Si un día me besaras... (Besos en Richmond 2)

Ana Álvarez

Fragmento

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Capítulo 1

Olivia se tocó una vez más, nerviosa, el largo cabello rubio, y sintió de nuevo crecer su irritación hacia Scott. Los ojos grises, en general tan claros que parecían traslúcidos, refulgieron de rabia y se oscurecieron mientras apretaba los labios para no expresar su enfado.

El reloj de la cocina marcaba las seis y diez de la tarde y la celebración del sesenta cumpleaños de Andrew, su padre, se retrasaba en espera del invitado que aún no había hecho acto de presencia.

Si por ella hubiera sido, haría rato que habrían comenzado a tomar la merienda, preparada de antemano para agasajar el cambio de década. Pero el homenajeado quería demasiado a Scott, el hijo de su gran amigo de la infancia y al que consideraba un miembro de su familia también, para no esperarle. Y lo que la irritaba más, le disculpaba por la tardanza. Como siempre.

Su padre, conocedor de su desagrado, le hizo una caricia para que suavizara el gesto.

—No seas tan dura con él, cariño. Seguro que tiene un buen motivo para llegar tarde.

—Seguro que sí —masculló entre dientes. Se apostaba el sueldo del mes a que el retraso tenía nombre de mujer. Y ella sabía ese nombre: Stefany.

No es que le importase, pero tenía veinticuatro horas al día para estar con su vecinita, mientras que Andrew solo cumplía los sesenta años una vez en la vida. Ella había cambiado su turno para estar presente en el acontecimiento y, junto con su madre, habían elaborado una merienda en la que no faltaban los emparedados preferidos del hombre ni la tarta casera que reposaba sobre la mesa.

—Si en cinco minutos no ha llegado, comenzamos sin él —advirtió a los padres del culpable, que guardaban silencio, rogando para que su vástago llegase pronto y evitar otro enfrentamiento.

Rara era la reunión familiar en que ambos jóvenes no se lanzaran pullas y miradas asesinas. Desde pequeños era evidente que no se soportaban, y si aceptaban estar bajo el mismo techo era por el gran cariño que los dos sentían hacia Andrew.

Al fin, el timbre de la puerta les hizo a todos exhalar el aire que estaban conteniendo, y a Olivia apretar los labios con fuerza, mientras su madre abría al recién llegado. Tendría que contenerse, una vez más, para no estropear la fiesta.

Scott Howard, el hijo del mejor amigo de su padre, hizo su aparición en la estancia, llenándola con su presencia. Era un hombre corpulento, de ojos marrón oscuro y cabello negro peinado hacia atrás, lo que permitía ver unas facciones regulares y agradables. Vestía una camisa a cuadros sobre un pantalón negro, signo de que asistía a una celebración, en lugar de sus habituales sudaderas y camisetas. Se dirigió hacia Andrew con paso decidido y le besó con cariño, tras encerrarlo en un abrazo afectuoso.

—¡Felicidades, tío!

A pesar de no ser parientes carnales, siempre le había llamado así. Hasta los siete años Scott fue el hijo que Andrew y Melissa no habían tenido en una década de matrimonio y lo consideraban un sobrino. Pero entonces llegó Olivia, adoptada a la edad de cuatro años. para cambiarlo todo. Aunque el cariño que sentían hacia Scott no mermó, este tuvo que compartirlo y no lo aceptó demasiado bien.

Tras felicitar a Andrew, continuó besando al resto de la familia. Al llegar a ella, esta se limitó a poner la mejilla sin devolver el gesto, algo que no pareció sorprenderlo en absoluto.

—Espero que tengas una buena excusa para hacernos esperar casi media hora —masculló en su oído.

—Por muy válida que sea, a ti no te convencerá.

—La puntualidad es importante para mí.

Scott se mordió la lengua para no decirle que, si no fuera el retraso ya buscaría alguna otra cosa que recriminarle. No tenía intención de entrar en la provocación, esa tarde no. De todas formas, no era a Olivia a quien debía pedir disculpas.

—Siento llegar tarde —se excusó, dirigiéndose a Andrew—, tenía que resolver un asunto que se ha alargado más de lo previsto.

La mirada de Olivia se elevó hacia el techo en un gesto de incredulidad. A continuación, se perdió en la cocina para coger la comida preparada.

