Del café a la locura
Llevaba en paro seis meses cuando recibí la llamada de mi amiga Coral, la misma que no solía estar disponible cuando tenía proyectos entre manos. Era modista y se encargaba del vestuario de películas a nivel nacional. Así que debía de tratarse de algo importante.
—Dime que sigues en paro —me soltó nada más descolgar el teléfono.
—Sí.
—¡Perfecto! —Yo no opinaba lo mismo—. Tengo un trabajo para ti.
—Te escucho.
—En el set necesitan a un asistente que domine el inglés y como conozco a un pez gordo le he comentado que tenía a la candidata perfecta.
—¡Genial!
—Tina, ven volando a las oficinas. Te envío la ubicación por WhatsApp. Claro está que no puedes compartirla con nadie, es confidencial.
—Vale.
—Vas a flipar cuando veas a los actores de la película. Es una superproducción y... ¡Tú ven y ya verás!
Estaba eufórica. No era capaz de dar dos pasos hacia el baño, estaba bloqueada. El zumbido del wasap de Coral me ayudó a salir del estado de shock en el que me encontraba.
Me metí en la ducha y me aseé lo más rápido que pude; no tenía tiempo que perder.
Cogí del armario un top negro de encaje, una camisa blanca de gasa con topitos negros y mis vaqueros preferidos: unos boyfriend rasgados en las rodillas y doblados a la altura de los tobillos. Eché mano de mis Vans de piel marrones y me recogí parte del pelo, aún mojado, hacia atrás.
Metí las llaves de casa en el bolso y con la otra mano agarré el casco. Decidí llevar también el otro por si Coral quería que la acercara a su casa después. Subida ya en la Vespa, consulté la situación de las oficinas: en la mismísima Diagonal.
Tardé veinte minutos en llegar. Una vez allí, di mi nombre en recepción y tuve que esperar casi diez minutos a que alguien viniera a buscarme: era el jefazo de los asistentes de actores, por lo que pude leer en el cartelito que colgaba de su cuello.
Se presentó y, por su acento, supe que era americano. Apenas me dejó tiempo para explicarle mi currículum, bastante si se quedó con mi nombre. No dejaba de hablar, ni cuando entramos en el ascensor.
—Necesitamos tu ayuda. Acabamos de tener una baja repentina y debemos cubrirla; no damos abasto. Ya sabes, las estrellas necesitan ser el centro de atención —me informó en inglés a toda velocidad.
—Entiendo —respondí en su idioma.
—Nos irá bien tener a alguien autóctono, por si alguno tiene curiosidad por conocer la zona. Ante todo, ve con pies de plomo y no te olvides de repetirles lo maravillosos que son, nunca es suficiente. —Hablaba sin parar—. Si necesitan hablar con el director, deberás hacer de intérprete. El contrato lo tiene la productora, ve a leerlo y fírmalo. Cuando termines, búscame y te presento al equipo.
Las puertas del ascensor se abrieron y vi a un montón de gente corretear por una oficina modernista. Yo me limité a seguir a Norman, que así se llamaba el que, supuse, me daría las órdenes. Me indicó que entrara en un despacho donde una chica rodeada de un montón de papeles me invitó a sentarme.
Me facilitó el contrato provisional y empezó a explicármelo de carrerilla, pero sin dejarse ningún detalle.
El horario era horrible, pero el sueldo merecía mucho la pena. Ya estaba pensando en amortizar parte de la hipoteca e irme una semana de vacaciones. Lo malo es que tendría que estar casi tres meses dedicada por completo al rodaje: bueno, más bien a ser el perrito faldero de los actores.
Acepté y firmé sin pestañear. Por aquellas fechas ya había perdido la esperanza de encontrar un trabajo antes de que llegara el verano. Había trabajado mucho tiempo traduciendo novelas para una editorial, pero la crisis les había golpeado y se habían visto obligados a vender el sello a una más grande. Prescindieron de gran parte de la plantilla. Después de aquello, sobrevivía con lo que cobraba de paro y con lo que sacaba haciendo traducciones para autores independientes. Cualquier trabajo era bienvenido, y aquel me iba como anillo al dedo.
La chica me dio un sobre con la copia del contrato y me pidió el número de cuenta y las titulaciones. Quedé en enviárselo todo por correo electrónico. Añadió que, una vez que estuviera el contrato definitivo, me lo enviarían al set de rodaje.
Por último, me hizo una foto con una cámara conectada al ordenador y no tardó ni cinco minutos en sacar una tarjeta con mi nombre. Era mi pase para el set.
—Intenta no perderlo. Es muy importante que lo lleves siempre visible; sin él no podrás entrar a los sets de rodaje.
Asentí con la cabeza.
—Ya lo puedo decir de manera oficial: Bienvenida a esta loca aventura.
Salí del despacho colocándome el pase y busqué a Norman. Había muchísima gente y era imposible verlo desde mi escaso metro y medio de estatura.
