guardia en una elegante cabina junto a la barrera se asomó para poder ver quiénes íbamos en el coche. Un evidente signo de reconocimiento apareció en su rostro al ver quién conducía.
—Señor Leister, buenas noches, señor, señora... —agregó al ver a mi madre.
Mi nuevo padrastro lo saludó y entramos al Club.
—Noah, tu tarjeta de socia llegará la semana que viene, pero puedes usar mi apellido para que te dejen entrar o, si no, también el de Ella —dijo volviéndose hacia mi madre.
Sentí un pinchazo en el corazón al oírle llamarla de aquella forma... Así era como la llamaba mi padre, y estaba completamente segura de que a mi madre no le hacía ninguna gracia aquel diminutivo... demasiados malos recuerdos; pero, claro, no iba a decírselo a su nuevo e increíble marido.
Mi madre era muy buena en olvidar las cosas dolorosas y difíciles. Yo, en cambio, me las guardaba dentro, muy dentro, hasta que en un momento explotaba y las sacaba todas fuera.
En cuanto llegamos a las puertas del lujoso establecimiento, detuvimos el coche justo en la entrada. Un botones se acercó hacia nosotros para abrirnos la puerta a mi madre y a mí, aceptó la propina que William le ofreció y se llevó el coche a quién sabe dónde.
El restaurante era increíble, completamente de cristal. Desde donde estaba fui capaz de ver algunas mesas y las increíbles peceras llenas de cangrejos, peces y todo tipo de calamares listos para ser sacrificados y servidos para comer. Antes de que nos atendieran sentí cómo alguien se colocaba detrás de mí. Su aliento me rozó la oreja y me dio un escalofrío. Al volverme vi a Nicholas junto a mi espalda. Incluso llevando tacones me sacaba media cabeza. Apenas bajó su mirada hacia la mía.
—Tengo una reserva a nombre de William Leister —informó William a la camarera que se encargaba de dar la bienvenida a los nuevos clientes. Su rostro se descompuso por alguna razón inexplicable, y se apresuró a dejarnos pasar al abarrotado y al mismo tiempo tranquilo y acogedor establecimiento.
Nuestra mesa estaba en uno de los mejores lugares, iluminada cálidamente con velas al igual que todo el restaurante. La pared de cristal te ofrecía una panorámica impresionante del océano y no pude evitar preguntarme si en California era muy común eso de que todas las paredes fuesen transparentes.
Para ser sincera estaba completamente alucinada.
Nos sentamos y, de inmediato, William y mi madre comenzaron a hablar embelesados y a sonreírse tontamente. Yo, mientras, no pude evitar fijarme en la mirada de asombro e incredulidad que la camarera le dirigió a Nick.
Este parecía no haberse dado cuenta, ya que se puso a girar el minisalero entre sus dedos. Por un instante mis ojos se fijaron en aquellas manos tan bien cuidadas, tan morenas y tan grandes. Mis ojos fueron subiendo por su brazo hasta llegar a su rostro y después a sus ojos, que me observaban con interés. Contuve la respiración.
—¿Qué vais a pedir? —preguntó mi madre haciendo que desviara la mirada rápidamente hacia ella.
Dejé que ellos pidieran por mí, más que nada porque no conocía más de la mitad de los platos que había en el menú. Mientras esperábamos a que nos trajeran la comida y revolvía distraídamente mi Ice Tea con la pajita, William intentó involucrarnos a mí y a su hijo en la conversación que estaban teniendo.
—Antes le estaba diciendo a Noah la de deportes que se pueden practicar aquí en el Club, Nick —comentó Will haciendo que su hijo clavara su mirada, fija hasta ese momento en el final de la sala, en los ojos de su padre—. Nicholas juega al baloncesto, y es un surfista estupendo, Noah —apuntó ignorando el rostro aburrido de Nick y centrándose ahora en mí.
«Surfista...» No pude evitar poner los ojos en blanco. Para mi mala suerte Nicholas estaba observándome. Centrando su mirada en mí se inclinó sobre la mesa, apoyando ambos antebrazos sobre ella y fui objeto de un intenso escrutinio.
—¿Hay algo que te divierta, Noah? —me soltó haciendo lo posible por que su tono sonara amigable, pero yo sabía que en el fondo le había molestado mi gesto—. ¿Consideras que el surf es un deporte estúpido?
Antes de que mi madre contestara —ya la veía venir—, me apresuré a inclinarme igual que él.
—Tú lo has dicho, no yo —le respondí sonriendo con inocencia.
A mí me gustaban los deportes de equipo, con estrategia, que requirieran de un buen capitán y de mucha constancia y trabajo. Yo había encontrado todo eso en el vóley y estaba segura que el surf no podía ni comparársele.
Antes de que pudiera replicarme, cosa que estaba segura estaba deseando hacer, la camarera llegó y él no pudo evitar desviar sus ojos hacia ella otra vez, como si la conociera.
Mi madre y William comenzaron a hablar animadamente cuando una pareja de amigos suyos se pararon para saludarlos.
La camarera, una mujer joven de pelo castaño oscuro ataviada con un delantal negro, se afanó en dejar los platos encima de la mesa y al hacerlo golpeó sin querer a Nicholas en el hombro.
—Lo siento, Nick —se disculpó y entonces, sobresaltada, se volvió hacia mí, como si hubiera cometido un error garrafal.
Nicholas también me miró y de inmediato entendí que algo raro estaba ocurriendo entre esos dos.
Aprovechando que nuestros padres estaban distraídos me incliné para salir de dudas.
—¿La conoces? —le pregunté mientras él se servía más agua con gas en su copa de cristal.
—¿A quién? —me contestó él, haciéndose el tonto.
—A la camarera —le respondí observando su rostro con interés. No transmitía nada: estaba serio, relajado. Supe entonces que Nicholas Leister era una persona que sabía muy bien cómo esconder sus pensamientos.
—Sí, me ha atendido más de una vez —afirmó dirigiendo sus ojos hacia mí. Me observó como retándome a que lo contradijera. «Vaya, vaya... Nick un mentiroso...» ¿Por qué no me extrañaba?
—Sí, seguro que te ha atendido muchas veces —declaré yo.
—¿Qué estás insinuando, hermanita? —me dijo y no pude evitar dejar de sonreír en cuanto utilizó aquel calificativo.
—En que toda la gente rica como tú sois iguales; os creéis que por tener dinero sois los dioses del mundo. Esa chica no ha dejado de mirarte desde que has cruzado esa puerta; es obvio que te conoce —expuse mirándole enfadada por algún motivo inexplicable—. Y tú ni siquiera te has dignado a devolverle la mirada... Es asqueroso.
Me observó fijamente antes de contestarme.
—Tienes una teoría muy interesante y veo que «la gente rica», como la llamas tú, te disgusta muchísimo... claro que tú y tu madre estáis viviendo ahora bajo nuestro techo y disfrutando de todas las comodidades que el dinero puede ofrecer; si tan despreciables te parecemos, ¿qué haces sentada a esta mesa? —me preguntó mirándome de arriba abajo con desprecio.
Lo observé intentando controlar mi temperamento. Aquel chico sabía lo que decir para sacarme de mis casillas.
—A mi parecer tú y tu madre sois incluso peores que la camarera... —confesó inclinándose sobre la mesa para poder dirigirse solo y únicamente a mí—: fingís ser algo que no sois cuando las dos os habéis vendido por dinero...
Aquello fue demasiado. La rabia me cegó.
Cogí el vaso que tenía delante y con un gesto le tiré a la cara todo su contenido.
Lástima que el vaso estuviese vacío.
4
NICK
La expresión de su cara al ver que su vaso estaba vacío superó cualquier vestigio de enfado o irritación que hubiera estado conteniendo desde que nos habíamos sentado a aquella mesa.
Aquella chica era de lo más imprevisible. Me sorprendía la facilidad con la que perdía los papeles y también me gustaba saber el efecto que podía causar en ella con unas simples palabras.
Sus mejillas punteadas por pequeñas pecas se tiñeron de un color rosado cuando se dio cuenta de que había hecho el ridículo. Sus ojos fueron del vaso vacío a mí y luego miraron hacia ambos lados, como queriendo comprobar que nadie había observado lo estúpida que había sido.
Dejando a un lado lo cómico de la situación —lo era, y mucho—, no podía permitir que se comportara de aquella forma conmigo. ¿Y si el vaso hubiera estado lleno? No pensaba permitir que una mocosa de diecisiete años pudiera siquiera pensar en tirarme un vaso de agua a la cara... Aquella estúpida niña se iba enterar de con qué hermano mayor había tenido la suerte de acabar conviviendo. Ella solita iba a ir comprendiendo en qué clase de problema se iba a meter si intentaba jugármela otra vez.
Me incliné sobre la mesa con la mejor de mis sonrisas. Sus ojos se abrieron y me observaron con cautela y disfruté al ver cierto temor escondido entre aquellas largas pestañas.
—No vuelvas a hacerlo —le advertí con calma.
Ella me miró unos instantes y luego, como si nada, se volvió hacia su madre.
La velada continuó sin ningún otro incidente; Noah no me dirigió de nuevo la palabra, ni siquiera me miró, cosa que me molestó y complació al mismo tiempo. Mientras ella contestaba a las preguntas de mi padre y hablaba sin mucho entusiasmo con su madre yo aproveché para observarla.
Era una chica de lo más simple, aunque intuía que me iba a causar más de un inconveniente. Me hicieron mucha gracia las caras que había ido poniendo a medida que probaba el marisco servido en la mesa. Apenas probó más de un bocado de lo que nos habían traído y eso me hizo pensar en lo delgada que parecía embutida en aquel vestido negro. Me había quedado pasmado cuando la había visto salir de su habitación, y mi mente había hecho un repaso exhaustivo de sus largas piernas, su cintura estrecha y sus pechos. Estaba bastante bien teniendo en cuenta que no estaba operada como la mayoría de las chicas de California.
Tuve que admitir que era más guapa de lo que me pareció en un principio y fue ese hecho y los pensamientos subidos de tono los que hicieron que mi humor se ensombreciera. No podía distraerme con algo así, y menos si íbamos a vivir bajo el mismo techo.
Mi mirada se dirigió a su rostro otra vez. No llevaba ni una gota de maquillaje. Era tan extraño... Todas las chicas que conocía se pasaban por lo menos una hora en sus habitaciones dedicándose únicamente al maquillaje, incluso chicas que eran diez mil veces más guapas que Noah, y ahí estaba ella, sin ningún reparo en ir a un restaurante de lujo sin una pizca de pintalabios. Tampoco es que le hiciese falta: tenía la suerte de tener una piel bonita y tersa sin apenas imperfecciones; eso sin contar sus pecas, que le daban aquel aire aniñado que me hacía recordar que ni siquiera había terminado el instituto.
Entonces, y sin darme cuenta, Noah se volvió para mirarme enfadada, pillándome mientras la observaba detenidamente.
—¿Quieres una foto? —me preguntó con aquel humor ácido tan suyo.
—Si es sin ropa, por supuesto —respondí disfrutando del leve rubor que brotó en sus mejillas. Sus ojos brillaron enfadados y volvió de nuevo hacia nuestros padres, que ni se enteraban de las pequeñas disputas que estaban teniendo lugar a solo medio metro de ellos.
Cuando me llevé mi copa de refresco a los labios mis ojos se fijaron en la camarera que me observaba desde su posición detrás de la barra. Miré a mi padre de reojo un momento y luego me levanté excusándome para ir al servicio. Noah volvió a observarme con interés, pero apenas le presté atención. Tenía una cosa importante entre manos.
Caminé con decisión hacia la barra y me senté en el taburete frente a Claudia, una camarera con la que me acostaba de vez en cuando y con cuyo primo tenía una relación algo más complicada pero a la vez beneficiosa.
Claudia me observó con una sonrisa tensa al mismo tiempo que se apoyaba en la barra y me ofrecía una visión bastante limitada de sus pechos, ya que el uniforme que le hacían llevar no dejaba ver mucho.
—Veo que ya te has buscado a otra chica para pasar el rato —me dijo refiriéndose a Noah.
Me hizo gracia.
—Es mi hermanastra —le expliqué al mismo tiempo que miraba la hora en mi reloj de pulsera. Había quedado con Anna al cabo de cuarenta minutos. Volví a fijar mis ojos en la chica morena que tenía delante y que me observaba con asombro—. No sé por qué te importa —agregué poniéndome de pie—. Dile a Ronnie que lo espero esta noche en los muelles, en la fiesta de Kyle.
Claudia tensó la mandíbula seguramente molesta por la escasa atención que estaba recibiendo. No comprendía por qué las tías esperaban una relación seria de un chico como yo. ¿Acaso no les había advertido de que no quería ningún tipo de compromiso? ¿No les quedaba lo suficientemente claro al ver que me acostaba con quien me daba la gana? ¿Por qué pensaban que podían tener algo que me hiciese cambiar?
Había dejado de acostarme con Claudia justamente por todos esos motivos y ella aún no me lo había perdonado.
—¿Vas a la fiesta? —me preguntó con un atisbo de esperanza en su mirada.
—Claro —le contesté—. Iré con Anna... ¡Ah! y una cosa —agregué ignorando su enfado antes de regresar a mi mesa—: intenta disimular mejor que me conoces, mi hermanastra ya se ha dado cuenta de que nos hemos acostado y no me gustaría que mi padre también lo supiera.
Claudia juntó los labios con fuerza y me dio la espalda sin decirme nada más.
Llegué a la mesa justo cuando traían el postre. Después de unos diez minutos en los que la conversación recaía casi totalmente en mi padre y su nueva mujer, creí que ya había cumplido suficiente con el papel de hijo por un día.
—Lo siento, pero voy a tener que irme —me disculpé mirando a mi padre, que me observó con el ceño fruncido por un momento.
—¿A casa de Miles? —dijo y asentí evitando mirar el reloj—. ¿Cómo vais con el caso?
Me esforcé por no soltar un bufido de resignación y mentí lo mejor que pude.
—Su padre nos ha dejado a cargo de todo el papeleo, supongo que de aquí a que tengamos un caso de verdad y para nosotros solos, van a tener que pasar años... —le contesté consciente de repente de que Noah me observaba fijamente y con interés.
—¿Qué estás estudiando? —me preguntó y al volverme hacia ella vi cierto desconcierto en su mirada. La había sorprendido.
—Derecho —respondí y disfruté al ver el asombro en su semblante—. ¿Te sorprende? —la interrogué arrinconándola y disfrutando de ello.
Ella cambió su actitud y me miró con altanería.
—Pues sí, la verdad —admitió sin problema—. Creía que para estudiar esa carrera había que tener algo de cerebro.