—No importa, ya estás aquí y no es tan tarde —afirmó Andrew con una sonrisa.

Dudaba mucho que ella pensara lo mismo, pero decidió dejar el asunto. De todas formas, estaba seguro de que a lo largo de la tarde se las arreglaría para continuar con sus recriminaciones. Su prima no dejaba escapar una ocasión de hacerle reproches, sobre todo si había un delito y había llegado tarde, eso era indiscutible.

Una vez servida la merienda, todos se sentaron alrededor de la mesa a disfrutar de la celebración.

Como siempre, la comida estaba exquisita. Las mujeres Wood eran excelentes cocineras y él gozaba de un apetito envidiable. Mientras disfrutaba de las delicias que había sobre el mantel, trataba de ignorar la aviesa mirada que le dirigía Olivia, sentada al otro extremo de la mesa. Llevaba más de veinte años viviendo situaciones parecidas, pero nunca terminaba de acostumbrarse.

De pequeños habían tenido sus diferencias y rencillas, propias de críos que luchaban por la atención de los mayores o por un juguete. Pero aquellas peleas infantiles, en vez de cesar con el tiempo, como hubiera sido natural, dieron paso a una rivalidad que no tenía mucha lógica en la edad adulta.

Al principio, Scott se había sentido celoso de aquella niña rubia y encantadora, porque de pequeña lo fue: buena, dócil y maravillosa, la hija perfecta que cualquiera desea tener. Su llegada le robó la atención absoluta de su tío Andrew a la edad de siete años y le hizo sentirse desplazado, pero ya era lo bastante adulto para saber que este le seguía queriendo tanto como siempre.

Su resentimiento hacia Olivia se hubiera suavizado si ella no continuase tratándole con desprecio y haciéndole víctima de sus pullas y mal humor. No sabía dónde había ido a parar la niña dulce que llegó a Richmond muchos años atrás, porque ahora era una autentica arpía, al menos siempre que él estaba presente.

Desde su puesto en la mesa, podía verla comer con frugalidad. Olivia cuidaba con férrea voluntad cada caloría que se llevaba a la boca, aunque no necesitara vigilar la línea. Poseía un cuerpo esbelto, demasiado delgado para su gusto, pero muy elegante. Ello le facilitó la entrada en las aerolíneas donde trabajaba como azafata de vuelo. Su físico se había sumado a unas calificaciones extraordinarias que la habían llevado a cumplir su sueño.

Al tipo se unía una cara bonita, de facciones regulares y agradables, pero eran sin duda los preciosos ojos, de un gris muy claro, lo que más llamaba la atención en su rostro. Ojos que se oscurecían cuando estaba enfadada, y él los había visto pocas veces en su tono natural.

Tampoco en aquellos momentos lo estaban y sabía quién era el causante de su irritación. Él, como siempre.

Tras la merienda llegó el momento de entregar el regalo que, junto con sus padres, había preparado para Andrew: un viaje al Caribe para que lo disfrutara con Melissa. Siempre fue el sueño de ambos y nunca habían logrado materializarlo.

La emoción en los ojos de Andrew logró enternecer lo suficiente a Olivia para hacer que abandonara su expresión adusta y esbozara una tenue sonrisa.

Tras los besos y abrazos de agradecimiento por el presente, llegó la hora de que la chica entregara el suyo.

Observó cómo Olivia le obsequiaba con un libro de arte, descatalogado hacía años y que su padre había buscado con ahínco. No le debía haber resultado fácil conseguirlo, ni barato, pero la expresión de felicidad de su tío y la forma en que acariciaba la cubierta le hacía saber que el esfuerzo había valido la pena. La vio abrazar al hombre que había llenado de felicidad su vida, desde el momento en que él y Melissa decidieron adoptarla, y cómo lágrimas de emoción inundaran sus ojos haciendo que parecieran transparentes. Ella parpadeó con fuerza para evitarlas al percatarse de que la miraba.

—Gracias, cariño. Me lo llevaré al viaje y le iré echando un vistazo en los ratos libres.

—¡Ni se te ocurra! —protestó su mujer—. El viaje es para disfrutarlo conmigo y no tengo intención de dejarte ningún tiempo libre. Además, no quiero pensar en lo que le habrá costado a Livvy conseguirlo, y podría deteriorarse. El libro se quedará en casa y ya lo leerás cuando volvamos.

