Pack Borja Vilaseca (contiene: Encantado de conocerme | Qué harías si no tuvieras miedo)

Borja Vilaseca

Fragmento

Confesión del autor
Confesión del autor

Felicidades. Seguramente no tengo el placer de conocerte, pero que hayas decidido leer este libro dice mucho acerca de ti. Pone de manifiesto que eres una persona honesta, humilde y valiente, con ganas de mirar hacia dentro para tomar las riendas de tu vida. Te aseguro que ya has hecho lo más difícil: abrirte al cambio. No importa en qué punto de este proceso te encuentres. Conocerte a ti mismo es un camino que no tiene meta. Lo importante es que te comprometas con seguir profundizando.

Deja que me presente. Me llamo Borja Vilaseca. Encantado de conocerte. Quiero ser radicalmente honesto contigo desde el principio: no creo en las casualidades, sino que he verificado empíricamente que existen las causalidades. El hecho de que escribiera en su día este libro —y de que tú lo estés ahora mismo leyendo— es la consecuencia de una serie de causas y efectos que nos han conducido a ambos a este preciso momento. De ahí que, si me lo permites, quisiera explicarte brevemente mi versión de mi propia historia.

No tengo la verdad ni tampoco soy ningún ejemplo de nada. Lo único que puedo ofrecerte es mi pequeña experiencia vital. Quizás algo de lo que he vivido pueda serte de utilidad, nunca se sabe. Nunca fui un alumno aplicado. Para mí, la escuela era sinónimo de obligación y aburrimiento. Ya desde pequeñito adopté el rol de payaso, gamberro y rebelde de la clase. Para que te hagas una idea, cuando sacaba un cinco y medio mis padres me invitaban a cenar fuera para celebrarlo. Eso sí, nunca repetí un solo curso.

Toqué fondo a los diecinueve años, en el año 2000. Me sentía perdido. Estaba lleno de carencias, inseguridades y frustraciones. Y no sabía por qué. La idea de adaptarme al sistema me sumergió en una profunda crisis existencial. Movido por el dolor, la angustia y el sufrimiento, emprendí una búsqueda filosófica para encontrar el sentido de mi vida. Fue entonces cuando decidí salirme del camino trillado, explorando maneras alternativas de pensar y de vivir.

UN PUNTO DE INFLEXIÓN EN MI VIDA

Tras romper con mi burbuja social, la soledad y la lectura se convirtieron en mis mejores amigas. Me pasé cuatro años encerrado en mi cuarto, leyendo a filósofos como Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre y a psicólogos como Erich Fromm y Viktor Frankl. También devoraba clásicos como George Orwell, Hermann Hesse o Aldous Huxley. Mientras, estudiaba periodismo y buscaba la verdad enrolándome en diferentes ONG, viajando en solitario a lugares marcados por el conflicto, la pobreza y la enfermedad.

Dicen que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. En mi caso surgió cuando acababa de cumplir los veinticuatro años. Fue entonces cuando me hablaron del Eneagrama. En aquel momento era ateo y todo lo que tenía que ver con el crecimiento personal y la espiritualidad me parecían una chorrada. Sin embargo, estaba tan harto de sentirme vacío que me abrí a lo nuevo y lo desconocido. Poco después me apunté a un curso de introducción al autoconocimiento, que supuso un punto de inflexión en mi vida. Descubrir que tenía ego y saber cuál era mi eneatipo cambiaron mi manera de comprenderme a mí mismo y de concebir al ser humano.

Inspirado por el Eneagrama, me di cuenta de lo profundamente ignorante que era. Tomé consciencia de que yo mismo era la causa de mi sufrimiento y también de mi felicidad. Poco a poco dejé de verme como a una víctima y empecé a tomar las riendas de mi vida. Dejé de leer a Nietzsche y comencé a leer al Dalái Lama. Mi única prioridad era aprender a ser verdaderamente feliz. A partir de entonces me sumergí en la esencia que comparten todos los sabios de la historia. De la mano de Lao Tsé y Siddharta Gautama «Buda» llegué hasta Jiddu Krishnamurti y finalmente hasta Gerardo Schmedling, cuya forma de entender la realidad me hizo despertar.

Por fin sabía cuál era mi lugar en este mundo: democratizar la sabiduría para inspirar un cambio de paradigma, facilitando que otros buscadores aprendan a ser verdaderamente felices y descubran cuál es el auténtico propósito de sus vidas. Y eso hice. Organicé mi primer curso de Eneagrama a los veinticinco años, en el año 2006. Fue entonces cuando todo empezó a cobrar sentido. Mi objetivo era compartir de la manera más sencilla posible los beneficios que aportaba trabajarse por medio de herramientas de autoconocimiento. Curiosamente, cuanto más la compartía, más aprendía de mí mismo y más curiosidad sentía por seguir avanzando por este apasionante camino.

LA ÚLTIMA VEZ QUE LO REESCRIBO

Sin embargo, me di cuenta de que la mayoría de los participantes se pasaba el seminario tomando apuntes, en vez de sentir y experimentar dicha información. Para que pudieran vivir el curso desde el corazón —y no tanto desde la cabeza— redacté un documento en el que explicaba las nociones básicas acerca del ego y el ser, describiendo brevemente los nueve tipos de personalidad. Lo entregaba al principio de cada clase, presentándolo como «los apuntes del curso».

Al principio, este documento estaba basado solamente en la lectura de otros libros sobre Eneagrama, así como en mi propia experiencia personal. Eso sí, seminario tras seminario fui modificando, ampliando y profundizando dicho texto. Después de compartir este manual de instrucciones de la condición humana con cientos de personas, empecé a verificar empírica y científicamente el impacto tan positivo que tenía en la vida de las personas conocerse y comprenderse a través de esta herramienta.

En enero de 2008, aquel dossier sobre Eneagrama se convirtió en el libro Encantado de conocerme, publicado por Plataforma Editorial. En vez de apuntes, empecé a entregar a los participantes este libro como complemento del curso. En 2013 reescribí por segunda vez este texto, coincidiendo con la publicación en la versión Debolsillo. A día de hoy ya lo han leído más de cien mil personas en diferentes países de España y Latinoamérica. Y lo cierto es que no me canso de compartir esta herramienta. Sigo viviendo los cursos con la pasión, el entusiasmo y el agradecimiento del primer día. Ya he impartido más de doscientos setenta y cinco seminarios para más de diez mil personas, cuyos testimonios son una constante fuente de inspiración para seguir aprendiendo de la condición humana.