—¡Noah! —gritó su madre desde su asiento.
Aquella mocosa estaba comenzando a tocarme las narices.
Antes de que pudiera decir nada mi padre saltó.
—Vosotros dos no habéis empezado con buen pie —sentenció fulminándome con la mirada.
Tuve que contener las ganas de levantarme y salir sin dar explicaciones. Ya había tenido bastante del numerito de la familia feliz por un día; necesitaba largarme ya y dejar de fingir algún tipo de interés en toda aquella mierda.
—Lo siento, pero tengo que irme —declaré levantándome y dejando la servilleta sobre la mesa. No pensaba perder los nervios delante de mi padre.
Entonces Noah se levantó también, solo que de una manera nada elegante, y tiró de malas formas su servilleta sobre la mesa.
—Si él se va, yo también —afirmó clavando unos ojos desafiantes en su madre, que comenzó a mirar hacia ambos lados con bochorno y enfado.
—Siéntate ahora mismo —le ordenó entre dientes.
Joder, no podía perder el tiempo con esas chorradas. Tenía que irme ya.
—Yo la llevo —terminé diciendo para asombro de todos, incluida Noah.
Sus ojos me observaron con incredulidad y recelo, como si ocultara mis verdaderas intenciones. La verdadera razón era que no veía la hora de perderla de vista, y si llevándola a casa me la sacaba a ella y a mi padre de encima, pues mejor que mejor.
—Yo contigo no voy ni a la esquina —me soltó muy orgullosa, masticando cada una de las palabras.
Antes que nadie pudiera decir nada, cogí mi chaqueta y mientras me la ponía les dije a todos en general:
—No estoy para tonterías de colegio, os veo mañana.
—Nicholas, espera —me ordenó mi padre obligándome a volverme otra vez—. Noah, ve con él y descansa, nosotros iremos en un rato.
Miré fijamente a mi nueva hermana, que parecía debatirse entre compartir el espacio conmigo o permanecer más tiempo sentada a la mesa.
Ella miró a su alrededor un momento, suspiró y luego me fulminó con la mirada.
—Está bien, iré contigo.
5
NOAH
Lo último que quería en aquel momento era tener que deberle algo a aquel malcriado, pero menos aún me apetecía tener que quedarme sola con mi madre y su marido, viendo cómo ella lo miraba embobada y cómo él presumía de billetes e influencia.
Nicholas se volvió dándome la espalda y comenzó a caminar hacia la salida.
Me despedí de mi madre sin mucho entusiasmo y me apresuré a seguirlo. En cuanto llegué a su lado en la entrada del restaurante, esperé cruzada de brazos a que nos trajeran su coche.
No me sorprendió ver cómo sacaba un paquete de tabaco de la chaqueta y se encendía un cigarrillo. Lo miré mientras se lo llevaba a la boca y segundos después expulsaba el humo con lentitud y fluidez.
Yo nunca había fumado, ni siquiera lo había probado cuando a todas mis amigas les dio por hacerlo en los lavabos del instituto. No entendía qué satisfacción podían obtener las personas de inhalar humo cancerígeno que no solo dejaba un olor asqueroso en la ropa y el pelo, sino que también perjudicaba a miles de órganos del cuerpo.
Como si estuviera leyéndome la mente, Nicholas se volvió hacia mí y, con una sonrisa sarcástica, me ofreció el paquete.
—¿Quieres uno, hermanita? —me preguntó mientras volvía a llevarse el cigarro a los labios e inspiraba profundamente.
—No fumo... y yo que tú haría lo mismo, no querrás matar la única neurona que tienes —le dije dando un paso hacia delante y colocándome donde no tuviera que verlo.
Entonces sentí su cercanía detrás de mí pero no me moví, aunque sí me asusté cuando me soltó el humo de su boca cerca de mi cuello.
—Ten cuidado... o te dejo aquí tirada para que vayas a pie —me advirtió y justo entonces llegó el coche.
Lo ignoré todo lo que pude mientras caminaba hacia su coche. Su 4x4 era lo suficientemente alto como para que se me viera absolutamente todo si no subía con cuidado y mientras lo hacía me arrepentí de haberme puesto aquellos estúpidos zapatos... Toda la frustración, enfado y tristeza se habían ido agudizando a medida que la velada iba avanzando y las por lo menos cinco discusiones que ya había tenido con aquel imbécil habían conseguido que aquella noche estuviera en lo peor de lo peor de mí misma.
Me apresuré a ponerme el cinturón mientras Nicholas arrancaba el coche, colocaba su mano sobre el reposacabezas de mi asiento y se volvía para dar marcha atrás e incorporarse al camino de salida. No me sorprendió que no siguiese hacia la pequeña rotonda que había al final del camino, rotonda que justamente estaba diseñada para evitar la infracción que Nicholas estaba cometiendo.
No pude evitar emitir un sonido de insatisfacción cuando nos reincorporamos a la carretera principal. Ya fuera del Club mi hermanastro aceleró y puso el coche a más de ciento veinte ignorando deliberadamente las señales de tráfico que indicaban que por allí solo se podía ir a ochenta.
Nicholas ladeó el rostro hacia mí.
—Y ahora, ¿qué problema tienes? —me preguntó de malas maneras en un tono cansino, como si no pudiera aguantarme ni un minuto más. «Ja, pues ya somos dos.»
—No quiero morir en la carretera con un energúmeno que no sabe ni leer una señal de tráfico, ese es mi problema —le contesté elevando la voz. Estaba en mi límite: un poco más y me pondría a gritarle como una posesa. Era consciente de mi mal genio; una de las cosas que más odiaba de mí misma era mi falta de autocontrol cuando me enfadaba, ya que tendía a gritar e insultar.
—¿Qué coño te pasa? —me preguntó enfadado mirando hacia la carretera—. No has dejado de quejarte desde que he tenido la desgracia de conocerte y la verdad es que me importa una mierda cuáles sean tus problemas. Estás en mi casa, en mi ciudad y en mi coche, así que cierra la boca hasta que lleguemos —me dijo elevando el tono de voz igual que había hecho yo.
Un calor intenso me recorrió de arriba abajo cuando escuché esa orden salir de entre sus labios. Nadie me decía lo que tenía que hacer... y menos él.
—¡¿Quién eres tú para mandarme callar?! —le grité fuera de mí.
Entonces Nicholas dio un volantazo y pegó tal frenazo que si no hubiera tenido puesto el cinturón de seguridad habría salido disparada a través del parabrisas.
En cuanto pude recuperarme del susto miré hacia atrás asustada al ver que dos coches giraban con rapidez hacia la derecha para evitar chocar contra nosotros. Los bocinazos y los insultos procedentes de fuera me dejaron momentáneamente aturdida y descolocada; después, reaccioné.
—Pero ¿¡qué haces?! —chillé sorprendida y aterrorizada por que nos fuesen a atropellar.
Nicholas me miró fijamente, muy serio y, para mi desconcierto, completamente imperturbable.
—Baja del coche —dijo simplemente.
Abrí tanto la boca ante la sorpresa que seguramente resultó hasta cómico.
—No hablarás en serio... —repliqué mirándolo con incredulidad.
Me devolvió la mirada sin inmutarse.
—No lo pienso repetir —me advirtió en el mismo tono tranquilo y absolutamente perturbador que antes.
Aquello ya pasaba de castaño oscuro.
—Pues vas a tener que hacerlo porque no pienso moverme de aquí —repuse observándolo tan fríamente como él me miraba a mí.
Entonces sacó las llaves, se bajó del coche y dejó su puerta abierta. Mis ojos se abrieron como platos al ver que rodeaba la parte delantera del coche y se acercaba hacia mi puerta.
He de admitir que el tío acojonaba de verdad cuando se cabreaba y en aquel instante parecía más enfadado que nunca. Mi corazón comenzó a latir enloquecido cuando sentí aquella sensación tan conocida y enterradora en mi interior... miedo.
Abrió mi puerta de un tirón y volvió a repetir lo mismo que antes.
—Baja del coche.
Mi mente no dejaba de funcionar a mil por hora. Estaba mal de la cabeza, no podía dejarme allí tirada en medio de la carretera bordeada de árboles y completamente a oscuras.
—No pienso hacerlo —me negué y me maldije a mí misma cuando noté que me temblaba la voz. Un miedo irracional se estaba formando en la boca de mi estómago. Mis ojos recorrieron con rapidez la oscuridad que rodeaba el coche y supe que si aquel idiota me dejaba allí tirada me derrumbaría.
Entonces volvió a sorprenderme y otra vez para mal.
Se introdujo por el hueco de mi asiento, desabrochó mi cinturón y de un tirón me sacó del coche, y todo lo hizo tan rápido que ni llegué a protestar. Aquello no podía estar pasando.
—¡¿Estás mal de la cabeza?! —le grité en cuanto comenzó a alejarse de mí en dirección al asiento del conductor.
—A ver si te enteras de una vez... —me dijo por encima del hombro y al volverse vi que su semblante estaba tan frío como una estatua de hielo—. No pienso dejar que me hables como lo has hecho; yo ya tengo mis propios problemas como para tener que aguantar tus mierdas. Pide un taxi o llama a tu madre, yo me largo.
Dicho eso se metió en el coche y lo puso en marcha.
Sentí cómo me comenzaban a temblar las manos.
—¡Nicholas, no puedes dejarme aquí! —bramé al mismo tiempo que el coche se ponía en movimiento y con un rechinar de las ruedas salía pitando de donde hacía medio segundo estaba aparcado—. ¡Nicholas!
A aquel grito le siguió un profundo silencio que hizo que mi corazón comenzara a latir enloquecido.
Aún no era noche cerrada, pero no había luna. Intenté controlar mi miedo y las ganas irracionales de matar a aquel hijo de su madre que me había dejado tirada en medio de la nada en mi primer día en aquella ciudad.
Me aferré a la esperanza de que Nicholas regresara a por mí, pero a medida que iban pasando los minutos me fui preocupando más y más. Saqué mi móvil del bolso y vi que no tenía batería: el maldito cacharro se había apagado. Maldita sea. Lo único que podía hacer y que era tan horrible y peligroso como seguir allí de pie era ponerme a hacer autostop y rezar para que una persona civilizada y adulta se apiadara de mí y me llevase a casa; entonces me desquitaría con el mal nacido de mi hermanastro a gusto, porque aquello no iba a quedar así: ese gilipollas no sabía con qué estaba jugando ni con quién.
Vi cómo un coche se acercaba por la carretera, venía en dirección del Club Náutico y no pude más que rezar para que fuera el Mercedes de Will.
Me acerqué lo máximo posible pero sin peligro de ser atropellada y levanté la mano con el dedo en alto, igual que había visto hacer en las películas. Era consciente de que en ellas la mitad de las veces la chica que solicitaba que la transportaran terminaba asesinada y tirada en la cuneta; sin embargo, me obligué a dejar a un lado aquellos pequeños detalles.
El primer coche pasó de largo, el segundo me gritó una andanada de insultos, el tercero me llamó de toda las formas groseras que una pudiese imaginarse y el cuarto... el cuarto paró en el arcén a un metro de donde yo había estado haciendo dedo.
Con un repentino sentimiento de alarma me acerqué vacilante para ver quién era el loco pero muy oportuno individuo que había decidido ayudar a una chica que podría haber pasado por prostituta sin ningún problema.
Sentí cierto alivio cuando vi que quien se apeó del coche era un chico de más o menos mi edad. Gracias a las luces traseras pude ver su pelo castaño, su altura y el inconfundible pero en aquel instante tremendamente agradecido porte de niño rico y de buena familia.
—¿Estás bien? —me preguntó acercándose, al mismo tiempo que yo hacía lo propio.
En cuanto estuvimos uno frente al otro, ambos hicimos lo mismo: sus ojos recorrieron mi vestido de arriba abajo y los míos recorrieron sus vaqueros caros, su polo de marca y sus ojos amables y preocupados.
—Sí... gracias por parar —dije sintiéndome repentinamente aliviada—, un imbécil me ha dejado tirada... —le hice saber sintiéndome avergonzada e idiota por haber permitido algo semejante.
El tío abrió los ojos con sorpresa al escuchar mi declaración.
—¿Te ha dejado tirada...? ¿Aquí? —exclamó con incredulidad—. ¿En mitad de la nada y a las once de la noche?
«¿Acaso estaría bien si me hubiese dejado tirada en medio de un parque y a pleno día?», no pude evitar preguntarme con ironía sintiendo un repentino odio hacia cualquier tipo de ser vivo que contuviera el cromosoma Y.
Pero aquel chico parecía querer ayudarme. No podía ponerme quisquillosa.
—¿Te importaría llevarme a mi casa? —le pregunté evitando contestar a su pregunta—. Como habrás deducido, no veo la hora de que esta noche llegue a su fin.
El tío me miró fijamente y una sonrisa surgió en su rostro. No era feo, más bien era muy guapo, con cara de ser buena persona y querer ayudar a cualquier ser que estuviera en un aprieto. Eso o mi mente me estaba intentando vender una realidad paralela en la que todo era de color de rosa y en donde los chicos tratan a las mujeres con el respeto que se merecen sin dejarlas tiradas en la cuneta en tacones y a media noche.
—¿Qué tal si te llevo a una fiesta alucinante que hay en una de las mansiones de la playa? Así podrás agradecerme el resto de la noche lo maravilloso que ha sido que un suceso desafortunado haya hecho que tú y yo nos conociéramos esta noche —me propuso en un tono divertido.
No sé si era de histeria, de rabia contenida o por el hecho de estar deseando matar a alguien, pero solté una profunda carcajada.
—Lo siento, pero... No veo la hora de llegar a casa y dejar que este día pase... En serio, ya he tenido suficiente de esta ciudad por una noche —le contesté intentando no parecer una chiflada por la carcajada de antes.
—Está bien, pero por lo menos puedes decirme tu nombre, ¿no? —comentó divertido por una situación que no tenía absolutamente nada de divertida. Pero como he dicho antes, aquel chico era mi salvador y más me valía ser simpática con él si no quería terminar durmiendo con las ardillas.
—Me llamo Noah, Noah Morgan —me presenté tendiéndole una mano que él estrechó inmediatamente.
—Yo, Zack —se presentó a su vez con una sonrisa radiante—. ¿Vamos? —me propuso señalando su Porsche negro y reluciente.
—Gracias, Zack —le dije de corazón.
Me subí al asiento sorprendida de que me acompañara hasta la puerta y me ayudara a sentarme, igual que en las películas de antes... fue raro; raro y refrescante. Al parecer, y en contra de los datos que arrojan las estadísticas, aún no se había extinguido la caballerosidad, aunque le faltaba poco si teníamos en cuenta la existencia de sujetos como Nicholas Leister.