—¿Cuándo volvamos? Esta misma noche.

La mujer alzó una ceja para evidenciar que tenía otros planes y todos sonrieron con benevolencia.

Scott observó cómo Olivia, tras separarse de su padre, se limpiaba con disimulo una lágrima que había logrado escapar de su férreo control. Al sentirse observada, se giró con rapidez para huir de su mirada y salió en dirección a la cocina musitando una excusa. La siguió con decisión dispuesto a hacerle saber que había descubierto su momento de debilidad.

Silencioso como un gato, se situó a su lado junto a la encimera y le tendió un paquete de pañuelos de papel. Olivia se volvió con expresión irritada y los ojos húmedos.

—Ten —ofreció.

La chica extrajo uno del envoltorio de plástico y se enjugó el lagrimal con una esquina.

—Se me ha metido algo en el ojo —aclaró.

—¡Seguro! —dijo sarcástico—. Estás llorando como una niña sensiblera, pero no es algo de lo que te debas avergonzar. No es malo tener sentimientos aparte del enfado y la irritación.

—¡Qué sabrás tú de mis sentimientos!

—Salvo de los que he mencionado, nada. Pero acabo de ver que eres capaz de tenerlos, de emocionarte y de llorar.

—Por mi padre, por supuesto. Y por mi madre. También aprecio mucho a Diane y a Conrad. —La alusión a sus propios progenitores le hizo sonreír

—Y ahí acaba todo. No hace falta que mientas y me incluyas en el lote, ya sé que a mí no me soportas.

—Es mutuo, ¿no?

—Lo es.

—En ese caso, vuelve al salón y déjame sola con mi mota en el ojo —exclamó adusta—. Y si se te ocurre mencionar algo de esto…

—Me sacarás las tripas con tus uñas afiladas y las servirás como colofón de la merienda.

—Se me indigestarían.

—Seguro que sí. Apenas has probado una pequeña muestra de todas las exquisiteces que hay sobre la mesa.

—No como mucho.

—No comes nada. Deberías ir a un psicólogo que trate tu anorexia.

—No soy anoréxica. Me alimento bien, a base de comida sana. Los dulces y las grasas los mantengo muy controlados.

—¿Hay algo que no mantengas muy controlado? Come, bebe, ríe, sácate el palo que tienes metido en el culo, Olivia… Ya has demostrado lo buena chica que eres, ahora sé tú misma.

—No pretendo demostrar nada.

—Si tú lo dices… —Suspiró y se apartó de ella—. Me vuelvo al salón a seguir comiendo. Sería una ofensa a la cocinera no hacer los honores a tan deliciosa merienda. Tú sigue intentando ser perfecta, ya te darás cuenta algún día del error que cometes.

A Olivia le vino una frase malsonante a la boca, pero se contuvo a tiempo. No entraría en la provocación ni caería en la trampa que sin duda Scott le había tendido. Ella no era tan vulgar como él. No decía tacos, no perdía el control ni se comportaba de forma soez. Era una mujer correcta y educada, por mucho que le costara si él estaba presente.

Cuando salió de la cocina dejándola sola, abrió el frigorífico y se sirvió un vaso de agua fría, que no calmó la irritación que le había provocado. Después, regresó junto a su familia, que bromeaba alrededor de la mesa, y se unió a ellos. El sesenta cumpleaños de su padre y la felicidad de este por compartirlo con las personas que amaba bien merecía el esfuerzo de soportar a Scott.

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Capítulo 2

Olivia llegó a casa con la firme determinación de hablar con sus padres de un asunto que llevaba posponiendo durante un par de semanas. Era consciente de que les daría un disgusto, pero no deseaba retrasarlo más.

Había esperado a que regresaran de su viaje al Caribe y después dejó pasar unos días más, consciente de la cara de felicidad que mostraban a su vuelta. No dudaba de que habían disfrutado de una segunda luna de miel durante el tiempo que estuvieron fuera. Pero no podía, ni quería, continuar retardándolo más tiempo.

Tras una ducha rápida, se reunió con ellos en el salón, donde solían pasar las tardes y se preparó para abordar el tema que la inquietaba.

Se sentó frente a ellos en una silla, en lugar de ocupar su butacón habitual, y lo abordó sin más dilación. Siempre había sido partidaria de afrontar las situaciones difíciles cuanto antes y de forma directa.