Como quiero ser radicalmente honesto contigo, he de confesar que es la tercera vez que reescribo este libro. Con la intención de seguir acercando el Eneagrama a las personas que quieran conocerse mejor, dejar de sufrir y ser felices, es un regalo para mí poder presentar esta nueva edición de la editorial Debolsillo. En ella he actualizado lo que he aprendido desde 2013, llegando a reorganizar la estructura del libro e incluir un nuevo capítulo, esperando que aporte todavía más valor y utilidad a los nuevos lectores. Y a pesar de mi carácter perfeccionista, me he prometido a mí mismo que ésta es la última y la definitiva. Deseo de corazón que conocerte a ti mismo a través del Eneagrama también signifique un punto de inflexión en tu vida.

BORJA VILASECA
8 de septiembre de 2019

I. La finalidad de este libro

I

La finalidad de este libro

No creas nada de lo que leas en este libro. Está demostrado que el lenguaje escrito es el menos efectivo de cuantos utiliza el ser humano para comunicarse. El significado de cada palabra viene determinado por la interpretación subjetiva de cada lector. Por eso, en la medida que puedas, verifica la información que se detalla a continuación a través de tu propia experiencia. Además, el conocimiento que buscas no lo encontrarás en éste ni en ningún otro libro sobre la condición humana y el sentido de la existencia. Todo lo que necesitas saber está dentro de ti. Tú eres el maestro y el discípulo: el puente entre ambos es lo que vas aprehendiendo a lo largo de la vida. Esto no quiere decir que desestimes fuentes de información externas a ti, sino que siempre pasen por el filtro de tu experiencia.

Como ser humano, seguramente habrás pensado en algún momento de tu existencia que la vida no tiene ningún sentido. Pero dicho razonamiento filosófico, basado solamente en la lógica y la razón, surge como consecuencia de vivir bajo un determinado estado de consciencia, que a su vez viene acompañado de un limitado grado de comprensión. Al fin y al cabo, todo lo que crees saber acerca del mundo y de los demás es una proyección de lo que en realidad crees que sabes acerca de ti mismo. De ahí la importancia de conocerte a ti mismo.

Para poder evolucionar es importante que reconozcas los miedos e inseguridades que aparezcan a lo largo de tu camino. Ellos son precisamente los que no te dejan ver con claridad. Además, engañarte a ti mismo no es sostenible a largo plazo. ¿Cuánto tiempo dedicas cada día a estar realmente contigo mismo sin narcotizarte? ¿Controlas tus pensamientos o son ellos los que te dominan a ti? ¿Conoces cómo funciona el proceso de tu mente, o sigues siendo su víctima? ¿Eres consciente de que huir de ti mismo no es la solución, sino el problema? Está claro que puedes mirar a otro lado y seguir viviendo como si no pasara nada, pero tarde o temprano acabarás pagándolo. El malestar que a veces sientes en tu interior no desaparecerá cuando «las cosas vayan mejor». Si no le haces frente, irá agravándose y te provocará cada vez más insatisfacción y sufrimiento.

A fin de llegar a comprender lo que eres y lo que puedes llegar a ser, basta con que aprendas a relajarte y escuches en lo profundo del silencio. Para lograrlo, es necesario que de vez en cuando dediques un rato a estar solo sin hacer nada, aceptando todas aquellas sensaciones que vayan brotando en tu interior, por muy molestas que sean. Seguramente al principio te sientas confuso, e incluso incómodo, pero son síntomas frecuentes en el proceso de autoconocimiento. Después de tantos años moviéndose a su antojo, tu mente está tan dispersa y agitada que no te permite saborear la paz que anhelas.

En esos instantes de soledad y silencio empiezas a ser consciente de que caminas por la vida como si te faltara algo. Experimentas un vacío dentro de ti, el mismo que has tratado permanentemente de llenar con algo procedente del exterior: relaciones personales, exceso de trabajo, objetos materiales, drogas y evasiones de todo tipo. Pero, si eres sincero contigo mismo, enseguida caes en la cuenta de que nada, absolutamente nada de lo que obtienes del exterior, consigue aliviar por mucho tiempo tu ansiedad interna. Más bien sucede todo lo contrario: cuanto más apegado estás al consumo de estímulos externos, más necesitas consumirlos para sentirte temporalmente satisfecho. Así es como se sustenta el sistema económico en el que nos estamos desarrollando.

UNA INVITACIÓN A LA RESPONSABILIDAD PERSONAL

Lejos de caer en el victimismo, cabe decir que salir de esta rueda sólo depende de ti. El primer paso consiste en asumir que el camino recorrido no te ha hecho feliz, por muy duro que sea reconocerlo. Aceptar la propia ignorancia es un trago amargo, pero imprescindible para aprender a ser verdaderamente feliz. Muchos se niegan la oportunidad de seguir creciendo por una simple cuestión de arrogancia y orgullo. Pero la vida es muy sabia y da a cada uno lo que necesita para aprender. El sufrimiento tiene la función de hacerte sentir que te estás equivocando. Si no atiendes a sus señales, te condenas a vivir en la oscuridad de tu desdicha. Lamentablemente, la mayoría de las personas que han quedado atrapadas en las mazmorras de la ignorancia suelen concluir erróneamente que el negro es el color de la existencia.

Pero la felicidad sí que existe y es sumamente luminosa, aunque no es una meta que se pueda perseguir. Ante todo, porque se trata del estado natural del ser, de lo que eres en esencia. Aparece cuando apagas la mente y conectas más con el corazón. Recuerda los momentos en los que te hayas sentido en paz contigo mismo, con los demás y con la vida. Vivir en ese estado es lo que deseas. Sin embargo, tus estrategias para alcanzarlo suelen ser equivocadas. Estás tan acostumbrado a mirar hacia fuera que te has olvidado de lo más importante: de ti mismo. Éste es el mayor error que solemos cometer todos. Pero es que nadie nos ha enseñado a vivir de acuerdo con nuestra verdadera naturaleza. Lo curioso en estos casos es que el problema es la solución. Tan sólo tienes que asumir la responsabilidad y el compromiso de estar bien contigo mismo, y lo demás irá surgiendo a su debido tiempo.