En cuanto se sentó en al asiento del conductor supe de antemano que él no sería como Nicholas, no sabía por qué pero Zack parecía una persona de bien, un chico educado y sensato, el típico chico que todas las madres querrían para sus hijas. Me puse el cinturón y solté un profundo suspiro de alivio al ver que al fin y al cabo las cosas no habían terminado de la peor de las maneras.
—¿Adónde? —me preguntó mientras emprendía la marcha hacia donde Nicholas había desaparecido con su coche hacía ya más de una hora.
—¿Conoces la casa de William Leister? —pregunté, sopesando que en aquel barrio todos los ricachones debían de conocerse.
Mi acompañante abrió los ojos con sorpresa.
—Sí, claro... pero ¿por qué quieres ir allí? —me contestó con asombro.
—Vivo allí —respondí sintiendo una punzada en mi pecho al decir aquellas palabras que, aunque me dolían en el alma, eran del todo ciertas.
Zack rio con incredulidad.
—¿Vives en casa de Nicholas Leister? —inquirió y no pude evitar apretar la mandíbula con fuerza al escuchar aquel nombre.
—Peor, soy su hermanastra —afirmé sintiéndome del todo asqueada teniendo que admitir cierto retorcido parentesco con aquel tarado.
Los ojos de Zack se abrieron de la sorpresa y se desviaron de la carretera para mirarme fijamente unos segundos. Al parecer no era tan buen conductor como me había imaginado.
—No hablas en serio... ¿De verdad? —me volvió a preguntar dirigiendo la mirada otra vez hacia el frente.
Solté un profundo suspiro.
—De verdad... —afirmé—. Él ha sido quien me ha dejado tirada en medio de la carretera —admití sintiéndome completamente humillada.
Zack soltó una carcajada algo ácida.
—La verdad es que te compadezco —me confesó haciéndome sentir aún peor—. Nicholas Leister es lo peor que uno puede echarse a la cara —me dijo cambiando de marcha y disminuyendo la velocidad a medida que nos íbamos acercando a la zona residencial.
—¿Lo conoces? —le pregunté intentando juntar en mi cabeza la imagen de mi caballero andante con la del delincuente.
Zack volvió a soltar una carcajada.
—Por desgracia, sí —me contestó—. Su padre le salvó el culo al mío en un lío bastante feo con Hacienda hace más de un año, es un buen abogado, y el cabrón de su hijo no ha podido dejar de restregármelo cada vez que ha tenido la ocasión. Íbamos juntos al instituto y te puedo asegurar que no existe una persona más egoísta y gilipollas que ese cabrón.
¡Joder!, al parecer no era la única miembro del Club Anti-Nicholas Leister. Me sentí mejor al descubrirlo.
—Me gustaría decirte algo bueno de él, pero ese tío tiene más mierda encima que cualquier persona que conozca; mantente apartada de él —me aconsejó mirándome de reojo.
Puse los ojos en blanco.
—Algo muy fácil teniendo en cuenta que vivimos bajo el mismo techo —comenté sintiéndome peor a cada minuto que pasaba.
—Hoy estará en esa fiesta, por si quieres ir allí y patearle el culo —me comunicó sonriéndome en broma aunque aquella información era del todo inesperada.
—¿Irá a aquella fiesta? —le pregunté sintiendo el calor de la venganza recorrerme todo el cuerpo.
Zack me miró con nuevos ojos.
—¿No estarás pensando...? —comenzó a preguntar mirándome con sorpresa y aprensión.
—Vas a llevarme a esa fiesta —afirmé más segura de lo que había estado en toda mi vida—. Y voy a patearle el culo.
Veinte minutos después nos encontrábamos junto a la playa y frente a una casa de inmensas proporciones; pero no era el tamaño lo que te dejaba boquiabierta, sino la cantidad de gente que había amontonada por sus alrededores, por los escalones de la entrada y por prácticamente todas partes.
La música ya se oía a un kilómetro de distancia y estaba tan fuerte que sentí cómo mi cerebro retumbaba en mi cabeza.
—¿Seguro que quieres hacer esto? —me dijo mi nuevo mejor amigo, Zack. Desde que le había contado mi plan no había dejado de intentar convencerme de que me echara atrás. Al parecer, mi grandísimo hermanastro era, además de un imbécil redomado, uno de los tíos que en más peleas se había metido a lo largo de los años—. Noah, no tienes ni idea de con quién te estás metiendo. Ya has visto que no le ha importado una mierda dejarte tirada... ¿Qué te hace pensar que le va a interesar lo que le tengas que decir?
Lo miré con una mano puesta en la manija de la puerta.
—Créeme... hoy va a ser la última vez que me hace algo parecido.
Dicho esto nos bajamos del coche y nos dirigimos hacia el camino de entrada a la gran casa. Era como haber entrado de lleno en una de esas fiestas que solo se ven en películas como Rompiendo las reglas o A todo gas. Era una locura. Los barriles de cerveza estaban repartidos por todo el jardín delantero y rodeados de un montón de tíos que se gritaban y se animaban a beber más y más. Las chicas iban simplemente en bañador o incluso en ropa interior.
—¿Todas las fiestas a las que asiste son así? —le pregunté poniendo cara de asco al ver cómo una pareja se enrollaba contra una de las paredes delantera de la casa, sin importarles que todo el mundo los estuviera observando. Era repugnante.
—No todas —contestó soltando una carcajada ante mi cara de horror—. Esta es mixta —afirmó dejándome descolocada.
Espera un momento... ¿mixta? ¿De qué estaba hablando?
—¿Te refieres a que haya chicos y chicas en la misma fiesta? —le dije volviendo al pasado mentalmente, cuando tenía doce años y mi madre me organizó mi primera fiesta con chicos. Un completo desastre si no recuerdo mal: los chicos nos tiraron a mí y a mis amigas a la piscina y yo y casi todas las demás acabamos formando el Club Antichicos de las Mejores Amigas para Siempre. Ridículo, lo sé, pero el caso es que tenía doce años, no diecisiete.
Zack soltó una profunda carcajada y me cogió la mano para tirar de mí.
Sus dedos eran cálidos y me sentí un poco menos inquieta al saber que lo tenía cerca. Aquella fiesta podía intimidar a cualquiera y más a una chica de pueblo como yo.
—Me refiero a que cualquiera puede asistir —puntualizó mientras nos abríamos paso por la abarrotada puerta y entrábamos al interior. La música tenía un ritmo desenfrenado y repetitivo que se te metía por los tímpanos haciendo que te doliera estar allí.
—¿A qué te refieres? —le pregunté mientras me empujaba hacia una de las salas en donde la música no te mataba al instante, más bien lo hacía lentamente; por lo menos pude hablar sin tener que dejarme las cuerdas vocales.
—Cualquiera que pague la entrada puede entrar —declaró mientras saludaba a varios chicos que había por allí. No me gustó mucho ver que sus amigos tenían tan mala pinta como todos los demás—. Con el dinero se compra todo tipo de alcohol y bueno... —dijo desviando la mirada hacia mí unos momentos— ya sabes, todo lo necesario para que una fiesta se ponga a tono —concluyó sonriendo con diversión.
«Drogas», genial. Y a mi acompañante le parecía divertido... ¡Mierda! ¿Dónde me estaba metiendo?
Miré a mi alrededor hacia las parejas que había tiradas en el sofá y a las que estaban de pie bailando al ritmo de la música y me di cuenta de que estaba lleno de gente rica con ropa muy cara y a la vez gente que podría haber salido del peor barrio de la zona. El resultado era una mezcla explosiva, sin lugar a dudas.
—Creo que esto no ha sido una buena idea —le confesé a mi acompañante, pero me percaté de que se había sentado en uno de los sofás y que ya llevaba una botella de cerveza en la mano.
—Ven, Noah —me indicó tirándome del brazo y haciéndome caer sobre su regazo—. Pasémoslo bien esta noche... no la desperdicies con ese mal nacido —me recomendó. Yo me puse tensa cuando sus dedos acariciaron mis cabellos y luego mis hombros.
Me puse de pie tan deprisa como pude.
—Estoy aquí por un motivo —le dije mirándole con mala cara. Me había equivocado con Zack, estaba claro—. Gracias por traerme. —A continuación me volví para marcharme.
No sabía muy bien qué hacer ahora que estaba allí y que le había dado la espalda al único chico que aún no estaba lo suficientemente borracho como para estampar un coche contra un árbol si le pedía que me llevara de vuelta a casa. Sin embargo, no podía dejar de imaginarme la cara de desconcierto de Nicholas cuando me viera allí, aunque quizá Zack me había mentido y era un loco borracho que solo quería llevarme al peor sitio de la historia... Aun en ese supuesto, no pensaba irme sin hacer lo que había ido a hacer.
Me dirigí hacia la cocina, en donde había menos gente, con la intención de buscar un vaso de agua bien fría. No sabía si me la bebería o me la tiraría en la cabeza para poder despertarme de aquella pesadilla. Aquel día parecía no tener fin.
En cuanto doblé por el pequeño pasillo y entré en la cocina me detuve de inmediato.
Allí estaba: sin camiseta, en vaqueros y rodeado de tías y de cuatro amigos corpulentos pero no tan altos como él.
Me quedé observándolo unos instantes.
¿Este era el mismo chico pijo con el que había estado cenando en un restaurante de lujo hacía menos de tres horas?
No pude evitar sorprenderme al verlo de aquella manera. Parecía recién salido de una peli de mafiosos. Estaban bebiendo chupitos mientras jugaban a aquel juego de insertar una bola de ping-pong en los vasos de plástico. Mi querido hermanastro estaba en racha, ya que no fallaba ninguna. Lo único bueno que se desprendía de todo ello era que no estaba tan borracho como los que perdían y debían beberse un chupito de tequila.
Nicholas tiró la última pelota pero lo hizo mal adrede. Fue tan obvio que no entendí cómo los demás no se dieron cuenta, pero todos le abuchearon riéndose a carcajadas. Cogió un chupito y se lo tragó en menos de un segundo.
Mientras uno de sus amigos tomaba el relevo, Nicholas se acercó hacia una chica morena y muy guapa que estaba sentada sobre la encimera de mármol negro. Llevaba unos pantalones cortos que dejaban al descubierto sus largas piernas bronceadas por el sol y, arriba, la parte de un biquini azul cielo.
De repente me sentí demasiado arreglada y tapada para una fiesta como aquella.
Nicholas enterró su mano en su nuca, le echó la cabeza hacia atrás y le comió la boca de la manera más asquerosa que alguien pueda imaginar, sobre todo si había gente delante.
Aquella fue mi oportunidad, así le cogería por sorpresa y apaciguaría las terribles ganas que tenía de arrancarle la cabeza a aquel idiota.
Ni siquiera se había molestado en saber si estaba bien... Yo podría seguir allí tirada que él no habría movido ni un solo dedo. Sentí rabia al haberme dejado tratar de aquella manera, y más rabia aún de encontrarme en aquel sitio de locos por su culpa, que no dudé ni un segundo en acercarme con paso firme hacia el final de la cocina, cogerle el brazo para darle la vuelta y... para mi sorpresa, en lugar de darle la bofetada que planeaba, asestarle un puñetazo en la mandíbula que seguramente hizo que se me rompieran los nudillos de la mano. Mereció la pena, sin duda, y tanto que la mereció.
Por un instante se quedó desconcertado, como si no entendiera lo que había pasado, ni quién era yo ni por qué le había pegado. Pero eso solo duró unos segundos, ya que la expresión que apareció en su rostro y su cuerpo me dejaron clavada en el lugar.
Todos los que había en la habitación formaron un corrillo a nuestro alrededor y un silencio sepulcral se adueñó de todos los presentes, ahora atentos a nosotros.
—¿Qué coño haces aquí? —inquirió con tal desconcierto y rabia contenida que temí por mí vida.
¡Joder! Si las miradas matasen, yo ya estaría muerta, sepultada y enterrada.
—¿Te sorprende que haya llegado aquí a pie? —le pregunté intentando que no me intimidara con su postura, su altura y aquellos músculos aterradores—. Eres un mierda, ¿lo sabías?
Nicholas soltó una carcajada seca y controlada.
—No tienes ni idea de en dónde te estás metiendo, Noah —masculló dando un paso hacia mí y colocándose tan cerca que pude sentir el calor que irradiaba su cuerpo—. Puede que en mi casa seamos hermanastros —prosiguió tan bajo que solo yo pude escucharlo—, pero fuera de esas cuatro paredes todo lo que ves me pertenece y no pienso aguantar ninguna de tus gilipolleces.
Clavé mis ojos en él aguantándole la mirada: no pensaba dejar que viera lo mucho que sus palabras y su comportamiento me atemorizaban. Ya había tenido violencia para toda una vida, no pensaba aguantar ni un poco más.
—Vete a la mierda —le solté, y me di la vuelta con el propósito de largarme de allí de inmediato. Una mano me cogió del brazo y tiró de mí sin dejarme dar un paso más—. Suéltame —le ordené volviendo la cabeza para que comprendiera lo muy en serio que iban mis palabras.
Él sonrió y miró a todos los que nos rodeaban.
Luego volvió a fijar sus ojos en los míos.
—¿Con quién has venido? —preguntó mirándome solo a mí.
Tragué saliva sin ninguna intención de contestarle.
—¡¿Quién te ha traído?! —me gritó, haciéndome pegar un salto. Aquello fue la gota que colmó el vaso.
—¡Suéltame, hijo de...! —comencé a gritar pero no sirvió de nada: me sujetaba tan fuerte que me hacía daño.
Entonces uno de los que estaba allí, habló.
—Yo sé quién ha sido —dijo un tío gordo y con una piel en la que no había sitio para más tatuajes—. Zack Rogers ha entrado con ella.
—Tráelo —ordenó simplemente.
Mi hermanastro se estaba comportando como un perfecto delincuente y me estaba dando miedo de verdad. De repente me arrepentí profundamente de haberle pegado, no es que no se lo mereciera pero era como si se lo hubiese hecho al mismísimo diablo.
Dos minutos después Zack apareció en la cocina y le abrieron paso para dejarle entrar en el círculo que había a nuestro alrededor. Me miraba como si le hubiera traicionado o algo parecido.
¿Qué demonios le pasaba aquella gente?
—¿Tú la has traído aquí? —le preguntó mi hermanastro con calma.
Zack vaciló unos instantes, pero finalmente asintió con la cabeza. Le mantuvo la mirada a Nicholas, pero pude ver que le temía.
Tan rápido que apenas fui consciente de que ocurría, Nicholas le propinó un puñetazo en la barriga que hizo que Zack se encorvara del dolor.