Avancé con mis pasitos pequeños por toda la oficina, abriéndome camino entre la multitud. Hasta que... ¡PUM! Me choqué contra algo y una taza de café caliente se derramó por toda mi blusa.
Levanté la cabeza para mirar con quién me había tropezado y... no podía creerlo.
No podía ser cierto.
Era...
¡Era el mismísimo Jason Graves!
El corazón me iba a mil por hora, no sabía cómo reaccionar. Era uno de mis actores favoritos y estaba justo delante de mí... y su café me había empapado por completo.
—Lo siento, de verdad, no te había visto —pronunció con esa voz que tanto había escuchado. Me había visto todas sus pelis en versión original. No sé por qué, recordé una escena en la que salía prácticamente desnudo. Me puse cardíaca.
—Pe-pe-perdón... es culpa mía.
—¡No! Iba muy rápido y no estaba mirando por dónde iba. Deja que te ayude.
Me agarró con una suavidad pasmosa, su contacto me puso todavía más nerviosa y me bloqueé. No podía hacer otra cosa que dejarme llevar.
Lo seguí hasta una de las puertas que había al final de la sala; eran los baños. Cerró con pestillo y empezó a darme papel para que me secara. Abrió su mochila y sacó una camiseta enorme de color gris oscuro.
—Lo siento muchísimo, de verdad. Últimamente estoy un poco disperso.
—No pasa nada —contesté nerviosa.
Se quedó allí plantado mirándome; yo debía quitarme la blusa para poder limpiar aquel estropicio, pero no quería ser descortés y decirle que me dejara sola.
—Oh, cierto, necesitas intimidad —exclamó abriendo como platos unos ojos que en persona eran todavía más bonitos—. ¡Qué desastre...!
Volvió a abrir la puerta, salió y al fin me quedé sola. Me miré al espejo, estaba hecha un cuadro, pero con una sonrisa inquebrantable en la cara.
Abrí el grifo, me quité la blusa y empecé a limpiarla como pude. Después me sequé y cogí la camiseta; olía a lo que supuse que olían los ángeles. Me estaba poniendo una camiseta del mismísimo Jason Graves, no podía creerlo.
Escurrí la blusa y la doblé. La envolví con un poco de papel y la metí en el bolso. Me atusé el pelo y volví a coger aire.
—Jason Graves me ha derramado el café por encima, me ha encerrado en el baño y me ha dejado su camiseta. Tranquila, Tina, respira... —repetía sin parar, mirándome al espejo.
Cuando me sentí preparada, me puse de nuevo el pase y abrí la puerta del baño. Y allí estaba él, de nuevo.
—Por favor, dame la blusa, se la daré a un asistente para que la lleve a una tintorería. Lo siento muchísimo.
—Tranquilo, yo misma la lavaré.
—Suelo estar un poco nervioso al inicio de un rodaje y desde que he firmado este proyecto lo estoy el doble.
No pude contestarle porque entonces alguien nos convocó a todos en la enorme sala. Algunas de aquellas caras las conocía de verlas en la gran pantalla.
Un organizador comenzó a hablar y nos comunicó que al día siguiente empezaríamos a trabajar como locos. Nombró los diferentes equipos y señaló a dónde tenía que dirigirse cada uno.
A mí me tocó ir a otra sala enorme, donde me reencontré con Norman.
—¿Por qué te has cambiado la blusa? ¡Ibas monísima!
—Ya... he tenido un pequeño accidente —informé sin entrar en detalles, aunque tampoco le importaba lo más mínimo.
A los asistentes nos dieron una carpeta que contenía las hojas de ruta, el planteamiento diario y las exigencias de cada actor. Entre ellas se encontraba la de Jason, cuyo primer requisito era que no lo agobiaran. Perfecto.
CO-JO-NU-DO.
Pues eso haría. Lo evitaría e intentaría no volver a tropezarme con él; aunque en realidad había sido él quien había chocado conmigo, yo apenas me había movido.
Los actores que reconocí en la reunión no tardaron en marcharse; él también, pero no sin antes mirarme y guiñarme un ojo. El estómago me dio vueltas.
Estuvieron cerca de tres horas explicándonos qué teníamos que hacer. Necesitaba un café.
Tenía que contarle aquello a Coral, se estaría riendo de mí durante mucho tiempo. En cuanto terminó la reunión, le envié una nota de audio a mi amiga y fui a buscar cafeína.
El primer día de rodaje estaba de los nervios. Nada más verme, Norman me informó de que los primeros días estaría con él para ver el ritmo con el que se gestionaba todo aquello y, sobre todo, la manera en la que me tenía que dirigir a los actores, casi como si fueran dioses.
Había actores nacionales e internacionales y la diferencia en el trato era tremenda. Pero yo no estaba allí para hacer una crítica sobre eso; iba a hacer mi trabajo y cobrar por ello. Nada más.
