PRÓLOGO
MI VIDA DE MÉDICO COMO PADRE DE UN NOTABLE
El sueño ha sido un tema “de familia”. Mi padre, Rodolfo Ferrero, ya por 1960 escribió artículos sobre la neurología y el sueño, y siempre mantuvo un gran interés por esta temática. Su temprana formación con Bernardo Houssay, premio nobel de Medicina en 1947, le inculcó la vocación innovadora.
Esa predilección me influyó mucho y hacia 1983 decidí comenzar el desarrollo de complejos equipos para estudiar la actividad cerebral y el sueño, y tener tecnología para examinar a nuestros pacientes. En la década de los noventa, la importancia del tema fue creciendo y, ya en este siglo, nuestro instituto fue orientándose de manera acelerada a las alteraciones del sueño, que hoy concentra al 80% de nuestros pacientes y profesionales.
En este contexto fue natural que Pablo, mi hijo menor, a poco de graduarse como médico eligiera el sueño como su especialidad, sin sumarse a la tradición familiar de la neurología. Lo llamativo fue que, excediendo la visión médica de la enfermedad, advirtiera tempranamente su dimensión global y la poca importancia que la sociedad (medicina incluida) le daba al buen sueño.
Comprendió cómo el estilo de vida de la sociedad ha generado un círculo vicioso: una falsa necesidad de trabajar sin pausa para tener éxito lleva a reducir el sueño y a usar estimulantes como la cafeína para compensarlo. Esto significa que se ha perdido la noción esencial de que el sueño está al servicio de la vigilia.
Se sumó de ese modo a una corriente mundial de profesionales que buscan cambiar el paradigma social actual, apoyado por la presión de la industria, y que incluye desde el uso de sedantes a la noche y de estimulantes durante el día hasta la dependencia de celulares siempre encendidos, de series interminables en la televisión y otras adicciones.
Fue así como Pablo imaginó y llevó a la práctica una red social que creció rápidamente y una actividad de divulgación en todo tipo de medios de comunicación, incluso extranjeros, que no cesa de crecer. De allí surgió una enorme cantidad de información, provista por el diálogo con cientos de miles de seguidores, un aporte muy superior al que el médico tradicional obtiene en el ejercicio de su tarea.
A su vez, es impresionante la dimensión del aporte positivo que logran los mensajes en sus redes. No hace mucho, uno de sus videos sobre cómo mejorar aspectos del sueño superó los cinco millones de visitas. Comparé entonces la cantidad de personas que atendí durante mi vida profesional y el cálculo rondaba las 250.000, veinte veces menos. Aun distinguiendo el impacto de una consulta personal con el de ver un video, el poder multiplicador de sus mensajes es enorme. De manera permanente, me cruzo con personas que me dicen que lo siguen y admiran.
Pablo me invitó a escribir el prólogo de su libro. Recordé entonces cuando, veinticinco años atrás, me pidieron que escribiera para otro libro un capítulo titulado “Mi vida de médico como hijo de un Notable”, en referencia a mi padre, ciertamente un notable. No fue sencillo encontrar un balance entre las ventajas y las dificultades de tener un padre tan destacado en lo académico, pero el resultado me dejó satisfecho. Lo que nunca imaginé es que me llegaría el momento de escribir “Mi vida de médico como padre de un Notable”. Me resultó más difícil aún. Rememoré cómo se criticaba un comentario elogioso en exceso de una persona como equivalente al de “pedir la opinión sobre un concierto a la madre del concertista”.
No quisiera que estas líneas reciban la misma crítica, tratándose de mi hijo. Para ello, y en tren de ser objetivo, leí el libro con mucho cuidado y encontré variados aportes para quien desee disfrutar una vida plena, para lo cual se requiere un sueño y un descanso adecuados. Estoy acostumbrado, con casi cincuenta años de médico, a leer muchos libros y artículos de medicina, aburridos en general, y me sorprendió el modo original en que la mayoría de las situaciones claves de un buen sueño eran enfocadas. Es un libro escrito para personas, no para pacientes, en el cual las patologías o enfermedades ocupan un lugar secundario. Y eso es un elemento fundamental porque la visión médica clásica suele buscar las complejidades, ignorando los aspectos simples y cotidianos de la vida, motivo por el cual con frecuencia los médicos desilusionan a muchas personas. Esas personas encontrarán en la fácil lectura de esta obra un camino más accesible para aliviar su cansancio y sus preocupaciones.
Pablo cuenta con años de experiencia en el manejo de pacientes y de estudios relacionados a los problemas del sueño y ha comprobado que todo ese bagaje técnico es la mitad del problema y que, sin el aporte de la visión humana y real de la vida cotidiana, la tarea queda a medio camino.