Pegué un grito de horror, temiendo por él, y sintiendo aquel dolor en el pecho que siempre aparecía cuando presenciaba algún tipo de violencia. Mi corazón se encogió y tuve que controlarme para no salir corriendo de allí.
—No vuelvas a hacerlo —le advirtió Nicholas con voz pausada y en calma.
Después se volvió hacia mí, me cogió del brazo y comenzó a llevarme hacia la salida.
No tenía fuerzas ni para protestar. Llegamos a la puerta y entonces él se detuvo. Cogió su teléfono móvil de su bolsillo, maldijo entre dientes y contestó a quienquiera que estuviera llamando.
—Espérame aquí —me ordenó con seriedad y buscó un lugar apartado del ruido de la gente y de la música. Desde donde estaba, más allá de los escalones de entrada a la casa, podía verme perfectamente, así que más me valía quedarme allí quieta.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó un tío que había por allí.
—La verdad es que no —respondí sintiéndome realmente mal. Me apoyé sobre la ventanilla sin poder evitar que ciertos recuerdos que tenía bien enterrados en el fondo de mi mente resurgieran para atormentarme justo en aquel instante—. Creo que me estoy mareando.
—Toma, bebe algo —me dijo el chico tendiéndome un vaso.
Lo cogí sin siquiera detenerme a ver lo que era. Tenía la garganta tan seca que cualquier cosa me vendría bien. Después de haberme tragado todo el contenido abrí los ojos. Vi cómo Nicholas subía los escalones furiosamente.
—¡¿Qué coño haces?! —me gritó para después arrancarme el vaso de la mano.
Fui a replicar, pero Nicholas ni siquiera me miraba a mí: se volvió furioso hacia el tío que me lo había dado y lo cogió por la camiseta hasta casi levantarlo del suelo.
—¿Qué coño le has echado? —le preguntó zarandeándolo con fuerza.
Yo miré mi vaso alarmada y con cara de horror.
«¡Mierda!»
6
NICK
«¡Mierda!»
—¿Qué coño le has echado? —le pregunté al imbécil que tenía cogido por la camiseta.
El muy idiota me miraba completamente aterrorizado.
—¡Contéstame! —le chillé maldiciendo el día en que había conocido a mi hermanastra, y también maldiciendo al gilipollas de Zack Rogers por haberla traído a una fiesta como esta.
—¡Joder, tío! —dijo con los ojos abiertos como platos—. Burundanga —admitió cuando lo estampé contra la pared.
Coño... esa era la droga que utilizaban los capullos para poder violar a una tía. Era incolora e indolora y por eso resultaba tan fácil meterla en la bebida sin que te dieras ni cuenta.
El solo hecho de pensar en lo que podría haber pasado me nubló la mente y no me pude controlar. ¿Qué clase de imbécil era capaz de hacerle eso a una chica? Cuando acabara con aquel tipo no le iban a reconocer ni con el carnet de identidad. Aquella noche iba a terminar con los puños hechos una mierda.
Le golpeé tantas veces que perdí la cuenta.
—¡Nicholas, para! —gritaba una voz a mis espaldas. Detuve el puño antes de volver a estamparlo contra la cara de aquel hijo de puta.
—Vuelve a traer esa mierda a una de mis fiestas y lo que te he hecho hoy te parecerá una caricia en comparación —le amenacé cerciorándome de que escuchaba cada una de mis palabras—. ¿Me has oído?
El muy gilipollas se fue tambaleando y sangrando lo más lejos posible de mí.
Me volví y me encontré con una Noah completamente aterrorizada.
Algo se movió en mi interior cuando vi aquella expresión en ella. Maldita sea, por muy poco que la soportara y por muchas ganas de matarla que tuviera, nadie se merecía que lo drogaran sin consentimiento. La expresión de terror en su cara demostraba que aquella noche Noah había traspasado su límite.
Me aproximé hacia ella observándola con detenimiento y procurando aminorar un poco mi cabreo. Cuando estuve lo suficientemente cerca, ella reculó unos pasos, se me quedó mirando boquiabierta, asustada y temblorosa...
—¡Joder, Noah! No voy a hacerte daño, ¿vale? —le dije sintiéndome como un delincuente cuando en realidad yo no le había hecho absolutamente nada.
Cuando la dejé tirada, supuse que simplemente llamaría a su madre y que se iría con nuestros padres a casa. No se me ocurrió que se subiría al coche del primer imbécil que parara y que vendría directamente a la fiesta menos apropiada para una chica como ella.
—¿Qué me habéis dado? —me preguntó tragando saliva y observándome como si fuese el mismísimo diablo.
Suspiré y miré hacia el techo mientras intentaba pensar con claridad. Mi padre me acababa de llamar para preguntarme dónde demonios estaba Noah. Su madre estaba preocupada, por lo que le respondí que la llamaría cuanto antes, que Noah se había venido conmigo a casa de Erik y que en esos momentos estaba mirando una película con su hermana.
Había sido una mentira del todo improvisada, pero mi padre no podía enterarse de lo que había ocurrido aquella noche, ni de dónde había estado. Ya me había salvado de suficientes situaciones difíciles como para que ahora se enterase de que todo seguía absolutamente igual. Bastante me había costado mantener mi vida privada en la sombra... No pensaba dejar que alguien como Noah lo estropease.
En menos de un día había conseguido tocarme las narices más que cualquier otra mujer que hubiera tenido el placer de conocer.
—¿Te encuentras bien? —dije ignorando su pregunta.
—Quiero matarte —me contestó y cuando bajé la mirada pude ver que sus párpados habían comenzado a pesarle. Mierda, tenía que ponerla al teléfono con su madre antes de que la situación empeorase.
—Ya bueno... mejor en otro momento —repuse cogiéndola del brazo—. Estarás bien —intenté calmarla.
En cuanto llegamos hasta mi coche, abrí la puerta del conductor y esperé a que se sentara.
Entonces saqué el móvil.
—Tienes que decirle a tu madre que estás bien y que no te espere levantada —le pedí mientras buscaba a mi padre en la agenda—. Dile que estamos viendo una película en casa de unos amigos míos.
—Que te den —me soltó echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con fuerza.
Me acerqué a ella y le cogí el rostro con una sola mano. Abrió los ojos y me miró con tanto odio que no pude evitar sentir ganas de darle una patada a algo sólido y romperlo en mil pedazos.
—Llama o esto va a ponerse feo de verdad —le exigí, pensando en cómo se pondría mi padre si se enteraba de lo que había ocurrido aquella noche. Y ni que decir tiene la madre de Noah.
—¿Qué vas a hacerme? —me dijo mirándome con las pupilas cada vez más dilatadas—. ¿Dejarme tirada para que alguien me viole? —me preguntó con segundas—. Espera... eso ya lo has hecho —agregó con ironía.
Vale, me lo merecía pero no teníamos tiempo para eso.
—Estoy marcando, más te vale decirle lo que te he dicho —le advertí al mismo tiempo que le ponía el teléfono en la oreja.
Unos segundos después se escuchó la voz de Raffaella: al otro lado de la línea.
—Noah, ¿estás bien?
Ella me miró antes de responder.
—Sí —contestó para mi gran alivio—, estamos viendo una película... llegaremos... un poco tarde —siguió diciendo mientras su mirada se desviaba hacia el techo del coche.
—Me alegro de que hayas ido, cariño, ya verás como te gustan los amigos de Nick...
Miré hacia otro lado cuando escuché aquello.
—Seguro —afirmó Noah sin volver a mirarme.
—Nos vemos mañana, cielo, te quiero.
—Y yo, adiós —se despidió, y entonces le quité el teléfono y me lo guardé en el bolsillo.
Rodeé el coche y me senté en el asiento del conductor. Esperaríamos allí a ver qué tolerancia tenía Noah a las drogas.
Me volví hacia ella.
—Tengo calor —me dijo con los ojos cerrados y, en efecto, pude ver cómo el sudor empapaba su frente y su cuello.
—Se te pasará, no te preocupes —la tranquilicé deseando que mis palabras no me traicionaran.
—¿Qué efectos tiene esta droga? —me preguntó con voz pastosa.
Dudé un momento antes de contestarle.
—Sudores... calor y frío a partes iguales... somnolencia... —le respondí deseando que esos fueran los únicos efectos que sufriera.
Si se ponía a vomitar o le entraba taquicardia iba a tener que llevarla al hospital y eso no podía acabar bien.
Sus mejillas estaban rojas y su pelo había comenzado a pegársele a la frente. Me fijé que tenía una gomilla en una de sus muñecas.
Me estiré sobre ella y se la quité. Lo mínimo que podía hacer era ayudarla a estar lo más cómoda posible.
—¿Qué haces? —me dijo y pude notar el miedo en su voz.
Respiré hondo intentando mantener mis emociones a raya. Nunca le había hecho algo así a una mujer... y ver a Noah aterrorizada por si le hacía algo parecido me sentaba como una patada en los mismísimos.
Aquella cría me había agotado en cuestión de horas.
—Ayudarte —le respondí mientras le recogía su larga melena multicolor en una cola improvisada en lo alto de la cabeza.
—Para eso tendrías que desaparecer —repuso arrastrando las palabras.
No pude evitar que aquello me hiciese gracia. Aquella chica tenía más agallas que cualquier otra que hubiese conocido. No se olía con quién se estaba metiendo, no sabía quién era, ni lo que era capaz de hacer... y, al fin y al cabo, era muy refrescante.
Me vino a la cabeza su imagen después de haberme pegado aquel puñetazo. Había sido del todo inesperado; es más, era el primer puñetazo que me daban en mucho tiempo...
Instintivamente le cogí la mano derecha y observé sus nudillos hinchados. Tenía que haberme atizado con todas sus fuerzas para que la mano le quedara así, y sentí cierta pena por ella. De repente me vi a mí mismo enseñándole a Noah a atizar un puñetazo como Dios manda.
La observé con cierta preocupación. Ahora que el cabello no le ocultaba el rostro me pude fijar en ciertos rasgos que no había podido apreciar aún. Tenía un bonito cuello y unos pómulos altos moteados por miles de pecas. Aquello me hizo sonreír por algún motivo inexplicable. Sus pestañas eran largas y creaban una sombra oscura sobre sus mejillas, pero lo que me llamó la atención y me hizo fijarme con más atención fue el pequeño tatuaje que tenía justo debajo de su oreja izquierda, en lo alto de su cuello.
Era un nudo del ocho...
Instintivamente mi mirada se dirigió hacia mi brazo, donde me había tatuado ese mismo nudo hacía ya tres años y medio. Era un nudo perfecto, uno de los que más resistencia tenían y por eso mismo había decidido tatuármelo. Significaba que si las cosas se entrelazaban bien, con cabeza, el resultado podía ser indestructible. No entendía cómo podía haberse tatuado aquel nudo, ni cualquier cosa en realidad, no pegaba con la imagen que había creado de ella en mi mente.
Con un dedo y con cuidado acaricié aquel tatuaje minúsculo en comparación con el mío y sentí cómo la piel se nos ponía a ambos de gallina. Noah se movió inquieta en su inconsciencia y yo sentí algo en la boca de mi estómago, algo extraño y molesto.
Me volví hacia el volante y puse el coche en marcha, no sin antes ponerle el cinturón de seguridad. Mis ojos volvieron a posarse en su tatuaje por unos segundos. Respiré profundamente y me centré en la carretera. Por suerte no me había dado tiempo a beber más que un chupito y una cerveza, así que conduje con tranquilidad hasta mi casa.
Como siempre las luces de fuera estaban encendidas. Ya eran pasadas las dos de la madrugada y recé para que nuestros padres estuvieran en la cama. Noah estaba totalmente fuera de juego y no podía permitirme que mi padre nos descubriera.
Detuve el coche en mi plaza y me bajé intentando no hacer ruido. Con cuidado le quité el cinturón y la cogí en brazos. Estaba ardiendo, y me preocupó que la fiebre le subiera lo suficiente como para tener que alarmarme de verdad.
—¿Dónde estamos? —me preguntó tan bajo que apenas la oí.
—En casa —le contesté para tranquilizarla al mismo tiempo que maniobraba para poder abrir la puerta con ella en brazos.
Dentro reinaba la oscuridad, a excepción de la luz proyectada por una pequeña lámpara que había encendida en una de las mesitas de la sala. Desde que Raffaella se había mudado a casa, siempre tenía la manía de dejar una de esas dos luces encendida por la noche.
Me dirigí hacia las escaleras con Noah entre mis brazos y suspiré con alivio al llegar hasta su habitación. Dentro estaba todo completamente a oscuras. Los brazos de ella se tensaron en mi cuello y me sujetaron con más fuerza.
Me extrañó que siguiera consciente y me acerqué deprisa hasta su cama para poderla dejar y que estuviese más cómoda.
—No... —dijo con voz asustada.
—Tranquila —le dije a mi vez, asombrado de la fuerza con que se sujetaba a mí.
—No me dejes sola... tengo miedo —me pidió y pude notar pánico en su voz. Me extrañó su petición, ya que estaba seguro de que el causante de su miedo era yo; por eso no tenía lógica que quisiera quedarse conmigo.
—Noah, estás en tu habitación... —le comenté sentándome en su cama con ella en mi regazo.
Aquello era tan raro...
Entonces abrió los ojos y me miró aterrorizada.
—La luz... —me dijo con voz pastosa como si le estuviera costando la misma vida pronunciar aquellas palabras.
La miré extrañada... no había ninguna luz encendida.
—Enciéndela —casi me rogó.
La observé unos segundos y pude ver que no estaba asustada por que yo estuviera con ella en su habitación, ni por la droga ni porque apenas pudiera moverse... Estaba asustada por la oscuridad.
—¿Le tienes miedo a la oscuridad? —le pregunté al mismo tiempo que me inclinaba con ella aún encima de mí y encendía su lámpara de noche.
Su cuerpo se relajó al instante.
Fruncí el ceño preguntándome por qué esa chica parecía ser tan complicada. Me incorporé y la coloqué sobre las almohadas.
La observé unos instantes cerciorándome de que respiraba con normalidad. Así era y agradecí que Noah fuera una chica fuerte.
—Lárgate de mi habitación —me ordenó entonces y eso fue exactamente lo que hice.
Creo que fue lo más sensato que hice en toda la noche.
7
NOAH
Cuando abrí los ojos aquella mañana me sentía realmente mal. Por primera vez en mi vida me molestaba la luz. Me dolía la cabeza una barbaridad y me sentía muy extraña. Era raro de explicar, pero era consciente de cada movimiento, de cada sensación que estaba teniendo lugar dentro de mi organismo y era tan incómodo como molesto y perturbador. Sentía la garganta seca, como si no hubiera bebido ningún líquido en más de una semana.