Tenía algo que no me pertenecía y en algún momento tenía que escaparme para devolverlo. Durante el descanso para el almuerzo, localicé a Jason a lo lejos hablando con Norman y aproveché para entrar en el barracón que hacía la función de camerino y dejarle la camiseta bien doblada encima de una cómoda. Cogí un bloc de notas y un rotulador y le dibujé una carita sonriente. Podría haberse comportado como un cretino conmigo y no lo hizo, reconoció su culpa y no se comportó como la típica estrellita de Hollywood.
Salí escopeteada de allí y fui a tomar un café y un sándwich, lo necesitaba.
Cada uno cogía lo que quería y se lo tomaba en cualquier parte del set; yo busqué a Coral y comimos juntas.
—Pues nena, tiene una percha increíble. Lástima que vaya en plan poeta bohemio enamorado. Y vaya culo...
—¡Calla! —dije—. Le he dejado la camiseta en el camerino.
—¿Y por qué no se la has dado a él directamente? Como asistenta de actores, lo tienes en bandeja.
—No quiere que lo molesten, y eso va a misa.
—Actores... Más estirados y no nacen.
—Tendrías que haberle visto la cara ayer. Y encima me encerró con él en el baño.
—¡Buf! Lo que habría hecho yo en tu situación... Me habría arrancado la blusa y le habría plantado todo el pechamen en la cara.
—¡Coral! ¡Necesitaría un taburete para poder hacer algo así! Además, tampoco tengo tu delantera.
—Solo te digo lo que habría hecho yo. Tú podrías haberte enganchado a él y haberlo rodeado con tus piernas mientras le metías toda la lengua.
—Lo tuyo no es normal...
Todos volvimos a nuestros puestos. Me fijé en que Jason le daba unas indicaciones a Norman y este no dejaba de mirarme. Me reuní con él para que me dijera qué más debía hacer y me llevé una sorpresa.
—El señor Graves quiere conocer la ciudad esta tarde. Sus tomas terminan en dos horas y querría que tú le enseñaras un poco Barcelona. Recuerda: haz que se sienta como en casa e intenta no meterte en lugares complicados. Habrá escoltas, pero es mejor que no tengan que intervenir, créeme.
Me tembló todo el cuerpo. El nudo que tenía en la garganta crecía a medida que se acercaba el momento de irme con él por Barcelona. ¿A dónde lo iba a llevar? ¿A los típicos sitios abarrotados de turistas? No, no era una buena opción. ¿Qué narices iba a hacer? Dejaría que él eligiera. A ver qué le apetecía.
Lo esperé en la puerta de su camerino, pero me pidió que pasara y no desobedecí. Entré decidida y vi que estaba preparando una mochila.
—¿Qué necesita, señor Graves?
Sus ojos azules dejaron de mirar a la mochila para mirarme a mí y me puse tensa. Era más guapo en persona que en la pantalla.
—Llámame por mi nombre, por favor... Sé que me queda poco para los cuarenta, pero sigo teniendo espíritu joven.
—De acuerdo. ¿Necesitas algo? ¿Quieres ir a algún sitio en concreto?
—Primero, creo que te lo debo, me gustaría tomar un café. Quiero pasear por la ciudad, ser uno más y, si puede ser, convertirme en una persona normal.
—Supongo que quieres evitar zonas turísticas —sugerí provocando en él un leve asentimiento de cabeza.
Acabó de cerrar su mochila; estaba listo para el paseo.
Como bien me indicó Norman, nos seguían dos agentes de seguridad que, a decir verdad, disimulaban bastante bien. No iban con traje ni nada por el estilo, así que pasaban desapercibidos. Yo, de todas maneras, estaba totalmente cohibida. No sabía cómo iniciar una conversación con él, ¿de qué podía hablar? Entonces me acordé de las reglas de Norman y de lo narcisistas que solían ser los actores de la talla de Jason.
—Es un placer tenerte en nuestra ciudad rodando una película. Que un actor tan reconocido y premiado haya aceptado un proyecto de un director nacional es algo increíble.
—Gracias.
—Casi todas tus películas suelen ser bastante oscuras, thrillers o ciencia ficción. Vaya cambio de registro...
—Sí.
—He seguido muy de cerca tu carrera, te admiro mucho.
—¿En serio? ¡Me halagas! Pensaba que después de haberte tirado un café por encima me tenías por un gilipollas que no mira por dónde va.
—¡No! Un gilipollas me habría echado la culpa a mí y ni se habría molestado en ayudarme. Gracias por dejarme la camiseta.
El corazón me latía con fuerza. Estaba a solas con él. Y no era consciente de ello. Hacía pocos días que había vuelto a ver una de sus películas y me parecía imposible estar paseando por la Diagonal con él.
—Gracias a ti. No hacía falta que me la devolvieras. Y disculpa de nuevo por derramarte el café, me sentiría mejor invitándote a uno.
