La estatua y la piedra

José Saramago

Fragmento

cap

Con alguna sorpresa por parte de quien me escucha, desde hace cierto tiempo vengo diciendo que cada vez me interesa menos hablar de literatura. Puede parecer esto una provocación, la actitud del escritor que, para hacerse el interesante, lanza al aire declaraciones inesperadas y probablemente gratuitas. Y no es así. La verdad es que llego a dudar que se pueda hablar de literatura, como, con más razones, dudo que se pueda hablar de pintura o que se pueda hablar de música. Es decir, se puede hablar de todo, como igual se habla de sentimientos y emociones, porque sería absurdo querer reducir al silencio a quienes escriben o a quienes leen, o a quienes componen música o pintan o esculpen, como si la obra en sí misma ya contuviera todo cuanto es posible expresar y lo demás no fuese nada más que interminable glosa. No es eso. Ocurre, sin embargo, que experimento a veces el deseo de quedarme en muda contemplación ante una obra acabada, como si se me impusiera la consciencia de que en los dominios del arte y la literatura estuviéramos lidiando con eso a lo que damos el nombre de inefable. Y lo inefable, precisamente porque lo es, es aquello que ni puede ser explicado ni expresarse a sí mismo, aunque, en este punto, habrá que evitar la tentación de deslizar ideas de carácter más o menos transcendente donde todo encontraría explicación precisamente en el hecho de no tener explicación alguna...

A primera vista una actitud como ésta no parecerá muy racional y, además, choca frontalmente con la definición que de mí mismo vengo dando como persona esencialmente racionalista, es decir, alguien que intenta que sea la razón la que gobierne su vida, incluso aquel mundo que podríamos describir como paralelo y que es el mundo de los sentimientos. Por otro camino, Fernando Pessoa se acercó mucho a lo que quiero decir en aquel verso que reza Lo que en mí siente está pensando, aunque yo propondría, y en el fondo no sería más que otro juego de palabras, como los muchos con los que Pessoa se entretenía, que igualmente podríamos decir: Lo que en mí piensa está sintiendo.

Hay una definición que en cierta manera marcó mi recorrido como escritor, en particular como novelista, y que he de confesar que siempre recibo con impaciencia. Se trata de la manida etiqueta de que soy un novelista histórico, lo que encontraría confirmación tanto en algunos libros que escribí como en mi relación con el Tiempo y mi posición ante la Historia. He de decir, no obstante, que ya antes de comenzar a escribir sostenía como una evidencia palmaria (por otro lado nada original) que somos herederos de un tiempo, de una cultura y que, por usar un símil que he empleado algunas veces, veo a la humanidad como si fuera el mar. Imaginemos por un momento que estamos en una playa: allí está el mar que continuamente se acerca en olas sucesivas que llegan hasta la costa. Pues bien, esas olas que vienen avanzando y que no podrían moverse sin el mar que está detrás, traen una pequeña franja de espuma que llega hasta la playa y ahí se va a acabar. Pienso, siguiendo con la metáfora marítima, que nosotros somos la espuma que es transportada por la ola, y que la ola misma es impelida por el mar que es el tiempo, todo el tiempo que quedó atrás, todo el tiempo vivido que nos transporta y nos empuja. Convertidos en una apoteosis de luz y de color entre el espacio y el mar, somos esa espuma blanca, brillante, resplandeciente, que tiene una vida tan breve, que despide un tan breve fulgor, generaci

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