Con dificultad me acerqué a mi baño y me observé en el espejo.
¡Dios mío, qué horror!
Entonces lo recordé.
Sentí cómo todo mi cuerpo temblaba de pies a cabeza.
Me miré en el espejo, tenía los ojos hinchados y el pelo revuelto recogido en una cola mal hecha. Me sorprendió porque no recordaba haberme recogido el pelo. Me quité el vestido, me lavé los dientes para no sentir aquel regusto amargo en la boca y me puse mi pantalón corto de pijama y mi camiseta agujereada preferida.
Los recuerdos se instalaban en mi mente como fotografías que se pasan demasiado rápido. Solo podía pensar en una cosa: la droga... me habían drogado, había ingerido drogas, había subido al coche de un desconocido, me había metido en una fiesta de matones... y todo por culpa de una sola persona.
Salí de la habitación dando un portazo y crucé el pasillo hasta la habitación de Nicholas.
Abrí sin molestarme en llamar y me encontré con una cueva de osos, si es que se la podía comparar con eso. Había una persona bajo la manta de aquella inmensa cama de color oscuro.
Me acerqué hasta ella y zarandeé al que dormía allí tan pancho como si nada hubiera pasado, como si no me hubiesen drogado por su culpa.
—Joder... —masculló él con voz pastosa sin abrir los ojos.
Observé su pelo revuelto que se camuflaba en las sábanas negras de raso y tiré con fuerza del edredón destapándolo por completo y sin importarme en absoluto.
Por lo menos no estaba desnudo, pero llevaba unos bóxers blancos que me dejaron un poco descolocada por unos instantes.
Dormía boca abajo, por lo que tuve una panorámica perfecta de su ancha espalda, sus largas piernas y todo hay que decirlo, de su espléndido trasero.
Me obligué a mí misma a centrarme en lo importante.
—¿Qué pasó anoche? —casi le grité mientras lo zarandeaba por el brazo para que se despertara.
Él gruñó, molesto, y me cogió la mano para que me detuviera, todo esto aún con los ojos cerrados.
De un movimiento me tiró sobre su cama.
Caí sentada junto a él e intenté soltarme, cosa que no me permitió.
—Ni drogada te estás callada, joder... —repitió la expresión malsonante y, por fin, abrió los ojos para mirarme.
Dos iris azules se clavaron en mis ojos.
—¿Qué quieres? —me preguntó soltándome la muñeca e incorporándose en la cama.
Me puse de pie de inmediato.
—¿Qué me hiciste anoche cuando me tenías drogada? —inquirí, temiendo lo peor.
Madre mía... si me había hecho algo...
Nicholas entornó los ojos y me miró cabreado.
—De todo —me contestó haciendo que se me fuera todo el color del rostro.
Y entonces se echó a reír y yo le di un golpe en el pecho.
—¡Imbécil! —lo insulté notando cómo la sangre subía a mis mejillas por la rabia.
Nicholas me ignoró y se puso de pie.
Entonces alguien entró en la habitación; un ser peludo y tan oscuro como su dueño y aquella maldita habitación.
—Eh, Thor, ¿tienes hambre? —le preguntó este mirándome con una sonrisa divertida—. Tengo aquí un regalito muy apetecible para ti...
—Me largo —le solté emprendiendo la marcha hacia la puerta. No quería volver a ver a aquel idiota, nunca más, y el hecho de saber que eso era imposible me puso de peor humor aún.
Nicholas me interceptó en mitad de la habitación. Casi me di de bruces contra su pecho desnudo.
Sus ojos buscaron los míos y le mantuve la mirada con desconfianza y también desafío.
—Siento lo que pasó anoche —se disculpó y por unos segundos milagrosos creí que me estaba pidiendo perdón; qué equivocada estaba—, pero no puedes decir absolutamente nada, o se me puede caer el pelo —continuó y supe entonces que lo único que le importaba era salvar su culo, al mío podían darle por saco.
Solté una risa irónica.
—Dijo el futuro abogado —comenté con sarcasmo.
—Mantén la boca cerrada —me advirtió ignorando mi comentario.
—¿O qué? —le contesté desafiándolo.
Sus ojos recorrieron mi rostro, mi cuello y se detuvieron en mi oreja derecha. Un dedo suyo rozó un punto muy importante para mí.
—O este nudo puede que no sea lo suficientemente fuerte para ti —susurró y di un paso hacia atrás. ¿Qué sabía él sobre ser fuerte o sobre mi tatuaje?
—Ignórame y yo haré lo mismo... así soportaremos los poquísimos momentos en los que vamos a tener que estar juntos. ¿De acuerdo? —le propuse rodeándolo y apartándome de él.
Thor me observó meneando la cola.
Por lo menos el perro había dejado de odiarme, me dije como consuelo cuando salí de aquella habitación.
Lo primero que hice después de salir de allí fue irme directamente a mi dormitorio. No me gustaba no poder recordar nada de lo que había pasado. Que Nicholas pudiese haber visto algo en mí que yo nunca hubiese querido enseñarle era lo que me hacía odiarle tanto en ese momento. No comprendía cómo en tan poco tiempo había podido formar en mi interior un rechazo tan grande hacia él, pero si lo pensaba no era de extrañar puesto que Nicholas Leister representaba absolutamente todo lo que yo odiaba en una persona: era violento, peligroso, abusón, mentiroso, amenazador... todos los rasgos que me hacían salir corriendo en la dirección opuesta.
Me fijé en que mi bolso estaba tirado de cualquier manera sobre mi cama. Cogí mi móvil de dentro y lo enchufé al cargador mientras lo encendía nerviosa. Mierda, Dan iba a matarme, le prometí llamarle por la noche, estaría subiéndose por las paredes. ¡Maldito Nicholas Leister! ¡Todo era por su culpa!
Cuando me metí en el chat, me di cuenta de que no tenía ningún mensaje, tampoco ninguna llamada perdida. Eso sí que era extraño...
Fuera hacía un día precioso, el mejor para ir a la playa o nadar por primera vez en aquella piscina tan impresionante. Con un poco de mejor humor me propuse tomar el sol con tranquilidad, leer un buen libro e intentar olvidarme de lo que había pasado o, peor, podría haber llegado a pasar. Con aquellos pensamientos en mente me dirigí a mi impresionante y demasiado ostentoso armario. En un cajón encontré una tonelada de trajes de baño y no me detuve hasta dar con un bañador de cuerpo entero.
Miré mi cuerpo desnudo en el espejo y observé con atención aquella parte de la que me sentía totalmente acomplejada. Opté por no darle demasiada importancia. Al fin y al cabo, estaba en mi casa.
Con un vestido de playa y una toalla color lila, salí de mi habitación lista para afrontar mi primer desayuno en aquella casa.
Me resultaba muy raro caminar por allí, me sentía como cuando de pequeña me dejaban quedarme a dormir en casa de mis amigas y de noche me entraban ganas de ir al lavabo y no iba por miedo a encontrarme con algún familiar.
Cuando llegué me encontré con mi madre, envuelta en una bata blanca de seda y en zapatillas junto a un trajeado Will, listo para salir a trabajar.
—Buenos días, Noah —me saludó al verme primero—. ¿Has dormido bien?
«Mejor que nunca teniendo en cuenta que estaba inconsciente y con un dolor de cabeza de mil demonios.»
—No ha sido mi mejor noche —le contesté cortante.
Mi madre se acercó para darme un beso en la mejilla.
—¿Te lo pasaste bien con Nick y sus amigos? —me preguntó esperanzada.
«Ay, mamá, qué equivocada estás... no sabes quién es tu nuevo hijastro.»
—Hablando de Roma... —dijo William tras mi espalda, al tiempo que se levantaba de la mesa y entraba Nick.
—¿Qué hay, familia? —habló en tono seco. Se dirigió a la nevera.
—¿Qué tal lo pasasteis anoche? —preguntó mi madre mirándole contenta—. ¿Qué tal la película? —agregó mirándome a mí.
«¿Película?»
—¿Qué...? —comencé a preguntar al mismo tiempo que Nick cerraba la nevera de un portazo y se volvía hacia mí con sus ojos de hielo.
—La película estuvo genial, ¿verdad, Noah? —me preguntó observándome significativamente.
En aquel momento me di cuenta de que podía fastidiarle pero bien. Si decía la verdad, quién sabe lo que su padre le diría, sin contar en la de problemas que se metería si yo decidía denunciarle a la policía por beber alcohol y ofrecérselo a una menor, o sea yo, por dejar que me drogaran y, por supuesto, por haberme dejado tirada en medio de la carretera.
Disfruté a más no poder mientras le daba a entender con la mirada que no tenía ni la menor idea de lo que estábamos hablando.
—No recuerdo bien... —respondí disfrutando al ver cómo se ponía tenso—. ¿Era Durmiendo con el enemigo o Traffic? —le pregunté sabiendo que iba a disfrutar al verlo en aquella situación, pero para mi sorpresa y disgusto soltó una carcajada.
Mi sonrisa se esfumó de mi rostro.
—Más bien fue Crueles intenciones —me contestó él y me sorprendió que lo dijera porque era una de mis películas preferidas. Irónico si se tenía en cuenta que los dos protagonistas eran hermanastros y se odiaban a muerte...
Lo fulminé con la mirada mientras mi madre, desconfiada, preguntaba:
—¿De qué estáis hablando?
—De nada —respondimos al unísono y eso me molestó aún más.
Me acerqué a la nevera, donde él se encontraba apoyado con los brazos cruzados en posición intimidante, mientras mi madre nos ignoraba y se despedía de su nuevo marido.
Por un momento nos quedamos mirándonos: yo desafiándole con la mirada, él como si estuviera pasando uno de los mejores momentos de su vida.
—¿Te apartas o no? —le dije con intención de que me dejase abrir la nevera.
Él levantó las cejas con diversión.
—Mira, Pecas, creo que tú y yo tenemos que aclarar varias cosas si vamos a tener que convivir bajo este mismo techo —afirmó sin apartarse.
Yo lo observé con frialdad.
—¿Qué tal, cuando tú entras yo salgo, cuando te vea te ignoro y cuando hables hago como si no te escucho? —le propuse con una sonrisita irónica, maldiciendo el momento en el que le conocí.
—Mi mente se ha quedado en lo de cuando yo entro tú sales... —comentó en un tono pervertido y sonriendo al ver que me sonrojaba.
Maldita sea.
—Eres asqueroso —le solté al tiempo que intentaba apartarle para que me dejara abrir la nevera.
Por fin lo hizo y yo pude coger mi zumo de naranja.
Mi madre se había ido con una taza de café con leche en una mano y el periódico en la otra. Sabía lo que pretendía: quería que me llevara bien con Nicholas, que nos hiciésemos amigos y que por obra de un milagro divino, lo quisiera como si fuese el hermano mayor que nunca había tenido.
Ridículo.
Le observé al mismo tiempo que me sentaba en los bancos que había junto a la isla y me echaba zumo en un vaso de cristal. Nicholas llevaba unos pantalones de deporte y una sencilla camiseta de tirantes. Sus brazos estaban bien formados, y después de haber presenciado los puñetazos que había dado a dos chicos en menos de diez minutos, sabía que tenía que mantenerme alejada de ellos... quién sabía lo que era capaz de hacer.
Entonces se volvió con su café en la mano y lo vi: el tatuaje... tenía el mismo tatuaje que yo en el cuello... el mismo nudo, el mismo símbolo que significaba tantas cosas para mí... Ese energúmeno tenía un nudo idéntico tatuado en su brazo.
Me quedé observándolo con atención y con un pinchazo en el pecho, mientras él se acercaba y tomaba asiento frente a mí. Sus ojos me observaron unos instantes hasta que se dio cuenta de lo que mis ojos miraban con tanta fijeza.
Dejó la taza en la mesa y se inclinó con los antebrazos apoyados sobre la superficie.
—A mí también me sorprendió —admitió dándole un trago a su café. Su mirada se posó en mi rostro para luego descender hasta mi cuello.
Me sentí incómoda y expuesta.
—Al final resulta que tenemos algo en común —declaró con frialdad. Al parecer a él también le molestaba que compartiéramos tatuaje.
Me puse de pie; tiré de la goma del pelo y mi melena cayó en cascada, tapando mi cuello y mi tatuaje. Acto seguido, me marché de la cocina.
Había algo en lo último que había dicho que me había trastocado por dentro... como si de alguna manera supiera los motivos por los que llevaba aquel tatuaje y los comprendiera...
Salí hacia el jardín trasero. Era increíble cómo se veía el mar desde allí y cómo la brisa marina te envolvía con su olor y su calidez. No podía negar que me gustaba mucho disfrutar de aquellas vistas y tener el mar tan cerca ahora que viviría allí.
Me acerqué a las tumbonas de madera que había junto a la impresionante piscina. Esta era rectangular, con una cascada en la esquina que le daba al jardín un toque salvaje a la vez que elegante. Junto al acantilado que había a la izquierda del jardín había un jacuzzi colocado estratégicamente entre unas piedras enormes para poder disfrutar del espléndido paisaje.
Decidida a disfrutar de aquello, me quité el vestido cerciorándome antes de que no hubiera nadie a mi alrededor y me recosté en una de las tumbonas con la intención de tomar el sol para conseguir ponerme morena en menos de una semana. Tenía que aprovechar las pocas semanas de vacaciones que me quedaban, dado que al cabo de un mes empezaría las clases en mi nuevo y extremadamente caro instituto de niños pijos. Cogí mi teléfono y miré si tenía alguna llamada perdida de mis amigas o, lo que para mí era más importante, de mi novio Dan.
Ninguna.
Sentí un pinchacito en el pecho pero no me di oportunidad de agobiarme. Ya me llamaría, estaba segura... Cuando le conté que debía marcharme se puso como una moto. Llevábamos saliendo nueve meses, y había sido mi primer novio oficial. Lo quería, sabía que lo quería porque nunca me había juzgado, porque siempre había estado a mi lado cuando lo necesitaba... y, además, estaba para comérselo. Cuando habíamos empezado a salir no cabía en mí de gozo: era la adolescente más feliz del planeta... y ahora había tenido que marcharme a otro país.
Abrí el chat y le dejé un mensaje:
Ya estoy aquí y te echo de menos, ojalá estuviera contigo, llámame cuando lo leas.
Miré el mensaje y me fijé en que no se conectaba al chat hacía media hora. Con un suspiro dejé mi móvil sobre la tumbona y me acerqué a la piscina.
El agua estaba a una temperatura perfecta, por lo que me estiré, levanté las manos y salté de cabeza. Fue liberador, refrescante y divertido, todo al mismo tiempo. Comencé a nadar disfrutando de poder liberar todas mis tensiones con el ejercicio.