Entramos en una cafetería y pedí dos cafés enormes con leche de soja; me sorprendió ver que teníamos el mismo gusto. Pagué yo, lógicamente, no iba a dejar que lo hiciera él, aunque me costó muchísimo convencerlo.
Nos sentamos en un par de butacas y empecé a preguntarle sobre la vida en Hollywood; tenía mucha curiosidad.
—No va conmigo el tipo de vida que supone ser actor, me gusta pasar desapercibido y escuchar más que hablar. Gracias a tu pase sé que te llamas Martina, ¿me equivoco?
—Todos me llaman Tina, menos mi madre.
—Bonito. Muy bonito. ¿Y cómo has acabado siendo asistente de actores?
—Pues... ha sido todo muy rápido. Es la primera vez que hago esto.
—Lo sé. Se nota. ¿A qué te dedicabas antes?
Noté cómo la sangre me subía de golpe a la cabeza y me ponía colorada en pocos segundos. ¿Tan novata parecía?
—Traducía novelas para una editorial.
—Así que te gusta la literatura.
—Me encanta. Desde pequeña siempre he hablado en inglés con mi padre y mi madre me inculcó el gusto por la lectura.
—¿De dónde es tu padre?
—De Culross, un pueblo muy cercano a Edimburgo. Él y mi madre se conocieron aquí; él estaba haciendo el doctorado y mi madre era bibliotecaria. Surgió el amor y...
—Apareciste tú.
—Exacto. No he conocido a otra pareja que se quiera más que ellos.
—Entonces... ¿crees en el amor?
—Claro. «Hay amores tan bellos que justifican todas las locuras que hacen cometer» —recité a Plutarco.
—«Como si no fuera suficiente su desgracia, se enamoró.»
—Oscar Wilde. Interesante... —Pensé una contestación—. «Toda noche, por larga y sombría que parezca, tiene su amanecer.»
Se quedó pensativo y mirándome fijamente. Me preguntó de quién era la cita.
—William Shakespeare.
—El caballo ganador en la historia de la literatura.
—Bueno, hay mucha más vida en la literatura.
—Cierto. Entonces, ¿estudiaste literatura?
—Sí, me especialicé en literatura inglesa. Después hice un máster de traducción.
—Yo también me licencié en literatura inglesa.
—¿Sí? No lo sabía.
—Bueno, hace poco que terminé. Empecé en su momento, pero no podía compaginarlo todo. Hace dos años me tomé un descanso y decidí retomarlo. Pero prefiero que hables tú —dijo con una sonrisa.
No podía creer que estuviera compartiendo tiempo con él. Pensaba que sería el típico actor que se lo tenía muy creído y que solo sabría hablar de sí mismo. Por lo que pude ver aquella tarde, estaba muy equivocada.
Después del café, le propuse ir a ver una exposición de arte en el CaixaForum. Pensé que la mejor manera de llegar hasta allí era pedir un taxi, pero no sé qué me llevó a proponerle que fuéramos en mi Vespa.
Le encantó la idea. Aunque a los de seguridad les iba a complicar la vida.
A medida que fue pasando la tarde, me fui acostumbrando a su compañía y me olvidé de quién era él para el mundo. Era un chico que admiraba el arte y que, para mi sorpresa, compartía opiniones conmigo, detalle que me resultó gracioso.
Casi a la hora de cenar, decidimos tomar algo rápido por ahí; el único requisito fue que lo llevara a un sitio en el que sirvieran comida vegetariana, y a aquellas alturas no había problema para encontrar un lugar así en Barcelona. La oleada del veganismo había aterrizado de golpe en nuestra ciudad y, de un día para otro, habían aparecido centenares de establecimientos con alternativas en el menú, así que fue sencillo.
Durante la cena no pude evitar preguntarle algo:
—¿Sueles hacer mucho esto?
—¿El qué?
—Irte con alguien del set sin conocerlo de nada.
—Bueno... La verdad es que no, pero supongo que haberte derramado un café el primer día me obligó a, como mínimo, invitarte a uno. Yo no sabía que formabas parte del equipo y... no sé, me transmites tranquilidad.
—Vaya, gracias —contesté con una sonrisa.
—Sabes... Esto no se lo he dicho nunca a nadie, pero me estoy planteando mucho mi futuro. Estoy cansado, tengo una edad y la sensación de que he perdido el tiempo.
Aquella confesión me dejó helada. Dejé que siguiera hablando.
—Estoy a punto de cumplir cuarenta años y me siento vacío. El único sitio en el que me siento bien es con mi familia, con mis sobrinos.
—La vida del cine tiene fama de ser dura.
—Es dura si no compartes el tipo de vida. Es dura si te metes de lleno en cada personaje y dejas que sus problemas se cuelen en tu día a día. No sé hacerlo de otra manera, dejo que el personaje me posea mientras dura el rodaje; incluso necesito un tiempo después para desprenderme de él.
