Puck 1 - Colegiala

Lisbeth Werner

Fragmento

TODO EMPEZÓ EN UN DÍA LLUVIOSO EN EL GRAN estudio de dibujo instalado en el quinto piso del edificio de la Sociedad de Ingenieros Danaplan. La lluvia golpeaba los cristales de la claraboya, y el cielo estaba gris y sombrío.

El ingeniero Joergen Winther estaba concentrado en complicadísimos cálculos, cuando de repente sonó el teléfono que estaba junto a su mesa de dibujo. Dejó el lápiz, dio media vuelta en su sillón giratorio y contestó.

—¡Aquí,Winther!

—Winther, soy Bang. Baje a mi despacho un momento, por favor.

Unos minutos más tarde, Winther estaba sentado frente al enorme escritorio desde el que el ingenierojefe Bang dirigía la empresa.

—Tengo que hablarle de un asunto importante —dijo Bang—. ¡Representará un ascenso en su carrera! En realidad, debería felicitarle...

Winther no contestó. No acababa de ver claro adónde quería ir a parar su jefe. Bang cortó la punta de un cigarro, que luego encendió sin darse prisa. Finalmente, prosiguió:

—Usted conoce a fondo el proyecto del puerto de Valparaíso, puesto que ha sido su principal inspirador. Y le consta que se trata de un negocio de gran envergadura para Danaplan. Es una obra importante y complicada, cuyo éxito o fracaso depende de la persona que dirija los trabajos...

Winther, entonces, expresó su opinión:

—Sí —respondió—, sé todo eso, pero ya tenemos allí al ingeniero Henriksen y no creo que el asunto pueda estar en mejores manos.

Bang asintió con un gesto.

—Absolutamente de acuerdo —aprobó—. Henriksen es un hombre notable. Pero acabamos de recibir un telegrama de Valparaíso notificándonos que ha sufrido un ataque de reumatismo, por lo que deberá guardar reposo durante varios meses...

Joergen Winther miró a su jefe sorprendido.

—¡Supongo que no habrá pensado enviarme a mí a Chile para sustituirle! —exclamó.

—Sí, precisamente eso es lo que he pensado —respondió Bang—. Es necesario que vaya usted a ocupar el puesto que queda vacante.

Winther se levantó. Estaba muy serio.

—Es imposible —declaró—. No puedo ir...

Negó con la cabeza y añadió:

—Es absolutamente imposible.

Hubo un breve silencio. Bang contemplaba su cigarro con aire reflexivo.Winther se pasaba la mano por el pelo. Al cabo de un rato, el ingeniero jefe dijo:

—Me temo que la sociedad no puede tener en cuenta cuestiones personales, Winther. Tiene la obligación de asumir ese cargo.

—Sí, pero... —protestó Joergen Winther— ¿no es posible encontrar a alguien más para ese trabajo? Recuerde que soy viudo, mi mujer murió en un accidente de automóvil y tengo una hija... Yo...

—No ignoro nada de lo que me cuenta —respondió Bang en tono grave—, pero el comité de dirección ha decidido enviarle a usted a Valparaíso. Por otra parte, y como ya le he dicho, esto supondrá un progreso considerable para su carrera; debería estar contento. Comprendo que le resulte muy duro separarse de su hija, aunque solo sea por un tiempo.

—No tengo parientes para dejarla con ellos durante mi ausencia —comentó Joergen Winther con tono preocupado.

—¿Su mujer tampoco tenía familia?

—Solo una hermana que vive en Jutlandia. Está casada con un granjero y no hay ningún colegio adecuado en la zona.Tengo el deber de procurar que Bente reciba una buena educación. Pronto esto será lo único que podrá dejarse en herencia a los hijos. Y si mi hija se viera de repente privada de un buen colegio, su futuro podría resentirse. En resumen, que no estoy muy entusiasmado con el proyecto que me plantea, a pesar de lo mucho que me atrae, claro está, desde el punto de vista profesional. ¿Debo responder inmediatamente?

—No —dijo Bang—, no es preciso. Reflexione durante algunos días y ya volveremos a hablar de ello más adelante.

Joergen Winther saludó a su superior y salió del gran despacho. Absorto en sus pensamientos, atravesó el vestíbulo y se encaminó hacia el ascensor.

—¡Bravo, Bente!

—¡Eres formidable!

—¡Donde pones el ojo pones el balón!

El rostro de Bente resplandecía de satisfacción, mientras sus compañeras la rodeaban y la alababan. Acababa de finalizar un encuentro de balonmano, y la clase A había obtenido una muy merecida victoria frente a la clase B. Bente había sido el alma del brillante juego de la clase A, lo que no había sorprendido a nadie. Todos sabían lo estupenda que era en deportes aquella muchacha de enormes ojos almendrados y cabello castaño. Bente parecía una joven frágil, pero tenía fuerza y resistencia, y sus movimientos eran rápidos y precisos. Ninguna otra alumna de su clase podía competir con ella en aquel terreno.

Bente estaba muy mimada por su padre, que solo la tenía a ella. Cuando regresaba de la escuela, siempre encontraba una deliciosa taza de chocolate y un plato lleno de melindros untados con mantequilla, preparados por la señora que los ayudaba en casa; a las cinco de la tarde, su padre regresaba del trabajo y estrechaba a su hija entre sus brazos.

Y entonces estaban un rato así, abrazados, en un enorme sillón, bajo la luz de la lámpara que utilizaban para leer. Allí, se contaban, el uno a la otra, los incidentes del día, y, después de la cena, permanecían un buen rato juntos o bien daban un paseo hasta la hora en que Bente debía acostarse...

Aquel día, Bente bebió una taza de chocolate y luego hizo los deberes, como tenía por costumbre. Y, en el momento preciso, también según su costumbre, el ingeniero Winther cruzó la puerta, pero algo pasaba y la muchacha se dio cuenta inmediatamente. Su padre, cuando la levantó para darle en la mejilla el beso de cada día,tenía un aspecto más serio y cansado que otras veces.

—¡Hemos ganado el partido, papá! —exclamó Bente, muy orgullosa.

—¡Muy bien, perfecto! —contestó el padre.

Pero la voz de su padre no tenía el timbre entusiasta que ella esperaba, y por eso se sintió un tanto decepcionada.

—Hoy he jugado muy bien. Todas me lo han dicho —añadió Bente, mirando de reojo a su padre, que se había sentado en el sillón y sonreía distraído, como si no hubiera entendido del todo lo que su hija le contaba.

—¿Te preocupa alguna cosa, papá? —preguntó.

Winther la miró sorprendido. Después sonrió e inclinó la cabeza.

—No, no me preocupa nada —contestó.

Se levantó y se acercó a la biblioteca. Algunos segundos después, con un gran atlas entre las manos, regresó al sillón.

—Ven a ver esto, Bente —dijo, abriendo el atlas que sostenía en sus rodillas.

De pie, junto a él, la muchacha se apoyó en el hombro paterno, mientras el hombre hojeaba el grueso atlas.

—¿Has oído hablar de Valparaíso, hija? —preguntó.

—No. ¿Qué es eso de Valpa... q

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