Es de destacar su enfoque alejado de las medicaciones, que suelen ser una solución inadecuada para la mayoría de las personas a quienes les cuesta alcanzar un sueño reparador. Esto implica, otra vez, apartarse de la visión tradicional que busca en una pastillita un camino de corto plazo y elude la búsqueda paciente de las causas.
Pablo ha encarado la tarea del libro como siempre ha hecho las cosas, con una pasión y creatividad poco comunes. La temática del sueño es universal, no distingue razas, ni edades ni niveles culturales o económicos. Las estadísticas superan el 40% cuando se cuenta a las personas con problemas de sueño de algún tipo, pero la Medicina del Sueño, increíblemente, no es aún una materia de la facultad.
Como la obra describe, la cultura moderna, la tecnología y otras circunstancias han hecho que las condiciones para que las personas tengan un buen sueño hayan empeorado de modo drástico. Sin embargo, todos nosotros, una vez alertados de la situación, podemos cambiar nuestros hábitos y volver a valorar el sueño como la mejor inversión para una vida que merezca ser vivida. Esto es así porque la gran mayoría de las alteraciones del sueño son simple consecuencia de nuestras decisiones.
Espero que quienes lean este libro coincidan al final con estas apreciaciones y compartan mi orgullo por Pablo que, con su aporte fresco a un viejo tema, está dejando huella.
Les deseo unas muy buenas noches, para que tengan unos muy buenos días.
Alejandro Ferrero
INTRODUCCIÓN
¿QUIÉN DIJO QUE DORMIR NO IMPORTA?
Existen tres necesidades básicas que todos los seres humanos hacemos solos o acompañados: comer, movernos y dormir. Hay mucha información acerca de cómo alimentarnos y de cómo ejercitarnos, pero poco sabemos acerca del sueño. Quizá por ello este libro es un puntapié inicial para adentrarnos en un mundo que sin dudas es mucho más profundo.
A lo largo de la historia, la forma de alimentarse y de moverse fue evolucionando a medida que el ser humano también iba modificando el mundo que lo rodeaba. Y lo sigue haciendo. Hubo mejoras en la nutrición (desde dietas hasta costumbres, como el vegetarianismo, por ejemplo) y en cómo abordar la actividad física. Lo único que sigue intacto es la cantidad de horas que necesitamos de sueño. Coincido con el doctor Allan Rechtschaffen, pionero en los estudios de sueño durante el siglo XX, cuando dice que es imprescindible para la calidad de vida o es el peor error evolutivo de la especie humana.
Después de veinte años de experiencia trabajando con problemas del sueño, detecté que muchas personas consideran que dormir es una obligación, una tarea más en su rutina. Nadie lo toma como lo que es: un momento primordial que condiciona la calidad de vida. Esto se debe a que muchos desconocen todos los procesos que ocurren en nuestra mente (y en nuestro cuerpo) mientras dormimos.
Sabemos que dormir es propio del hombre y que la evolución no habría sido posible si no lo hubiera hecho como corresponde. Por tener la correcta cantidad de horas de sueño el hombre pudo restablecer su cuerpo y dar lugar a que el cerebro genere nuevos conceptos y redes neuronales. Entonces, si dormir es propio de nuestra especie, y lo hicimos a lo largo de miles de años, ¿por qué nos cuesta tanto dormir en la actualidad? La respuesta es porque nuestra sociedad ha incorporado muchos hábitos y costumbres que atentan directamente contra lo que era el descanso en nuestros orígenes.
Imaginemos cómo dormía el hombre de las cavernas. En ese momento el ser humano no tenía ni noción de la existencia del tiempo, no existía el concepto de hora: su vida estaba marcada solo por la luna y el sol. Los cavernícolas aprovechaban a pleno la luz para poder cazar y proveerse del alimento que necesitaban porque sabían que en cuanto oscureciera ya no podrían hacerlo, ya que era peligroso permanecer indefensos a la intemperie o trasladarse ante los posibles ataques de animales.
Junto con el descenso del sol, bajaba también la temperatura, y el hombre primitivo corría a resguardarse, se metía en la caverna y se cubría con pesadas pieles de animales para mitigar el frío. Dentro de esa caverna, además, elegía estratégicamente su posición: lo más alejado de la entrada posible y orientado de frente, atento a cualquier peligro inminente que lo obligara a defenderse. Todo esto en un silencio absoluto y todos los días de la semana. No había como ahora fines de semana o feriados. La rutina no se alteraba, a diferencia de lo que sucede hoy, por ejemplo, cuando salimos un sábado a la noche, nos acostamos tarde y nos levantarnos tarde el domingo.
De este hombre primitivo nuestro cuerpo aprendió a dormir. El descenso de la luz, como veremos, es esencial para la liberación de la melatonina y el indicador por excelencia de que es tiempo de acostarse. Al igual que con el descenso de la temperatura, que es interpretado por el cerebro como una orden directa de que es hora de descansar, con la consecuente actuación de las hormonas correspondientes. Heredamos de nuestros antepasados la necesidad de dormir cuando se hace de noche y baja la temperatura.