—Pues debo confesar que se nota ese trabajo en cada una de tus películas.
—Gracias —contestó con una sonrisa de medio lado.
La conversación dio un giro drástico, noté que él no quería hablar sobre aquello. Prefería hablar de la ciudad, de literatura o... de mí. Tenía razón cuando me dijo que le gustaba escuchar, prácticamente fue lo único que hizo desde que nos fuimos del set.
Cuando acabamos la cena, le pregunté si quería irse a descansar. Su respuesta fue algo confusa.
—Estoy cansado, sí, pero, por otra parte, no quiero que se acabe el día. Lo he pasado muy bien.
Busqué en el móvil dónde se encontraba el hotel en el que se hospedaban los actores y lo llevé hasta allí. Cuando nos despedimos, me dio un abrazo.
—Gracias por todo —me susurró al oído.
Se me erizó todo el vello del cuerpo.
Aquella naturalidad, humanidad y acercamiento me sorprendían. Jason me demostró que no solo era un grandísimo actor, también era una persona interesante con muchas ganas de vivir. Quería descubrir cosas más allá del mundo del cine y, confesión inesperada, formar una familia.
Lo que soñé aquella noche no era apto para todos los públicos. Llevaba demasiado tiempo sin acostarme con nadie y me estaba pasando factura. Menuda fantasía se había montado mi subconsciente.
Al volver a casa hablé con Coral y le conté parte de nuestra tarde. Estaba alucinada y no paraba de decirme lo que ella habría hecho con él; pero yo era muy cagada para esas cosas. Coral me aseguraba que, con aquella actitud, yo no volvería a catar a nadie.
Y tenía razón. Pero no era lo mismo ligarse a un tío en una discoteca, o en un bar, que a un prestigioso y oscarizado actor de Hollywood. ¡Si todas sus exnovias medían medio metro más que yo y solían posar en lencería sexy! Yo era una tía diminuta y sin curvas que, cuando se arreglaba, podía llegar a ser mona, pero nunca al nivel de un ángel de Victoria’s Secret.
La mañana siguiente me acicalé un poco más de lo normal, pero sin excederme; no me gustaba parecer una puerta.
Cuando llegué al set, Norman me llamó y me comentó que el señor Graves había pedido que fuera su asistenta de confianza, así que mi trabajo debía centrarse en él y en ayudarle a preparar el personaje con el director.
Me acordé del sueño que había tenido; creo que me puse roja como un tomate.
Fui directa a donde estaban Jason y el director; intentaban llegar a un acuerdo sobre una frase del guion. Me saludaron y Jason me pasó su guion y me indicó lo que le gustaría mejorar, y yo, con mucho tacto, se lo expliqué al director en castellano.
—Ni hablar.
La negociación fue dura, pero el consejo que le estaba dando Jason era bueno. Logré que el director fuera un poco flexible y mientras rodaban la escena me mantuve detrás de las cámaras.
La peli, bajo mi punto de vista, estaba inspirada en el estilo de Woody Allen. Jason tenía que sumergirse en la piel de un poeta bohemio enamorado que escribía sus versos siempre en el mismo lugar. No le pegaba en absoluto, pero el cabrón se metía en el papel tan bien que lograba convencer. Es que incluso vestido de bohemio estaba tremendo...
¡Joder! Debía parar con aquello. Estaba muy salida y no podía dejar que me afectara. Pero el día me puso a prueba. Jason me pidió que le ayudara a estudiar algunas frases de su guion en su camerino mientras las chicas de vestuario le iban probando diferentes atuendos para la película. Verle casi desnudo gran parte de la mañana no me ayudó en absoluto a sobrellevar el sofoco.
Menos mal que para la hora de comer pude escaparme y reunirme con Coral.
—Deberías recurrir al cachivache que te regalé por tu cumpleaños. Créeme, funciona.
—Joder, está tan bueno...
—Ya, pero es una estrellita y nosotras no entramos en su ecuación sexual, reina.
—Sí, toda la razón. En fin, creo que tendré que acercarme al súper a por pilas...
—¡Esa es la actitud!
Volví al camerino para ayudar a Jason. Esa vez estábamos solos, cada uno en una punta de la estancia.
No había tenido oportunidad de ver el guion al completo hasta aquel día. Sus intervenciones en la película eran muy breves, algo raro comparado con lo que solía hacer, pero yo no era nadie para opinar sobre su trabajo. Aun así, me atreví a insinuarlo.
—Son pocas escenas.
—Sí, cuando me mandaron el guion pensé que necesitaba un proyecto que me dejara respirar un poco. Me espera un año duro y necesitaba una pausa.
—¿Entonces esto es una pausa? Pero estás trabajando.
—Sí, si quiero lograr mi objetivo, no puedo parar de trabajar.
Nos sonreímos y ahí nos quedamos, como dos tontos, mirándonos el uno al otro. Yo lo miraba con devoción y él... supongo que de forma condescendiente.