—Me gustaría comentaros un asunto —dijo resuelta.

La pareja, que miraba la televisión, clavó la vista en ella ante la seriedad de su tono.

—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó Melissa, preocupada.

—Si tienes algún problema, sabes que estamos aquí para lo que sea.

—No tengo ningún problema, es solo…

—¿Qué?

—Que tengo veintinueve años y aún vivo con vosotros. —Lo soltó de golpe. Había planeado decirlo con más suavidad, pero le resultó imposible. La cara de sus padres se suavizó.

—Quieres independizarte. —No fue una pregunta.

—Sí —admitió. A continuación, trató de exponer sus argumentos, de hacerles comprender que no era nada contra ellos—. No penséis que no me siento a gusto aquí, con vosotros.

—En ningún momento hemos pensado eso, pequeña. De hecho, tu madre y yo, hace tiempo que lo estamos esperando.

Sintió que el corazón se le aligeraba al oír la frase de Andrew.

—¿Lo esperabais?

—Pues claro, Livvy, es lo normal. Tienes tu trabajo, eres una mujer adulta, y quieres tener tu casa. ¿Pensabas acaso que no lo entenderíamos?

—Me preocupaba un poco, sí. No quiero que penséis que tengo algún problema con vosotros.

—Ya lo sé. Se trata del ciclo normal de la vida. También algún día nos dirás que has encontrado un hombre, que quieres formar una familia, y nos harás abuelos.

—¡Quita, quita! No hay nada de eso. No me apetece en absoluto tener un hombre en mi vida.

—Ya te llegará el momento, nadie se libra del amor.

—Pues que tarde mucho, entonces —añadió con una mueca.

—¿Tienes ya algún plan sobre lo que quieres? Me refiero a tu traslado.

—He pensado alquilar algo con una compañera en una zona cercana al aeropuerto. Eso me ahorrará mucho tiempo y kilómetros, ya sabes los horarios que tengo a veces.

—¿Algo amueblado?

—Preferiríamos que estuviera vacío, y escoger nosotras los muebles a nuestro gusto.

—Me parece una idea excelente. La mayoría de los pisos amueblados son horribles.

—Puedes pedirle a Scott que os eche una mano con la decoración. La empresa de diseño para la que trabaja hizo una labor fantástica en la casa de sus padres. Quedó preciosa.

Reconoció que tenía razón, pero no le apetecía en absoluto tener a Scott cerca y tampoco a su odiosa vecina. No obstante, no se sentía capaz de rechazar la propuesta de su padre después de lo bien que se habían tomado su marcha. Andrew no parecía darse cuenta de que entre ella y el hijo de su amigo no fluía ningún tipo de afinidad.

—No creo que sea buena idea, papá.

—Dale una oportunidad al chico, mujer. Es hora de que enterréis el hacha de guerra.

—No hay ninguna guerra entre Scott y yo, simplemente no nos caemos bien.

—De todas formas, yo me quedaría más tranquilo si él revisara la instalación eléctrica y te colgara las cortinas.

Suspiró sin poder evitarlo. Sentía sobre ella los ojos de su madre, que no se había pronunciado, pero evitó mirarla a su vez.

—De acuerdo —admitió—. Lo hablaré con Patty, no estoy sola en esto. Tal vez ella desee decorar el apartamento por sí misma.

—Dile que yo pagaré los honorarios, así seguro que la convencerás.

—¡Como si él fuera a cobrarte!

Si algo tenía claro respecto a Scott, era que haría cualquier cosa que su padre le pidiese, y gratis. El cariño que le profesaba era incuestionable. Esperaba que en aquella ocasión rechazara el encargo, aunque no confiaba demasiado en ello. Su presencia le resultaba soportable de tarde en tarde y en pequeños lapsus de tiempo. De todas formas, era incapaz de negarle nada a sus padres, de modo que se mentalizó para soportarlo durante el periodo que durase la instalación de su nuevo hogar.

—De acuerdo. —Se rindió con un gesto teatral—. Trataré de convencer a Patty y, si Dios no lo remedia, Scott colgará las cortinas.

—Solo las colgará, cariño, no tiene porqué escogerlas por ti —aseguró Andrew.

—Por supuesto que no. Ni él ni su vecina decidirán qué pondré en mi casa. Pero le llamas tú, yo no pienso pedirle ningún favor.