Unos quince minutos después salí del agua y me recosté en la tumbona, esperando a que el sol hiciera su efecto. Cogí el teléfono para ver si me había contestado y al fijarme vi que Dan estaba conectado, pero que aún no me había escrito, lo que me hizo fruncir el ceño.
En ese preciso instante, me llegó un mensaje de mi amiga Beth, cotilla como siempre:
Hola, guapa, ¿qué haces? Cuéntame cosas
Sonreí y le contesté con un poco de nostalgia.
Pues mi hermanastro es peor de lo que imaginaba pero intento hacerme a la idea de que ahora tendré que convivir con él. No sabes lo que desearía estar ahora con vosotros, ¡os echo de menos!
Le escribí sintiendo un nudo en el estómago. Beth y yo estábamos en el mismo equipo de vóley; yo había sido la capitana los últimos dos años y ahora que me había ido el puesto se lo había quedado ella. Me alegré al ver lo contenta que se ponía: por lo menos se podía sacar algo bueno de mi marcha... aunque nunca me había mencionado que ansiara ser capitana del equipo.
¡Seguro que exageras! Disfruta de tu nueva vida de millonaria; como te he dicho siempre: ¡tu madre sí que sabe dar un braguetazo! Jajaja
Odiaba ese comentario. Ya me lo había dicho más de una vez y no soportaba que la gente pensara que mi madre se había casado por dinero. Ella no era así, todo lo contrario: le gustaban las cosas sencillas como a mí, y si se había casado con Will era porque de verdad estaba enamorada de él.
Decidí no decirle nada al respecto, sobre todo porque no quería discutir y menos a tantos kilómetros de distancia.
Entonces me mandó una foto.
Eran ella y Dan con los brazos entrecruzados y las caras sonrojadas. Mi novio era rubio y de ojos marrones: un espectáculo para la vista. Me dolió verlo tan contento. Hacía menos de cuarenta y ocho horas que me había marchado... podría haber estado un poco más triste, ¿no? No pude evitar preguntarle:
¿Estás con él ahora?
La respuesta tardó más de la cuenta en llegarme y volvía a sentir aquel pinchazo de alarma en mi cabeza.
Sí, estamos en casa de Rose. Ahora le digo que te hable.
¿Desde cuándo Beth le decía a mi novio que me contestara el teléfono?
Al minuto me llegó un mensaje de Dan con una carita de esas sonrientes.
Hey, guapa, ¿ya me echas de menos?
¡Pues claro! Me hubiese gustado gritarle, pero me contuve y le contesté sintiendo cómo mi humor decaía por momentos.
¿Acaso tú no?
Tardó unos segundos en responderme. Odiaba que tardara tanto.
¡Claro que sí! Esto no es lo mismo sin ti, nena, pero ahora mismo tengo que irme, te llamo luego ¿vale? Te quiero.
Miles de mariposas revolotearon en mi estómago cuando me dijo aquello. Me despedí de él y dejé mi teléfono a un lado.
No veía la hora de poder hablar con él, de escuchar su voz... Madre mía, no tenía ni la menor idea de cómo iba a hacer para no echarle de menos cada minuto del día.
Entonces escuché voces que se aproximaban al jardín. Me volví deprisa, cogí mi vestido y me lo puse por la cabeza.
Nick apareció con otros tres chicos.
Mierda.
Eran los mismos que había visto el día anterior en la fiesta. Uno era casi tan alto como él, moreno por el sol, con el pelo rubio como el oro y los ojos azules; el otro era más bajo, aunque solo en comparación con Nick y sus otros dos amigos, y no me extrañó ver que tenía un ojo morado; haber visto a Nick en acción hizo que no me sorprendiera que sus amiguitos fueran igual de violentos y de gilipollas; el último fue el que captó mi atención, más que nada porque fue el primero en venir directo hacia mí. Tenía el pelo marrón oscuro y unos ojos tan negros como la noche. Intimidaba, y mucho; sobre todo por el montón de tatuajes que tenía en los brazos.
—Hey, guapa... ¿eres tú la nueva fantasía erótica que todos tenemos en nuestras cabezas? —me preguntó echándose en la tumbona que había a mi lado.
Nicholas se recostó en la otra con una sonrisa en los labios.
—¿Perdona? —repuse incorporándome y mirándole fijamente.
Él soltó una carcajada y luego miró a Nick.
—Tenías razón, los tiene bien puestos —convino mirándome de forma que me hizo sentir incómoda.
Lo miré con asco. Mientras tanto sus otros dos amigos se tiraron a la piscina con tal ímpetu que el agua que salpicó me alcanzó de lleno. El vestido se me pegó al cuerpo.
—¡Tened cuidado, cabrones! —les gritó Nicholas quitándome la toalla que yo tenía a mi lado y usándola para secarse.
A mi otro lado el macarra número tres soltó una carcajada.
—A mí no me molesta —dijo con voz extraña y me volví para observarlo—. Estás muy buena para tener solo quince años —comentó mirándome fijamente las tetas, que se marcaban ahora que el vestido se me había adherido al cuerpo.
—Tengo diecisiete, y como me sigas mirando así te van a doler unas partes muy valiosas de tu anatomía —lo amenacé al tiempo que me despegaba el vestido.
En ese preciso instante Nicholas me tiró la toalla que me había robado, con la que rápidamente me cubrí.
—Déjala, tío —le pidió este en tono serio—, o, si no, voy a tener que tirarla al agua para callarla, y aquí estoy muy a gusto.
Solté una risa irónica.
—¿Que tú qué, perdona? —le espeté volviéndome hacia él. Estaba en bañador y tuve otra vez una vista en primer plano de su pecho desnudo y de su tatuaje.
Se quitó sus gafas Ray Ban y sus ojos azules me observaron con detenimiento. Se veían de un impresionante azul cielo bajo la luz del sol y me distraje unos segundos.
—No creerás que me he olvidado del puñetazo que me diste anoche, ¿verdad? —me dijo inclinándose hacia mí. Mis ojos se desviaron hacia mis nudillos, que aún estaban lastimados por el golpe que le había propinado. En cambio, su mandíbula no estaba ni siquiera un poco roja.
—¿Me estás amenazando? —le pregunté desafiándolo con la mirada. Aquel tío iba a poder conmigo.
A mi otro lado escuché otra carcajada.
—Me encanta esta chica, Nick, tiene que salir con nosotros más veces —comentó el tatuado al mismo tiempo que se levantaba y se tiraba de cabeza al agua.
—Mira, Pecas, no puedes hablarme como a ti te dé la gana —me advirtió sentándose e inclinándose hacia mí—. ¿Ves a esos chicos de allí? —prosiguió, señalando hacia la piscina sin esperar a que le contestara—. Me respetan y ¿sabes por qué? Porque saben que les podría partir las piernas en menos de lo que canta un gallo, así que ten cuidado con cómo te diriges a mí, mantente apartada de mi mundo y todo saldrá bien.
Lo escuché en silencio al mismo tiempo que planeaba la forma de plantarle cara.
—Es gracioso que seas tú el que me amenaza cuando la que podría chivarse a tu padre soy yo, ¿no te parece?
Nick apretó la mandíbula con fuerza y yo sonreí con suficiencia.
Noah uno, Nick cero.
—No quieras jugar a ese juego conmigo, Noah, créeme.
Ignorando lo mucho que me afectaba notar su mirada fija en mi rostro, me incliné para coger un poco de protección solar. Necesitaba tener las manos ocupadas.
—Entonces deja de esperar que te trate con un respeto que estás a años luz de merecerte —repuse muy seria—. ¿No quieres que cuente nada de lo que vi anoche? Pues entonces ahórrate tus comentarios y dile a tus amiguitos que me dejen en paz.
Antes de que pudiese contestarme, uno de los macarras salió de la piscina y se sentó junto a mí. Gotitas de agua provenientes de su cuerpo saltaron en mi dirección y me aparté molesta.
—¿Quieres que te ayude con eso? Puedo ponerte la crema por la espalda, guapa.
Miré a Nick fijamente.
—Lárgate, Hugo... mi hermanita y yo estamos teniendo una conversación muy interesante —le ordenó sin apartar sus ojos de los míos.
Hugo se puso de pie sin que se lo tuviesen que repetir dos veces. Bien.
—¿Nos vemos esta noche? —preguntó antes de largarse. Nick asintió en silencio—. Las apuestas son altas, tío, tenemos que ganar estas carreras como sea.
Nicholas lo fulminó con la mirada y su respuesta captó mi interés.
¿Acababa de escuchar la palabra «carreras»?
—He dicho que te largues.
Hugo frunció el ceño, volvió a fijarse en mí y entonces pareció caer en la cuenta de que se acababa de ir de la lengua.
Cuando se fue con el resto de sus amigos, giré sobre mí misma y encaré a mi hermanastro.
—¿Carreras?
Nick volvió a colocarse las gafas y se recostó con la cabeza en dirección al sol.
—No preguntes algo de lo que no quieres saber la respuesta.
Me mordí el labio intrigada, pero tampoco iba a insistir. Los líos en los que Nicholas Leister estuviese metido no podían importarme menos...
O eso creía.
Por la tarde aproveché para pasar un tiempo con mi madre. Esa noche era la gala de la empresa de William y mi madre me había dicho que debíamos asistir todos en familia. No es que me hiciese especial ilusión, pero sabía que de esa no iba a poder librarme: William llevaba trabajando meses en este evento y se esperaba que estuviésemos allí.
Me encontraba sentada en un sofá que había dentro de su propio vestidor. La habitación nueva de mi madre era aún más impresionante que la mía. Decorada en tonos crema y con una cama de matrimonio inmensa era tan imponente como una suite de un hotel de lujo y tenía dos vestidores en vez de uno. Nunca había llegado a creer que un hombre pudiese necesitar un vestuario para él solo, pero al ver los cientos de camisas, trajes y corbatas que había en el vestidor de William, me di por enterada.
Aquella noche sería muy importante para mi madre; obviamente, todos los amigos cercanos y los importantes magnates de la industria y del mundo de las leyes iban a estar allí y no todos habían tenido el honor de conocer a mi madre en persona. Estaba tan nerviosa que era gracioso verla.
—Mamá, vas a estar espectacular te pongas lo que te pongas. ¿Por qué no dejas de agobiarte?
Ella se volvió y me miró con una sonrisa radiante. Me quedé sin respiración al verla tan feliz.
—Gracias, Noah —dijo levantando un vestido blanco y verde para que lo pudiera ver—. Entonces, ¿este? —me preguntó por octava vez.
Asentí al mismo tiempo que volvía a pensar en aquella noche. Si Nicholas planeaba volver a largarse para meterse en algún problema, eso me dejaba a mí libertad de escabullirme igual que él... o eso, al menos, me decía para consolarme.
—Tu vestido también es una maravilla —afirmó mi madre y volví a ver aquella prenda en mi cabeza—. Por favor, no me pongas esa cara: no te vas a morir por arreglarte un poquito de más —agregó al ver que yo apenas sonreía.
—Lo siento —me disculpé con voz seria; últimamente mi humor era como una auténtica montaña rusa—. Pero ir a cenar y acudir a galas no es algo que me apetezca hacer en este momento.
—Será divertido, lo prometo —me aseguró intentando que me animara.
Pensé en Dan... en lo mucho que le hubiese gustado verme con el vestido que llevaría esa noche... ¿De qué servía ponerme guapa si nadie que me importara iba a fijarse en mí?
—Seguro que sí... —respondí tragándome mi malestar—. Supongo que debería empezar a arreglarme.
Mi madre dejó lo que estaba haciendo y vino hacia mí.
—Gracias por hacer esto por mí, hija, significa muchísimo.
Asentí intentando sonreír.
—De nada —contesté dejando que me estrechara entre sus brazos. Me di cuenta de lo mucho que había necesitado ese contacto y más después de todo lo que había ocurrido la noche anterior. Me aferré a mi madre con fuerza y dejé que por unos instantes me hiciese sentir igual que cuando era pequeña.
8
NICK
Iba a tener que tener mucho cuidado con Noah. La noche anterior las cosas podrían haber acabado muy mal, si mi padre llegaba a descubrir lo que había estado haciendo... Me preocupaba no saber cómo seguir manteniendo mi vida oculta ahora que ya no solo éramos dos personas viviendo en esa casa. Yo no dejaba que mis dos mundos se mezclaran, era muy cuidadoso con eso, más me valía.
Como siempre en esas fechas se hacían las carreras ilegales en el desierto y ese día después de la fiesta debía estar ahí. Era una locura: música rock, drogas, coches caros y carreras hasta que salía el sol o venía la policía, aunque casi nunca se entrometían, ya que las hacíamos en tierra de nadie. Las chicas se volvían locas, la bebida estaba en manos de todos y la adrenalina era el ingrediente perfecto para vivir la mejor noche de toda tu vida... Siempre que no fueras el contrincante, claro.
La banda de Ronnie siempre competía contra nosotros; el que ganaba se quedaba con el coche del perdedor, aparte del dineral que se jugaba en las apuestas. Eran peligrosos, yo lo sabía de primera mano y por ese mismo motivo todos confiaban en mí cuando se encontraba cerca. Ronnie y yo teníamos un trato amistoso que podía romperse tan fácilmente como quien rompe un papel y aquella noche tenía que estar tan alerta como me fuera posible, además de ganar las carreras como fuera.
Necesitaba asegurarme de que Noah no iba a irse de la lengua, y por eso me paré ante su puerta antes de que fuese la hora de salir hacia el hotel en donde se celebraría la fiesta.
Después de llamar tres veces y de esperar casi un minuto apareció frente a mí.
—¿Qué quieres? —me preguntó de malas formas.
La rodeé y entré en su habitación. Antes de que mi padre se casara con su madre aquella habitación me había pertenecido.
—Esto era mi gimnasio, ¿sabías? —le dije dándole la espalda y acercándome a su cama.
—Qué pena... el niño rico se queda sin sus máquinas —comentó burlándose; entonces me volví para encararla.
La observé detenidamente, en un principio para fastidiarla a medida que recorría sus curvas con mis ojos pero después no pude más que admirar su cuerpo. Mis amigos tenían razón, estaba como el queso, y no sabía si eso era bueno o malo, teniendo en cuenta mi situación.
Llevaba un peinado de lo más elaborado: un moño recogido en lo alto de la cabeza con rizos que le enmarcaban el rostro de forma elegante y desenfadada. Lo que más me sorprendió, además del vestido azul claro que le llegaba hasta los pies y no dejaba mucho a la imaginación, fue lo maquillada que estaba: su piel parecía de alabastro y sus ojos, dos pozos sin fondo. Aunque no me solían gustar las chicas tan maquilladas, tuve que reconocer que sus pestañas parecían tan largas que me dieron ganas de acariciarlas con uno de mis dedos, y su boca... Ese color rojo carmín sería la perdición de cualquier hombre cuerdo.