—Oye... ayer me lo pasé muy bien. Hacía tiempo que no tenía conversaciones tan interesantes.
—¡Gracias! Supongo que juego con ventaja por haber estudiado la misma carrera que tú, sé qué temas tengo que tratar.
—Son mis vacaciones y me alegro de haber venido a esta ciudad. Normalmente estoy solo y... bueno, este sitio es distinto en todos los aspectos.
No sabía qué decir, así que dejé que hablara.
—¿Sabes de algún sitio donde poder tomar una copa sin que nadie te reconozca? Me queda solo una escena hoy y después me apetece dar una vuelta.
Me quedé pensativa y busqué en mi cabeza un lugar donde tomar una copa de vino con tranquilidad. Aunque lo último no lo tenía tan claro. Nuestra salida anterior había ido bastante bien en ese aspecto, pero algunas personas lo habían parado para hacerse un par de fotos, así que era una tarea complicada.
Le comenté que ya tenía un sitio pensado, uno en el que destacaba más el buen vino que la tranquilidad. Por la zona en la que se encontraba el local, no sería imposible conseguir el anonimato.
Jason rodó durante dos horas más. Comimos cada uno por nuestra cuenta en la zona de descanso. Al terminar el trabajo, como habíamos quedado, fui a buscarle a su camerino.
Llamé a la puerta, pero no me contestó. Volví a intentarlo, con el mismo resultado. Giré el pomo y la puerta se abrió, justo en el momento en el que él salía del baño empapado y con la toalla enrollada en la cadera.
Me puse cardíaca.
—¡Perdón! Tendría que haber esperado fuera...
—Tranquila, Tina. Me cambio en un minuto y nos vamos —dijo mientras me guiñaba el ojo.
No era el típico actor que se machacaba en el gimnasio a diario, solo cuando un papel lo requería, pero era corpulento y... joder, yo estaba muy necesitada.
Sin pedirme siquiera que saliera del camerino se vistió. Yo me quedé allí, petrificada, como una escultura, viendo cómo se ponía la ropa de espaldas a mí. Vaya culo...
—¿Nos vamos? —soltó mientras se peinaba con los dedos.
Reaccioné. Salimos del camerino y fuimos hacia la Vespa. Llevarlo detrás de mí en la moto no facilitaba las cosas.
Conduje por las calles de Barcelona hasta llegar a la zona del Born. Había un local donde servían un vino espectacular. Coral y yo nos movíamos mucho por allí con el resto de los amigos, así que conocía los mejores sitios para tomar una copa. Por suerte, era lo bastante pronto como para poder coger sitio y lo bastante tarde como para poder tomarse solo una copa sin estar mal visto.
Cuando entramos le pregunté a Jason qué tipo de vino quería tomar y me dijo que escogiera yo misma. Se dejaba llevar. Pedí dos copas de tinto que no tardaron en servirnos junto con algo de picar.
—Un sitio muy peculiar —me dijo.
—Sí, es de mis preferidos de esta zona. Tiene lo moderno del Born, pero con el toque antiguo y tradicional justo.
Desde que había aceptado aquella locura de trabajo, y a medida que pasaba más horas con Jason, me había surgido una gran duda. El día anterior había dejado caer que la vida de estrella de Hollywood no encajaba con él. Yo tenía una pregunta rondando en mi cabeza desde hacía unas horas.
—Jason, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro, adelante —afirmó con una sonrisa ladeada.
—¿Esta vida te hace feliz?
Su mirada se clavó en mis ojos. Se le había congelado la sonrisa y se podía percibir cómo los pensamientos corrían de un lado a otro dentro su cabeza.
—Difícil pregunta —escupió a la vez que cogía la copa de vino y le daba un buen sorbo—. Mi vida sí. Las circunstancias que impiden que la viva a mi manera, no.
Entre nosotros se hizo un silencio que, en un primer momento, sentí incómodo; pero su sonrisa logró deshacer esa sensación. Dio otro trago al vino y cogió aire.
—Soy feliz cuando estoy con mi familia, de vacaciones, creando proyectos desde el otro lado de la cámara, tomando un vino delicioso en buena compañía... Eso sí me completa.
Sentí mis mejillas tornarse rojas como el tomate picado que nos habían servido.
—Entonces... ¿este oficio no te ha dado nada bueno?
—Sí, sí que me lo ha dado. Si no fuera por este trabajo, no podría tener todo aquello que me hace feliz. Pero desde hace un año noto que han cambiado muchas cosas. Supongo que será la crisis de los cuarenta...
—¡Pero si te quedan dos años y medio para cumplirlos! ¡Estás estupendamente bien!
Se me quedó mirando con los ojos abiertos de par en par, sorprendido por mi respuesta tan natural. Había reaccionado como si fuera un amigo de toda la vida, sin olvidar el detalle de que sabía a la perfección su fecha de nacimiento, la edad que tenía y... bueno, todas esas cosas que una admiradora sabe de su amor platónico.