—Yo lo haré no te preocupes. Pero dudo mucho que su vecina pueda escoger nada puesto que se ha ido. Por eso llegó tarde el día de mi cumpleaños, tuvo que llevarla al aeropuerto.

Alzó la cabeza, sorprendida.

—¿Se ha ido? ¿Dónde?

—A España, creo, a vivir con su novio.

—¿Tiene novio? —La extrañeza era más que patente en su voz.

—Eso parece.

—¿Y cómo lleva Scott tener a su querida Stefany a un océano de distancia? Porque no podía dar ni un paso sin ella —murmuró con la voz más irritada de lo que pretendía.

—La echará de menos al principio, pero se acostumbrará —sentenció Melissa con una intensa mirada clavada en ella.

—Espero que el malhumor no lo pague conmigo.

—No lo hará, estoy seguro. Yo confío en que tampoco tú le provoques demasiado.

—Lo intentaré, papá, te lo prometo. Y ahora, cambiemos de tema por favor, ya hemos hablado suficiente de Scott por hoy.

***

Scott había llegado a su casa y, como cada tarde, no pudo evitar que su mirada se dirigiera a través de las ventanas del salón, a las persianas bajadas y la vivienda a oscuras que se divisaba enfrente. Echaba de menos a Stefany mucho más de lo que había pensado. Su vida, desde que podía recordar, se hallaba ligada a la de su amiga y la ausencia de esta le estaba resultando difícil de sobrellevar. Lo único que le compensaba era la voz cargada de alegría y felicidad de ella cuando la llamaba. Manuel, su pareja, la hacía muy feliz y saberlo le compensaba de no tenerla cerca.

Se dio una ducha y se planteó si cocinar o salir a tomar algo, para paliar la sensación de soledad que lo embargada cada tarde. Estaba cansado y hacía frío, hubiera sido una noche perfecta para disfrutar del sofá, una cena ligera y una película, aunque fuera de las románticas que le gustaban a su antigua vecina.

Sacudió la cabeza, resignado a cenar solo otra noche más, cuando el móvil comenzó a vibrar sobre la mesa.

—¡Hola, tío! —respondió alegre tras vislumbrar el número de Andrew en la pantalla.

—Hola, muchacho. ¿Cómo va todo?

—Bien. ¿Y por allí?

—También, aunque se avecinan cambios en nuestra vida.

—¡No me lo digas! Te jubilas y os mudáis al Caribe a vivir de las rentas.

—Nosotros no, es Olivia quien se va de casa.

—¿Al Caribe? —bromeó.

—Por fortuna, un poco más cerca. Solo dejará de vivir con nosotros, hijo, se independiza.

Pensó que ya era hora de que su «primita» viviera su vida y dejara de fingir ser la hija perfecta que cualquier padre desea. Por lo que él sabía jamás había tenido un desliz, una borrachera de adolescente o un novio indeseable. Era imposible tanta perfección salvo que estuviera fingiendo.

—¿Y cómo lleváis Melissa y tú que se os vaya la niña?

—Bien, porque ya no es una niña, es una mujer y además muy responsable. Es ley de vida y ya hace un par de años que lo esperábamos.

—Me alegra escuchar que no estáis muy afectados.

—De momento no, pero…

—Hay un pero. —Rio con ganas—. Ya decía yo.

—Quiero pedirte un favor, Scott.

—Claro, lo que quieras.

—Tiene que ver con ella.

Por un momento se hizo un tenso silencio a ambos lados del aparato. Respiró hondo consciente de que no podría negarle nada a su tío, y temeroso de la petición que estuviera por hacerle.

—Dime.

—Se muda con una compañera de trabajo a la que no conocemos y me gustaría que le echaras un vistazo al apartamento. También a la amiga con la que vivirá, y que te asegures de que esté bien instalada. Nosotros somos sus padres y, puesto que quiere independencia, no deseamos ser unos pesados ni que se sienta agobiada con nuestra presencia.

—¿Yo? Tío, Olivia jamás me permitirá cruzar el umbral de su casa. Preferirá mil veces que seáis vosotros quienes superviséis su traslado.

—Ha aceptado contratar a la empresa con la que colaboras para que decore la vivienda. Yo me quedaría más tranquilo si revisaras las instalaciones y te ocuparas de todo.

Exhaló el aire con dificultad. Su tío le estaba encomendando un auténtico marrón. Ya estaba pasándolo bastante mal con la partida de Stefany para además lidiar con Olivia y su permanente mal humor. No albergaba ninguna duda de que ella tenía tan pocas ganas de que le decorase la casa como él de hacerlo y, si había aceptado, era porque Henry no le habría dejado otra opción. Como tampoco se la estaba dejando a él.

—De acuerdo, pero me limitaré a realizar trabajos de instalación y revisión de sistemas. No voy a espiarla.

—Pero si observas algo que suponga un riesgo para ella, cualquier tipo de riesgo —recalcó—, lo solucionarás.

—De lo que tenga que ver con la vivienda, sí. En lo que se refiere a su vida privada, ni intervendré ni te lo contaré. Como bien has apuntado antes, tu hija es una mujer adulta y responsable, y estoy seguro de que sabrá gestionar su vida.

—Gracias, muchacho. Sé que puedo confiar en ti.

—Tío…

—Sí, sí, en lo referente al apartamento.

—Bien, en ese caso, cuenta conmigo. —Suspiró resignado.

—Gracias de nuevo. Te dejo ahora, Melissa me llama para cenar.

Cortó la llamada y depositó el aparato sobre la mesa con brusquedad. ¡Lo que le faltaba! Olivia le iba a cortar las pelotas apenas cruzara la puerta, porque no tenía ninguna duda de que esperaba que él rechazase la propuesta de su tío. Al menos, Andrew no estaría presente en sus encuentros y no tendría que ser razonablemente cortés con ella por respeto a su padre. Si Olivia se ponía borde, podría responderle de la misma manera. Era un pobre desquite por soportarla, pero desquite al fin y al cabo.

El mal humor se había apoderado de él, y abandonó todo intento de prepararse la cena y tomarla solo. Cogió el anorak y salió de la casa, dispuesto a buscar un lugar donde tomar un plato caliente y una cerveza para mitigar el enfado que sentía.

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Capítulo 3

Olivia se reunió con su amiga Patty en la dirección que la inmobiliaria les había indicado. Era la cuarta vez en dos días, pero ninguno de los apartamentos visitados hasta entonces les había hecho sentir el deseo de vivir en ellos. A ninguna de las dos.

El agente ya las estaba esperando y le siguieron al interior de un portal amplio y elegante. Comprobaron con alivio que el inmueble disponía de ascensor, algo necesario e imprescindible, puesto que solían moverse a menudo con maletas más o menos voluminosas.

Se detuvieron en la segunda planta, ante una puerta de madera oscura y lisa que, nada más abrirse, dejó ver un salón luminoso, aunque no demasiado grande. En él se vislumbraban cuatro puertas cerradas. Al fondo, una amplia cristalera daba acceso a una terraza a la que Patty se dirigió con premura.

—¡Tiene terraza! Será maravilloso tomar el sol en ella.

Ella hizo un gesto divertido.

—¡Como si tú necesitaras broncearte!

La piel color café con leche evidenciaba la ascendencia afroamericana de su compañera, en contraste con su blancura casi excesiva. Ambas presentaban un contraste exótico que llamaba la atención allá donde fuesen. Tampoco se parecían en el carácter, pero se complementaban y eso las hacía idóneas para convivir.

El resto del apartamento estaba formado por una cocina no demasiado grande integrada en el salón, y dos baños, uno en cada dormitorio. Todas las habitaciones eran amplias y soleadas

Se miraron una a la otra y asintieron con la convicción de que habían encontrado el apartamento que buscaban.

Tras la visita, y sin ninguna duda, dieron la señal correspondiente para sacarlo del mercado y se sentaron, felices, en un bar a tomar una copa para celebrarlo.

Con sendos vasos delante, Patty propuso un brindis:

—¡Por una nueva etapa en nuestras vidas!

—¡Y una larga y plácida convivencia! —añadió eufórica.

—Va a quedar genial cuando lo arreglemos.

Se sentía pletórica, y no tenía el menor deseo de transmitir a su compañera la petición que le había hecho su padre unos días atrás. No obstante, decidió que era el momento de hablar de ello.

—Tengo que comentarte algo sobre el apartamento —puntualizó.

Patty alzó una ceja, bastante habituad

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