La finalidad de este libro es animarte a que mires hacia dentro, hacia tu mundo interior. Porque, aunque te cueste reconocerlo, tú eres el responsable de tu felicidad y de tu sufrimiento; en ti conviven la enfermedad y la cura. Y no se trata de nada nuevo. Es algo que se ha repetido hasta la saciedad. Pero los seres humanos tenemos un peculiar rasgo en común: tendemos a olvidar lo que necesitamos recordar y a ser esclavos de esta negligencia. Puede que te parezca imposible, pero la vida cobra sentido cuando te liberas de la esclavitud de la mente. Ésa es la batalla que tienes que ganar. El resto de las contiendas te roban mucha energía, y tan sólo proporcionan triunfos estériles que se oxidan con el paso del tiempo.

Ahora mismo, sabiendo todo lo que sabes, tan sólo cabe hacerte una pregunta: ¿hasta cuándo vas a seguir posponiendo lo inevitable? Conquista tu mente y serás libre para ser humano, es decir, consciente de ti mismo y con una infinita capacidad de aceptar y de amar lo que sucede. Entonces comprenderás que estar vivo es un regalo maravilloso, una oportunidad para sentirte cada día profundamente agradecido. Insisto: no te lo creas. Atrévete a verificarlo a través de tu propia experiencia.

II. Ser y ego: las dos caras de la condición humana

II

Ser y ego: las dos caras

de la condición humana

Los seres humanos nacemos en la inconsciencia más profunda. Ningún bebé puede valerse por sí mismo. Depende enteramente de otros para sobrevivir física y emocionalmente. Tanto es así, que pasarán muchos años hasta que cuente con un cerebro lo suficientemente desarrollado como para gozar de una cualidad extraordinaria: la «consciencia». Es decir, la habilidad de darse cuenta de que es capaz, de que puede elegir cómo pensar, qué decir, qué comer, cómo comportarse y, en definitiva, qué tipo de decisiones tomar a la hora de construir su propio camino en la vida.

Y no sólo eso. Dentro del útero materno, el bebé se siente conectado y unido a su madre y, por ende, a todo lo demás. No obstante, nada más nacer se produce su primer gran trauma: la separación de dicha unión y conexión con su madre —y con todo lo demás—, perdiendo por completo el estado esencial en el que se encontraba. De pronto tiene frío y hambre. Y necesita seguridad y protección. Para compensar el tremendo shock que supone abandonar el cálido y agradable útero materno, el bebé comienza a sentir una infinita sed de cariño, ternura y amor.

La mayoría de los cortes o desgarros que nos hacemos se regeneran con el paso del tiempo. Sin embargo, la herida de nacimiento generada por el parto es tan brutal, que como recuerdo nos queda una cicatriz —coloquialmente conocida como «ombligo»—, la cual perdura en nuestro cuerpo para la posteridad. Parece como una señal que nos recuerda aquello que hemos perdido. O dicho de otra manera: aquello que necesitamos recuperar para volver al estado esencial de unión y conexión que en su día todos experimentamos.

Sea como fuere, desde el mismo día de nuestro nacimiento, cada uno de nosotros hemos ido perdiendo el contacto con nuestro «ser», también conocido como «esencia» o «yo verdadero». Es decir, la semilla con la que nacimos y que contiene la flor que somos en potencia. El ser es el lugar en el que residen la felicidad, la paz interior y el amor, tres cualidades de nuestra auténtica naturaleza, las cuales no tienen ninguna causa externa; tan sólo la conexión profunda con lo que verdaderamente somos. En el ser también se encuentra nuestra vocación, nuestro talento y, en definitiva, el inmenso potencial que todos podemos desplegar al servicio de una vida útil, creativa y con sentido.

EL REGALO DE ESTAR VIVO

Desde un punto de vista emocional, cuando reconectamos con el ser disponemos de todo lo que necesitamos para sentirnos completos, llenos y plenos por nosotros mismos. Entre otras cualidades innatas, el ser nos acerca a la responsabilidad, la libertad, la confianza, la autenticidad, el altruismo, la proactividad y la sabiduría, posibilitando que nos convirtamos en la mejor versión de nosotros mismos. Es sinónimo de luz. Así, estamos en contacto con nuestra verdadera esencia cuando estamos muy relajados, tranquilos y serenos. Cuando independientemente de cómo sean nuestras circunstancias externas, a nivel interno sentimos que todo está bien y que no nos falta de nada. Cuando vivimos de forma consciente, dándonos cuenta de nuestros automatismos psicológicos. Cuando somos capaces de elegir nuestros pensamientos, actitudes y comportamientos, cosechando resultados emocionales satisfactorios de forma voluntaria. Cuando logramos relacionarnos con los demás de forma pacífica, constructiva y armoniosa, tratando de comprender en vez de querer que nos comprendan primero. Cuando dejamos de quejarnos por lo que nos falta y empezamos a valorar y agradecer lo que tenemos.

También estamos en contacto con el ser cuando dejamos de perturbarnos a nosotros mismos, haciendo interpretaciones de la realidad mucho más sabias, neutras y objetivas. Cuando aceptamos a los demás tal como son, ofreciendo en cada interacción lo mejor de nosotros mismos. Cuando vivimos en el presente, disfrutando plenamente del aquí y del ahora. Cuando permanecemos en silencio y escuchamos con toda nuestra atención las señales que nos envía nuestro cuerpo. Cuando conseguimos ver el aprendizaje de todo cuanto nos sucede. Cuando sentimos que formamos parte de la realidad y nos sentimos uno con ella. Cuando experimentamos una profunda alegría y gratitud por estar vivos. Cuando confiamos en nosotros mismos y en la vida. Cuando abandonamos la necesidad de querer cambiar el mundo y lo aceptamos tal como es, aportando sin expectativas nuestro granito de arena. Cuando reconocemos no saber y nos mostramos abiertos mentalmente a nuevas formas de aprendizaje...

Del mismo modo que sabemos cuándo estamos enamorados, sabemos perfectamente cuándo estamos en contacto con el ser. No tiene nada que ver con las palabras, la lógica o la razón. Más bien tiene que ver con el arte de ser, estar y relajarse. Y con la sensación de conexión y unión. Lo cierto es que todos hemos vivido momentos esenciales, en los que nos hemos sentido libres para fluir en paz y armonía, como si estuviéramos conectados con los demás de una forma que supera nuestra capacidad de entendimiento. Al regresar al lugar del que partimos y del que todos procedemos, experimentamos un punto de inflexión en nuestra forma de comprender y de disfrutar de la vida. Empezamos a vivir de dentro hacia fuera. Y por más que todo siga igual, al cambiar nosotros, de pronto todo comienza a cambiar. Sabios de diferentes tiempos lo han venido llamando «el despertar de la consciencia».

