México. La construcción nacional. Tomo 2 (1830-1880)

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Fragmento

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La historia internacional de México en el periodo comprendido entre 1830 y 1880 es la materia de este capítulo. Como se ha visto, no sin mediar profundas discordias y conflictos intestinos, se fue delineando en esos años el proyecto de un Estado republicano liberal para la joven entidad política emergida de las guerras de emancipación y del Primer Imperio. Pero la consolidación de la soberanía en los ámbitos interno e internacional fue esquiva: al lado de los avatares domésticos, la integración en el concierto de naciones y las conexiones internacionales estuvieron sometidas a múltiples zozobras y peligros, incluso la guerra y la ocupación extranjera. El primer medio siglo posterior a la independencia quedó marcado por las pérdidas territoriales, las reclamaciones de acreedores internacionales por deudas y suspensiones de pagos, y las de comerciantes por pérdidas, confiscaciones e impuestos; al lado de las intervenciones extranjeras que amenazaban la existencia misma de la Nación.

Esta agitada y dramática experiencia, en la que los actores principales fueron el vecino del norte, Estados Unidos, y la antigua metrópoli, España, es singular: se distingue de la de los países meridionales de Iberoamérica, ya que éstos, si enfrentaron también las pretensiones coloniales españolas y francesas, mantuvieron, al contrario que México, una mayor centralidad de la potencia británica en su interacción internacional antes que de Estados Unidos. Desde la crisis del Primer Imperio y la gestación de la Primera República Federal, las relaciones internacionales mexicanas estuvieron marcadas no sólo por los pujantes intereses mercantiles y financieros británicos, sino también por la vecindad con la República estadounidense, que dinamizó conexiones político-diplomáticas y disputas territoriales. Por su parte, la colonia española, importante actor en la arena política interna y en los negocios, influyó de forma sobresaliente en la situación internacional de México durante el periodo.

Una trama diversa de poderes e intereses, que actuaban simultáneamente tanto en el país como en el exterior, incidió en el desenvolvimiento de las relaciones internacionales. Éstas involucraron no sólo a actores estatales y agencias gubernamentales, diplomáticos y ministros del país y del extranjero. También actores no gubernamentales, tanto individuales como colectivos, intervinieron en la historia internacional mexicana: comerciantes, inversionistas, financistas organizados (por ejemplo, el Comité de Tenedores de Bonos de deuda, con oficinas en Londres), empresarios, especuladores, militares, colonos, políticos, filibusteros y la opinión pública, tanto mexicana como extranjera. Ello explica la importante articulación e interdependencia entre la política exterior y la política interna que caracterizó el periodo, tanto en la esfera de los asuntos económicos y políticos como culturales. Por ejemplo, las explosiones de hispanofobia e hispanofilia en la opinión pública mexicana representaron una miríada de conflictos raciales, sociales, económicos y políticos, y simultáneamente afectaban a las relaciones con España, así como las contrastantes percepciones recíprocas de mexicanos y estadounidenses en ambos países incidían en la dinámica bilateral, tal como lo han demostrado Tomás Pérez Vejo y Paolo Riguzzi. El tratamiento en profundidad de los intereses mercantiles y empresariales, así como de los vínculos e interacciones culturales y demográficas, queda fuera de este estudio.

El propósito de este capítulo es explicar los rasgos generales y la dinámica estructural de las relaciones internacionales de México entre 1830 y 1880, así como sus momentos y coyunturas más sobresalientes. Se examinan con un criterio cronológico los tratos y conexiones con las principales potencias, y, al lado de éstos, las relaciones con la pléyade de naciones americanas. Un apartado de consideraciones generales presenta un balance de los factores más significativos en la vida y dinámica internacional de la época, así como sus líneas y características principales.

 

 

En pos del reconocimiento

 

Los comienzos de la historia internacional mexicana estuvieron determinados por la resistencia de las potencias europeas y del Vaticano a brindar su reconocimiento a la nueva entidad estatal instituida por el Acta de Independencia del imperio mexicano, y a su sucesora, la Primera República Federal. Las dificultades y los problemas del reconocimiento mexicano no fueron excepcionales, las otras naciones que surgieron de las guerras de independencia enfrentaron tropiezos similares para obtener el reconocimiento internacional.

Las dos primeras revoluciones políticas del mundo atlántico, la independencia de las Trece Colonias (1776) y la Revolución Francesa (1789), al consolidar como principio de legitimidad la soberanía popular al lado del principio dinástico, dislocaron el orden europeo establecido por la Paz de Westfalia (1648), que se había regido por los principios de la igualdad dinástica y de la soberanía monárquica y hereditaria. Luego, mientras la emancipación hispanoamericana resultaba en la constitución de una decena de nuevas entidades políticas, en Europa se consolidaba, desde 1814, una restauración monárquica, imponiendo una creciente tensión entre la monarquía y la república, y erigiendo escollos a las nacientes repúblicas para ser admitidas en el concierto de naciones.

Era éste un contexto muy poco propicio y reticente a la inserción internacional de las nuevas repúblicas americanas, pero éstas, pese a ello, edificaron su soberanía sobre el cimiento de un orden constitucional escrito. Y durante la segunda y tercera década del siglo XIX, estas entidades nacientes redoblaron sus esfuerzos para obtener el reconocimiento en las cortes europeas, mientras intentaban forjar acuerdos y alianzas entre sí, hermanadas por la emancipación de la monarquía hispánica. Por añadidura, ello enfrentó a los hispanoamericanos con la realidad de la política europea y con la pretensión española de mantener y defender sus derechos patrimoniales sobre territorio americano —la Corona consideraba América parte de sus señoríos, patrimonio hereditario, con la consiguiente libertad para actuar a su arbitrio, sin la intromisión de otras potencias—. Después del breve interregno del Trienio Liberal, la restauración de la monarquía española (1823) supuso en la Península la abolición del régimen constitucional, y la supresión de todas las comisiones negociadoras en América, poniéndose en marcha nuevos proyectos del monarca Fernando VII para intervenir militarmente y someter por la fuerza a los nuevos Estados, por considerarlos colonias rebeldes. En suma, todavía durante la Primera República Federal (1824-1836) el reconocimiento internacional a la soberanía de las nuevas entidades republicanas era obstruido por España.

Mientras, la cercanía y vecindad de México con la más antigua república del continente americano,

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