—¿Cuánto sabes de mí? Nunca me acostumbro a estas cosas.
—Te confieso que he sido una gran admiradora tuya desde los inicios de tu carrera.
—Me halaga.
Lo noté incómodo. El único filtro de prudencia que tenía había desaparecido, el alcohol se había encargado de neutralizarlo. La había cagado hasta el fondo.
Cambió el tema de conversación. Me preguntó sobre mi antiguo trabajo, qué libros había traducido, si deseaba volver a trabajar de ello.
—De hecho, sigo traduciendo libros por mi cuenta. Pero es muy complicado. Un autor independiente que tiene que pagar una traducción de su bolsillo busca el precio más barato. Son cuatro los autores que prefieren una buena traducción.
—¿Y fuera de España?
—Tengo fe en que en algún momento volveré a tener lo que tenía antes. Tengo una hipoteca y, si soy sincera, no quiero irme de Barcelona.
—Todos tenemos sueños, pero a veces tenemos que perseguirlos lejos de nuestro hogar. Eso es buscar la felicidad. ¿Eres feliz con tu situación actual?
El karma. En ese momento era yo la que se veía sometida a la pregunta que había incomodado a Jason.
No supe qué responder. Tenía razón en que era una pregunta complicada. Mis padres estaban cerca de mí. Tenía un piso pequeño que, gracias a mi trabajo en la editorial, podía pagar en pequeñas cuotas. Tenía una amiga que era como una hermana.
Pero estaba sola. No compartía mi vida con nadie. Y aunque era de las que defendía a capa y espada que uno no debía medir su felicidad en función de si tenía o no pareja, sí que sentía que mi soledad estaba de más. Siempre me había caracterizado por ser una chica introvertida, con su cabeza enterrada en algún libro y evitando las reuniones sociales, pero que anhelaba con fuerza el amor.
—Vaya, parece que tienes que pensarlo mucho. Eso me demuestra que no te lo has planteado.
—Pues no, la verdad. Me gusta mi vida, pero a veces me siento más sola de lo que me gustaría.
—Sé lo que sientes.
Nuestras miradas volvieron a cruzarse, intercambiando esta vez una llamada de socorro.
—Un vacío que en ocasiones agradeces, pero que pesa cuando vuelves a casa y quieres expresarte sin palabras, porque no puedes —se sinceró.
Sus palabras eran tiernas y sabias. Palpaba en sus labios, esos que me parecían carnosos y tan apetecibles, que era un hombre de cultura y que había devorado historias. Se notaba que había adquirido el arte de expresarse con belleza gracias a los clásicos de la literatura.
O tal vez era yo que lo veía así. Me estaba llevando una sorpresa al ir conociendo poco a poco al hombre que había tras la estrella; me estaba gustando demasiado. En mi cabeza se alojaba una idea fantasiosa, una en la que él venía en busca de mis labios para comernos a besos y en la que, como bien había dicho, nos expresábamos sin palabras.
Tina, basta.
Apuramos la copa de vino y decidimos dar un paseo antes de volver a por la moto. Le apetecía pasear un poco por la playa, aunque no era la mejor zona para hacerlo. La Barceloneta se había convertido en un barrio de apartamentos turísticos, donde el alcohol y las drogas manchaban sus preciosas calles. Así que dimos un rodeo, evitando aquel barrio que en su momento había sido precioso, para tocar el agua del mar.
En aquel momento noté mucho más la presencia del par de guardaespaldas que nos habían seguido todo el rato. Apenas había gente en la playa a aquellas horas.
—Me encantaría vivir cerca del mar. Despertarme con el oleaje y, a poder ser, darme la vuelta y seguir durmiendo. Desayunar tranquilo e ir a darme un chapuzón después. Joder, necesito vacaciones.
Su voz mostraba abatimiento y yo no sabía cómo actuar.
—Todo el mundo cree que vivimos por todo lo alto, que nuestra vida es de ensueño y que podemos tener todo lo que queramos. Pero es una falacia. Tener esta vida te impide vivir tranquilo. No debes hacer nada que pueda comprometer tu carrera, pues no es solo la tuya, sino la de todos los que te rodean. Renuncias a gente que quieres, tienes que escoger.
Puse mi mano derecha sobre su hombro y... me abrazó. Me sentí abrumada y lo único que fui capaz de hacer fue corresponder a su impulso. Sin embargo, yo estaba manteniendo una lucha interior por contener los míos propios. Él los exteriorizaba mientras yo los metía uno a uno en la caja de Pandora.
Regresé a casa hecha polvo. Abrí la nevera y vi que mi padre había vuelto a dejar un par de recipientes con comida. Desde que se había jubilado lo único que hacía era cocinar; yo estaba hambrienta, pero no de comida precisamente.