LA INSATISFACCIÓN CRÓNICA DEL EGO

Debido a nuestro complejo proceso de evolución psicológica, desde el día en que nacemos nos vamos desconectando y enajenando del ser, el cual queda sepultado durante nuestra infancia por el «ego». Así es como perdemos, a su vez, el contacto con la felicidad, la paz interior y el amor que forman parte de nuestra verdadera naturaleza. Y, como consecuencia, empezamos a padecer una sensación de vacío e insatisfacción crónicos.

El ego es nuestro instinto de supervivencia emocional. También se le denomina «personalidad» o «falso yo». No en vano, el ego es la distorsión de nuestra esencia, una identidad ilusoria que sepulta lo que somos verdaderamente. Es como un escudo protector, cuya función consiste en protegernos del abismo emocional que supone no poder valernos ni sobrevivir por nosotros mismos durante tantos años de nuestra vida. El ego —que en latín significa «yo»— también es la máscara que hemos ido creando con creencias de segunda mano para adaptarnos al entorno social y económico en el que hemos nacido y nos hemos desarrollado.

Así, el ego nos lleva a construir un personaje con el que interactuar en el gran teatro de la sociedad. Y no sólo está hecho de creencias erróneas, limitantes y falsas acerca de quiénes verdaderamente somos. El ego también se asienta y se nutre de nuestro lado oscuro. De ahí que suela utilizarse la metáfora de la «iluminación» para referirse al proceso por medio del cual nos damos cuenta de cuáles son los miedos, inseguridades, carencias, complejos, frustraciones, miserias, traumas y heridas que venimos arrastrando a lo largo de la vida. Por más que las obviemos y no las queramos reconocer, todas estas limitaciones nos acompañan las veinticuatro horas al día, distorsionando nuestra manera de ver el mundo, así como la forma en la que nos posicionamos frente a nuestras circunstancias.

Por mucho que podamos sentirnos identificados con él, no somos el ego. Ante todo porque el ego no es real. Es una creación de nuestra mente, tejida por medio de creencias y pensamientos. Sometidos a su embrujo, interactuamos con el mundo como si lleváramos puestas unas gafas con cristales coloreados, que limitan y condicionan todo lo que vemos. Y no sólo eso: con el tiempo, esta percepción subjetiva de la realidad limita nuestra experiencia, creándonos un sinfín de ilusiones mentales que imposibilitan que vivamos en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás. Vivir desde el ego nos lleva a estar tiranizados por un «encarcelamiento psicológico»: al no ser dueños de nosotros mismos —de nuestra actitud—, nos convertimos en esclavos de nuestras reacciones emocionales y, en consecuencia, de nuestras circunstancias.

EGOCENTRISMO, VICTIMISMO Y REACTIVIDAD

Del ego surge el victimismo, la esclavitud, el miedo, la falsedad, el egocentrismo, la reactividad y la ignorancia, generando que nos convirtamos en un sucedáneo de quien en realidad somos. Es sinónimo de sombra y oscuridad. Así, estamos identificados con el ego cuando estamos muy tensos, estresados y desequilibrados. Cuando permitimos que nuestro estado de ánimo dependa excesivamente de situaciones o hechos que escapan a nuestro control. Cuando nos sentimos avergonzados, inseguros u ofendidos. Cuando vivimos de forma inconsciente, con el piloto automático puesto, casi sin darnos cuenta. Cuando nos tiranizan pensamientos, actitudes y comportamientos tóxicos y nocivos, cosechando resultados emocionales insatisfactorios de forma involuntaria.

También estamos identificados con el ego cuando tratamos de que la realidad se adapte constantemente a nuestras necesidades, deseos y expectativas. Cuando nos perturbamos a nosotros mismos, victimizándonos y culpando a otras personas de lo que nos sucede. Cuando nos tomamos las cosas que pasan o los comentarios de los demás como algo personal. Cuando no aceptamos a los demás tal como son, tratando de cambiarlos para amoldarlos a como, según nosotros, deberían de ser. Cuando nos lamentamos por algo que ya ha pasado o nos preocupamos por algo que todavía no ha sucedido, marginando por completo el momento presente. Cuando somos incapaces de estar solos, en silencio, sin hacer nada, sin estímulos ni distracciones de ningún tipo.

Seguimos tiranizados por el ego cuando exigimos, criticamos o forzamos a los demás. Cuando nos encerramos en nosotros mismos por miedo a que nos sucedan cosas desagradables. Cuando nunca tenemos suficiente con lo que nos ofrece la vida. Cuando reaccionamos mecánica e impulsivamente, perdiendo el control de nuestros actos. Cuando actuamos o trabajamos movidos por recompensas o reconocimientos externos. Cuando creemos saberlo todo y nos cerramos mentalmente a nuevas formas de aprendizaje. Cuando nos quejamos por lo que nos falta en vez de valorar y agradecer lo que tenemos.

En definitiva, cuando experimentamos cualquiera de estos sentimientos, podemos estar completamente seguros de que seguimos protegiéndonos tras la ilusión de nuestra personalidad, ego o falso yo, que nos hace creer que estamos separados de todo lo demás. En última instancia, este egocentrismo es el que nos lleva a luchar en contra de lo que sucede y a entrar en conflicto con otras personas, sufriendo de forma inútil e innecesaria. Lo cierto es que detrás del miedo, la tristeza y la ira se esconde agazapado el ego, el cual también es responsable de que sintamos que nuestra existencia carece de propósito y sentido.

LA FUNCIÓN DEL EGO

El ego no es bueno ni malo. No hay que demonizarlo. Vivir identificados con esta máscara tiene ventajas e inconvenientes. Más allá de protegernos, cabe insistir en que el ego es la causa subyacente de todas las causas que nos hacen sufrir. Por eso, al estar identificados con nuestra personalidad o falso yo, es cuestión de tiempo que, hagamos lo que hagamos, terminemos fracasando. Porque, tan pronto como alcanzamos una meta, nos provoca una profunda sensación de vacío en nuestro interior, la cual nos obliga a fijar inmediatamente otro objetivo. El ego nunca tiene suficiente con lo que conseguimos; siempre quiere más. La insatisfacción crónica es la principal consecuencia de vivir identificados con este «yo» ilusorio.

