En una noche de verano (Shakespeare y Edimburgo 1)

Laimie Scott

Fragmento

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Prólogo

Edimburgo. Agosto. Durante el Festival Internacional de las Artes

El clima en las calles de la ciudad era espléndido en esos días. La luz, el color y los diferentes sonidos se fusionaban creando un abanico de sensaciones digno de contemplar y vivir in situ. Desde los jardines de Princess Street hasta la Royal Mile; desde Carlton Hill hasta el castillo se desplegaban los más diversos pasacalles que recreaban infinidad de actuaciones a cual más llamativa e hilarante con el fin de conseguir captar la atención de los viandantes. Turistas y nativos se confundían con los propios artistas de la calle. Y, como plato fuerte de esa noche, el Military Tattoo: la congregación de bandas de gaiteros más importante, que hacían las delicias de los asistentes.

En una de las muchas tabernas de la ciudad, Deacon’s, el ambiente era igual de animado que en la calle. Las pintas de cerveza se acumulaban en la barra antes de ser despachadas a los clientes que preferían sentarse a una mesa. Y poco después no tardaban más de cinco minutos en dar buena cuenta de ellas y pedir otra ronda.

Tres clientes que preferían apostarse en la barra junto a la entrada no dejaban de reír, charlar y dar el visto bueno a cada una de las mujeres que cruzaban la puerta de la taberna. Se habían colocado de manera estratégica para poder tener una mejor visión de las clientas.

—La noche promete, chicos —comentó el tipo de pelo oscuro con una amplia sonrisa en su rostro al tiempo que se frotaba las manos y seguía con su mirada al trío de mujeres que acababa de pasar por delante de ellos, sin que ninguna de estas se inmutara por su presencia.

—George, deja de soñar, ¿quieres? —le dijo uno de los dos chicos que estaban con él, palmeándole en el hombro con cara de circunstancia.

—Ian tiene razón. No pienses que las mujeres van a caer rendidas a tus pies solo porque estemos en las semanas de fiestas en Edimburgo —apuntó el tercero.

—¡Eres un verdadero aguafiestas, Robert! Y tienes muy poca fe en mí y en mis capacidades seductoras. Y lo mismo digo por ti —le aseguró George mirando a Ian con gesto serio.

—Yo solo te lo recuerdo para que luego no te lleves un chasco. No digas que no te lo advertí —le repitió este levantando las manos y arqueando sus cejas en un gesto bastante explícito.

—Naaaahhhh! De verdad, tío, desde que Lauree y tú lo dejasteis, te has convertido en un hombre de poca fe. Vamos, amigo, tienes que ampliar tu perspectiva —le aseguró pasando el brazo por los hombros de Robert para volverse hacia la gente que atestaba la taberna a esas horas—. Vamos a buscarte una nueva experiencia.

—Ah, de modo que acabas de darte cuenta de que no tienes nada que hacer, y te has parado a pensar que lo mejor es buscarme un ligue a mí —comprendió Robert asintiendo con gesto divertido.

—Es que tú… Te veo algo cohibido, la verdad. Venga, vamos a ver quién se ajusta a tus gustos —le aseguró paseando su mirada por la mujeres que había allí.

—¿Y yo qué? —preguntó Ian detrás de ellos.

—Tú también deberías hacer algo. Te pasas todo el puñetero día con la nariz metida entre las páginas de un libro en vez de hacerlo entre los muslos de una mujer —le dijo, lo que provocó sus carcajadas.

—Tengo que centrarme en mi investigación. ¿Qué quieres que haga?

—Por eso, por eso mismo no estás metido entre los muslos de… ¡Fíjate, tío, mira qué diosas hay allí sentadas! —dijo un George emocionado por este hecho que dejó pendiente la conversación con Ian—. Están esperando a que tú y yo nos acerquemos.

Ian sonrió al ver a sus dos amigos caminando hasta las dos chicas que, sentadas a una mesa, parecían no hacerles ni caso, sino más bien estaban pendientes de sus propios asuntos. Luego, desvió su atención hacia el resto de gente que había en la taberna bebiendo un trago de cerveza. Sacudió la cabeza dando vueltas a los comentarios de George. A lo mejor estaba en lo cierto cuando le decía que necesitaba una mujer que lo apartara un poco de Shakespeare y de su proyecto de investigación. Pero lo cierto era que en ese momento, que por fin se había decidido a dar el paso de retomarlo y concluirlo, no iba a echarse atrás. Y encontrar a alguien entonces… No lo veía nada claro tras la decisión que había tomado. Faltaba poco menos de un mes para el inicio del nuevo curso, y todavía no sabía qué profesor del Departamento de Literatura Inglesa de la universidad le dirigiría la tesis. Tampoco era que se hubiera preocupado demasiado por ello, dado su trabajo y aunque su amigo dijera que no dejaba de meter las narices en la obra de Shakespeare.

Levantó la mirada en busca de sus amigos, pero no los localizó. ¿Dónde coño se habían metido? ¿Se habrían marchado con aquellas dos mujeres? Ian sacudió la cabeza y apuró su pinta de cerveza. No sabía si pedir otra y quedarse un poco más o largarse a casa. Pero, al desviar su atención de su vaso vacío, un par de ojos verdes que reflejaban curiosidad captaron su atención y decidieron por él. Ian mantuvo su atención fija en la dueña de aquella mirada. Una atractiva mujer con el cabello del color del chocolate era la culpable de que, de repente, él estuviera pidiendo otra cerveza.

—¿Puedo saber qué estás mirando, Megan?

—Oh, nada. Me pareció reconocer a alguien. ¿Qué decías?

—Te preguntaba si tienes pensado quedarte en la ciudad los últimos días de vacaciones que te quedan. ¿O tienes planes para marcharte fuera?

Megan abrió la boca para responderle, pero por alguna extraña sensación, su mente se quedó en blanco. Frunció el ceño y sacudió la cabeza como si ese gesto pudiera volver a posicionar sus ideas en orden. Asintió al darse cuenta de que las palabras tampoco acudían a su garganta.

—Vale, entiendo por tus gestos que sí. Que tienes pensado quedarte aquí.

—Sí, eso mismo iba a decirte, pero no me has dado tiempo. No he considerado por ahora la opción de marcharme.

Megan se llevó la copa de vino a los labios para mojarlos de una forma tímida e imperceptible. Luego, volvió su atención hacia el otro extremo de la barra, donde aquel desconocido seguía contemplándola como si la conociera. Su forma de mirarla era tan directa… No, más bien podía calificarse como descarada. Este hecho le produjo una repentina y extraña sensación en el cuerpo, que parecía no querer estarse quieto. No creía haber visto a ese chico antes, o al menos no lograba situar su rostro en el tiempo ni en el espacio. A lo mejor, había sido alumno suyo en algún curso.

—Ummm, no está mal. Nada mal —susurró la voz de su amiga asomándose para echar un vistazo en dirección a la mirada de Megan.

Esta se mostró sorprendida cuando percibió el interés de ella en el desconocido.

—¿De quién hablas, Kendra?

—Vamos, no te hagas la tonta conmigo, ¿quieres? Del tío de camisa azul, cuyas mangas lleva subidas y… que no deja de mirar hacia aquí. ¿Te suena de algo? ¿Alguno de tus ligues? ¿O bien es un alumno que te ha reconocido?

Había cierto tono de burla en la pregunta de Kendra, que obligó a Megan a poner los ojos en blanco y a resoplar.

—No, no es uno de mis ligues. Si lo fuera, me acordaría. Y en cuanto a que haya sido alumno mío… No sé, chica. No me suen

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