Estúpido orgullo (Siete noches 4)

Alys Marín

Fragmento

estupido_orgullo-2

Capítulo 1

Planes mojados

Desciendo por las largas y curvas escaleras mientras escribo a mi prima para avisar que, dentro de unos minutos, estaremos en la puerta de su casa, que está a unas más allá.

Mi habilidad de mensajear y andar a la vez se debe a la experiencia, ya que he vivido en este hogar toda mi vida, conociendo así cada rincón; por eso, sin mirar, me detengo sobre mis pasos para no chocar contra la enorme puerta, y giro para enfrentar la escalera antes de encender la cámara. Compruebo por segunda vez que mi maquillaje esté perfecto, que mi cara alargada reluzca por sus ángulos, que mis ojos grises deslumbren con la purpurina brillante y que mis labios carnosos —bajo mi nariz apuntada— conserven el claro pintalabios rosa. También compruebo que mi cabellera rubia caiga lisa hasta la altura de mi trasero. Me fotografío con un gesto tonto y subo a redes sociales sin revisar porque, últimamente, permito que la vida me sorprenda.

Guardo mi teléfono en el bolsillo trasero de los pantalones vaqueros cortos de talle alto y ajusto la camisa rosa chicle de tirantes finos con un escote corazón. Mis botas de plataformas rosas me proporcionan algunos centímetros, ya que si algo odio de mi cuerpo es ser tan bajita y delgaducha. A veces, quisiera tener curvas, como Enara, la que posee una hermosa figura.

Escucho los pasos desganados de mi hermana, así que alzo mi mirada, y descubro un ser extraño y negro que parece sacado de la película Jóvenes brujas. Esa niñita vestida de gótica quiere estropear mi humor alegre de hoy.

Después de un mes triste, por algo que no deseo recordar para no apuñalarme a mí misma, quería comenzar la noche olvidando hasta mi nombre. Y no podrá ser por ese murciélago rubio. Si no fuera una copia física más cría de mí, podría fingir que no la conozco. No obstante, sin esa posibilidad, recurro a la siguiente:

—¡Papá! —grito a pleno pulmón a la par que acribillo a Renée para que comprenda y perciba con exactitud lo exasperada que me hallo por sus jueguecitos.

—¡Niñas! —gruñe Gregorio, apareciendo en el rellano con su ropa arrugada y su corbata aflojada—. Acabo de volver a casa del trabajo, ¿podéis simplemente no gritar? ¡Gracias! —suplica al tiempo que ajusta sus gafas redondas para que no sigan reposando sobre la punta de su nariz.

—Me exiges que la invite a la fiesta de mis amigos y ella no tiene otra cosa que, para provocarme, ir así.

Argumento mis chillidos señalando a la mocosa, la cual disfruta de mi enojo y lo empeora al girar para que padre la contemple en su totalidad. Gregorio casi se desmaya ante nuestros ojos cuando ve el atuendo que ha elegido su hija pequeña. Consigo leer su expresión con facilidad y no encuentra las palabras para solucionar esta disputa entre ambas. Sin embargo, yo lo preparo y sirvo.

—¿Le puedes pedir que elija otro momento para buscar su estilo propio? —Le imploro que convenza a su enana utilizando su poder de autoridad y hasta que emplee el «Lo harás porque lo digo yo»—. La fotografiarán, me etiquetarán como su hermana y vendrán las típicas bromas sobre góticos —explico anhelando que comprenda que solo quiero protegerla.

Otro día, uno cualquiera, hubiera aceptado que fuera como un cuadro de Picasso si quiere. En cambio, hoy preferiría que llevara ropa cómoda y que no suscite la burla. Mi hermana comienza su táctica de conmover a padre hasta que la apoye en todas sus decisiones. Gregorio resopla y capto la indecisión que siempre viene antes de no decidir.