Sin embargo, hay que estar agradecidos al ego por la ayuda que nos brindó a lo largo de nuestra infancia. Sin él, nos habría sido mucho más duro sobrevivir emocionalmente, por no decir imposible. De ahí que éste sea necesario en nuestro proceso de desarrollo. Además, gracias al sufrimiento provocado por el ego, finalmente nos comprometemos con cuestionar el sistema de creencias que nos mantiene anclado a él, iniciando un camino de aprendizaje para reconectar con nuestro verdadero ser. Y esto sucede el día en que nos damos cuenta de que la compañía del ego nos quita más de lo que nos aporta.

Por descontado, desidentificarse del ego no quiere decir librarse de él, sino integrarlo conscientemente en nuestro propio ser. De lo que se trata es de conocer y comprender qué es lo que nos mueve a ser lo que somos para llegar a aceptarnos y, por ende, empezar a recorrer el camino hacia la integración. De ahí surge una comprensión profunda, que nos permite vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con la vida. El ego y el ser son como la oscuridad y la luz que conviven en una misma habitación. El interruptor que enciende y apaga cada uno de estos dos estados es nuestra consciencia. Cuanto más conscientes somos de nosotros mismos, más luz hay en nuestra vida. Y cuanta más luz, más paz interior y más capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que escapan a nuestro control.

Por el contrario, cuanto más inconscientes somos de nosotros mismos, más oscuridad hay en nuestra existencia. Y cuanta más oscuridad, más sufrimiento y menos capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que en ese estado creemos poder adecuar a nuestros deseos y expectativas egocéntricos. Los únicos que podemos encender o apagar este interruptor somos nosotros mismos. Al principio nos costará creer que existe; más adelante tendremos dificultad para encontrarlo. Pero, si persistimos en el trabajo con nuestra mente y nuestros pensamientos, finalmente comprenderemos cómo conseguirlo. Porque, como todo en la vida, es una simple cuestión de adquirir la información correcta, así como de tener energía y ganas para convertir la teoría en práctica, lo que habitualmente se denomina «aprendizaje». Aunque en este caso resulta algo más complicado, la recompensa que se obtiene es la mayor de todas.

«Yo no puedo más de mismo». ¿Cuántas veces en la vida hemos pronunciado esta desesperada afirmación? Si la observamos detenidamente, corroboramos que dentro de cada uno de nosotros hay una dualidad; dos fuerzas antagónicas —el amor (ser) y el miedo (ego)— que luchan por ocupar un lugar destacado en nuestro corazón. Lo cierto es que solo una de ellas es real, mientras que la otra es completamente ilusoria. El viaje de autoconocimiento que propone el Eneagrama consiste en diferenciar entre una y otra, desenmascarando al ego para vivir desde nuestro verdadero ser.

III. ¿Qué es el Eneagrama y para qué sirve?

III

¿Qué es el Eneagrama

y para qué sirve?

Hay tantos caminos para conocerse a uno mismo como seres humanos hay en este mundo. Estar verdaderamente bien con nosotros mismos es una simple cuestión de sabiduría. Y aunque es cierto que puede aprenderse sin ayudas externas, existen algunas herramientas psicológicas que contribuyen a facilitar, profundizar y acelerar este proceso de autoconocimiento. El Eneagrama es una de ellas. Es como un manual de instrucciones de la condición humana mediante el que podemos comprender las motivaciones profundas —muchas veces inconscientes— que hay detrás de nuestras conductas y actitudes.

También podría describirse como un mapa de nuestro territorio emocional. Cuando visitamos una ciudad que no conocemos, utilizamos un plano geográfico a modo de orientación y referencia. Sabemos que este mapa no es la ciudad en sí misma, pero nos es muy útil para movernos por ella, así como para volver al centro cada vez que nos perdemos. De la misma manera, el Eneagrama es un mapa de nuestra personalidad. Esto no quiere decir que describa exactamente todo lo que pasa en nuestro interior. Pero sí puede ayudarnos a descubrir —a modo de orientación y referencia— nuestro lado oscuro (el ego) y nuestro lado luminoso (el ser). Es importante señalar que una vez nos conocemos a nosotros mismos y sabemos cómo recuperar nuestro equilibrio, ya no precisamos de este mapa.

A su vez, el Eneagrama vendría a ser como una balsa. La podemos utilizar para cruzar el río que nos separa de la orilla de la ignorancia, la incomprensión y la confusión en la que puede que nos encontremos en estos momentos, hasta la orilla de la sabiduría, la comprensión y el discernimiento donde nos gustaría estar. Eso sí, una vez cruzamos de un lado al otro, la balsa se queda en el río. Cargarla y llevarla con nosotros el resto del camino implicaría caer en el dogma y el fanatismo.

El Eneagrama es una herramienta tan útil y práctica que en la actualidad está siendo utilizada por psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, coaches y demás profesionales de la psique humana a fin de darle un enfoque más objetivo y resolutivo a sus terapias. También está siendo usada por los departamentos de recursos humanos de cada vez más empresas para desarrollar la inteligencia emocional de las personas que trabajan para ellas. Incluso es empleada por cada vez más guionistas y escritores para crear personajes más profundos y verosímiles. Lo mejor de todo es que no hace falta ser ningún experto para poder utilizarla. Tan sólo es necesario tener la curiosidad y la voluntad de comprometernos con nosotros mismos, con nuestro propio desarrollo personal.

NUEVE MODELOS MENTALES

La palabra «eneagrama» significa en griego «nueve líneas». Principalmente porque describe, a grandes rasgos, nueve tipos de personalidad, cada uno de los cuales cuenta con su propio «modelo mental». Es decir, el esqueleto psicológico desde el que se originan los pensamientos y donde se instalan las creencias, los valores, las prioridades y las aspiraciones que constituyen nuestra personalidad. Así, el modelo mental vendría a ser como una lente a partir de la que filtramos la realidad neutra de forma completamente distorsionada y subjetiva.

Más allá de condicionar nuestra manera de mirar y de comprender la vida, este esqueleto psicológico también determina qué nos mueve a ser como somos y a hacer lo que hacemos; cuáles son nuestros principales rasgos de carácter, incluyendo nuestros defectos y virtudes; en qué aspectos externos solemos basar nuestro bienestar y felicidad; de qué tenemos miedo y de qué huimos; cuáles son nuestras fortalezas y cualidades innatas; cómo queremos que los demás nos vean; e incluso cuál es la piedra emocional con la que tropezamos una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Es decir, la raíz de la mayoría de nuestros problemas emocionales y conflictos existenciales.

