Las otras niñas (Indira Ramos 2)

Santiago Díaz

Fragmento

cap-3

1

Un embarazo pone patas arriba la vida de cualquier mujer. Y más si no ha sido buscado. Y más si no se tiene pareja estable. Y más aún si, como la inspectora de homicidios Indira Ramos, se padece un trastorno obsesivo-compulsivo que la obliga —entre otras muchas cosas— a mantenerse alejada de bacterias, de virus y de cualquier mínimo desorden que pueda haber a su alrededor, ya sea real o imaginado. Y un bebé, como poco, augura todo eso.

Indira sigue mirando en estado de shock la prueba de embarazo que acaba de hacerse. La deja sobre el lavabo temblorosa y vuelve a leer las instrucciones con detenimiento, no fuera a ser que a los fabricantes les encanten las bromas pesadas y «positivo» en realidad quiera decir que no, que te puedes quedar tranquila, porque en cualquier momento te baja la regla. Pero no hay lugar a dudas y lo que dice es exactamente lo que quiere decir.

Como le suele suceder cada vez que algo la perturba en extremo, la crisis empieza por un repentino sofoco que parece tener su origen en la nuca y que provoca que enormes goterones de sudor le vayan cayendo por la espalda. Enseguida pasa a tener palpitaciones, sensación de ahogo, una fuerte opresión en el pecho, temblores de la cabeza a los pies y un mareo que, si no lo remedia, desembocará en desmayo. Indira se sienta en el váter e intenta hacer los ejercicios de contención que le enseñó su psicólogo para evitar perder el conocimiento y desnucarse contra el lavabo.

Después de quince minutos, logra que su estado deje de ser crítico, aunque la hiperventilación le ha provocado una especie de borrachera. Se levanta con esfuerzo y se echa agua fría en la cara. Tal es su desazón que, aunque mira disgustada el rastro que dejan las gotas en el espejo, ni hace amago de limpiarlas. En cualquier otro momento de su vida, eso sería impensable. Su mirada pasa del espejo a la prueba de embarazo, que continúa indicando un clarísimo positivo.

—Joder..., pues sí que tengo puntería.

Hasta que se acostó con el subinspector Iván Moreno, llevaba cinco años sin tener contacto con ningún hombre. Y la palabra «contacto» no tiene solo una connotación sexual, sino que engloba cualquier tipo de roce sin unos guantes de látex de por medio. Hace un par de años, un político de visita en su comisaría la cogió desprevenida y la saludó con dos besos cuando se cruzó con ella por el pasillo. Indira se separó de él como si quemase y estuvo a punto de presentarse en urgencias para que le hicieran un examen en busca de infecciones. Mientras se alejaba oyó a su comisario disculparse con una de las frases con las que más la han descrito a lo largo de sus treinta y seis años de vida: «No se lo tenga en cuenta. Es una mujer... peculiar».

Sin embargo, hace algo más de un mes, le salvó la vida a uno de los miembros de su equipo y la relación entre ellos se transformó como por arte de magia. Con el subinspector Moreno nunca tuvo buen feeling, quizá porque reunía todo lo que Indira odiaba en los hombres, o tal vez porque ella denunció a su mejor amigo —también policía— por colocar una prueba falsa en la escena de un crimen y él juró que le haría la vida imposible como venganza. Pero el roce hace el cariño y, después de evitar que un capo de la droga le volara los sesos durante el registro de su mansión, el subinspector se sintió en deuda y empezó a mirarla con otros ojos. La inspectora Ramos, por su parte, poco a poco lograba salir del pozo en el que se hallaba inmersa desde hacía un lustro —cuando cayó a una fosa séptica persiguiendo a un sospechoso y las manías y aprensiones que traía de serie se multiplicaron por mil— y, el mismo día en que su psicólogo le dijo que podía empezar a relacionarse con otras personas, Moreno llamó a su puerta. Primero derribaron barreras charlando del caso que tenían entre manos, después cenaron juntos, más tarde empezaron a conocerse y finalmente pasó lo que tenía que pasar. Y el fruto de aquella noche crece ahora en su vientre.

Indira siempre ha sido una mujer analítica, tanto en su trabajo como en la vida, así que no se le ocurre otra cosa que coger un bolígrafo para plasmar en un papel los pros y los contras de ser madre. Se sujeta la muñeca derecha con la mano izquierda para contener el temblor, dibuja una línea vertical y escribe:

PROS

CONTRAS

Una razón por la que vivir.

Todo lo demás.

Después de media hora mirando el papel, no ha logrado tomar una decisión. Aunque pudiera adaptarse a un cambio de vida tan radical (cosa que duda), no cree que fuera justo para una criatura tener una madre como ella, alguien que no la dejaría crecer tranquila y feliz rodeada de juguetes, de desorden y de mucha suciedad. Se pone su abrigo y sale a la calle.

—No, ni hablar. —El psicólogo que lleva años tratándola le impide el paso a su despacho—. Vete de mi consulta, Indira.

—Es que es muy urgente, Adolfo.

—Me da igual. Yo ahora estoy ocupado, así que márchate a casa y...

—Estoy embarazada —le interrumpe.

El psicólogo la mira descolocado. Otra vez, su paciente más singular le ha dejado sin palabras. La secretaria observa la escena en silencio, empezando a acostumbrarse a la relación que su jefe tiene con esa policía.

—Espera un momento.

El psicólogo entra en su consulta y un par de minutos más tarde sale acompañado de una señora con cara de pocos amigos.

—Te lo compensaré, Nieves. Para empezar, la siguiente sesión te saldrá gratis.

—Solo faltaba —responde ella malhumorada—. Si me has echado cuando no llevaba ni quince minutos contándote cómo he pasado la semana.

—¿Las dos siguientes sesiones te parece mejor?

La señora acepta el trato y se marcha encantada de la vida.

—¿Tú estás segura, Indira? —pregunta el psicólogo, ya en el interior del despacho.

—Me he hecho un test de embarazo y casi explota de lo preñadísima que estoy, Adolfo. Y todo por tu culpa.

—¿Por qué?

—Porque me llevaste al garito ese de mala muerte a comer perritos calientes y me emborrachaste. Y, claro, no me quedó otra que ir a casa del subinspector Moreno.

—¿Tú no has oído hablar de los condones?

—Es probable que me den alergia.

—Ya no sirve de nada discutir por lo que ha pasado. Ahora lo que importa es lo que vas a hacer. —Adolfo la mira—. ¿Quieres... tenerlo?

—No lo sé... ¿crees que debo?

El psicólogo se deja caer en la butaca destinada a los pacientes, sobrepasado.

—Eso depende de ti, Indira —responde tras unos segundos de duda—. Lo suyo es que hagas un cuadro con los pros y los contras y...

—Ya lo he hecho y no he sacado nada en claro. Lo que necesito saber es si, en caso de querer tenerlo, podría adaptarme a ser madre.

—Tú sabes que se lo hará todo encima durante un montón de meses, que se acatarrará, vomitará y algún día traerá piojos del colegio, ¿verdad?

—Ay, Dios... —Indira se pone mala solo de pensarlo.

—La parte buena es que los mocos y demás fluidos de un hijo son bastante soportables, te lo digo por experiencia. Aunque, en tu caso, no sé si incluso te causaría aún más rechazo.<

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