Intenté controlar aquel deseo inesperado que me recorrió entero y le solté el primer comentario hiriente que fui capaz de imaginar.
—Estás pintada como una puerta —le dije y supe que le había molestado. Sus ojos echaron chispas y se sonrojó.
—Bueno, pues así vas a tener un motivo más para no tener que dirigirte a mí —me dijo dándome la espalda y cogiendo un collar de su mesilla de noche. Pude ver su espalda casi desnuda y la seda del vestido caer como si de agua se tratase.
Me acerqué a ella sin siquiera saberlo. Mis dedos ansiaban comprobar si su piel era tan suave como parecía...
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó al notarme tras su espalda y volverse al mismo tiempo.
Ahora que la veía más de cerca pude comprobar que no había ni una sola peca a la vista.
Le quité el collar de las manos y lo levanté para que creyera que mi intención solo había sido ayudarla a ponérselo.
Me miró con desconfianza.
—Vamos, hermanita, ¿tan malo crees que soy? —le pregunté al mismo tiempo que yo me preguntaba qué demonios estaba haciendo.
—Eres peor —me contestó arrebatándome el collar. Sus dedos rozaron mi piel y sentí cómo se me ponía la piel de gallina.
«¡Joder!»
Me aparté, frustrado por lo que me estaba causando tenerla tan cerca... El deseo me embargaba y era de lo más incómodo sabiendo que no podía tocarla ni mirarla.
—Venía a asegurarme de que no te irás de la lengua esta noche —dije observando cómo se colocaba el collar ella sola y admirando su destreza.
—¿Irme de la lengua con qué? —me contestó haciéndose la tonta.
Di un paso en su dirección y la fragancia de un dulce perfume impactó en mis sentidos.
—Sabes que esta noche tengo cosas que hacer después de la gala y no quiero que sueltes ningún comentario ingenioso cuando le diga a mi padre que debo marcharme.
—Marcharte porque tienes que trabajar en un caso, ¿me equivoco?
Sonreí satisfecho.
—Lo has pillado. Genial. Adiós, hermanita.
—No tan rápido, Nicholas —dijo tras mi espalda. Me detuve a unos pasos de la puerta y apreté la mandíbula con fuerza cuando noté un cosquilleo en el estómago al oírla decir mi nombre en voz alta—. ¿Qué saco yo de todo esto?
Cuando me volví para encararla, una sonrisa de suficiencia surcaba su bonita boca en forma de corazón.
—Sacas que no decida invertir mi tiempo en hacerte la vida imposible.
Noah enarcó una ceja perfecta.
—No veo cómo harías eso.
Di un paso en su dirección.
—Créeme, no quieras averiguarlo.
Noah me sostuvo la mirada sin siquiera pestañear.
—Si tú te largas de esa fiesta, me llevarás contigo. No hay cosa que me apetezca menos que estar rodeada de gente que no conozco en una fiesta que ni me va ni me viene.
—Lo siento, Pecas, pero como habrás deducido el trabajo de taxista no va conmigo —le contesté señalando mi elegante atuendo con los ojos.
—Pues busca una excusa que nos incluya a los dos, porque no voy a hacer de hija perfecta mientras tú te largas a unas carreras de coches ilegales.
Mierda, el solo hecho de escucharlo de sus labios me ponía nervioso, joder.
—Está bien, supongo que puedo inventarme algo —convine solo para tenerla contenta. Cuando tuviese que irme ella ni se daría cuenta.
Noah frunció el ceño con sus ojos color miel clavados en los míos.
—Es increíble cómo has conseguido engañar a todo el mundo... ¿Sabías que mi madre te había descrito como el hijo perfecto?
—Soy perfecto en muchos aspectos, amor —aseveré sin poder evitar disfrutar con la conversación. Discutir con esta chica era de lo más estimulante—. Cuando quieras te lo demuestro.
Noah puso los ojos en blanco y me miró con superioridad. Normalmente no me podía quitar a las chicas de encima, con una mirada ya las tenía pegadas a mi cuerpo deseosas de complacerme. Me había ganado una reputación a pulso, las mujeres me respetaban y me adoraban al mismo tiempo; yo las complacía y ellas me dejaban mi espacio. Siempre había sido así, desde que tenía catorce años y descubrí lo que las mujeres son capaces de hacer ante un rostro y un cuerpo atractivo. Y allí estaba Noah, que me desafiaba a cada momento y ni se inmutaba ante mi presencia.
—¿Eso le dices a las chicas para llevártelas a la cama? —me preguntó con altanería—. Conmigo no va a funcionar, así que ya te puedes ir ahorrando tus esfuerzos —agregó y al comprender a qué se estaba refiriendo sentí una presión incómoda en los pantalones.
Por un instante me había imaginado quitándole aquel vestido y haciéndole todas las cosas que sabía que volvían locas a las mujeres... Sería divertido enloquecer a Noah hasta que gritara mi nombre sin parar...
«Mierda.»
—No te preocupes por eso: me van las mujeres, no las crías con trenzas y pecas.
—Yo nunca llevo trenzas, idiota.
Solté una carcajada, intentando relajarme. Joder, ahora quería verla con trenzas.
—Bueno, supongo que tenemos un trato —afirmé con la intención de largarme de allí de inmediato.
Noah soltó una risa seca.
—Si venir aquí dando órdenes para ti es un trato...
—Veo que vas pillando mi rollo. Adiós, hermanita.
Recibí una mirada glaciar en respuesta, pero salí sin volver a mirar atrás. Ya afuera, me apoye contra la pared. Maldita sea, nunca me había descontrolado de aquella forma. Me sentía... expuesto, como un crío de trece años...
Me quité aquellos pensamientos de mi cabeza y saqué mi móvil.
Me paso por tu casa antes de la fiesta.
Dicho esto, caminé por el pasillo hasta las escaleras.
Necesitaba desahogarme antes de enfrentarme a aquella noche y la mejor para eso era Anna.
Veinte minutos más tarde me encontraba ante su puerta. Anna era mi tapadera perfecta para acontecimientos como los de aquella noche. Era hija de uno de los banqueros más importantes de Los Ángeles y nuestros padres se conocían de la universidad. Anna había crecido torturándome a medida que se iba desarrollando y yo me había dejado a su merced cuando era un crío y no tenía ni idea de cómo tratar a una mujer.
Habíamos aprendido juntos, y ambos sabíamos lo que nos gustaba del otro. Además, nunca me exigía explicaciones ni me desafiaba.
Por ese motivo la arrastré de vuelta a su habitación cuando se acercó a abrirme la puerta.
—¿Qué haces? —me preguntó cuando cerré la puerta con pestillo y la cogí entre mis brazos.
—Follar, ¿qué te crees? —le contesté tirándola sobre la cama.
Anna sonrió y comenzó a subirse el vestido de forma provocativa. Al contrario que Noah, ella llevaba el pelo suelto y un vestido tan corto que no me hizo falta moverlo mucho para llegar a donde me interesaba.
—Vamos a llegar tarde —se quejó acercando su rostro al mío y besándome en la boca.
—Sabes que me importa una mierda —le respondí al mismo tiempo que la llevaba hasta el éxtasis y yo alcanzaba la calma que tanto había deseado desde que aquella bruja con pecas había llegado a mi vida.
Quince minutos después estaba colocándome la corbata al mismo tiempo que me encendía un cigarrillo en el balcón de Anna.
Ella apareció junto a mí, con el vestido otra vez en su sitio, el pelo bien peinado y los labios hinchados por los besos que nos habíamos dado.
—¿Cómo estoy? —me dijo pegándose a mi cuerpo provocativamente.
La observé con detenimiento. Era guapa y tenía buen cuerpo. Su pelo era marrón oscuro al igual que sus ojos... siempre me había intrigado por qué Anna no tenía un novio formal, era lo suficientemente guapa para tener a quien quisiera y en cambio... allí estaba, perdiendo el tiempo con alguien como yo.
—Muy buena —le respondí dando un paso hacia atrás. Necesitaba unos instantes de tranquilidad, acabarme el cigarrillo y mentalizarme para lo de aquella noche.
—¿Estás nervioso por lo de Ronnie? —me preguntó al mismo tiempo que se apoyaba contra la barandilla y me observaba en la distancia. Ella entendía cuándo necesitaba mi espacio, cuándo quería estar solo. Por esos motivos era a ella a la que volvía una y otra vez.
Le di una calada al cigarro y expulsé el humo con tranquilidad.
—No estoy nervioso —admití—. «Irritado» sería la palabra.
Ella me observó con curiosidad.
—¿Tu madrastra? —preguntó. Ella estaba al corriente del nuevo matrimonio de mi padre y al tanto de lo poco que toleraba aquella situación aunque intentaba ocultarlo lo mejor que podía.
—Su hija —puntualicé apagando el cigarrillo con la suela de mi zapato.
Ella elevó las cejas y me observó con interés.
—No sabe quién soy ni lo que puedo hacer —le expliqué.
—¿Quieres que se lo deje claro? —me propuso y solo imaginar a Noah y a Anna enfrentándose entre sí me causó risa a la vez que irritación.
—No. Solo necesito que permanezca con la boca cerrada y se mantenga al margen de mis cosas —aseveré volviéndome hacia ella.
Ella asintió y sonrió.
—¿No quieres llevarla por el mal camino? —me planteó y por un instante me vi tentado de hacerlo.
—Más bien pretendo alejarla de él. No quiero que me dé más problemas como los de anoche —especifiqué.
El viento sacudió el pelo de Anna y pude observar su cuello. Me aproximé a ella y se lo aparté con suavidad. Entonces mi cerebro buscó algo que allí no había: el tatuaje, el tatuaje del nudo no estaba allí, y en ese momento deseaba besar aquel tatuaje...
Me aparté de ella, dejándola con ganas de más.
—Vámonos —la insté encaminándome hacia la puerta—. Llegamos tarde.
—Creía que te importaba una mierda —me dijo Anna un poco molesta.
—Y así es —contesté, aunque por un instante no supe a qué me estaba refiriendo.
9
NOAH
En cuanto Nick se fue me senté en mi cama para recuperar el aliento. «Carreras»... Dios mío ese sí que era mi punto débil. Había sido una de las pocas cosas que había heredado de mi padre y los pocos momentos que había disfrutado de su compañía. Recuerdo haber estado sentada en el suelo junto a sus pies mientras daban las competiciones de coches Nascar por la televisión... Mi padre había sido uno de los mejores pilotos de su época, hasta que todo se estropeó...
Podía ver la cara de mi madre cuando me prohibió terminantemente volver a tener algo que ver con los coches, las carreras y ese mundo. Con solo diez años ya sabía conducir casi a la perfección y cuando me crecieron las piernas lo suficiente para llegar a los pedales mi padre me dejó correr con él. Fue una de las experiencias más alucinantes de mi vida: aún puedo recordar la euforia de la velocidad, la arena pegándose a los cristales y entrando en el coche, el chirrido de las ruedas... Pero, sobre todo, la tranquilidad mental que me generaba. Correr hacía que todo lo demás no me importara; solo estábamos el coche y yo: nadie más.
Pero eso era agua pasada... mi madre me había prohibido terminantemente volver a acercarme a un coche de carreras y fue algo que simplemente tuve que aceptar por mucho que lo echara de menos.
Con un suspiro me incorporé y cogí mi teléfono, que no dejaba de vibrar. Mis amigos no parecían echarme de menos. Aquella noche iban a otra fiesta y ni siquiera se habían dado cuenta de que yo seguía en el grupo de chat, donde podía leer todos los detalles sobre la bebida, la gente y lo que se iban a meter todos aquella noche.
Sentí un pinchazo de dolor y de irritación también. Dan aún no me había llamado; yo ansiaba escuchar su voz, hablar como hacíamos antes de que me marchara, horas y horas... ¿Por qué no me llamaba? ¿Se había olvidado de mí?
Con esos pensamientos salí de mi habitación para encontrarme con mi madre y Will en el vestíbulo. Él lucía un esmoquin y parecía un actor de Hollywood con su elegancia y aquel porte que, para mi desgracia, había heredado también su hijo. He de admitir que cuando había visto a Nick con aquel traje negro y la camisa blanca había tenido que contener las ganas de abrir los ojos de forma desmesurada y sacarle una foto. El tío estaba más que bueno, eso tenía que reconocerlo, pero ahí se acababa cualquier cosa positiva respecto a él... No obstante, me había sorprendido que estuviera metido en carreras de coches... Al fin y al cabo compartíamos algo más que nuestro tatuaje.
Mi madre estaba espectacular. Aquella noche acapararía todas las miradas y con razón.
—Noah, estás preciosa —declaró mi madre con la cara resplandeciente, claro que ella era mi madre, siempre iba a estar preciosa a sus ojos.
Will me observó detenidamente y frunció el ceño. Me sentí incómoda al instante.
—¿Pasa algo? —pregunté sorprendida y molesta al mismo tiempo. No se iba a poner a decirme que me tapara, ¿no? Que lo pensara yo, tenía un pase, pero que me lo dijera él... No sé qué sería capaz de contestarle.
Él relajó el rostro.
—¡Qué va, estás guapísima...! —repuso y volvió a fruncir el ceño.
—Espera, solo un retoque —dijo mi madre, rebuscando en su bolso y sacando un pequeño espray y rociándome con él los hombros desnudos y el escote—. Así brillarás todavía más.
Puse los ojos en blanco y me dejé hacer. Mi madre pensaba que todavía era una niña pequeña con trenzas, como bien había dicho Nicholas.
Salimos a la calle donde nos esperaba una flamante limusina. Abrí los ojos con sorpresa y hastío. Claro, ¿qué otro coche nos iba a esperar? No sé por qué me sorprendía, pero no terminaba de acostumbrarme a aquella vida de pijos.
Ellos se sirvieron copas de champán y, para sorpresa y alegría mía, me ofrecieron una copa, que vacié y rellené casi al instante sin que ellos se dieran cuenta. Si quería superar aquella noche iba a tener que tomarme varias copas como esas.
Nicholas se había ido por su cuenta y envidié la libertad que tenía de ir y hacer lo que le diera la gana. Iba a tener que buscarme un empleo pronto si pretendía comprarme un coche. No pensaba depender de nadie para poder moverme a mi antojo.
Saqué el móvil de mi pequeño bolso y observé que no tenía ninguna llamada perdida de Dan ni tampoco mensajes en el chat. Respiré hondo varias veces y me dije a mí misma que ya llamaría, que seguramente le había ocurrido algo a su teléfono o Dios sabe qué y que por eso no había podido marcar los dichosos números y hablar conmigo.