Aunque es imposible encontrar a dos seres humanos con el mismo color de ojos, en general estos son —a grandes rasgos— de cinco colores distintos: marrón, negro, gris, verde y azul. Del mismo modo, si bien cada uno de nosotros cuenta con un modelo mental único e irrepetible, se ha demostrado que existen formas comunes de percibir e interpretar la realidad. Tras realizar miles de entrevistas y de test psicotécnicos, los expertos en Eneagrama han constatado científicamente que existen nueve esqueletos psicológicos genéricos, cada uno de los cuales marca una tendencia de pensamiento y de comportamiento.

A pesar de que las circunstancias sociales, culturales y económicas en las que hemos nacido son importantísimas para comprender por qué somos como somos, nuestra forma de ser viene dada —sobre todo— por la estructura del modelo mental con la que nacimos. Para verificar esta afirmación, basta con echar un vistazo a la conducta de los miembros de una misma familia. Pongamos, por caso, el de una pareja con nueve hijos. Dado que se han desarrollado en una misma sociedad, a todos ellos se les ha impuesto un mismo condicionamiento. Y al haber sido educados bajo un mismo techo, también han recibido —en mayor o menor medida— la misma influencia por parte de sus padres.

Sin embargo, ya desde pequeñitos cada uno de los nueve hijos suele desarrollar un tipo de personalidad diferente a la de sus hermanos. Unos son más extrovertidos y otros, más introvertidos. Unos son más dependientes y otros, más autónomos. Unos son más miedosos y otros, más atrevidos. Unos son más movidos y otros, más tranquilos... En definitiva, cada uno de ellos piensa, siente y se comporta de un modo diferente.

Aunque todos ellos han sido educados bajo un mismo paradigma socioeconómico, cada uno lo ha interpretado y procesado de forma subjetiva, acorde con su modelo mental particular. Y esto, a su vez, es lo que ha marcado la creación de su personalidad. Por eso, frente a una misma circunstancia —como por ejemplo el divorcio de sus padres, la entrada en el desempleo o el nacimiento de un hijo—, cada uno de los nueve hermanos —en función de su esqueleto psicológico— realizará una interpretación subjetiva de ese mismo hecho, obteniendo un resultado emocional diferente en su interior.

En este sentido, para descubrir qué es lo que verdaderamente necesitamos para ser felices, sentirnos en paz y aprender a amar —sean cuales sean nuestras circunstancias externas—, es interesante —por no decir imprescindible— conocer y comprender el funcionamiento de nuestro modelo mental. Y esto es precisamente lo que puede aportarnos el trabajo interior realizado por medio de la herramienta del Eneagrama.

UN SÍMBOLO MILENARIO DE ORIGEN MISTERIOSO

Diferentes investigadores constatan que en este símbolo de origen milenario se condensa gran parte de la sabiduría universal —procedente de diferentes tradiciones espirituales y religiosas— con los últimos descubrimientos realizados en Occidente, liderados por la física cuántica y la psicología transpersonal. Aunque existe mucha confusión acerca de sus orígenes, lo que sí se sabe con certeza es el nombre del primer autor que manejó esta herramienta: el místico armenio-griego George Ivanovich Gurdjieff, fundador durante la primera mitad del siglo xx de un grupo llamado Seekers After Truth (Buscadores de la Verdad).

Gurdjieff explicaba a sus discípulos que el símbolo del Eneagrama representa tres leyes mediante las cuales se rige nuestra existencia:

• El círculo, que simboliza la idea de que todo lo creado forma parte de una misma realidad.

• El triángulo equilátero central, que enseña que cada una de estas creaciones interdependientes está compuesta, a su vez, por una trinidad, como el hecho de que las cosas no son sólo blancas o negras, sino también grises.

• La hexada, una figura abierta de seis lados que muestra que el cambio y la evolución son lo único que permanece con el paso del tiempo.

El relevo de todas estas investigaciones lo tomó años más tarde el sabio boliviano Óscar Ichazo, que en la década de 1950 llevó a cabo un hallazgo extraordinario: descubrió la conexión existente entre el símbolo del Eneagrama y los diferentes tipos de personalidad, estrechamente relacionados con las nueve principales pasiones de la condición humana: ira, soberbia, vanidad, envidia, avaricia, cobardía, gula, lujuria y pereza, siete de las cuales son conocidas como los «pecados capitales».

Gracias al psiquiatra chileno Claudio Naranjo —uno de los principales discípulos de Ichazo—, a partir de la década de 1970 el Eneagrama fue democratizándose por Estados Unidos y Europa, convirtiéndose en la herramienta de psicología práctica que conocemos hoy en día. En España, por ejemplo, el primer libro se publicó a finales de la década de 1990. Entre los seguidores de la obra de Ichazo y de Naranjo, destacan otros importantes autores contemporáneos como Robert Ochs, Don Richard Riso, Russ Hudson, Helen Palmer, Sandra Maitri, Isabel Salama y Maite Melendo, de quien aprendí el Eneagrama a principios de 2005.

DEL EGO AL SER

Desde la perspectiva del Eneagrama, cada ser humano es único y diferente, pero todos nacemos a partir de una energía común, materializada mediante nueve cualidades o virtudes inherentes a nuestra naturaleza: serenidad, humildad, autenticidad, ecuanimidad, desapego, coraje, sobriedad, inocencia y proactividad. Aunque estos nueve rasgos innatos forman parte de nuestra condición humana, uno de ellos es el que determina —en mayor o menor medida— nuestra verdadera esencia. Eso no quiere decir que dos personas con un mismo eneatipo sean iguales. Pero sí que contarán con una serie de patrones de conducta muy parecidos —determinados por el modelo mental o esqueleto psicológico—, cuyas variaciones dependerán del amor y la estabilidad que experimentaron durante la infancia, así como del condicionamiento sociocultural recibido o la genética, entre otros factores.

De hecho, sean cuales sean nuestras circunstancias externas, los expertos en Eneagrama sostienen que, por muy cariñosos que hayan sido nuestros padres, la tremenda experiencia que supone el parto suele dejarnos heridas psicológicas profundas. A lo largo de nuestra infancia, éstas se van abriendo e intensificando, y provocan que nuestra necesidad de amor pueda llegar a ser desmesurada. Ésta es la razón de que los primeros seis años de vida siempre tengan un gran impacto en el posterior desarrollo de nuestra personalidad y, por ende, en la desconexión con el ser.