Me sentía ardiente y mi cuerpo necesitaba desfogarse un poco. Recordé lo que me había dicho Coral y decidí seguir su consejo. Abrí el cajón de la mesita y cogí el regalo tan valioso que me había hecho mi querida amiga. Fui al baño y abrí el grifo de la ducha. Me desnudé y cuando el agua empezó a salir caliente, me puse debajo del chorro con el juguete que aliviaría mi fiebre.
Acaricié todo mi cuerpo y estimulé mi sexo para que el vibrador entrara con suavidad. Mi cuerpo empezó a bailar como respuesta al estímulo que me transmitía el aparato. Era consciente de que el orgasmo no tardaría en llegar, conocía mi cuerpo lo suficiente como para saber satisfacerme a mí misma, pero empezaba a necesitar otro tipo de estímulos. Unos más externos e independientes que, al pensar en ellos, dificultaban mi llegada al clímax.
Me concentré para correrme, pero sabía que solo era una solución temporal. Aquella sensación de fervor extra era provocada por algo que también conocía muy bien: mi menstruación.
Al día siguiente me levanté con un dolor persistente en el abdomen; la regla quería hacer acto de presencia, pero una pastilla evitaría que me arrastrara por el set de rodaje.
Llegué puntual. Los actores todavía no habían llegado, a excepción de Jason, que llevaba desde las cinco de la mañana allí para hacer una secuencia concreta.
Yo no me encontraba bien. Me tomé un café para intentar despejarme, pero me sentó fatal. Norman me miraba fijamente, con preocupación, pero siguió como si nada. Me daba órdenes que no era capaz de retener mientras caminábamos hacia la zona de camerinos. Un sudor frío me recorrió la columna y una telilla gris me nubló la vista, emborronando la coronilla de Norman.
Iba a caerme.
Intenté avisar a mi jefe.
Pero la oscuridad llegó antes.
Desperté en una cama. Mi visión era todavía borrosa y apenas podía ver con claridad quién me rodeaba.
—Niña, ya estás aquí —oí a Norman.
—Traed agua fresca, por favor, dejad que corra el aire —dijo la voz de Jason.
—Nos has dado un susto terrible. ¿Cómo se te ocurre no avisarme de esto?
—Iba a hacerlo... —susurré.
—Necesitas comer algo, ahora vuelvo —informó Jason.
Empecé a recobrar mis sentidos poco a poco. Norman me dio un vaso con agua fría y Jason regresó con un sándwich del catering.
—Gracias —dije con la boca pequeña, avergonzada por lo que había ocurrido.
—Debes comer, empieza a hacer calor y el cuerpo puede jugarnos malas pasadas.
El busca de Norman empezó a sonar y tuvo que irse; nos quedamos solos. Me sentía abrumada, no solo por lo que acababa de ocurrir, también por su confesión de anoche. Me enderecé un poco y le di un bocado al sándwich vegetal que había traído.
—¿Mejor? —preguntó mientras se sentaba a mi lado en la cama.
—Sí. He desayunado, pero es que suelo desmayarme con facilidad cuando estoy algo floja.
—Tranquila, a mi hermana le pasaba lo mismo. Oye...
Hubo una pausa. Nos dio tiempo a mirarnos, a desviar la mirada avergonzados, cada uno por sus motivos, a coger aire y a pensar la palabra exacta con la que íbamos a romper ese silencio.
—Ayer me vine un poco abajo, no suele pasarme. Debo controlar mis emociones, apenas te conozco y... no quiero verme comprometido.
No entendía a qué se refería. Contesté con una simple mueca.
—Me gustaría que lo que te dije ayer quedara entre tú y yo. Me transmites mucha paz y bajé la guardia.
—Tranquilo, sé guardar secretos.
—¿Incluso si estos pudieran pagar tu hipoteca? La prensa puede llegar a ser muy tentadora...
Estaba poniendo en duda mi lealtad y mi código ético empezaba a verse tiroteado por sus insinuaciones.
—Tengo unos principios inquebrantables, además de escrúpulos, y jamás usaría los secretos de alguien para beneficiarme. Nunca he pisoteado a nadie para mi provecho; no te lo haría a ti ni a nadie.
Me levanté de la cama, quería irme de allí. Estaba un poco molesta y necesitaba perderlo de vista.
—Tina, ¿a dónde vas? —preguntó.
Salí del camerino sin responder. Necesitaba aire fresco. Fui a un rincón fresquito del set de rodaje y conté hasta diez mientras me terminaba el sándwich. Justo al finalizar la cuenta Norman me encontró. A los diez minutos ya le estaba ayudando a recibir al resto de los actores.
No supe nada más de Jason en todo el día.
Por la noche, calenté una de las fiambreras que había dejado mi padre en la nevera. Comí en silencio en la pequeña mesa del salón mientras echaba un ojo a las redes sociales. Vi las trescientas historias que Coral había subido a Instagram y me morí de envidia viendo la última que había col