De ese humor tan genial estaba cuando llegamos a la entrada del hotel. Para mi sorpresa, muchos fotógrafos estaban apostados allí esperando para inmortalizar el momento en el que William Leister expandía su gran empresa y con ello su gran fortuna. Me sentía tan fuera de lugar que habría salido corriendo si aún no llevara puestos aquellos tacones de infarto.
—Nicholas tendría que estar ya aquí —comentó William en tono serio—. Sabe que la foto familiar se toma al inicio de la fiesta —agregó y por primera vez desde que lo conocía lo vi enfadado de verdad.
Nos quedamos esperando por lo menos diez minutos dentro de la limusina, mientras la gente gritaba que saliéramos para poder hacernos fotos. Era ridículo que estuviéramos allí metidos, aunque supuse que a la gente millonaria le importaba un comino hacer esperar a cientos de fotógrafos e invitados para poder sacar una maldita foto.
Entonces se escuchó un auténtico alboroto. Los fotógrafos movieron sus cámaras y comenzaron a gritar el nombre de mi hermanastro.
—¡Ya está aquí! —exclamó William entre aliviado e irritado—.Vamos, cariño —le dijo a mi madre mientras nos abrían la puerta.
En cuanto bajé del coche pude ver cómo todas las cámaras cegaban prácticamente a Nick y a su acompañante. Era como si fueran famosos de la tele y lo parecían la verdad.
¿Cómo era posible que tanta gente supiera su nombre?
Nuestros ojos se encontraron. Yo lo observé con indiferencia, aunque volví a maravillarme por su aspecto; en cambio, él me fulminó con sus ojos claros y se volvió hacia su novia, amiga, amante o lo que fuera. Le dio un beso en los labios, y las cámaras se volvieron locas.
En cuanto se separaron las cámaras comenzaron a gritar y a pedir más fotos.
—Anna, ¿cómo estás? —saludó Will a la amiga de Nicholas al tiempo que fulminaba a su hijo con la mirada—. Si no te importa, tenemos que hacernos unas fotos familiares, pero estaremos contigo dentro de unos minutos. —Will la echó muy educadamente.
Anna me observó detenidamente unos instantes; estaba claro que aquella chica me detestaba y seguramente era por las cosas horribles que le habría contado Nicholas sobre mí. Porque yo aún no había tenido el placer de conocerla.
Ignorándola, me acerqué a mi madre para que nos hicieran la maldita foto de una vez. Nos colocaron detrás de un photocall, con anuncios de Dios sabe qué y los flashes me cegaron momentáneamente.
Cuando mi madre se casó con uno de los mejores y más importantes empresarios y abogados de Estados Unidos no me sorprendió que me contara que de vez en cuando salía en los periódicos o en las revistas, pero aquello era una completa locura. Leister Enterprises se leía por todas partes e incluso llegué a ver a más de una persona famosa de verdad. Estaba alucinando del todo hasta que creí ver a Johana Mavis en una esquina, ataviada con un vestido chulísimo.
—Dime que la que está ahí no es mi escritora preferida —dije cogiendo a quien estaba junto a mí pensando que era mi madre. Mis manos dieron con un antebrazo demasiado duro para ser de ella.
—¿Quieres que te la presente? —me contestó Nicholas haciéndome desviar la mirada hacia él. Le solté el brazo de inmediato al mismo tiempo que abría los ojos con incredulidad.
—¿La conoces? —le pregunté sin podérmelo creer.
—Sí —asintió como si nada—. Los bufetes de mi padre llevan muchos casos de los famosos de Hollywood; desde que era un crío he conocido a más estrellas que cualquier persona que viva en Los Ángeles. Los famosos les toman cariño a los abogados que los salvan de la cárcel en contadas ocasiones.
Cogí una copa de champán de un camarero que pasó por delante de nosotros con un nerviosismo renovado en la boca del estómago.
—¿Y tu novia? —indagué para distraerme—. No la habrás dejado sola después de aquella demostración de amor en público, ¿verdad?
Él frunció el ceño y sus ojos brillaron enfadados.
—¿Quieres que te la presente o no? —me preguntó cabreado y con dureza al mismo tiempo.
—No hace falta ni que preguntes, claro que quiero, soy fan de Johana desde que tengo uso de razón, ha escrito los mejores libros de la historia —le dije, divertida por su actitud. ¡Vaya manera de hacerle un favor a alguien!
—Ven y no te pongas a chillar como una posesa, por favor.
Le fulminé con la mirada mientras nos acercábamos hacia ella. Ay, Dios mío... La cara de Johana se transformó en una gran sonrisa cuando Nick se le acercó para saludarla.
—¡Nick, estás genial! —exclamó dándole un abrazo. Si ya estaba flipando ahora estaba que me caía de culo.
—Gracias, tú estás increíble, como siempre. ¿Has visto ya a mi padre? —le preguntó mientras yo analizaba cada uno de sus movimientos y me los grababa en la memoria. Lo que daría por tener una cámara de fotos en aquel momento.
—Sí, y le he dado la enhorabuena —respondió riendo—. Nos hacen falta más abogados como él...
Después de esa breve conversación Nicholas se volvió hacia mí.
—Johana, te presento a tu mayor fan: mi hermanastra Noah, aunque puedes llamarla Pecas —le dijo riéndose de mí, pero me dio exactamente igual, la verdad.
Ella me sonrió con ganas y yo solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Eres increíble, amo tus libros —declaré con voz temblorosa. Genial, tantos años ensayando mentalmente frases para decirle y ahora solo se me ocurría la típica frase de fan estándar.
A mi lado Nicholas intentó no reírse de mí, aunque pude ver la risa en sus ojos.
—Gracias —contestó y entonces me dio un abrazo... un ABRAZO, ¡¡a mí!!
—¿Quieres una foto? —me preguntó cogiéndome para que me pusiera a su lado.
—¡Ay, Dios...! Pero no tengo cámara —admití mirando a Nicholas con horror.
Él se rio de mí.
—Por Dios, Noah, ¿para qué están los móviles?
Sonreí y me di cuenta de lo ida que estaba.
Ella me pasó un brazo por los hombros. Nick apuntó con su iPhone y el mejor momento de mi vida quedó inmortalizado.
—Muchas gracias —le dije alucinada mientras me volvía para observarla una vez más.
—De nada, guapa —me respondió, sonrió y luego se marchó con su acompañante.
—Me debes una muy grande, hermanita —me advirtió Nick mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo y se inclinaba para seguir hablándome al oído—: Una como seguir manteniendo la boca cerrada.
Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal cuando noté su aliento sobre mi cuello. Me daba igual en qué estuviese metido, no podía dejar de sonreír...
Hasta que mi móvil vibró. Abrí el mensaje pensando que sería la foto con Johana y entonces todo se vino abajo.
Mi corazón se paralizó... mis manos comenzaron a temblar y sentí un fuerte calor recorrerme la columna. Aquello no podía ser cierto.
Me habían mandado una foto, sí... una foto de Dan enrollándose con una chica, con una chica que yo conocía más que a mí misma.
—No me lo puedo creer... —susurré con dolor. Sentí aquel nudo en la garganta, aquel que indicaba que si pudiera ahora mismo estaría derramando todas las lágrimas que llevaba guardando años dentro de mí.
—¿Qué pasa? —me preguntaron entonces. Me percaté de que Nick seguía a mi lado y de que seguramente había visto la foto en la pantalla de mi teléfono.
Sentí cómo se me aceleraba la respiración, la traición, el dolor, el engaño... Necesitaba salir de allí.
Le estampé el teléfono en el pecho y salí por la puerta que había en una esquina del salón... Necesitaba aire fresco, necesitaba estar sola...
¿Cómo podía hacerme esto? ¿Cómo podía ella? Me sentía como la persona más estúpida y humillada del planeta... Era mi mejor amiga. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué se le pasaba por la cabeza?
Entré en los lavabos del hotel y me acerqué hasta el espejo. Me apoyé en la encimera y bajé la cabeza, mirándome los pies.
«Tranquila... tranquila... no te derrumbes, no ahora, no llores, no se lo merece...»
Levanté la cabeza y miré mi reflejo. ¿Qué me dolía más? ¿Que el primer chico al que quería me hubiese engañado o que la chica con la que lo había hecho fuera mi mejor amiga?
«Beth... ¡Beth!»
Quería gritarle a alguien, quería pegarle a algo, necesitaba descargar toda aquella rabia acumulada, necesitaba hacer algo porque, si no, estallaría en mil pedazos... Justo cuando todo mi mundo se estaba desmoronando poco a poco, cuando estaba completamente sola en una ciudad nueva, sin amigos, sin nadie que me conociera, sin nadie a quien le importara...
«Cabrón, hijo de...», respiré hondo varias veces intentando calmarme. Se iba a enterar de lo que era capaz de hacer.
Cuando me hube tranquilizado volví a la sala donde todos estaban comiendo canapés y hablando alegremente de cosas sin importancia. No se daban cuenta del dolor que sentía en ese instante, de las ganas terribles que tenía de gritarles a todas aquellas personas superficiales que no tenían ni idea de lo que era sufrir de verdad, de las ganas terribles de pegarle un empujón a todas aquellas copas de champán.
«Champán... buena idea.» Me fui directa hacia la barra.
Un chico de aspecto mexicano, encargado de servir cócteles, se me acercó mientras se limpiaba las manos en un trapo húmedo.
—¿Qué le pongo, señora? —me preguntó y aquello me hizo poner los ojos en blanco y soltar una carcajada sarcástica.
—Por favor, tengo diecisiete años y tú más de lo mismo, no me hables como si fuera una de estas pijas estiradas —le contesté cortante. Para mi sorpresa soltó una carcajada alegre.
—Para decir eso pareces muy integrada —repuso mirando hacia los multimillonarios que se divertían a mis espaldas.
—Por favor, ni siquiera insinúes que me parezco a ellos —repliqué cortante—. Si estoy aquí es porque la insensata y loca de mi madre ha decidido casarse con William Leister, no porque sea mi lugar preferido en el mundo —agregué y, acto seguido, me bebí la copa de champán de un solo trago; se la devolví al camarero para que me la rellenara.
—Espera un momento... —dijo mirando hacia atrás y luego clavando sus ojos en los míos—. ¿Eres la hermanastra de Nick? —me preguntó alucinando.
«Oh, por Dios, otro amiguito de ese capullo no, por favor.»
—La misma —contesté esperando impaciente a que me sirviera y así poder sumirme en mi miseria.
—Te compadezco —confesó entonces, rellenando mi copa por fin. Mi humor pareció variar a mejor. Cualquiera que odiara a Nick entraba directamente en mi lista de gente preferida en el mundo.
—¿De qué lo conoces, aparte de su indudable fama de capullo y prepotente? —inquirí mirándolo con curiosidad.
—No creo que quieras saberlo —respondió volviendo a rellenarme la copa, esta vez sin necesidad de pedírselo.
A ese paso iba a emborracharme antes de que fuera medianoche.
—Si te refieres a las carreras, ya lo sé —le expuse y entonces me di cuenta de las muchísimas ganas que tenía de ir allí. ¿Iba a quedarme sentada en esa sala rodeada de gente que no conocía pero que odiaba con todas mis fuerzas? ¿Iba a dejar de hacer lo que más me gustaba porque mi madre me lo hubiese pedido? ¿Acaso ella me había preguntado cuando decidió tirar nuestras vidas por la borda? Si no me hubiera marchado, seguramente aún tendría novio y mejor amiga... o a lo mejor eso había sido lo que me había hecho falta para descubrir la verdad.
—Voy a ir a esas carreras y tú me vas a llevar —le dije y sentí aquel cosquilleo en el cuerpo, aquel que me indicaba que estaba haciendo algo malo, aquel que era liberador y arriesgado, aquel que me decía que no iba a ser la chica buena que todo el mundo esperaba que fuera.
Aquella noche iba a hacer lo que me diera la gana y si de paso me vengaba de aquella traición, mejor que mejor.
10
NICK
La observé alejarse sin entender absolutamente nada y entonces me fijé en el mensaje que había debajo de la foto:
Esto pasa cuando te vas de la ciudad. ¿De verdad te pensabas que Dan iba a esperarte para siempre?
¿Quién cojones era Dan? ¿Y quién era la imbécil de Kay, que le mandaba un mensaje como aquel?
Sin importarme lo más mínimo abrí la carpeta de fotografías de su móvil. Allí había un montón de fotos con una chica morena, que si no me equivocaba era la misma de la foto, y después de unas cuantas con amigos y en lo que parecía su instituto vi la foto que estaba buscando.
El tío ese, Dan, le cogía el rostro con las manos a Noah y la besaba mientras ella no podía aguantarse la risa, seguramente al saber que le estaban haciendo la fotografía... Le habían puesto los cuernos...
Bloqueé el teléfono y me lo metí en el bolsillo. No tenía ni la menor idea de por qué sentía ganas de tirar aquel aparato a las profundidades del océano ni por qué me cabreó tanto aquella fotografía de Noah besando a ese cabrón, pero lo que sí entendía eran las ganas terribles de partirle la cara al primero que me tocara los cojones esa noche.
Me dirigí hacia la mesa en la que habían colocado un papelito con mi nombre, con Noah a un lado y Anna al otro. Frente a mí se sentaba mi padre y, a su lado, su mujer; también había dos matrimonios más cuyos nombres no podía recordar, pero a los que sabía que debía mostrarles la versión del encantador y perfecto hijo de William Leister.
No habían pasado ni dos segundos desde que me había sentado cuando Anna apareció a mi lado. Sentí su perfume nada más sentarse y me incliné sobre la mesa para beberme el vino rojo sangre que habían servido en casi todas las copas.
—¿Y tu hermanita? —me preguntó despectivamente.
—Llorando porque le han puesto los cuernos —le contesté secamente sin pensar.
A mi lado, Anna soltó una carcajada y me irritó bastante.
—No me extraña, es una cría —comentó con una nota de desprecio en la voz.
La observé unos instantes analizando su contestación. Era mucha inquina para haberla conocido dos segundos, aunque no le hizo mucha gracia haber visto cómo me pegaba un puñetazo la noche anterior.
—Háblame de otra cosa porque bastante tengo ya con aguantarla en mi casa —le dije volviendo a colocar mi copa sobre la mesa.
Sin siquiera darme cuenta comencé a buscar a Noah por la sala. La mayoría de los invitados ya habían tomado asiento cuando la divisé junto a la barra que había en la otra punta de la misma. Se quedó esperando hasta que un camarero se acercó a ella.
Me puse de pie en cuanto vi de quién se trataba. Caminé haci