Eso sí, cuanto más amor y estabilidad hayamos recibido durante esos años —o más percibamos haber recibido—, menor necesidad habremos tenido de protegernos bajo la falsa identidad del ego. A partir de esta percepción subjetiva y distorsionadora, el ser comienza a ser sepultado por una serie de patrones de conducta inconscientes. Cuanto menos nos aman o menos amor creemos estar recibiendo, más fuerte y dura se vuelve nuestra personalidad, ego o falso yo, sin mencionar los casos de maltratos físicos y psíquicos, cuyas experiencias traumáticas provocan que este escudo protector sea inmensamente más desproporcionado que el de la mayoría.

Con el paso de los años, incorporamos una serie de comportamientos impulsivos, que se disparan automáticamente como reacción a lo que sucede fuera. Así, estos mecanismos de protección terminan por fijarse en nosotros, transformándose en nuestra «forma de ser», aunque en realidad se trata de nuestra «falsa forma de ser». Este proceso de identificación genera que empecemos a creer que somos nuestra personalidad, ego o falso yo. Por eso normalmente reaccionamos de una misma forma frente a determinados estímulos externos, cosa que nos impide ser del todo libres. Y es que cuanto más egocéntricos somos, menor es nuestra capacidad de aceptar lo que no depende de nosotros, y mayor y más intenso es nuestro sufrimiento.

Así, conocer cuál es nuestro tipo de personalidad a través del Eneagrama nos sirve para liberarnos de nuestra ignorancia e inconsciencia. O dicho de otra manera: nos ayuda a identificar y trascender las limitaciones del ego para reconectar con las cualidades y fortalezas de nuestra verdadera esencia. Además de responder a la pregunta «¿por qué somos como somos?», este manual de instrucciones de la condición humana también nos ayuda a cultivar la empatía y la compasión. No en vano, nos proporciona un mapa objetivo de la personalidad humana, a través del que podemos comprender más profundamente las motivaciones que hay detrás del comportamiento de las personas con las que nos relacionamos en nuestro día a día. Ya que nadie puede cambiar a otro ser humano —siempre es uno mismo el que decide cambiar—, es fundamental aprender a aceptar a los demás tal como son. Si no, el conflicto está garantizado.

IV. ¿Cómo funciona el Eneagrama?

IV

¿Cómo funciona el Eneagrama?

Muchas veces el desconocimiento del Eneagrama provoca que se lo describa como un medio de encasillar o etiquetar a las personas. Pero la experiencia demuestra todo lo contrario. Esta herramienta psicológica, encaminada a hacer consciente el complejo proceso de nuestra mente, muestra la caja en la que cada uno de nosotros se ha ido encerrando y los pasos necesarios para que podamos salir de ella. Sólo así podremos volver a conectar con nuestra esencia más profunda. Fruto de ese reencuentro con lo que somos verdaderamente, surge dentro de nosotros la paz interior que siempre hemos estado buscando fuera. A este estado natural de conexión con el ser también se lo conoce como «felicidad».

El Eneagrama describe nueve «eneatipos». Es decir, nueve modelos mentales, esqueletos psicológicos o tipos de personalidad, cada uno de los cuales puede vivirse desde el ego o desde el ser, en función de nuestro nivel de consciencia, nuestro grado de comprensión y nuestro estado de ánimo. Y para facilitar el manejo y la comprensión de esta herramienta de autoconocimiento, se emplean nueve números. Estos podrían ser letras o nombres de animales; en sí mismos no tienen ningún significado. El Eneagrama no está relacionado con la numerología ni nada por el estilo.

Cada uno de nosotros nace con un eneatipo determinado. Es decir, en contacto con una de las nueve esencias que define el Eneagrama. Sin embargo, durante nuestra infancia desarrollamos de forma irremediable nuestro correspondiente tipo de ego para protegernos y sobrevivir emocionalmente. Y dado que nadie nos ha enseñado a conocernos a nosotros mismos y vivir desde lo esencial, la mayoría de los adultos solemos estar identificados con nuestro falso concepto de identidad. De ahí que nuestra existencia suela estar marcada, en mayor o menor medida, por la lucha, el conflicto y el sufrimiento.

Para poder crecer y evolucionar como seres humanos, el primer paso consiste en identificar cuál es nuestro eneatipo principal: aquel que determina nuestra herida de nacimiento. Es decir, lo que nos mueve inconscientemente a crear e identificarnos con el ego para evitar sentir el dolor, el vacío y la ansiedad que nos produce el vivir desconectados del ser. A su vez, nuestro eneatipo principal determina nuestro rasgo más característico de comportamiento, tanto cuando vivimos identificados con el ego como cuando reconectamos con nuestro verdadero ser. Si bien al investigar los nueve tipos de personalidad nos veremos reflejados en todos ellos, al profundizar lo suficiente verificaremos que sólo uno de estos nueve eneatipos define con más exactitud nuestro modelo mental particular. No se trata de quedarnos con las conductas y actitudes superficiales, sino con las motivaciones inconscientes y ocultas que las generan.

En este sentido, cabe señalar que el proceso de autoconocimiento que propone el Eneagrama está compuesto por cinco fases. Pongamos por caso que nuestro eneatipo principal es el 5. Así, el proceso vendría a ser el siguiente:

1.ª fase: No sé que soy el eneatipo 5. Dado que no conozco el Eneagrama, no sé lo que es un eneatipo y mucho menos un 5.

2.ª fase: Sé que soy el eneatipo 5. Al realizar el trabajo interior que propone esta herramienta, verifico racionalmente que el eneatipo 5 es con el que me siento más identificado.

3.ª fase: Sé por qué soy el eneatipo 5. Al ir profundizando, siento emocionalmente el dolor inherente a mi herida de nacimiento, desde la que surgen las carencias, los miedos y las frustraciones desde las que he construido mi tipo de personalidad.

4.ª fase: Sé para qué soy el eneatipo 5. En la medida que voy sanando mis heridas emocionales, reconecto con mi verdadero ser, descubriendo el propósito de mi vida, empezando a manifestar mis virtudes, cualidades y fortalezas esenciales.

5.ª fase: Sé que no soy el eneatipo 5. Una vez me conozco a mí mismo, trasciendo la herramienta del Eneagrama, pues lo que soy no puede encorsetarse en ningún eneatipo ni mucho menos en un número. Al llegar a este punto, ya no necesito de ésta ni de ninguna otra guía para seguir mi propio camino en la vida. Podré perderme muchas veces más a lo largo de la vida, pero ya sabré cómo volver a encontrar mi centro sin ayuda de mapas ni referentes externos.