Pero también heredamos los “umbrales” para el ruido y el olfato. Empecemos con el sonido. El silencio garantiza un mejor descanso. El sonido nos pone en alerta mientras dormimos, aunque ¿a qué se debe? Pensemos que el hombre primitivo estaba atento a cualquier ruido porque en esos tiempos ¡todo representaba un peligro en potencia! No solo el sonido de un animal o de una tribu rival podía despertar a nuestros antepasados, asimismo un incendio podía cortar el sueño de los primeros hombres y mujeres. Por este motivo, si hoy olemos humo mientras estamos descansando, nuestro sentido del olfato va a alertar al cerebro, que nos hará levantar y escapar.
EL DESCANSO ES VITAL PARA NUESTRO DESARROLLO
Es un mito que “cualquier dormir” es bueno. Se trata de mucho más que de “dormir ocho horas diarias”. Es una actividad tan fundamental del ser humano que nuestra existencia sería inviable sin él. Son tan potentes los efectos adversos de la privación del sueño que, si estuviéramos sin dormir durante 11 días, tendríamos alucinaciones cognitivas severas, delirios y un cuadro psicótico grave. Esto le sucedió a un estudiante del instituto Randy Gardner (California, Estados Unidos) durante un experimento que consistió en mantenerlo despierto durante 264 horas y 12 minutos, un poco más de 11 días. De haber continuado la investigación, es probable que el estudiante hubiera fallecido.
Sin embargo, aunque este caso extremo demuestra la importancia vital del sueño y nadie querría exponerse a un experimento de este tipo, es normal que no le demos el valor que merece. Lamentablemente, la sociedad acepta que tengamos noches de insomnio, que sacrifiquemos horas de sueño para trabajar o estudiar un rato más o, incluso, que nuestra rutina nos lleve a dormir menos de ocho horas diarias. Peor aún, muchas veces asociamos dormir con “una pérdida de tiempo”.
Aunque deseemos tener más horas de vigilia y no “desperdiciadas” en la cama, la falta de descanso tiene muchísimas consecuencias negativas para nuestra salud y calidad de vida.
Dormir no es únicamente descansar el cuerpo. Mientras lo hacemos, ocurre mucho más que eso: el cerebro realiza miles de procesos restaurativos, fundamentales para el funcionamiento de nuestra vida despiertos. Es más: el sueño beneficia y potencia todos los órganos y procesos, mientras que su ausencia produce un gran deterioro. Y aún queda más por investigar. Veamos algunos ejemplos:
El sueño nos permite equilibrar las emociones, aprender, memorizar y tomar buenas decisiones. De hecho, las personas con pocas horas de sueño reducen su nivel de aprendizaje hasta en un 40%. Además, tienden a tener una peor asimilación de la memoria y son más propensos a retener los recuerdos negativos por sobre los positivos.
Durante el sueño, reorganizamos pensamientos, desarrollamos la creatividad y la capacidad de resolución de problemas. En el capítulo sobre sueño y trabajo, veremos qué relación tiene con las malas decisiones.
El sueño es un factor clave para nuestra dieta. Una noche mal dormida incide directamente sobre dos hormonas esenciales en nuestra nutrición: leptina y grelina, responsables de controlar y regular el apetito y la saciedad. Es decir, un mal descanso hace que tardemos más en sentir saciedad y que prefiramos alimentos ricos en calorías por sobre los más sanos. Después de una larga noche de insomnio, se pueden sentir ganas de comer algo hipercalórico.
El sueño también es el responsable de recomponer el sistema inmune, ayudándolo a combatir células malignas y previniendo enfermedades.
¡Y hay mucho más! Veamos algunas consecuencias del mal dormir:
Afecta a nuestro estado cardiovascular.
Puede generar enfermedades mentales y psiquiátricas (como el alzhéimer, la depresión o la ansiedad).
Está directamente asociado con el estrés, el estado de ánimo y la motivación.
Es muy nocivo para las embarazadas.
La relación es directa: peor dormimos, peor es nuestra calidad de vida.
Los pacientes llegan al consultorio con distintas motivaciones para lograr un mejor descanso: porque sufren insomnio crónico, porque tuvieron un episodio traumático en su vida y no logran conciliar el sueño, porque roncan o patean y la pareja no puede dormir, porque duermen pero se sienten cansados, porque toman pastillas para dormir o desean hacerlo... Sea cual sea la razón, lo que es común en todas estas personas es que tomaron conciencia de su problema y se animaron a consultarlo.
Resulta esencial entender que dormir mal es común, pero no por eso hay que normalizarlo. Las principales causas del mal descanso no son patologías neurológicas, sino una incorrecta higie