El usurpador (Cuarteto Wisting 3)

Jorn Lier Horst

Fragmento

cap-1

1

El muerto estaba totalmente seco, recostado en la butaca, los labios desgarrados y los dientes negros y amarillos a la vista. Todavía tenía greñas de cabello polvoriento y marchito pegadas al cráneo y, a través de la piel, se le veían los brillantes huesos del rostro. Tenía los dedos atrofiados, negruzcos y agrietados. 

William Wisting ojeó las fotos que había tomado el técnico de criminalística. El hombre no debía de haber sido muy alto, pero se le habían encogido y podrido los tejidos hasta tal punto que su cuerpo parecía aún más pequeño que en vida. 

Las fotos, tomadas desde varios ángulos, estaban dentro de una carpeta con el marbete VIGGO HANSEN. Wisting observó las distintas imágenes del cadáver casi momificado. Normalmente la visión de archivos fotográficos como ese no le afectaba. Estaba familiarizado con la muerte y había desarrollado la capacidad de distanciarse de las impresiones desagradables. Había perdido la cuenta de los cuerpos sin vida que había visto a lo largo de sus más de treinta años en la policía. Pero este era distinto. No solo porque nunca había visto nada igual, sino porque además conocía al hombre de la butaca. Prácticamente eran vecinos. Viggo Hansen vivía en el recodo de la carretera, tres casas más allá de la suya, y su cadáver había permanecido allí sentado durante cuatro meses sin que el mismo Wisting ni ningún otro vecino lo hubieran echado en falta. 

Se detuvo ante una panorámica tomada desde la puerta de la cocina hacia el salón. Viggo Hansen estaba sentado delante del televisor, de espaldas al fotógrafo. La televisión estaba encendida; así se la había encontrado la patrulla de la policía que accedió a la vivienda. 

La habitación estaba amueblada con austeridad. Además de la mesa del televisor y la butaca que ocupaba el hombre, vio una mesa de salón rectangular, una butaca más y un sofá con cojines y una manta. Pegada a una pared había una estantería y debajo un aparador; enfrente unas cortinas grises echadas. A la derecha del televisor había una lámpara de pie con una pantalla de flecos y manchas marrones de quemaduras. Había tres cuadros de paisajes en las paredes. En la mesa, delante del hombre, había una revista y un mando a distancia y, al lado, un vaso y un plato con unos restos de comida indefinibles. Por lo demás, la habitación estaba ordenada. 

No había indicios de pelea. Nada que indicara que aquel ser solitario hubiera tenido visitas indeseadas durante sus últimas horas; ningún motivo que hiciera sospechar que se hubiera cometido un crimen. Aun así, las circunstancias de la muerte exigían que se llevara a cabo una investigación policial, y Espen Mortensen había hecho un trabajo concienzudo, pero rutinario. 

La foto siguiente era un primer plano de la revista que descansaba sobre la mesa del salón. Estaba abierta por la programación televisiva del jueves 11 de agosto. 

Wisting levantó la vista y miró por la ventana del despacho; seguía nevando copiosamente. Según el calendario estaban a viernes 9 de diciembre. Viggo Hansen podría haber permanecido muerto en su casa todavía más tiempo. Al parecer, la compañía eléctrica había reclamado el pago de una factura en varias ocasiones y últimamente había enviado un aviso de que cortarían el suministro. Al final, mandaron a la casa a un hombre que casualmente se molestó en investigar lo ocurrido un poco más de lo previsible y vislumbró la figura de un hombre por una abertura de las cortinas del salón. 

En la programación televisiva había un círculo alrededor de las horas y los programas que seguramente Viggo Hansen tenía intención de ver. Uno era Los archivos del FBI y lo emitía Discovery Channel. Wisting conocía la serie, reconstruía algunos de los casos más sonados de la oficina federal de investigación norteamericana. 

Wisting siguió pasando las fotos. La siguiente imagen mostraba el rostro del fallecido. Estaba hinchado y oscuro, desgarrado allí donde la piel se había podrido. La dentadura era visible hasta el último molar; de la lengua solo quedaba un bulto negro azulado. Tenía las grandes cuencas de los ojos vacías, y parecía mirar fijamente al frente. 

Metió las fotos en la carpeta, se levantó y se acercó a la ventana. Contempló el crepúsculo gris, plomizo, de invierno. Debería marcharse, pero en casa no le esperaba nadie, salvo el televisor. 

Un coche patrulla salía del garaje del patio trasero y las ruedas derraparon en la nieve antes de agarrarse al asfalto. La luz azul de la sirena impactaba en los copos de nieve y se reflejaba en forma de pequeñas chispas. Wisting regresó despacio al escritorio y observó el exiguo contenido de la carpeta. Viggo Hansen no tenía familia, no tenía amigos ni otros allegados. Había acabado su vida tan solo como había vivido. 

Estaba a punto de dejar la carpeta en el montón de casos para archivar, cuando se detuvo. Tanto su experiencia como su intuición le indicaban que se trataba de un caso cerrado. El cometido más importante de la investigación había sido establecer la identidad del fallecido. No había ningún familiar con quien pudiera cotejarse su perfil de ADN, pero las muestras tomadas de un cepillo de dientes y de un peine que encontraron en el bolsillo trasero de un pantalón colgado de una silla en el dormitorio, coincidían y los resultados de las pruebas concluyeron que el hombre fallecido era el mismo que había vivido en la casa: Viggo Hansen, sesenta y un años. 

El médico forense se sorprendió de lo bien conservado que estaba el cadáver. La combinación de falta de humedad, baja temperatura y una habitación casi sellada, con todas las puertas, ventanas y otros canales de ventilación cerrados a cal y canto, hicieron que Viggo Hansen, sin prisa, pero sin pausa, se hubiera secado como una momia en lugar de pudrirse y desintegrarse. Pero fue imposible establecer la causa de la muerte. En el certificado de defunción solo figuraba mors subita. Muerte repentina. 

El ordenador emitió un pitido y un cuadrado rojo apareció en la pantalla: era un mensaje de la central operativa. Wisting observó la pantalla con los ojos entornados. Cinco palabras: «Hallado cadáver en granja Halle». 

Dejó el caso Hansen encima del montón de carpetas para archivar y abrió el mensaje. 

cap-2

2

La sala de la redacción estaba en silencio y la nieve húmeda se pegaba a las ventanas amortiguando los sonidos que llegaban del exterior. Ya habían decorado la oficina para la Navidad; en los televisores, que ahora mostraban imágenes mudas de los canales internacionales de noticias, había guirnaldas plateadas y bolas de Navidad rojas; el logo del diario VG estaba adornado con angelitos blancos y luces de colores que se encendían y apagaban en los tabiques de separación de las mesas de trabajo. 

Knut A. Sandersen dirigía la sección de noticias y ocupaba un despacho separado del resto de la redacción por paredes de cristal. Line vio que hablaba por el móvil sujetándolo entre el hombro y la oreja sin dejar de teclear en el ordenad

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