DESCENTRAMIENTO Y CENTRAMIENTO

Desde la perspectiva del Eneagrama, nuestra forma de ser no sólo viene determinada por nuestro eneatipo principal, sino que también está estrechamente relacionada con otros dos eneatipos más: aquellos a los que nos descentramos y nos centramos. Así, cuando pasamos por una situación de estrés, desequilibrio y malestar prolongada, adoptamos los patrones de conducta egocéntricos de otro eneatipo, un movimiento denominado «descentramiento» o «desintegración».

Nos descentramos cuando nos identificamos en exceso con el ego; como resultado, empezamos a reaccionar automáticamente cuando la realidad no se ajusta a nuestras necesidades, deseos y expectativas. Son esos días negros en los que nos sentimos vacíos, inseguros, preocupados, irritables e incómodos con nosotros mismos y con los demás. Cuando estamos descentrados parece que el mundo entero está en nuestra contra. Son esos momentos en los que nuestra mente nos bombardea con pensamientos negativos y desagradables, que finalmente nos conducen a buscar alguna fuente de entretenimiento que nos permita evadirnos de nosotros mismos.

El descentramiento es un proceso inconsciente que se desencadena cuando hemos llevado al extremo las estrategias egocéntricas movidas por nuestro tipo de personalidad. Se trata de un mecanismo de defensa encaminado a desahogar toda la presión y malestar acumulados. Sería algo así como una válvula de escape que nos genera un alivio temporal. Si no somos conscientes del desgaste emocional que supone esta desintegración momentánea, corremos el riesgo de caer en las garras del miedo, la ira y la tristeza. Y si no hacemos nada para remediarlo, puede arrastrarnos incluso al borde de la depresión. Por ejemplo, el eneatipo 1 se descentra al 4, asumiendo los pensamientos y conductas egocéntricos de este tipo de personalidad.

Para recuperar nuestro centro —nuestro equilibrio interior— nos conviene poner en práctica ciertos comportamientos y actitudes esenciales de otro eneatipo, un movimiento denominado «centramiento» o «integración». A diferencia del descentramiento —que es un proceso totalmente inconsciente y automático—, el centramiento es un esfuerzo consciente y voluntario, que surge a raíz de comprender quiénes somos y qué necesitamos para ser verdaderamente felices. El centramiento es una invitación a comprometernos con nuestro proceso de desarrollo personal. Por un lado, consiste en cuestionar el sistema de creencias que nos mantiene anclados al ego. Y por el otro, introducir nueva información en nuestra mente para cultivar nuevas conductas más constructivas con las que obtener nuevos y mejores resultados a nivel emocional. Esta sabiduría la obtenemos al centrarnos al eneatipo correspondiente, marcado a través del símbolo del Eneagrama.

Estamos centrados cuando nuestra mente está relajada, permitiéndonos estar muy atentos para controlar nuestras reacciones impulsivas y dejar de ser víctimas del ego. En este estado de consciencia, nos sentimos alegres de poder disfrutar de la vida tal como es, sin necesidad de recurrir a ningún tipo de evasión para huir de nosotros mismos. En esos instantes «esenciales» nos abraza una paz y felicidad duraderas que nos permiten interactuar con los demás como si fueran parte de nosotros mismos. Son esos días maravillosos, en los que aceptamos sin reservas lo que sucede, sonriendo y cantando sin otro motivo que el de estar vivos.

Por ejemplo, el eneatipo 1 se centra al 7, adoptando los pensamientos y comportamientos esenciales de este modelo mental. Así, para verificar cuál es nuestro eneatipo principal, es necesario corroborar la correlación existente con los eneatipos a los que se descentra y centra, respectivamente, tal como muestran las flechas del símbolo del Eneagrama.

LA INFLUENCIA DE LAS ALAS

Más allá de descubrir cuál es nuestro eneatipo principal y corroborar que efectivamente nos descentramos y centramos a los tipos de personalidad correspondientes, desde la perspectiva del Eneagrama nuestra forma de ser también puede estar muy condicionada por los tipos de personalidad situados a la derecha y la izquierda de nuestro eneatipo principal. Son las llamadas «alas». Ciertas personas tienen dos alas; otros, una y algunos, ninguna.

Los expertos en Eneagrama sostienen que la mayoría de los seres humanos tenemos un ala dominante, que influye sobre nuestro eneatipo principal, tanto desde el ego como desde el ser. Es importante saber la influencia que podemos estar recibiendo de estas alas, ya que nos ayuda a conocer más detalladamente las trampas a las que hemos de enfrentarnos para llegar a estar bien con nosotros mismos. Por ejemplo, el eneatipo 2 puede adoptar comportamientos del 1 y del 3.

Además, cabe señalar que existen muchos niveles de desarrollo para cada eneatipo, los cuales describen nuestro nivel de identificación o desidentificación con el ego, así como nuestro grado de conexión o desconexión con nuestro verdadero ser. Por ejemplo, no tiene nada que ver un eneatipo 6 centrado que descentrado. A lo largo de la vida, y fruto del impacto que han tenido algunas experiencias sobre nosotros, nuestra manera de interactuar en el mundo suele evolucionar hacia una mayor comprensión y consciencia, sintiéndonos cada vez mejor con nosotros mismos o, por el contrario, hacia una mayor ignorancia e inconsciencia, provocando que la lucha, el conflicto y el sufrimiento se adueñen de nuestro día a día.

Cuanto más bajo sea nuestro nivel de consciencia, más egocéntrica será nuestra manera de ser, y viceversa. Por ejemplo, una persona desconectada de sí misma se quejará cuando un día de lluvia le impida ir a tomar el sol a la playa con sus amigos. En cambio, otra más conectada y absolutamente integrada en la vida, se adaptará a las circunstancias. Quizá se quede en casa contemplando la lluvia desde su ventana, aproveche para leer tranquilamente o decida quedar con esos mismos amigos en un entorno donde puedan guarecerse de la lluvia. El hecho externo es el mismo para los dos, pero la reacción emocional es distinta, según su grado de sabiduría. Con la ayuda del Eneagrama podemos liberarnos de nuestro egocentrismo y caminar por la vida adoptando la postura que más bienestar nos reporte en cada momento.

LOS CUATRO ESTADOS DE CONSCIENCIA

Vivimos en una sociedad tan inconsciente que hasta hace poco la Real Academia Españo

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