—Pequeña... —empieza titubeando, y Renée entra en acción poniendo cara triste. Otro resoplido y me enfrenta a mí—. Cada uno se expresa con libertad, como quiere. Algunos utilizan su boca; otros, su atuendo y unos pocos, como yo, no dicen nada. Así que haced lo que queráis —finaliza mientras alza sus manos y camina de espaldas para huir.

—No pienso volver en toda la noche.

Consigo mi recompensa por aguantar las tonterías de la cría.

—¡No! —se opone Gregorio aún en la huida.

—No te oigo —vocifero divertida, al tiempo que indico con la mano a Renée que nos vamos—. ¡Hasta mañana! —bromeo antes de cerrar la puerta tras mí.

***

Estaciono el automóvil, que no es otro que un Cadillac negro, en el amplio aparcamiento, propiedad del dueño de la casa de mis amigos Alana y Adam. Mi prima y mi hermana desmontan enseguida, pero yo no. En ese justo momento suena mi móvil, vibrando en el bolsillo de mi pantalón, y solo pido que no aparezca su nombre en la pantalla.

De una lo compruebo y me afecta. No comprendo por qué, luego de un mes de desaparición, me viene buscando de manera desesperada. No contestó mis mensajes, yo no lo haré con los suyos. He notado su ausencia, ¿cómo no? Después de un año de relación, que tu pareja se esfume de la faz de la tierra, sin explicar nada o sin un adiós, es doloroso.

Por esa simple razón, no daré ni un minuto de mi tiempo. Silencio el aparato y lo guardo en mi bolsillo. Pasaré una noche divertida, junto con mis amigos, aunque tenga que perseguir a Renée toda la noche, la cual ha desaparecido nada más entrar por la puerta. Porque los chicos la conocen; si no, tendría que aclarar sus comportamientos huidizos y extraños. Solo la excusaría diciendo: «Es digna hija de su padre».

Camino por el hogar de mis colegas como si fuera de mi propiedad ya que, al igual que yo, ellos han vivido toda su vida en el mismo lugar. Y he tenido la suerte de haber recorrido estos pasillos de mil maneras distintas y a edades diferentes. Nos conocemos todos desde niños, y es lo que más me gusta.

Por ese motivo sé adónde dirigirme, que no es otro sitio que el patio, siempre después de agenciarme una copa bien cargada para empapar recuerdos antes de tirar una cerilla para que no malogre mi noche.

Así que me integro entre los míos, sin poder evitar que mi humor se haya ensombrecido por una persona más maldita que una blasfemia. Anhelo tanto eliminar de mi cabeza los pensamientos o recuerdos que hasta me animo a los locos juegos de Serena y Ángel. Creo que nunca madurarán y que se casarán solo como una travesura para divertirse. Es algo en lo que apostaría mi fortuna aunque ahora mismo solo sean amigos. Son tan claros sus sentimientos que acordamos que ninguno intervendría para que fueran a su ritmo, a su compás.

Cuando me canso, que no es muy tarde, tras una copa y media, opto por un paseo para localizar a mi hermana y verificar que no se desmadre. Abandono a mi prima, a su exnovio con su nueva pareja y a los amigos jugando, porque Aquiles es como un pez: se mueve en bancos pero, si algo brilla, se distrae y aleja.

Encontrar a Renée, tras un tiempo desperdigada, siempre es mi prioridad. Si no lo hago, me supondrá muchos problemas con papá, además de que me preocupo por su bienestar. Es mi renacuaja.

La busco por la zona de la cocina, lavandería y gimnasio. Regreso para ir a la parte de las habitaciones y no doy dos pasos dentro del salón para que, de entre la multitud, localice un demonio que me ve porque está de espaldas. Reconozco esa figura: es de la persona que introdujo su mano en mi pecho con dulces caricias y, al tener mi corazón en la palma de su mano, me lo arrancó con crueldad.

Exagero, sin embargo, sentí que fue igual de doloroso

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos